14 de julio.
todos los hombres llevan en sí
la imagen que Dios ideó para el Hombre
todos los hombres llevan en sí la imagen que Dios ideó para el Hombre
El hombre se hace tanto más semejante a Dios cuanto más vive en la Gracia y la acrecienta,...
La figura de Santa Teresa del Niño Jesús
lo que se dice para mí, se me han aparecido bien pocos santos
el canto que yo entono muchas veces:
No temáis entregaros a Jesús, al Amor suave y misericordioso
Dice Jesús:
"Escúchame, hija, atentamente porque la lección de hoy es muy difícil.
todos los hombres llevan en sí la imagen
que Dios ideó para el Hombre
El hombre, todos los hombres llevan en sí la imagen que Dios ideó para el Hombre. Mas no todos los hombres tienen en sí la semejanza con Dios.
Está dicho: "Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza" (Gn 1, 27). ¿Cómo puede ser, por tanto, que algunos tengan sólo su imagen? Y ¿cómo pueden tener la imagen de Dios si Dios es incorpóreo, Espíritu purísimo, Luz infinita y sempiterna, Pensamiento operante, Fuerza creadora pero, en modo alguno cuerpo?
¡Cuánta ignorancia existe aún entre los creyentes! Ignorancia consiguiente e ignorancia no consiguiente.
Ignorancia consiguiente es aquella que se deriva de una instrucción verdaderamente rudimentaria, de una instrucción religiosa anclada en el a. b. c. de la Religión, motivada por el alejamiento de centros religiosos –lo que entraña gran culpabilidad por parte de los interesados– o por incuria de aquellos ministros que no se gastan a sí mismos en dar a conocer a Dios entre sus propios corderos; pastores ídolos a los que Yo miro con rostro severo.
Esta ignorancia no priva del Cielo a quienes la poseen porque Yo soy justo y no culpo de ella a un espíritu cuando sé que su ignorancia no es voluntaria sino que atiendo a su fe. Y si veo que se mantuvo recto con aquel hilo de ciencia de Dios que le suministraron, le premio, igual que si hubiera sabido mucho, en la medida que premio a un doctor santo. No es culpa suya si sabe poco. Es, en cambio, mérito suyo si de su poco saber ha sabido extraer fuerza valiéndose de estas ideas elementales. "Dios existe. Yo soy su hijo y esta condición me obliga a obedecer su Ley y, obedeciendo, conseguiré la posesión de Dios eternamente por los méritos del Salvador que me ha proporcionado la Gracia". El Espíritu de Dios se sustituye con ideas de luz iluminando al creyente cuyo pastor le desatiende o se ve en zonas en las que raramente hay pastor.
Ahora bien, se da asimismo la ignorancia no consiguiente, que es la de quien, pudiendo, no quiere instruirse o, una vez instruido, lo olvida y torna a la ignorancia al así quererlo por su conveniencia. Al que quiere vivir a lo bruto le es necesario olvidar la Verdad.
Esta ignorancia Yo la maldigo. Es uno de los pecados que atraen mi enojo sin perdón posible. ¿Por qué? Porque es repudiar a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Un hijo que para nada quiere conocer a su padre o que, conociéndolo, quiere y llega a olvidarle, ¿qué hijo es? Un rebelde a las voces, no digo sobrenaturales sino hasta naturales de la sangre. Inferior, por tanto, a los brutos que, mientras por la edad están sujetos al padre, le reconocen y siguen. Qué rebelión sea pues esa insurrección contra un Dios que es Padre por la carne y por la sangre, por el alma y por el espíritu, lo dejo a vuestra consideración.
Repudian al Hijo porque, sin tener para nada en cuenta el sacrificio del Dios-Hijo que se encarnó para traer la Verdad al Hombre además de la Redención, apagan en sí las voces de esta Verdad para vivir en su mentira.
