6 de agosto.
S. Pablo 1.ª Corintios, cap. 12, v. 3
Como Maestro severo hube de hacerte
recorrer todo un penoso sendero...
Como maestro severo hube de hacerte recorrer todo un penoso sendero...
Hete aquí, mi pequeña voz, que ya has alcanzado el conocimiento de tu Bien
Dice Jesús:
"Señor", me has dicho, "prefiero estar así a como estaba entonces". Has llegado a entender, por tanto, cuánto sea más grande servir y amar a Dios que no amar y servir a un hombre. Has alcanzado, en consecuencia, ese grado de inteligencia que debería ser el normal en toda criatura y que, por el contrario, son rarísimas las que lo poseen.
Como maestro severo hube de hacerte recorrer
todo un penoso sendero...
Como maestro severo hube de hacerte recorrer todo un penoso sendero de enseñanzas hasta traerte a este conocimiento.
Un maestro severo no consiente que sus escolares tengan consigo juguetes u objetos que distraigan su atención al estudio con recuerdos de afectos familiares o de amistades. Al niño le parecerá aquel su maestro, no ya demasiado severo sino hasta cruel y casi llegará a odiarle. Mas, una vez llegado a la edad adulta y alcanzada una cultura superior que le permita ser algo importante en la sociedad, bendecirá entonces a su rígido maestro y comprenderá que su actual virilidad de pensamiento, su bienestar y el equilibrio de su carácter son debidos a la constante severidad del maestro.
Y, cavilando sobre ello, advierte asimismo que la severidad era mucho más rígida al principio, al paso que se iba dulcificando a medida que se acercaba el final. Y se pregunta a este respecto: "¿Por qué? ¿No era acaso mejor ser dulce cuando tan sólo era un niño al que afectaba poderosamente la severidad escolar tan distinta de las dulzuras maternas? ¿No era más propio estrechar los frenos cuando la adolescencia y la primera juventud habían mitigado mi hambre de caricias?" Mas es cabalmente después cuando el escolar, hecho un hombre sabiamente educado, reconoce que en esto, precisamente en esto, radicó el mérito educativo y que por esto él es ahora un elemento fuerte en la vida.
Un elemento fuerte. Pobres de aquellos hombres que, educados en la molicie, se encuentran después, una vez adultos, frente a las luchas de la vida que no es ciertamente tierna como el corazón de una madre ni benigna como el ambiente familiar sino llena de durezas, enemistades, luchas y esfuerzos. Son ellos los que terminan viéndose arrollados o, tal vez, para no ser arrollados acaban por hacerse unos bribones tratando de conseguir con malas artes lo que no son capaces de conseguir mediante su propio mérito.
Yo he sido un Maestro muy severo contigo porque te quería muy fuerte en el espíritu. ¡Eras tan débil...! Como albohol sutil, sentías la necesidad de abrazarte a los demás para ofrecerles el gozo de tus flores de amor y a ti la satisfacción de tener quien las sostuviera y así no verlas caer bajo los pies de la indiferencia muriendo de este modo tras haber florecido inútilmente. Yo hice el vacío en tu derredor dejando en ese páramo un solo tronco áspero y gigante, áspero en extremo para la pobre y sutil campánula que sentía miedo de él.
Quedaste pues por tierra probando arideces y polvo junto con el sabor tan poco agradable del polvo árido. Si llorabas por haber sido pisoteada y golpeada por quien ,al pasar, ni siquiera te había visto, cuando, por el contrario, tú le habías saludado gozosa desde lejos procurando alzar tus ramitas a las que tu mismo gozo habíalas cubierto de flores, –el gozo y la esperanza– he aquí que tu llanto se mezclaba con el polvo del suelo quedando la seda de tus flores manchada con el fango aún más repugnante que el polvo. ¡Pobres flores que se manchaban de tierra cuando la misión para la que las habías criado era que se saturasen de Cielo!
Cansada de verte sola, hollada y manchada por cuanto no podía saciarte, –la humanidad con sus durezas, egoísmos y pobres afectos humanos, falsos, egoístas y sensuales, que no te cabían, que no podían bastarte– comenzaste a pensar en el tronco que seguía fijo en su puesto junto a ti, mientras que los demás tallos –cañas plegables a todos los vientos, que ya no eran cañas– permanecían esbeltos gracias a una fuerza, para ti misteriosa por tu ignorancia de entonces, pero cuyo nombre era Amor Divino.
Mas ¡qué gozo el tuyo al ver que tu primera flor,
abierta contra el tronco rústico,
no había sufrido los golpes de la dureza humana
ni habíase ajado en el polvo ni manchado en el fango
¡Cuánta fatiga, pobre María, para seguir en esa dirección, para elevarte hasta echar el primer anillo en torno a aquel tronco tan rudo, tan rudo para tu debilidad y tan difícil de abarcar! Con el llanto que te arrancaba el dolor de esta aspereza y fatiga hubiste de limpiarte de todo el polvo de humanidad para estar más ágil y ligera. Porque el polvo y el fango encostran y pesan. Mas ¡qué gozo el tuyo al ver que tu primera flor, abierta contra el tronco rústico, no había sufrido los golpes de la dureza humana ni habíase ajado en el polvo ni manchado en el fango sino que pudo exhalar su fragancia acariciando a su sostén y emperlarse de rocío, únicamente de rocío fresco y purificador, y de perlas en forma de rubíes que caían de lo alto del tronco para hacer más hermosa y fuerte tu corola! Tu primera corola que se saturó de Cielo.
