23 de julio
Santa Cecilia II
Valeriano y Tiburcio, hermanos, son bautizados
La asamblea se disgrega y los cristianos tornan a sus casas.
Vuelvo a ver a Cecilia sola y comprendo que se encuentra ya perseguida por la ley romana
Le anuncian el martirio de su esposo
Se me ahorra la escena del martirio. Vuelvo a ver a Cecilia en una especie de torre
El perfume de la virtud. Otro medio no empleó Cecilia.
La bondad del Señor me concede la continuación de la visión.
Valeriano y Tiburcio, hermanos, son bautizados
Veo pues el bautismo de dos hermanos (Valeriano y Tiburcio) instruidos ciertamente por el Pontífice Urbano y por Cecilia. Lo comprendo porque Valeriano, al saludar a Urbano, le dice a éste: "Así pues tú, que me has proporcionado el conocimiento de esta gloriosa Fe mientras que Cecilia me ha hecho gustar su dulzura, ábreme las puertas de la Gracia.. Que yo sea de Cristo para asemejarme al ángel que El me concedió por esposa abriéndome los caminos del Cielo hacia el que me dirijo olvidándome por completo de mi pasado. No tardes más, Pontífice. Y creo y ardo en deseos de confesar mí fe para gloria de Jesucristo nuestro Señor".
Dice esto en presencia de muchos cristianos que se muestran profundamente conmovidos y contentos sonriendo al nuevo cristiano y a la feliz Cecilia que lo tiene de la mano, puesta entre el esposo y el cuñado, centelleante por el gozo de este momento.
La iglesia catacumbal aparece totalmente adornada para la ceremonia. Reconozco paños y vasos preciosos que estaban en la morada de Valeriano. Con seguridad que han sido donados para esta ocasión y dar comienzo así a una vida de caridad de nuevos cristianos.
Valeriano y Tiburcio están vestidos de blanco sin atavío alguno y Cecilia, que parece un ángel hermoso, está asimismo vestida totalmente de blanco.
No hay pila bautismal propiamente dicha o, al menos, en esta catacumba no la hay. Lo que sí hay es un amplio y riquísimo barreño colocado en un trípode bajo. Tal vez originariamente fuese un quemador de perfumes en alguna casa patricia o un quemador de incienso. A la sazón hace de pila bautismal. Los laminados de oro que alternan con las grecas y rosetones de plata maciza del barreño, brilla a la luz de las numerosas lamparillas que los cristianos portan en sus manos.
Cecilia conduce a los dos junto al barreño y está a su lado mientras el Pontífice Urbano, haciendo uso de uno de los vasos traídos por Valeriano, alcanza el agua lustral y la vierte sobre las cabezas inclinadas encima del barreño pronunciando la fórmula sacramental. Cecilia llora de gozo y yo no sabría decir donde fija su mirada con precisión puesto que, si bien la posa acariciadora sobre el esposo ya redimido, parece estar viendo más allá y sonreír a lo que sólo ella contempla.
No has más ceremonia, terminando ésta con el canto de un himno y la bendición del Pontífice. Valeriano, con gotas aún de agua en sus cabellos negros y rizados, recibe el beso fraternal de los cristianos y su felicitación por haber acogido la Verdad.
Infeliz pagano envuelto en el error, no era yo capaz de tanto.
Todo el mérito es de esta dulce esposa mía
"Infeliz pagano envuelto en el error, no era yo capaz de tanto. Todo el mérito es de esta dulce esposa mía. Su belleza y su gracia habíanme seducido como hombre; mas su fe y su pureza fueron las que sedujeron mí espíritu y así, para poderla amar y comprender más todavía, no quise ser diferente a ella. De mí, iracundo y sensual, ella hizo lo que veis: un hombre apacible y puro, y, con su ejemplo, espero adelantar cada vez más por estos senderos. Ahora te veo, ángel del virginal candor, ángel de mi esposa, y te sonrío porque me sonríes. Ahora te veo, angélico esplendor...! El gozo de contemplarte supera con creces la acerbidad del martirio. Cecilia santa, disponme a él. Sobre esta estola quiero escribir con mi sangre el nombre del Cordero".
La asamblea se disgrega y los cristianos tornan a sus casas.
La asamblea se disgrega y los cristianos tornan a sus casas.
En la de Valeriano se aprecian muchos cambios. Hay todavía riqueza de estatuas y mobiliario, si bien más reducida y, sobre todo, más casta. Faltan: el sitio destinado a los dioses de casa y los braseros para los inciensos ante los dioses. Las estatuas más impúdicas han dejado su puesto a otras labores escultóricas que, por ser reproducciones de niños juguetones o de animales, resultan agradables a la vista aunque sin ofensa del pudor. Es ya, en fin, la casa cristiana.
