26 de julio
Cómo se pueden mancillar
las virtudes y obras buenas
Enseñanzas del Señor
El amor de Dios es impuro cuando...
De igual manera es impuro el amor al prójimo cuando...
La misericordia es ciertamente hermosa
¡La oración!... Acaso no es la respiración del alma
El deseo de poseer los dones de Dios y la santidad es casi una obligación.
En verdad os digo que en mi Cielo hay santidades y santos de las más variadas características
Si los santos tienen a Dios, qué otra cosa queréis que les seduzca
Y la mortificación ¡Oh!, ha de ser igualmente pura
Dice Jesús:
"El amor, la misericordia, la oración, la mortificación y el deseo de poseer los dones de Dios y la santidad, sentimientos dignos sin duda de alabanza, pueden mancillarse con impurezas que los maleen haciendo que no sean aceptos a Dios.
La pureza de corazón no consiste
en poseer un corazón encerrado en un cuerpo virgen
ni en un cordial deseo de permanecer tal.
La pureza de corazón no consiste en poseer un corazón encerrado en un cuerpo virgen ni en un cordial deseo de permanecer tal. La pureza de corazón es algo tan delicado que la pureza física viene a ser nada en su parangón. Muro sólido es ésta contra el que rebotan, sin lesionarle de importancia, las tentativas de Satanás. Basta con que uno no quiera ni llegue a violarse a sí mismo. La otra, en cambio, es telaraña de plata a la que el ala de un moscón la puede romper. El ala de un moscón, esto es, la irreflexión del espíritu que deja de estar de continuo sobre sí con atención. Entonces resulta facilísimo el que las cosas más santas se manchen con herrumbres humanas descomponiéndose o, al menos, sufra deterioro la bondad de su esencia.
El amor de Dios es impuro cuando...
El amor de Dios es impuro cuando le tributáis un culto con esta finalidad: "Te amor porque espero mucho de Ti". Cierto que todo lo podéis pedir y esperar de Dios que os ama. Mas, cuánto más hermoso es decir: "Padre, yo te amo y quiero lo que Tú quieres. Tan sólo quiero lo que Tú me mandes puesto que si Tú me lo mandas es ciertamente para mi bien. Tú eres mi Padre y yo me abandono a tu amor" Es impuro cuando es para recibir compensación, pues Dios ha de ser amado por encima de todo cálculo. Amado en Sí y por Sí. Si dije, refiriéndome al prójimo: "Amad sin esperar recompensa" (Mt 5, 43-47; Lc 6, 27-35), ¿con cuánta mayor razón ha de tributarse a Dios este amor desprovisto de cálculo?
De igual manera es impuro el amor al prójimo cuando...
De igual manera es impuro el amor al prójimo cuando, de entre éstos, amáis tan sólo a aquellos que os aman, os sirven o, del modo que sea, os resultan útiles.
Yo no puse limitación alguna en el amor al prójimo. Os dije: "Amad a vuestro prójimo como a vosotros mismos" (Mt 22, 39). Y conociendo vuestra inclinación a teneros por buenos, educados, queridos, santos y así por el estilo e, incluso, vuestra sutileza en distinguir sobre lo que os viene bien distinguir –cosa que os hubiera llevado a amar a bien pocos, ya que en todos habríais descubierto defectos respecto a vuestra virtud, defectos que, a vuestros ojos, habrían justificado vuestro rigor con el prójimo– especifiqué: "Presentadle la otra mejilla a quien ya os abofeteó; y a quien os arrebató violentamente la túnica cededle asimismo vuestro manto. Amad y haced bien a quien os odia y rogad por los que os hacen sufrir" (Mt 5, 39-40 y 44).
Ya sé que el criterio del mundo llama a estos consejos "necedad". Los puercos, a las perlas las llaman piedras cochambrosas y prefieren a ellas el caldo fétido sobre el que sobrenadan los excrementos e inmundicias. El criterio del mundo guarda mucha afinidad con los gustos de los puercos. Mas lo que para el mundo es necedad, para los hijos del Altísimo es ciencia, inteligencia y gracia.