Repudian al Espíritu Santo porque la Verdad va siempre unida a la Ciencia, siendo Esta la que con su luz os hace comprender las verdades más sublimes. Ya lo dije: "Yo me voy teniendo aún muchas cosas que deciros; mas, por ahora, no estáis capacitados para comprenderlas. Ahora bien, cuando venga el Espíritu de Verdad os instruirá en toda verdad y completará mi obra de Maestro haciéndoos capaces de entender" (Jn 16, 12-15).
¡Oh eterno Divino Espíritu que de tal suerte nos amas que, por la gloria del Padre, bajaste a celebrar purísimas nupcias para engendrar al Redentor y que, siendo igual a Mí, llegaste a ser mi generador Tú, que procedes de Mí y del Padre! ¡Oh eterno Divino Espíritu que, por la gloria del Hijo, derramaste tu Fuego y de continuo lo derramas para hacer que la Palabra sea comprendida y las criaturas, de hombres lleguen a ser dioses viviendo conforme a la Gracia y la Palabra! ¡Misterio de nuestro Amor! ¡Poema inconcebible que sólo en el Paraíso será plenamente conocido por los elegidos!
Lo dije Yo: "La blasfemia contra Mí llegará a ser perdonada; mas el que blasfemare contra el Espíritu Santo, éste no será perdonado" (Mt 12, 30-32; Mc 3, 28-29; Lc 12, 10). ¿Qué blasfemia es la que se acostumbra a lanzar contra El? El desamor que se manifiesta negándose a acoger la Verdad iluminada por El.
Pero volvamos al inicio del dictado.
La ignorancia difundidísima entre los creyentes
proyecta ideas equivocadas sobre la semejanza con Dios
La ignorancia difundidísima entre los creyentes proyecta ideas equivocadas sobre la semejanza con Dios. No semejanza física, pues Dios-Espíritu carece de rostro, estatura y estructura, sino que el hombre tiene la semejanza que Dios Creador ideó para el hombre.
Ciertamente, el Poderoso e Infinito no tenía necesidad de obtener al hombre a través de una evolución secular de cuadrumanos. El cuadrumano fue cuadrumano desde el momento en que fue creado e hizo sus primeras cabriolas sobre los árboles del paraíso terrenal; y el hombre fue hombre desde el momento en que Dios lo creó del barro y, cosa no hecha con ser alguno creado, le insufló el espíritu en el rostro (Gn 2, 7).
La semejanza con Dios radica en este espíritu eterno, incorpóreo y sobrenatural que tenéis en vosotros, en este espíritu, átomo del infinito Espíritu que, recluido en angosta y precaria cárcel, espera y anhela volver a su Fuente y condividir con Ella libertad, gozo, paz, luz, amor y eternidad.
La imagen persiste aun en donde ya no existe semejanza, puesto que el hombre continúa físicamente tal a los ojos de los hombres por más que, a los ojos de Dios, de los sobrenaturales habitantes del Cielo y de unos pocos elegidos de la tierra, aparezca con su nuevo aspecto de demonio. Con su verdadero aspecto desde que la culpa mortal le privó de la semejanza con Dios, careciendo ya en él su espíritu de vida.
El hombre sin Gracia, que se la arrebató la culpa, ya no es más que el sepulcro donde se pudre su espíritu muerto. He aquí por qué en la resurrección de la carne los humanos, por más que todos tengan una misma imagen física, serán desemejantes entre sí: de aspecto semidivino los bienaventurados y de aspecto demoníaco los condenados. Entonces se transparentará al exterior el misterio de las conciencias. ¡Terrible conocimiento!
El hombre se hace tanto más semejante a Dios
cuanto más vive en la Gracia y la acrecienta,...
El hombre se hace tanto más semejante a Dios cuanto más vive en la Gracia y la acrecienta, bien que, de por sí, sea infinita, con los méritos de su vida santa. Es preciso esforzarse en alcanzar la perfección de la semejanza. Cierto que jamás la alcanzaréis por cuanto la criatura no puede ser semejante al Creador; pero os aproximaréis, en la medida que os es concedido, a esta sobrenatural Belleza.
