20 de julio.

Del capítulo 34, v. 29 de Job

 

 

"Si Dios otorga paz, ¿quién podrá condenar?"

 

 


 

Semejantes en todo a los doctores de ahora que juzgan y condenan con pretextos ridículos y crueles a mis predilectos, y a Mí con ellos

   Es del corazón de donde salen las cosas que contaminan al hombre 

  Si Yo le concedo paz, quién podrá condenar Condenar, ¿qué?

   El Paraíso. ¿Concepto tan sólo? No, es realidad

   no neguéis que estos mis amadores puedan repetir las armonías sobrenaturales aprendidas de Mí y de mis santos 

  Por qué queréis negar y decir a Dios: No te es lícito hacer esto

   Dos son las cosas que, de modo absoluto, exijo en ellos: amor y fidelidad a la Verdad   –no sólo a la Verdad-Dios sino también a la Verdad-virtud– y sincera humildad

 


 

Dice Jesús:

"Desde los tiempos antiguos habíase dicho ya: "Si Dios otorga paz, ¿quién podrá condenar?" (v. 29).

 

Semejantes en todo a los doctores de ahora

que juzgan y condenan con pretextos ridículos y crueles

a mis predilectos, y a Mí con ellos

 

Y, con todo, aquellos doctores que siempre me acusaban y se sabían a la perfección las palabras del libro, juzgaban de muy distinta manera. ¿Por qué? Porque sabían la letra, mas no comprendían el espíritu de la misma. Semejantes en todo a los doctores de ahora que juzgan y condenan con pretextos ridículos y crueles a mis predilectos, y a Mí con ellos.

También se atrevieron a condenar a Zaqueo. Dios había concedido la paz a su siervo arrepentido que volvía a la casa del Padre, que no de su Amo. Estos le condenan a El y a su siervo porque, según ellos, no era suficiente la forma de arrepentimiento de Zaqueo. ¡Era natural! Carecía de aquellas formas hipócritas, todas exteriores, que ellos, fariseos y escribas, preconizaban; formas empleadas para engañar al mundo con una pretendida santidad que era pura ficción, ya que su interior estaba y seguía estando apestado con sus vicios. Era un verdadero arrepentimiento de su corazón.

 

Es del corazón de donde salen las cosas que contaminan al hombre

 

Dije Yo: "Es del corazón de donde salen las cosas que contaminan al hombre (Mt 15, 10-11; Mc 7, 14-15). Mas también salen de él las cosas que le santifican. De este tabernáculo que, como en copón de oro contiene a vuestro espíritu en el que, por una espiritual transustanciación se encarna y reside Dios, salen los buenos pensamientos, las rectas intenciones, las firmes voluntades de ser santos, los heroísmos que os consiguen el Cielo y los arrepentimientos sinceros que borran de la mente de Dios hasta el recuerdo de vuestras culpas, llevándoos a El y El a vosotros mediante su beso de Padre.

El mundo farisaico, que nunca deja de existir y de actuar, juzga y condena hasta a mis predilectos. ¿Cómo, que éste  es una "voz"? ¡No puede ser ! ¿Qué ha hecho para merecerlo?

Nada y todo, respondo Yo. Nada si se compara su miseria con el poder y la perfección de Dios; y todo si se considera su generosidad entregada por completo a Dios, a sólo Dios que opera bajo la humildad de una vida común, amante hasta la consunción de las fuerzas físicas y obediente tanto en las grandes como en las pequeñas cosas y hasta en las insignificancias que Yo exijo para mantenerlo siempre dócil a mis deseos y probarlo de continuo en su mansedumbre. Creed que sólo quien ama "con todo lo que es" es capaz de entregar con una sonrisa a Dios que se lo pide como fruta que llevarse a la boca: el sacrificio de un padre o de cualquier otro afecto santo, la palabra que le indico callar, la casa, el pan o el descanso que le digo que deje en momentos de profundo cansancio para continuar en mi servicio.

 

Si Yo le concedo paz, ¿quién podrá condenar?

Condenar, ¿qué?

 

Si Yo le concedo paz, ¿quién podrá condenar? Condenar, ¿qué? ¿Lo que Dios juzga ser merecedor ahora de bendiciones y caricias y de bienaventuranza después? ¿Condenar el bien que se hace a sí mismo y a los demás? Imitadle y no le condenéis, y avergonzaos, siervos disolutos cuando no satanases blasfemos, de no saber servir ya a vuestro Señor Dios, de no saber ya recibir, comprender ni decir las palabras del eterno Espíritu y de no saber ya haceros pan para las almas de vuestros semejantes, de las que tan sólo sois hielo, veneno y cadena.

Condenar, ¿qué? ¿Su modo de hablar o de escribir? ¡Oh!, mirad, espíritus angélicos o vosotros, felices poseedores del Paraíso, a esos homúnculos con las alas de su ánimo rotas o a falta de ellas, que, incapaces ya de remontar el vuelo, piensan que tampoco los demás lo puedan hacer. Fijaos en esos topos ciegos que, al no poder ellos ver el sol, niegan su existencia y que otros lo vean. Ved a esos cuervos desprovistos de canto que, porque ellos no pueden repetir las armonías que otros aprendieron de los Cielos, niegan que exista esa voz.