Cultivad esta ciencia, esta inteligencia y esta gracia y recibiréis por ello gran premio en el Cielo y consuelos sobrenaturales en la tierra, esos consuelos de cada momento que en vano tratan de encontrar los mundanos en las cosas del mundo ya que, cuanto más en ellas se hunden, tanto más la amargura y el disgusto penetran en su corazón. Tan sólo Dios es el que proporciona paz. Dios y la buena conciencia, dos cosas que los pecadores no tienen a su favor.
La misericordia es ciertamente hermosa
La misericordia es ciertamente hermosa. Mas para que sea de verdad hermosa y pura, como virgen que marcha feliz al altar, es preciso que se apoye en la recta intención como en el brazo del esposo amado al que se jura fidelidad. De otra suerte queda en vanidad y soberbia, resultando inútil hasta el dar puesto que vendría a ser como si lanzaseis vuestros óbolos a las fauces de Satanás.
Dije Yo: "Sed misericordiosos como lo es vuestro Padre" (Mt 5, 44-48). Mas el Padre Dios ¿acaso hace sonar la trompeta o se asoma a las cumbres de los Cielos para decir: "¡Oíd, oíd!, hoy he proporcionado pan y vida a multitud de criaturas, he salvado de peligros a muchas otras y perdonado a otras tantas más?" No. El obra y calla. lo hace con tal modestia, con tan encubierto cuidado que vosotros, necios del mundo, ni siquiera pensáis que cuanto disfrutáis os lo concede Dios, siempre demasiado bueno con vosotros; y vosotros, que no sois necios sino que, por el contrario, estáis muy lejos de ser lo cristianos que debierais ser, decís: "Si Dios me lo ha dado es porque lo he merecido". ¡Oh, oh, lo he merecido! Y esta soberbia ¿no es ya fuente de demérito? ¿Quién puede expresarse de este modo, dando a entender con ello que: "Si Dios no lo hubiera hecho se habría equivocado"?
De la mañana a la tarde y del ocaso a la aurora Dios es con vosotros bueno y misericordioso y, con todo, son únicamente rarísimos los que, de entre los hijos de la tierra, alzan su mirada y su corazón para decirle sonrientes: ¡Gracias, Padre bueno! Reconozco en este don tu mano providente". Cuando uséis de misericordia, hacedlo exclusivamente por amor de Dios para imitar al Padre bueno, y por amor del prójimo, obedeciendo a mi palabra y a mi ejemplo.
¡La oración!... ¿Acaso no es la respiración del alma?
¡La oración! ¡Oh, qué cosa tan buena es la oración! Dios la puso en el corazón del hombre como una necesidad de respirar. ¿Acaso no es la respiración del alma? Sin respiración cesa hasta el movimiento de la sangre y el cuerpo muere. La oración es la que mantiene vivo el espíritu teniéndolo siempre en la presencia de Dios. Dos que se ven no pueden olvidarse, ¿no es cierto? Pues bien, la oración es colocarse ante Dios con ropaje de hijo y decirle: "Heme aquí. Sé que Tú eres mi Padre y por eso vengo a tu lado. ¿Con quién hablar en la seguridad de ser escuchado sino con Aquel que me enseñó la Palabra, su Palabra?"
Ahora bien, la oración, como las demás cosas, debe ser pura y no hecha por interés humano. De mil millones de plegarias que a diario se hacen sobre la tierra, 999 millones se hacen para pedir dichas humanas, dinero, salud y, a las veces, hasta llegan a pedir la muerte para librarse de quien os resulta odioso, o un mal para un semejante vuestro que, por fas o por nefas (justa o injustamente; a todo trance), tiene la culpa de no haceros gracia. ¿Puede acaso Dios proporcionar un mal para dar gusto a uno que odia?
