9 de agosto

 

 

cuanto Yo te desvelo o te digo

es un don muy señalado...

 

 


 

cuanto Yo te desvelo o te digo es un don muy señalado cuyo valor no alcanzas siquiera a descubrir. Y no me refiero al espiritual cuyo valor es infinito para ti, sino el cultural o histórico si lo prefieres. Son perlas de gran valor.

  Por obediencia no quiero pensar ni recordar que Dios haya permitido que yo conociese el infierno

  Nuestro sufrimiento debe ser tuyo

 


 

Dice Jesús:

 

cuanto Yo te desvelo o te digo es un don muy señalado

cuyo valor no alcanzas siquiera a descubrir.

Y no me refiero al espiritual cuyo valor es infinito para ti,

sino el cultural o histórico si lo prefieres.

 

Son perlas de gran valor.

 

"Ven, mi pequeño Juan. Al igual que el niño Benjamín, cuya visión tanto te agradó, pon tu mano en la mía para que Yo te conduzca por mis campos de gracias. Gracias para ti y para los demás, ya que cuanto Yo te desvelo o te digo es un don muy señalado cuyo valor no alcanzas siquiera a descubrir. Y no me refiero al espiritual cuyo valor es infinito para ti, sino el cultural o histórico si lo prefieres. Son perlas de gran valor. Tú, como un niño, te las encuentras en las manos y las amas por su variado color sin atribuirles mas valor que el de ser un regalo su belleza y, a la vez, una prueba de mi amor. Otros, en cambio, más doctos que tú aunque menos predilectos, te las observan con ansia y con ansia te solicitan estas perlas espirituales que tu Jesús te regala, estudiándolas y valorándolas con una ciencia superior a la tuya, si bien desearía que su voluntad se amoldase a tu estilo de amar. Ahora bien, esto, por ser complicados, es más difícil para ellos. Los niños únicamente saben amar con simplicidad, sinceridad y pureza.

Tú tan sólo sabes amar; mas, por Mí, permanece siempre así. Deléitate con la variedad de perlas que Yo te regalo y después dáselas, generosa y contenta, a quienes las aguardan. Yo colmaré de continuo tus manecitas con nuevos tesoros. Yo colmaré de continuo tus manecitas con nuevos tesoros. No temas. Da, no dejes de dar. Tu Rey tiene cofres inexhaustos con los que colmar de gozo a sus pequeños."

Y veo cuanto sigue.

La primera parte de lo que se consigna en la fecha de hoy se deba al hecho de que yo, las horas que estuve despierta durante la noches, pensaba en las cosas tan bellas que Jesús me revela y le decía: "¡Qué bueno eres con la pobre María! ¡Cuántas cosas me enseñas y qué hermosas!" No decía sin duda palabras sublimes sino que hablaba ciertamente como una niña porque, ignorante como soy, no sé, en efecto, apreciar el valor histórico de las cosas que veo y escribo y si me deleito con ellas es porque son sobrenaturalmente hermosas, haciéndome vivir con Jesús o con los amigos de Jesús; no por otra cosa. Y obra bien Jesús haciéndome vivir así.

¿Parece como si desde que usted estuvo aquí, o sea, desde hace un mes, yo me encuentre más tranquila y serena? No. He obedecido su consejo de procurar apartar la vista de mi condición de desterrada en un país que no amo ni puedo amar, tratando de no decir al respecto una sola palabra ni a mí ni a los demás, procurando distraerme del dolor que me tritura.

Creo, si me examino detenida y sinceramente, no haber faltado sino tres veces con la palabra y menos aún con el pensamiento, porque cuantas veces voy con el corazón y con la mente a mi casa acuciada por la necesidad que tengo de usted, Padre, y por los recuerdos que me asaltan en estos meses –muerte de papá, onomástica de mamá, día natalicio de papá, enfermedad de mamá, por la que puedo decir que la perdí el 24 de agosto, ya que desde aquel día no la volví a ver– yo huyo al momento de aquí.