Lo dije Yo: "Sed perfectos como mi Padre" (Mt 5, 48). No os puse límite alguno en la perfección. Cuanto más os esforcéis en alcanzar esta perfección, más caerán los muros de lo humano como muralla asaltada por fuerzas victoriosas, se acortarán las distancias, se agudizará la vista y aumentará la capacidad de entender, comprender, ver y conocer a Dios.
Ahora bien, es preciso tender a ella con todas vuestras fuerzas y con toda vuestra generosidad sin "volverse atrás" (Lc 9, 62) para mirar lo que se deja, sin detenerse nunca y sin cansarse. El premio justifica el heroísmo porque el premio consiste en sumergirse en el goce del Amor y tener, por tanto, a Dios como lo tendréis en el Cielo.
¡Oh unión beatífica y posesión maravillosa! Vuestra es, hijos míos fieles; venid y saciaos de ella!"
Habíame propuesto escribir esta mañana la continuación de mi gozo de ayer noche. Mas, no bien ha amanecido, Jesús ha dictado, habiéndolo de hacer ahora por fuerza.
La figura de Santa Teresa del Niño Jesús
Después de hecha la hora de agonía con Jesús en el Huerto, me he quedado tranquila pensando en las lindas manos de mi santita (Santa Teresa del Niño Jesús, en la visión del 13 de julio). De su figura no acertaba a pensar sino en sus manos por ser lo único que de ella había visto y, como una niña, ardía en deseos de averiguar cómo aparecen en los retratos que de la misma se acompañan a su autobiografía. Mas, en modo alguno esperaba verla. Y, sin embargo, como un cuadro que va poco a poco iluminándose, se me ha ido desvelando. Tras las manos, los brazos un tanto extendidos hacia mí en ademán de abrazarme, después el cuerpo y, por último, el rostro.
Sí, los retratos, especialmente los primeros, se le parecen, porque ahora, toca y retoca, casi la han desfigurado. Pero observo que han redondeado más de los debido el óvalo de su figura. Yo la reconozco mejor en el óvalo enjuto de sus últimos momentos, sin duda porque el aspecto espiritualizado en que la he visto, parecía consumirse en la misma llama luminosa que se desprendía de ella.
Sonreía con la boca y los ojos. Muy hermosa y joven, con los hoyuelos en las comisuras de la boca, y dos ojos, de un gris tirando a la pervinca, bellísimos. No me ha parecido muy alta; poco más o menos como Paula (Paula Befanti), si bien aparentaba más por la amplitud de su hábito y por su porte digno, o mejor diría, regio. No llevaba manto ni crucifijo cubierto de rosas. Aparecía como cuando estaba en sus ocupaciones monásticas, con sólo y únicamente el hábito marrón oscuro y la toca blanca bajo el velo negro. Sus manos eran ciertamente más alargadas que las de María, pero muy hermosas. Se ha dejado mirar con una suave sonrisa y asimismo rogar con una sonrisa prometedora. Después se ha marchado no dejándome a mí sino su recuerdo y un tenue perfume en el ambiente.
lo que se dice para mí, se me han aparecido bien pocos santos
Pienso que a mí, lo que se dice para mí, se me han aparecido bien pocos santos: S. Juan muchas veces; S. José una vez en enero (visión del Paraíso) y más veces en los días horrendos del 10 al 24 de abril. Después S. Francisco una vez aquí, a primeros de mayo, me parece. Y ahora Santa Teresa del Niño Jesús. A los demás los he visto en visión y para todos. ¡Ah!, no. También Santa Inés cuando me dictó sus palabras (20 de enero). Y pare usted de contar. A algunos les parecerá que veo muchos, aunque a mí no me lo parece. Durante más de un año de... misión especial (diré así) tan sólo he visto para mí cinco, o mejor, seis si cuento a Nennolina. Y aquellos a quienes siempre rezo: S. Francisco y Teresita, después de más de un año de dictados, y ninguno de los dos como generalmente se les representa.
Me encuentro muy contenta, ¿sabe? Ayer noche, mientras la miraba, decíale: "Un pétalo siquiera de tus rosas para darme a entender que se me ha concedido lo que pido" y en modo alguno me hubiera extrañado de encontrarlo para dárselo. Mas, por el contrario, tan sólo he percibido un suave olor a rosas después de que ella se ha marchado.