Sólo un millón de plegarias son las que se hacen para pedir auxilios sobrenaturales que os permitan subir a aquella perfección que vosotros queréis alcanzar para agradar a Dios que os quiere santos y unidos a El. Este millón de plegarias suben humildes y gratas diciendo: "Padre, ayúdame a santificarme. Mi debilidad necesita de Ti para ser fuerte. Padre, yo quiero amarte con perfección y no lo sé. Enséñame a hacerlo Tú que eres Amor. Padre, sé muy bien y recuerdo cuanto me tienes dado; sin Ti sería un miserable, no sólo en el cuerpo sino mucho más en el espíritu. Gracias, Padre, por todo. Te digo: 'Todavía, que no me falten todavía tus beneficios', y esto no por sed de bienestar humano. Si te digo "todavía", no es por la carne sino por mi espíritu al que quiero conseguir la Patria eterna. ¡Oh Padre santo!, tu criatura suplica por tu seno. Sostenme en el camino para que no me desvíe por otros y así pueda llegar a Ti, mi Reposo y mi Gozo".
El deseo de poseer los dones de Dios y la santidad
es casi una obligación.
El deseo de poseer los dones de Dios y la santidad es casi una obligación.
¿Qué diríais del hijo de un rey que no desease poseer los dones que el rey, su padre, le quiere entregar mandándole a decir por medio de sus emisarios: "Mira, aquí tengo incalculables riquezas para ti, para que tú las emplees en tu provecho y placer. Cuando las necesites pídemelas y te las entregaré"? ¿Qué pensar de este hijo del rey que, sabiendo que su padre le ha destinado la corona, no tuviese deseo de ceñirla para dar continuidad a la realeza paterna? Esa corona que el padre rey le tiene preparada es una señal del amor paterno que pensó en su heredero por más que éste se encontrase exiliado en la tierra. Rechazarla o menospreciarla es desamor irrespetuoso hacia el padre. Lo mismo es con respecto al hijo del Rey de reyes que muere en la indigencia espiritual por no recurrir, con una abulia culpable, a los tesoros del Padre, no pensando jamás en aquella corona, esto es, en la santidad que le hará rey en el Reino eterno.
Mas, ¿para qué santidad y dones? Santidad para gozar de Dios y no por vanidad de recibir alabanzas de los hombres.
En verdad os digo que en mi Cielo hay santidades y santos
de las más variadas características
En verdad os digo que en mi Cielo hay santidades y santos de las más variadas características. Mas no se da ni uno sólo que haya conseguido la santidad por el deseo de ser conocido y celebrado por esto entre los hombres. El uno lo es por el martirio, el otro por haber sido anacoreta, el de aquí por haber trabajado incansablemente los corazones mediante la predicación, el de más allá porque se consumió en el silencio y en la oración, éste por haber amado mi infancia, aquel mi Pasión e, incluso, otro por haber sido el caballero defensor de la Purísima y, por último, el que lo fue por haber sido el heraldo del gran Rey. Mas no hubo, no hay quien se hiciera santo porque pensó en serlo para conseguir la aureola a los ojos del mundo.
Vosotros no veis a los santos el día en que sobre la tierra se proclama su santidad. Mas si los pudieseis ver en ese momento, observaríais en ellos un estupor de niño que, teniendo ya en sus manos un juguete de gran valor o contemplando un grabado bellísimo, ve que le ponen en la mano un objeto mezquino y ante los ojos un dibujo mal trazado, oyendo decirle al adulto que se lo ofrece: "¡Mira qué regalo tan hermoso te hago!" El niño lo contempla y se calla; mas, con la justa observación de los niños, piensa: "¡Pero si no se puede comparar con lo que ya tengo!" Y se queda indiferente ante el regalo siguiendo teniendo a la vista y jugueteando con lo que ya tenía.
¿qué otra cosa queréis que les seduzca?