En el jardín se encuentran recogidos muchos pobres a los que los nuevos cristianos distribuyen víveres y bolsas con dinero. En la casa ya no hay esclavos sino criados liberados y felices.
Comprendo por qué sea patrona de los músicos.
Su voz es flexible y armoniosa
y sus manos se mueven ágiles sobre la cítara o tal vez sea la lira,...
Cecilia pasa sonriente y bondadosa y más tarde la veo sentarse entre el esposo y el cuñado y leerles fragmentos sagrados, respondiendo asimismo a sus preguntas. Y después, a instancias de Valeriano, canta himnos que deben agradar sobre manera al esposo. Comprendo por qué sea patrona de los músicos. Su voz es flexible y armoniosa y sus manos se mueven ágiles sobre la cítara o tal vez sea la lira, extrayendo de ella acordes semejantes a perlas rebotando sobre un fino cristal y arpegios dignos de la garganta de un ruiseñor.
Nada más veo puesto que la visión cesa para mí con esta armonía.
y comprendo que se encuentra ya perseguida por la ley romana
Vuelvo a ver a Cecilia sola y comprendo que se encuentra ya perseguida por la ley romana.
La casa aparece devastada y despojada de cuanto suponía riqueza. Mas esto bien pudiera ser obra de los propios esposos cristianos. El desorden, por el contrario, hace suponer que hayan entrado violenta e iracundamente los perseguidores destrozando y revolviendo todo.
Cecilia se encuentra en una espaciosa sala semidesnuda orando fervorosamente. Llora, mas sin desesperación. Es el llanto producido por un dolor cristiano en el que no falta el consuelo espiritual.
Le anuncian el martirio de su esposo
Entran dos personas. "La paz sea contigo, Cecilia", dice un hombre de unos cincuenta años, lleno de dignidad.
"La paz sea contigo, hermano. ¿Y mi esposo...?
"Su cuerpo reposa en paz y su alma está en el gozo de Dios. La sangre del mártir, o mejor, de los mártires, ha subido como incienso al trono del Cordero junto con la del perseguidor convertido. No hemos podido traerte las reliquias de miedo a que cayeran en manos de profanadores".
"No importa. Mi corona está ya descendiendo. Pronto estaré en donde se encuentra mi esposo. Rogad, hermanos, por mí alma y marchad puesto que esta casa ya no ofrece seguridad. Procurad no caer en las uñas de los lobos para que la grey de Cristo no quede sin pastores. Yo misma os indicaré cuando hayáis de venir. La paz sea con vosotros, hermanos".
Deduzco de esto que Cecilia se encuentra ya en situación de arrestada. No sé por qué la habrían dejado en casa; mas, virtualmente, es ya una prisionera.
La virgen está en oración envuelta en una luminosidad vivísima y, mientras sus ojos vierten lágrimas, se entreabren sus labios con una sonrisa celestial. Resulta un contraste bellísimo en el que se observa cómo el dolor humano se funde con el gozo sobrenatural.
Se me ahorra la escena del martirio.
Vuelvo a ver a Cecilia en una especie de torre
Se me ahorra la escena del martirio. Vuelvo a ver a Cecilia en una especie de torre. La llamo así porque el sitio es circular como una torre. Un lugar amplio y más bien bajo, al menos así me parece por la niebla de vapor que lo llena más que nada en su parte alta formando una nube que impide ver bien. También ahora se encuentra sola, abatida ya, aunque todavía no en la pose con que fue inmortalizada en la estatua del Maderno (La célebre estatua que se admira en la iglesia de Santa Cecilia en el Transtévere, en Roma.) (así parece).
Está de lado como si durmiese. Las piernas un tanto dobladas, los brazos recogidos en cruz sobre el seno, los ojos cerrados y un leve jadear en su respiración. Los labios, muy lívidos, apenas se mueven. Sin duda rezan. La cabeza descansa sobre la masa de sus cabellos en desorden como sobre un cojín de seda. No se ve sangre pues ésta ha escurrido fuera a través de unos orificios del pavimento que se encuentra en su totalidad perforado como una criba. Sólo hacia la cabeza muestra el mármol blanco círculos rojizos en cada uno de sus orificios cual si los hubiesen pintado por su interior con minio.
