8-9 de julio
La Hora de la Soledad
Ayer noche, como todas las semanas, quería hacer la Hora de la Soledad. El viernes por la noche no la pude hacer por la gravísima y repentina crisis cardiaca que me dejó hundida. Ayer noche me puse a ello con fervor; mas como tengo los dictados a buen recaudo, hube, por tanto, de hacerla por mi cuenta.
La 1.ª parte: María en el sepulcro, logré hacerla bien. Mas después, ¡qué fatiga! Lo que quería meditar contrastaba con lo luminoso y festivo de la visión matinal. Bien que quería llorar con María desolada; mas por entre las tres lúgubres cruces que con ella contemplaba al crepúsculo de la tarde sobre la cima del Calvario, veía subir al Cielo, con la ligereza fragante de un gran ramo de cándidas rosas portadas a Dios por los ángeles, a la Madre adormecida y feliz. Y lágrimas y sangre quedaban anuladas por sonrisas y candor de pétalos...
Parecíame propiamente como si una masa de pétalos de rosas deshojadas, una nube de pétalos de rosas subiese al Cielo.
Y no pude continuar con la meditación. La Madre, al verme tan afligida, no quiso ya más lágrimas en mí. ¡Qué buena es Ella...! En el contraste de, por una parte, querer yo meditar su dolor y, por otra, querer Ella hacerme contemplar su gozo, me quedé dormida.
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A. M. D. G.