Si los santos tienen a Dios, ¿qué otra cosa queréis que les seduzca? ¿Aumenta su gozo la aureola? Ellos lo tienen completo y perfecto pues tienen a Dios.
Eso aparte, un niño bueno, muy bueno, que verdaderamente sea muy bueno y no un pequeño hipócrita, cuando se ve alabado por haber sido bueno, piensa: "¿Acaso no debía serlo? Mi padre me dice siempre que tengo que ser bueno y por eso nada hago que merezca alabanza. Tan sólo he obedecido a mi padre para que esté contento". En su humildad no alcanza a comprender qué gran cosa sea el saber obedecer por amor para hacer feliz a quien le ama.
También los santos, humildes como son porque son santos, piensan: "¿Qué de especial he hecho? He obedecido al mandato de Dios, mi Padre, para que esté contento". Y son ya tan completamente felices que las fiestas de la tierra les dejan indiferentes, He dicho las fiestas, no las oraciones de los fieles que son peticiones que los amigos lejanos mandan a los que, por hallarse al lado de Dios, pueden hablarle más directamente de sus necesidades. Esto es caridad. Y la caridad, practicada por ellos a la perfección durante la vida, llega a ser mucho más perfecta desde el momento en que quedó fundida con la Caridad misma.
Desead, por tanto, con pureza la santidad y los dones que os ayudan a poseerla. Mas esta pureza ha de ser de corazón, o sea, con el único deseo de llegar a reuniros lo más pronto posible con Dios para amarle más todavía y de ayudar a los hermanos con vuestros méritos en virtud de la comunión de los santos.
¿Y la mortificación? ¡Oh!, ha de ser igualmente pura
¿Y la mortificación? ¡Oh!, ha de ser igualmente pura. ¡Cuántas mortificaciones inútiles no hacéis! Inútiles y pecaminosas. ¿Por qué? Porque son impuras. Son impuras aquellas mortificaciones que vosotros mancháis con el deseo de alabanzas y con la anticaridad. Ser buenos para ser alabados, hacer una penitencia para ser notados, sacrificarse al comer una fruta para que el mundo os admire y no saber después ser pacientes, humildes y misericordiosos, es verdaderamente inútil. ¿Qué queréis que haga de la fruta que no habéis comido cuando os desquitáis de ese sacrifico mordiendo con palabras venenosas a un hermano vuestro? ¿Qué queréis que haga de una cualquiera de vuestras penitencias si después no sabéis sobrellevar ni aquello que la vida os presenta? ¿Qué mérito tiene el ser buenos fuera de casa cuando sois víboras en la propia? Y ¿qué mérito el llevar cilicio si no sabéis llevar en silencio el cilicio de mi voluntad?
Recordad lo que dije: "Cuando hagáis penitencia, ungíos la cabeza y lavaos la cara" (Mt 6, 17). No os importe pasar por inmortificados a los ojos estúpidos del mundo Basta con que no deis escándalo, ya que el escándalo es siempre un mal. Mas si, en apariencia, sois tan sólo unos seres corrientes y no recibís por ellos sino indiferencia y ninguna alabanza, mientras que, secretamente, os consumís en el amor de Dios y de los hermanos, grande será vuestro mérito a los ojos de Dios.
Y si no sabéis imponeros penitencias, ¡oh!, aceptad las que os ofrece la vida que está rebosante de ellas. Aceptadlas diciendo: "Si esta pena viene de Dios, hágase, Señor, tu voluntad. Y si viene de un pobre hermano pervertido, te la ofrezco, Padre, para que Tú le perdones y redimas".
Hacedlo así, queridos, y todo en vosotros será puro. Tendréis entonces la pureza de corazón. Y en un corazón puro tiene su trono Dios.
Vete ahora en paz. Marcha con mi paz por el camino de la pureza de corazón pensando en que los puros de corazón gozarán de Dios (Mt 5, 8).
568-574
A. M. D. G.