Quisiste recobrar este gozo y para ello subiste más. Y así echaste dos, tres, diez anillos cada vez más altos sobre el tronco áspero, comunicándote cada vez más fuerza y perfume, lo mismo que más rocío, más cielo y más rubíes sobre las flores cada vez más numerosas. Cuando estuviste a mitad de camino conociste el nombre de aquel tronco: era mi cruz, siendo ella la que habló con su voz de dolor y de amor. Leíste sobre su leño, escritas con la Sangre de tu Dios, las verdades que son vida, habiéndolas besado y gustado su sabor, y quisiste subir hasta lo alto en donde una Faz dolorosa te sonreía goteando llanto y sangre que eran tu rocío y tus rubíes. Nada más quisiste.
He aquí que entonces tu Maestro y Redentor pulió más el tronco de su trono, cada vez más liso y dulce, a fin de ayudarte a subir. Porque el amor consigue la correspondencia en el amor y el mío, que ya te amaba hasta el punto de quererte toda para sí, al ver que le amabas con todo cuanto eras, te amó con predilección.
que ya has alcanzado el conocimiento de tu Bien
Hete aquí, mi pequeña voz, que ya has alcanzado el conocimiento de tu Bien. Desde lo alto de nuestro patíbulo de redentores-amantes miras tú, no con deseo sino con misericordia la Tierra lejana, los pobres tallos que no saben llegar a la Cruz y miras al Cielo para interesarlo en su favor porque, unida a Cristo, compartes su sed divina de amar y salvar las almas. Desde lo alto de la Cruz tú aprendes la ciencia más sublime y, como avecilla sobre la copa de un cedro altísimo, cantas sus enseñanzas para que las oigan los pobres tallos y vengan hacia la Luz.
Recibiste los dones más grandes. Mas el don de los dones fue el del amor. Y así Yo te enseño a subir cada vez más arriba por la vía más sublime: que es la del amor. Sí, pasando del verdadero amor al pequeño amor, te volvieses a amar a ti misma en las criaturas, –medita esta gran verdad que es la clave de los afectos humanos– tus apoyos se desprenderían del tronco sublime y volverías a gustar el fango que hincha pero no sacia.
Ama, y a Mí sobre todas las cosas, por todo el bien que te he proporcionado. Ama al prójimo en Mí sin esperar ni pretender nada de él. Ámalo precisamente por ser tan incapaz de amar y tan infeliz de no saber amar. Ámalo pensando que el prójimo es obra de Dios y que Yo morí por él. Ámalo pensando en mis dolores del Getsemaní en los que cada sollozo correspondía al nombre de uno para el que habría de resultar inútil mi muerte. Ámalo sobrenaturalmente perdonando, compadeciendo, instruyendo, teniendo paciencia y sufriendo por él.
¿Eres pobre? No importa. El amor no tiene como medio de expansión el dinero sino el amor sobrenatural. ¿Te ves enferma e impotente? No importa. El amor no tiene como medio de expansión la salud física ni la fortaleza sino el amor sobrenatural. ¿Te encuentras recluida e ignorada del mundo? No importa. El amor no tiene como medio de expansión la libertad material ni la notoriedad entre las gentes sino el amor sobrenatural.
Mi Madre era pobre e ignorada,
encerrada primeramente en el Templo
y después en su desdeñada virginidad
Mi Madre era pobre e ignorada, encerrada primeramente en el Templo y después en su desdeñada virginidad. Con todo, os dio el Tesoro y portó la Palabra entre los hombres. Era silenciosa y, al ser mujer, tenida en "nada" por el judaísmo. Y, con todo, no ha habido criatura, a excepción de Mí, que haya hablado y obrado como ella.
El amor sobrenatural, perfecto en mi Madre, llevó a cabo el prodigio de llegar hasta el Cielo, abrir sus puertas, extraer del mismo el Tesoro, colocar en medio de los silencios e ignorancias del mundo culpable la Palabra que es Ciencia, distribuir la Vida con la Sangre que, a modo de río, tuvo su fuente en la roca de diamante purísimo de su seno virginal y supo daros la Gracia, don de los dones, a vosotros, hombres míseros, que por la culpa erais semejantes a los animales, ofreciendo, en el silencio y el amor, a Jesús desde el momento en que tomó Carne hasta el en que llevó su Carne al Cielo... ¡Oh separación, martirio de mi Madre! ¡Martirio de la espera en espera de subir a su trono!
"Hágase en mí según tu palabra" dijo Ella en presencia del Ángel (Lc 1, 38) en la gruta de Belén, en el Templo, en Nazaret, sobre el Gólgota y en el Monte de los Olivos, es decir: siempre que el Padre le exigió un sacrificio, éste cada vez más atroz, de su voluntad y de su amor. Si ella ha sido y es sublime, no es tanto por ser la Madre de Dios cuanto por haber estado en posesión de la Caridad –y la obediencia pronta al querer eterno es el agua regia que prueba el oro de la caridad–.
Los dones proceden de Dios. El amor, en cambio, es mérito vuestro. Por tanto, a los ojos de Dios, vuestro mérito radica en el amor que tenéis.
Yo, Maestro, con severidad primero y ahora con dulzura, te instruyo en la Ciencia sublime para que por ella, como por senda segura, llegues a subir bien alto. La Caridad te fortifica con su bendición a fin de que tú avances cada vez más por sus caminos."
597-602
A. M. D. G.