29 de agosto
no hay quien capte
lo más profundo de mi tragedia
Son almas sacerdotales mártires o culpables de herejías políticas y humanas
Recibo carta del P. Migliorini dentro de la que me dirige el P. Pennoni (Compañero del P. Migliorini, de la misma Orden de los Siervos de María. Asimismo, en relación con la referencia que en seguida se hace a Camaiore) y veo que mis angustias no eran infundadas. Esto me ha proporcionado consuelo y pena a la vez. ¿Cuándo terminará esta agonía?
Me dice: "¿Ves cómo ha sido conveniente el que no estuvieses en Camaiore? Si hubieses estado allí...". Pero respondo: "Morir poco a poco con sufrimientos como los que tengo aquí de clima, agua, comida, etc., etc. y por la desolación que me ocasiona la falta de aquello que con su palabra constituye mi paz después de Jesús, ¿no es peor que morir de una sola vez?"
¡Cómo se ve que no hay quien capte lo más profundo de mi tragedia! La nostalgia de un ambiente y de una cercanía, ultranecesarios para mi caso particular, me consume más que la fiebre y, con todo, se me dice: "Ha sido conveniente que no estuvieses allí". Para mí resulta un mal pues me veo sujeta a un quebranto tres y diez veces mayor del que tendría allí, debido al alejamiento de mi casa y a la fatiga de mi misión. Mas ahora, como siempre, no se acaba de comprender plenamente mi caso.
Creo entender cuál es el 4.º voto del P. Pennoni. Es del que más necesitado se halla el mundo que no conseguirá la tranquilidad –no hablo en modo alguno de alegría sino digo únicamente tranquilidad– con el odio y la intransigencia sino con el sacrificio de muchos a fin de que los otros infinitos aprendan a dirigir sus miradas al amor. Mirarlo ya sería algo... porque ahora, ni esto saben hacer.
Son almas sacerdotales mártires
o culpables de herejías políticas y humanas
Recuerdo una lejana visión invernal en la que vi a nuestra Señora vestida de luto apartar las flores enlodadas y recoger las tronchadas y decirme: "Son almas sacerdotales mártires o culpables de herejías políticas y humanas". Las dos cartas que acabo de recibir hablan de persecuciones contra los sacerdotes buenos y de absentismo culpable de sacerdotes apagados en su llama, primera etapa hacia la herejía sacerdotal. Y me resuenan interiormente todas las palabras dirigidas por Jesús a los sacerdotes.
Y, he aquí que por la noche vuelvo a oír tocar las campanas a muerto. Es la hora de la 1,30, estoy sentada en mi lecho y rezo el rosario de los siete gozos de María. Completamente despierta y con 37,5 grados, temperatura por tanto que no puede hacerme delirar y es la más baja que yo tengo... pero bien, ahí están las campanas que oigo a mi izquierda perfectamente nítidas y distintas en sus repiques fúnebres repetidos por tres veces.
¿Qué querrán anunciarme ? ¿Mi muerte? No tengo otro miedo que éste: morir aquí y sin mi Padre espiritual.
656-657
A. M. D. G.