Cecilia no gime ni llora. Reza tan sólo. Tengo la impresión de que cayó así al ser herida y que así ha continuado, sin duda por la imposibilidad de levantar la cabeza y, en particular, el cuello a causa de tener seccionados los nervios. Con todo aún resiste la vida. Mas cuando ella siente que ésta se halla a punto de acabarse, hace un sobrehumano esfuerzo para moverse y ponerse de rodillas. Mas lo único que consigue es describir una semirrotación sobre sí misma y caer en la posición que la vemos (En la estatua de la que se habla anteriormente y que fue encargada por el cardenal Pablo Sfondrati al escultor Esteban Maderno. Representa el cuerpo de la santa mártir en la posición en que fue encontrado el año 1599), tanto en lo que hace a la cabeza como a los brazos sobre los que se apoyó en vano y que resbalaron sobre el mármol sin alcanzar a sostener el busto. En donde primeramente estuvo la cabeza aparece una mancha roja de sangre fresca y los cabellos del lado de la herida, empapados en sangre como están, parecen una madeja de hilos purpúreos.
La santa muere sin sobresalto alguno en un último acto de fe llevado a cabo con los dedos para suplir a la boca que ya no puede hablar. Al estar contra el suelo, no veo la expresión de su rostro si bien, ciertamente, Cecilia ha muerto con la sonrisa en los labios.
Dice Jesús:
"La fe es una fuerza que atrae y la pureza un canto que seduce. Ya habéis visto el prodigio.
El matrimonio es un sacramento,
aunque no fuese sacramento,
es siempre el acto más solemne de la vida humana
cuyos frutos llegan casi a equipararos al Creador de las vidas
El matrimonio debe ser, no escuela de corrupción sino de elevación. No estéis por debajo de los brutos, los cuales no corrompen con inútiles lujurias la acción generadora. El matrimonio es un sacramento y, como tal, es y debe seguir siendo santo para no terminar en sacrilegio. Mas, aunque no fuese sacramento, es siempre el acto más solemne de la vida humana cuyos frutos llegan casi a equipararos al Creador de las vidas y, como tal, ha de esta imbuido, al menos, por una sana moral humana. Si así no es, constituye delito y lujuria.
El que dos se amen santamente desde el principio viene a resultar cosa rara por hallarse la sociedad corrompida con exceso. Mas el matrimonio es de elevación recíproca o, al menos, debe ser tal. El cónyuge mejor debe ser fuente de elevación, no limitándose a ser bueno sino esmerarse en que su bondad alcance al otro.
Hay una frase en el "Cantar de los cantares" que expresa el poder suave de la virtud: "¡Atráeme a ti! Correremos en pos de ti al olor de tus perfumes" (Cantar de los cantares" 8, 4 Vulgata: 1,3).
El perfume de la virtud. Otro medio no empleó Cecilia.
El perfume de la virtud. Otro medio no empleó Cecilia. No hizo uso de amenazas ni altanerías con Valeriano. Como esposa que ha de presentarse al rey, se ungió con sus méritos como con otros odoríferos óleos y con ellos atrajo al bien a Valeriano.
"Atráeme a Ti" me dijo a lo largo de toda su vida y especialmente en el momento de las nupcias. Perdida en Mí, era tan sólo una parte de Cristo. Y, del modo que en el fragmento de una partícula se halla Cristo en su totalidad, así me hallaba Yo en esta virgen, operante y santificante, cual hubiéralo estado de nuevo por los caminos del mundo.
"Atráeme a Ti para que Valeriano te sienta a través de mí y de nosotros (he aquí el verdadero amor de la esposa) y nosotros correremos en pos de Ti". No se limita a decir: "y yo correré en pos de Ti porque no puedo vivir sin sentirte", sino que quiere que el consorte corra hacia Dios junto con ella y así le embriague a él también la nostalgia del olor de Cristo.
Y lo consigue. Como capitán sobre navío embestido por el oleaje, –el mundo– ella salva en primer lugar a sus más queridos y, por último, abandona la nave sólo cuando aparece abierto ya para ellos el puerto de la paz. Queda entonces cumplida su misión, no faltando ya sino dar testimonio de su propia fe más allá de la vida.
No hay entonces por qué llorar. Si acaso ello podía ser antes debido a un amoroso afán por los dos que estaban sufriendo el martirio y que, como hombres, podían ser tentados a la abjuración. Mas ahora que ya son santos en Dios, no hay por qué llorar. Paz, plegaria y grito, mudo grito de fe. "Yo creo en el Dios Uno y Trino".
Cuando se vive de fe, se muere con un destello de fe en los labios y en el corazón. Cuando se vive de pureza, se logra la conversión sin acopio de palabras. El perfume de la virtud hace convulsionar al mundo. No todo el mundo se convierte, pero sí los mejores del mismo; y eso basta.
Cuando sean conocidas las acciones de los hombres, entonces se verá cómo para la santificación, más que las grandilocuentes predicaciones valieron las virtudes de los santos esparcidos por la tierra. De los santos, esto es, de los amantes de Dios."
556-562
A. M. D. G.