15 de agosto 1944
La casita y el recuerdo
de la Asunción de María
Descripción de la casita donde subió a los Cielos la Virgen.
Me gozo con la luz candidísima de la multitud angélica y la belleza de la Madre ...
En la penosísima velada de ayer y en la todavía más penosa noche, durante la que no me dieron tregua los sufrimientos cardiacos, estuve confortada con la contemplación de la Asunción de la Virgen, que ya la describí.
Descripción de la casita donde subió a los Cielos la Virgen.
Es ni más ni menos una casita de una sola planta, la del suelo, terminada en una terraza, al estilo de las casas orientales, un cubo blanquísimo y simplicísimo de hormigón, sin más luces que las puertas que, seguramente, prestan luz a las diminutas habitaciones. Y digo: diminutas habitaciones, ya que, siendo un cubo de 6 metros poco más o menos de lado, las habitaciones no pueden ser grandes. La casita se halla ubicada en medio de los olivos, de unos corpulentos y tupidos olivos. Los troncos aún parecen más oscuros al lado de la blancura de la casita que se levanta en un pequeño claro entre los árboles que distan de ella unos dos metros a lo sumo.
La primera vez que tuve la visión, estuve tan atenta viendo a los ángeles sobre la terraza que no me fijé mucho en los detalles. Miré la casita, quién estaba encima de ella, quién salía de la misma y... se acabó.
Juraría que a la Madre no se la sacó de la casa en la que se adormeció. ¿Sería ésta, acaso, propiedad de Juan o de algún pariente suyo? Tengo la impresión de que el Predilecto dispuso en el lugar de la dormición una estancia de la casa para él a fin de no separarse de la Madre del Salvador y esto, asimismo, por su arraigada convicción sobre la incorruptibilidad de María. Esta podría ser la razón de que Ella se encuentre en esta casita que, dada su ubicación en un olivar, se trataría de un trujal con habitación aneja para el propietario. No sé por qué lo pienso así; mas es tan clara mi persuasión, que se me ocurre pensar si no será ésta una insinuación de mi avisador interno. Si estuviese equivocada me lo advertiría Jesús.
Me gozo con la luz candidísima de la multitud angélica
y la belleza de la Madre ...
Lo demás de la visión es enteramente igual a la primera. En resumidas cuentas, quitado el detalle de los olivos, no existe diferencia alguna ni añadido. Me gozo con la luz candidísima de la multitud angélica y la belleza de la Madre que duerme entre los brazos de los ángeles y se desvela con la luz que se derrama del Paraíso para sonreír al Hijo que desciende a recogerla... Esta dulzura, si bien no elimina el dolor físico, lo hace soportable, ya que el alma, a la sazón feliz, lo vence con su gozo sobreponiéndose a los propios dolores físicos.
Mas tarde despunta el alba y, con ella, me viene una sombra de descanso... y a continuación el toque del Ave María que me despierta. Al recitar, medio dormida, el primero de los tres versos del Ángelus, sonrió con el recuerdo de la gloriosa visión. Y, por último, repito el Ángelus a cada toque de campana para la primera misa. Me salía espontáneo hacerlo así...
Y después, en el silencio de la casa que aún duerme, voy repasando en mi mente las visiones de los días precedentes y las palabras de Jesús... pareciéndome paladear miel que va infiltrándose hasta mi corazón. ¡Qué consuelo y cuánta paz nos proporcionan a nosotros, pobres pecadores, esas palabras! Querría que todo el mundo las escuchase, pero que fuese como las escucho yo que, si bien puedo transcribirlas, no así hacer sentir el amor, la piedad y la majestad que encierra la voz de mi Señor. Si el más duro de los pecadores, el más desmoralizado de los desesperados y el más vicioso de los hombres oyese a Jesús cuando habla, se convertiría, esperaría y se salvaría.
Yo tengo en mí este tesoro... y me basta con extender la mano
para escoger la perla que necesito en cada momento
Yo tengo en mí este tesoro... y me basta con extender la mano para escoger la perla que necesito en cada momento; pues las hay de todas clases y para todas las contingencias, estados y necesidades de mi corazón en las diferentes circunstancias de cada día. Yo no puedo recordar, como es natural, palabra por palabra, las que El me dirige desde hace 16 meses. Mas, al igual de aquel que comió una fruta sabrosísima que, aún después de horas de haberla probado, continúa percibiendo en la lengua y en el paladar la frescura y sabor de aquella fruta, de igual manera llevo yo en mí el jugo de sus palabras que, cuando quiero, vuelvo a gustar de ellas para mi contento. Igualmente, tampoco puedo recordar todos lo ademanes observados en las visiones; mas en cada una de ellas hay determinados ademanes que más me impresionaron, ademanes-fundamentales que diría yo y que son aquellos que por sí solos tienen el valor de un discurso, recordándolos tan pronto como los necesito para mi consuelo, gozo o acicate y como auxilio en la oración y en la esperanza, lo mismo que para tener ilimitada confianza en mi Señor.
¿Cómo olvidar ciertas miradas, gestos y sonrisas? Podría enumerar algunos... mas estoy sin fuerzas y hoy más que de costumbre y, por otra parte, ahora precisamente me desvela Jesús una visión.
638-641
A. M. D. G.