Mire, hasta el domingo, 6 de agosto, no me decidí a corregir el cuadernillo que usted me mandó y que abarca: del 30 de marzo al 26 de mayo, cuadernillo que contiene, por tanto, la desesperada relación de los días malditos. Esto me ha hecho sufrir indeciblemente como ya me lo sabía de antemano. Parecía como si este empeño en no hurgar las heridas de mi corazón hubiera conseguido formar sobre ellas una ligera epidermis que daba la sensación de que se hallasen curadas. Mas no ha sido así, antes, por el contrario, la herida, bajo el apósito que impide la salida de sus malos humores, va trabajando cada vez más en su interior consumiéndome. Tan sólo yo sé cómo está destrozando mi corazón. Reaccionar era un desahogo. No reaccionar es destrozarse. Mas, obedezco y me destrozo.

 

Por obediencia no quiero pensar ni recordar

que Dios haya permitido que yo conociese el infierno

 

Por obediencia no quiero pensar ni recordar que Dios haya permitido que yo conociese el infierno. Mas, aunque a despecho mío, ese recuerdo está dentro de mí. Y si el espíritu no lo quiere recordar, lo recuerda la mente. Y si ésta pretende imponerse para no recordar, lo grita el corazón. Y si éste queda triturado al hacerle callar, lo ulula la carne. Cuando se ha vivido el infierno, ya no es posible olvidarlo así  se esté en el Paraíso. Yo creo que quienes, por un motivo inescrutable, vieron semejante tortura sobre la tierra, verán siempre, dentro de la luz paradisíaca un puntito negro: su infierno en medio de la dulzura del Paraíso sentirán siempre una gota de hiel: su infierno; y entre los goces paradisíacos les sacudirá de cuando en cuando el sobresalto horroroso del recuerdo de su infierno.

Y le digo a Jesús: "No me dejes pensar, Maestro y Amor mío. Ten mi pobre cabeza entre tus queridas manos para que no vea, no sienta, no recuerde el pasado, las voces del pasado ni los recuerdos del pasado, como tampoco vea las sombras del futuro... No me dejes pensar... no me dejes pensar. Jesús mío. Pensar quiere decir volver a gustar en la boca la amargura de la desesperación y de la locura. ¡Buen Jesús, compadécete!" Y me apoyo en el corazón de la Madre que, desde el 2 de agosto está de continuo a mi lado cual madre amorosa que no se impone sino que, tan pronto la busco para refugiarme en ella, la encuentro al instante.

Mas si la lectura del relato de aquellos días me ha hecho mal, las restantes páginas me han producido mucho bien.

Y así en la primera hoja –visión de la muerte de la Magdalena– se dice: "No hay espera para María", y Jesús, con una caricia, me susurra: "tampoco para la pequeña María"; y, a continuación, aparece esta frase: "Te bendigo, bendita". Y Jesús me la repite a mí: "Te bendigo, bendita".

 

"Nuestro sufrimiento debe ser tuyo"

 

Y asimismo esto: "No ha habido otro que Yo que haya apurado hasta el fondo el cáliz sin atemperarlo con miel y no quiero que sufráis lo que Yo sufrí"; Y Jesús, dirigiéndose a mí: "Entiéndelo dicho también a ti". Y aún más: "Nuestro sufrimiento debe ser tuyo", y Jesús añade: "¿Ves cómo te amo? Te asocio a mi dolor y al de mi Madre".

Y más adelante dice María a Juan: "El (Jesús) no hizo caso de tu turbación"; y agrega Jesús: "Es la verdad, no hice caso de tu turbación de abril. Estáte en paz".

Y el 9 de abril: "Te pido la caridad (de sufrir más todavía, aunque sea tiempo pascual) para las almas". Y Jesús, a su vez: "Me la diste. Con dolor, es cierto; pero te mantuviste fiel. ¡Gracias!".

No comento los 20 días desgraciados. Tan sólo digo que todos ellos, con sus congojas, no continuas sino entreveradas con oasis de piedad divina, vueltos a leer ahora, una vez pasado cierto tiempo y entre los brazos de Jesús y de María, se me figuran más dulces y moderados que cuanto, en realidad, padecí. No acierto a comprender cómo pude mantenerme por tanto tiempo fiel entre las garras de Satanás.

¡Qué preciosos son los primeros dictado de Jesús tras la tormenta! Preciosos, como es natural, son siempre; pero éstos son exactísimos al exponer mi tormento que sólo El podía con justicia valorar.

No he pasado del 12 de mayo porque sólo corrijo los domingos cuando no trabajo unto. Pero, en fin, me ha proporcionado consuelo mezclado con dolor, si bien el consuelo ha estado por debajo del dolor. Bueno, basta, que tengo la espalda deshecha.

617-621

A. M. D. G.