Pues bien, adonde no alcanzan las alas del pajarillo enamorado de Dios, allí acuden las alas angélicas para subirlo a la altura que Yo quiero. Yo, Yo mismo, Águila de amor que me lanzo y arrebato a lo alto hasta mi Paraíso y le muestro esta belleza que vosotros no acertáis ni a imaginar tomándola por locura, ocultando vuestra incapacidad bajo un alud de palabras cuyo contexto viene a ser éste: "El Paraíso es indescriptible por ser un mero concepto".

 

El Paraíso. ¿Concepto tan sólo?

No, es realidad

 

¿Concepto tan sólo? No, es realidad. Habla tú, pajarillo mío, que subiste sobre las alas del Águila que te ama, y di si el Paraíso es tan sólo concepto, o bien, realidad espiritual, realidad de luz, canto, gozo, belleza. Diles a éstos que tienen sus alas pegadas al barro –porque su inercia se las ha roto reduciéndoselas a miembros muertos– qué es lo que se merece el Paraíso y cómo hayan de abrazarse con una sonrisa el dolor, la pobreza y la enfermedad pensando en este Lugar en donde les espera el Gozo sin fin.

El Sol que a duras penas veis vosotros tras las tupidas cortinas de nieblas producidas por vuestra sensualidad carnal y mental, por vuestros racionalismos que han pulverizado en vosotros la capacidad de llegar a creer con la simplicidad de los niños y la firmeza de los mártires, ese Sol que vosotros ya no podéis contemplar porque no acertáis a liberar la cabeza del pesado yugo de vuestra humanidad que subyuga en vosotros al espíritu –mientras mis benditos, libres de toda humana constricción, están con la cabeza de su ánimo siempre alzada para adorarme a Mi-Sol– ese Sol está ahí difundiendo océanos de luz y de fuego para investir de calor y revestir de esplendor a estos mis amigos para los que tengo ya dispuesto un trono eterno. Ahí está, siendo ya suyo, pues esplende sobre sus cabezas como el rostro de un padre sobre la cuna de su niño, no habiendo nada más dulce que esta amorosa y delicada tutela de amor que no les abandona un instante.

 

no neguéis que estos mis amadores

puedan repetir las armonías sobrenaturales

aprendidas de Mí y de mis santos

 

Vosotros, que no sabéis cantar vuestras armonías a Dios ni decirle que le amáis, no con la boca sino con el corazón –siendo ésta la armonía que Dios quiere oír del hombre– no neguéis que estos mis amadores puedan repetir las armonías sobrenaturales aprendidas de Mí y de mis santos. Mis amadores han flexibilizado su espiritual garganta gorjeando sin cansarse por el transcurso del tiempo ni por contrariedad alguna de la vida, su himno de amor, haciendo de todas las cosas un arpegio de notas para cantarme: "Te amo". Así es como han podido ser capaces de aprender a repetir los cánticos del Cielo.

¡Oh!, benditos éstos que os descubren puntos y luces, que os traen luces y palabras que vuestra miseria desconoce; éstos que, con una total esclavitud de amor, se encuentran clavados a un patíbulo que, como el mío, tiene su base fija en el fango de la tierra y su cúspide penetra en el azul del cielo; puntos en los que podéis apoyaros para subir –vosotros que tan sólo sabéis rastrear– para subir y comprobar cuán bello es el cielo azul y enamorarse de él, despertándose de tal suerte el deseo de imitarles.

 

¿Por qué queréis negar y decir a Dios:

"No te es lícito hacer esto"?

 

¿Por qué queréis negar y decir a Dios: "No te es lícito hacer esto"? La apostolicidad de la Iglesia no concluyó con los Apóstoles, pues tiene su continuidad en los apóstoles menores, ya que cada santo, cada "voz" es uno de ellos y Yo, Cabeza de la Iglesia apostólica, puedo escoger y distribuir por doquier para vuestro bien a estos mis apóstoles menores.

¿Que son humildes con respecto a vosotros, doctos? Bueno, ¿y qué eran los doce primeros? Pescadores, analfabetos ignorantes. Con todo, los tomé a ellos y no a los rabinos doctos porque ellos, conscientes de su nulidad, estaban en condiciones de aceptar la Palabra mientras que los rabinos, saturados de orgullo, eran incapaces de hacerlo. Es la humildad lo que Yo busco y si, aun permaneciendo amorosos, puros y generosos, ellos se hubieran hecho soberbios, los hubiese abandonado sin duda alguna.

 

Dos son las cosas que, de modo absoluto, exijo en ellos:

amor y fidelidad a la Verdad

   –no sólo a la Verdad-Dios sino también a la Verdad-virtud–

y sincera humildad

 

Dos son las cosas que, de modo absoluto, exijo en ellos: amor y fidelidad a la Verdad   –no sólo a la Verdad-Dios sino también a la Verdad-virtud– y sincera humildad. Mas con ésta, sobre todo, soy inexorable. La soberbia, signo de Satanás, signo distintivo de Satanás, me fuerza a alejarme con desagrado.

Recapacitad, por tanto, que si Yo les otorgo mi paz, ninguno de vosotros puede condenarles. Ellos se encuentran muy por encima de vuestras condenas. Recostados en mis brazos, aman y escuchan los secretos de Dios que después os los ofrecen, de acuerdo con lo que Dios quiere, para lanzaros un collar de perlas paradisíacas que os sirva de guía y de escalera para subir al Cielo.

"Voz" mía, te doy mi paz y descansa en ella como niño en el regazo de su padre."

532-536

A. M. D. G.