25 de agosto

 

 

la paciencia en las tribulaciones

 

 


 

Hoy, ni dictado ni visión. Es viernes y también esta vez es Jesús quien decide proponerme hacer este cuarto viernes de la Dolorosa.

Los frutos a obtener de la consideración del cuarto dolor son la paciencia en las tribulaciones para imitar al Paciente encorvado bajo el peso de su cruz, una vida sin culpas a fin de no acrecentarle el peso al Supliciado y el dolor a la Madre por dicho peso y un afecto de compasión hacia Jesús y María.

Desde ayer, inmediatamente después de la tercera visión y dictado del ciclo de la infancia de María, escritos ya con mucha fatiga por el sufrimiento físico que cada vez se hace más agudo, y el calor tropical y repercusión de éste en mis males, he tenido ocasión ciertamente de ejercitar la paciencia en las tribulaciones. Sentía sed de cosas frías por mi sangre que parecía querer romper las venas y el agua resultaba fuego para mí; tenía necesidad de silencio por mi cabeza que batía como una campana y era todo un continuo barullo; necesitaba no pensar... y me acordaba de que hacía  un año que viera salir del aposento a mi madre al que ya no habría de volver. Y, tras éste, todo el rosario del resto de pensamientos, preocupaciones, del confinamiento en este... llamémosle simplemente pueblo, guardando en el corazón el calificativo que yo siempre le aplico. La fiebre era tan alta que me daba la sensación de estar delirando. Veía sombras monstruosas y sentía cosas extrañas. Hasta he sentido tocar a muerto a las campanas de Viareggio como para un funeral solemne. ¡No sabe bien cómo oía los sones de San Paulino y de San Andrés! (Dos iglesias de Viareggio, la ciudad de la que María Valtorta hubo de salir evacuada). Como que le he dicho a Marta: "¿Pero qué tienen estas campanas que tocan a muerto?". No he obtenido respuesta, pues eran las dos de la noche y Marta dormía beatíficamente.

Hoy viene a ser como ayer... ¡Paciencia! Se ve que la noche del jueves al viernes he de pasarla de este modo. Parece imposible –¿no es verdad?– que con la dulzura de aquella visión tan suave de la felicidad maternal de Santa Ana y con la armonía de su canto que aún me sigue resonando dentro, pueda yo sufrir tanto. Pero así es. No me abandona el recuerdo de la contemplación de aquella gozosa escena; mas es la hora de sufrir, y sufro.

Son éstos los días y los momentos en los que leo y releo y mis letanías sobre la bondad y ahora, asimismo, la plegaria que me dictó Jesús el día 19 del mes actual. Si no creyese que estas dos plegarias son una auténtica verdad, totalmente verdaderas, sería cosa de enloquecer al constatar cómo soy tratada por Jesús. Mas conozco la razón de tratarme así y por eso estoy tranquila. Me basta con que no se esconda como en abril, porque aquello me resultaría insoportable.

652-654

A. M. D. G.