31 de julio
Mateo cap. 8.º v. 22.
Deja que los muertos entierren a sus muertos
Los "vivos" no deben ocuparse de estas cosas muertas
Habla Jesús de improviso al tiempo que estoy haciendo mis diarios ofrecimientos y, por tanto, sin haber abierto libro alguno. Su voz me resuena nítida y repentina pronunciando el versículo, dándome a entender súbitamente que es la lección correspondiente al día de hoy.
Dice pues Jesús:
Los "vivos" no deben ocuparse de estas cosas muertas
"Deja que los muertos entierren a sus muertos. Los muertos de entre los muertos son las vanas preocupaciones, los cuidados del mundo y los afectos sentidos humanamente. Los "vivos" no deben ocuparse de estas cosas muertas."
(Todo esto me lo ha dicho rápidamente. Después prosigue.)
Yo llamo muertos a aquellos que,
por no haberse entregado del todo a la Vida, quedaron
pesados y tardos, fríos e inertes
como cuerpos muertos o moribundos
"Yo llamo muertos a aquellos que, por no haberse entregado del todo a la Vida, quedaron pesados y tardos, fríos e inertes como cuerpos muertos o moribundos. No son muertos únicamente los grandes muertos carentes de toda señal de vida, esto es, aquellos que, por sus culpas, son de Satanás sino que son muertos asimismo aquellos que por su tibieza y por su quietismo no tienen arranques hacia el Bien. Son como piedras no sepultadas en las entrañas del suelo sino puestas sobre él. Una piedra, por más que no esté hundida en el suelo, no se mueve por fuerza propia. Requiere un pie que la eche a rodar o una mano que la lance para que la misma vaya adelante.
Seguirme quiere decir hacer de la vida y de la humanidad
algo secundario,
y de Dios y del espíritu el elemento principal
Estas almas, que Yo llamaría embriones de almas puesto que con su apatía se han atrofiado quedando reducidas a animuchas tenues, tenues y débiles en sumo grado, no son distintas de tales piedras. Mi mano, a veces, las recoge misericordiosamente y las dispara tratando de hacerles desear el movimiento; mas ellas no van más allá de adonde Yo las lanzo, volviendo, acto seguido, a la inmovilidad. Mis amigos, con sus penitencias, con sus ejemplos y sus palabras las empujan hacia lo alto; mas, no bien las dejan, se paran si es que no vuelven a caer abajo al puesto de antes. Apegadas como ostras a las rocas de la vida y como musgos al tronco de la humanidad, viven para estas dos cosas que pasan rápidas cual relámpago estival. Yo las llamo y hago señas diciéndoles: "Venid, seguidme". Mas ellas no lo saben hacer. Seguirme quiere decir hacer de la vida y de la humanidad algo secundario, y de Dios y del espíritu el elemento principal. Ellas no saben hacerlo porque no quieren.
A ti y a mis fieles discípulos dije Yo: "Dejad que los muertos entierren a sus muertos. Vosotros seguidme pasando por encima de cuanto no sea Dios. Seguidme desoyendo toda voz que no sea la mía. Seguidme no teniendo otra preocupación que la de hacer lo que Yo os pido. Mas libres aún que las raposas y que los pájaros deben ser mis seguidores verdaderos. Ningún apego a las cosas del mundo y ni siquiera al hogar y al albergue. Apego que habría de ser obstáculo para seguirme pues Yo no condeno un afecto santo hacia la casa nativa. Yo también lo tuve; pero ¿veis? Supe dejar mi casa y a mi Madre para cumplir la voluntad de Dios. Amad todo santamente en Dios. Comenzad a amar ya desde la tierra como amaréis en el Cielo, esto es, proporcionando a quienes os son más queridos: parientes y amigos, aquellas ayudas que la caridad aconseja, mas no aquellos afectos exclusivistas que os impidan amarme más que a ellos. Les amáis a ellos más que a Mí cuando, puestos en la disyuntiva de escoger entre lo que agrada a Dios o a ellos, preferís contentarles a ellos contrariándome a Mí. Caminad, queridos míos, sin perder de vista el rostro de vuestro Jesús, mirándolo como la cosa más bella digna de vuestra mirada. A los demás y a las otras cosas miradlas a través de Mí. ¡Oh, si todo lo que hacéis, decís o amáis lo pasáis por la zaranda de mi amor, cuan puros y santos serían todos vuestros afectos! Se despojarían de todo egoísmo y, más delicados entonces pero mucho más preciosos, se convertirían en motivo de bien tanto para vosotros como para todo lo que amáis".
Todo esto te digo, mi pequeño Juan. Quiero que vengas sin que ligadura alguna detenga tu vuelo. ¡Levántate por encima de cuanto es tierra! ¡Hay un Cielo tan grande para ti...!
Las raposas tienen sus cuevas y los pájaros sus nidos;
pero el Hijo del Hombre no tenía dónde reclina su cabeza
Las raposas tienen sus cuevas y los pájaros sus nidos; pero el Hijo del Hombre no tenía dónde reclina su cabeza (Mt 8, 20; Lc 9, 58). El pequeño Juan, por el contrario, tiene una almohada y un nido que es el corazón y el pecho de Jesús. Mas no debe tener otro.
Deja que caiga cuanto no es tu Maestro ni de tu Maestro. ¡Hay tantos "muertos" para que se ocupen de los muertos...! Tú sé "viva" y ocúpate tan sólo de Jesús-Vida.
Ven y reposa.
578-581
A. M. D. G.