Ella y S. Francisco fueron mis maestros al tiempo en que comencé a ir en busca de Jesús. Durante años no tuve otros guías. Y ahora que pienso hallarme cerca del fin, o al comienzo más bien, soy muy feliz sintiéndomelos cercanos. Ellos me ayudarán a comprender a Jesús. Por más que sufro tanto físicamente, aún perdura en mí la serenidad.
¿No es realmente hermoso que, como preparación para la festividad del Carmen, haya recibido la visita de María, Reina del Carmelo, y la de la santita del Carmelo?
el canto que yo entono muchas veces:
Pienso que el 16 de julio de 1897 le fue llevada a la seráfica Teresita la comunión como viático, siendo saludada con el canto que yo entono muchas veces:
¡Oh Dios!, Tú, que mi nulidad tan bien comprendes y no rehuyes abajarte a mí... ¡Sacramento adorado!, a mi corazón desciende, a este mi corazón que anhela a Ti. Quiero, dulce Señor, que tu bondad me haga después de aquesto fallecer de amor. La voz escucha de mi gran deseo: Ven a mi corazón...
Yo entonces tenía pocos meses: cuatro; y ahora tal vez no me queden cuatro de vida o para esperar la Vida. Mas ¿no tengo acaso los mismos sentimientos de Teresa, si bien más imperfectos? ¿La misma sed eucarística, igual deseo de morir de amor e idéntica y única esperanza: Jesús?
No por deseo de alabanza humana sino por amor de Dios, querría ser como la santita. Hago cuanto puedo. ¡Oh no!, no me arrepiento de haberme entregado al Amor; no, en modo alguno me arrepiento de ello. Únicamente me desagrada haberme entregado tan tarde y tan mal, doliéndome tan sólo que el Amor me vaya consumiendo tan lentamente.
No temáis entregaros a Jesús, al Amor suave y misericordioso
Yo no tengo voz como para hacerme oír del mundo; mas si la tuviera, querría decir a todos. "No temáis entregaros a Jesús, al Amor suave y misericordioso. El corresponde con tales dulzuras a nuestra donación que no hay palabra capaz de explicarlo. Valiéndome de una comparación, es como poner el reflejo de la luz trémula de una lamparilla frente a la inmensidad del sol. Y para las pequeñas almas que pecaron y ahora tornan a Dios, o para aquellas otras que no saben hacer grandes cosas, no se da otro camino a seguir para alcanzar a aquellas que no erraron o que supieron tocar las cimas del heroísmo penitencial, sino entregarse al Amor dejando que El haga... Que haga lo que quiera de nosotros y en nosotros. Nos hará hacer mucho más de lo que habríamos de nuestra parte aun por espacio de muchos años de vida austera y generosa".
¡El Amor! ¡Qué Maestro! ¡Qué impulsor! ¡Qué purificador! o no tengo más moneda que ésta: mi amor entregado al Amor. Y con ella, no por mérito mío sino por la misericordia de mi Amor, tengo seguridad de conquistar el Cielo.
Como estoy segura asimismo de que las cosas extraordinarias que me suceden no son ciertamente para mí monedas de conquista, antes... contramonedas, ya que pueden inducirme a la soberbia y yo debo recibirlas con humildad reconociendo que no son para mí sino para los demás. Yo soy tan sólo el canal por el que descienden, estando obligada por ello a santificarme cada vez más a fin de ser digna de recibirlas sin profanarlas con un contacto impuro. Un don, por tanto, no exento de peligro.
En cambio, cuando amo con todas mis fuerzas y por amor del Amor me sacrifico, ¡oh!, entonces estoy segura de no errar y, lo que es más, este amor será ciertamente mi absolución de todas cuantas imperfecciones haya podido cometer en todos los órdenes de mi existencia; y así vaya creciendo más y más para que sea mi salvación eterna.
No te pido, Señor, la gloria de las visiones sino la gracia de amarte cada vez más.
523-531
A. M. D. G.