27 de agosto
Una extraña tentación.
A qué te detienes tanto en publicar tu libro que habría de proporcionarte ganancia y satisfacción
Una extraña tentación.
Me había venido al pensamiento una conversación que sostuve con Paula en la que ésta dijo: "Cuando leo esta cosas (las visiones) me parece haber sido transportada a otro mundo... leer historias del Paraíso... algo, en fin, tan bello que después me deja dentro como una luz..."
¿A qué te detienes tanto en publicar tu libro
que habría de proporcionarte ganancia y satisfacción?
Y me dice el Tentador: "¿A qué te detienes tanto en publicar tu libro que habría de proporcionarte ganancia y satisfacción? (Probable alusión a una novela de fondo autobiográfico que María Valtorta escribió en los primeros años de enfermedad y que después repudió). Si no lo puedes hacer es porque el Maestro te roba el tiempo y las enfermedades tu fortaleza. Para tener esta satisfacción, justa en el fondo, y sobre todo a ti, a la que se le ha negado todo, ¿por qué no mandas publicar las hermosas visiones que tienes? ¡Cuántas cosas fantásticas –inexactas por tanto– no se escriben acerca de la vida de Dios y de sus santos! ¿Por qué no contribuyes a darlo a conocer con la verdad? Esto te reportaría honor y utilidad y harías mucho bien sirviendo al Bien".
Pero, ¡cómo lo estudia todo!, ¿no le parece? Lo he mandado... a su casa y no creo con ello haber hecho mal porque... supongo que será peor para él estar en el infierno.
Pero, bromas aparte, fíjese de qué tretas se vale para hacerme obrar con incorrección o con pecado. Como se que desde hace meses y meses, por lo que hace a mi carne, estoy muerta a su acción, se vuelve y revuelve a mi espíritu, primero en Vieraggio durante los días malditos: "Adórame y te haré feliz", y después, a primeros de julio, sugiriéndome al corazón: "Altera las palabras del Maestro, dilo con las tuyas imitando su estilo y conseguirás así doblegar a ese que te ha desagradado", y ahora a la mente: "Haz uso de estos dones para obtener alabanza humana".
Si pierdo la razón, no respondo de mí;
mas si tengo la cabeza en su sitio, con la ayuda de mi Señor,
no consentiré en semejantes aberraciones
¡Pobre desgraciado! Si pierdo la razón, no respondo de mí; mas si tengo la cabeza en su sitio, con la ayuda de mi Señor, no consentiré en semejantes aberraciones. Son cosas sagradas. Nadie como yo, que las recibo, lo puede asegurar con la certeza que de ellas tengo, y tendría por sacrilegio hacer uso de las mismas por razón de lucro y de soberbia humana. Que se empleen para el bien de los hermanos, muy conforme, me satisface y aún querría que fuesen por todo el mundo tocando a rebato y congregando a los más posibles bajo la Luz. Pero no quiero, no quiero en manera alguna hacer de ellas objeto de comercio ni motivo de nombradía.
María Valtorta... como si no existiese. Absorbida por la Voluntad, ya no vive sino como alma en el anonimato feliz que agrupa a la multitud de santos del Cielo en una clasificación única: los santos. ¡Oh! si, como espero, llega Jesús a abrirme su Paraíso, ni aun entonces querré que me conozca el mundo. Soy el pequeño Juan, la portavoz. Quiero que se me conozca con los nombres que me ha puesto Jesús: un ser humanamente irreal por tanto. El ser real desapareció a los ojos del mundo y por ningún motivo quiero que se descorra el velo que me oculta.
Me da esto más miedo que un peligro personal. Si entrase un ladrón a despojarme de lo poco que aún tengo, me causaría menos dolor que el que entrase como ladrón en mi secreto despojándome de esa personalidad desconocida por el mundo y presentándome a él como aquella a quien Dios favorece con sus palabras.
A las veces me dan tentaciones de pedir a Dios la salud física, no para dejar de sufrir sino para poder entrar en un Carmelo o en una Trapa y morir del todo a los ojos del mundo a fin de vivir, defendida por férreas rejas y una regla austera, única y seguramente mi misión.
654-656
A. M. D. G.