13 de septiembre

 

 

No es ilusión de tus ojos

 

 


 

Realmente tú ves resplandecer en el rostro agonizante y sanguinolento de tu Jesús del Getsemaní

 


 

Dice Jesús:

 

Realmente tú ves resplandecer en el rostro agonizante

y sanguinolento de tu Jesús del Getsemaní

 

"No es ilusión de tus ojos. Realmente tú ves resplandecer en el rostro agonizante y sanguinolento de tu Jesús del Getsemaní aquella sonrisa que viste aflorar cuando el ángel de Dios, en las tinieblas que me envolvían del todo, trajo una luz sobrenatural que me permitió ver allá, en los siglos futuros, los rostros de aquellos que habríanme amado.

El cáliz consolador, el cáliz metafórico entregado por el ángel a mi espíritu atosigado por el cáliz expiatorio, (Lc 22, 43), no fue otro que la iluminación futura de todo el bien que habría de proporcionar mi muerte en contraposición a todo el mal que mi muerte no habría de vencer y de todos los corazones que me habrían de amar. Entonces, por entre las lágrimas, afloró una sonrisa y sobre las angustias cayó una seguridad. El sacrificio, aun siendo tremendo, resulta soportable cuando se sabe que es de utilidad. Yo pues lo sabía entonces y sonreía a dicho conocimiento.

También te veía a ti, mi pequeño Juan... Y, para consolarte, te muestro ahora aquella sonrisa de entonces."

 

Nota mía:

Hará de esto ya quince días que, mirando la hoja de inscripción entre los Siervos de María que usted me entregó, vi florecer sobre el rostro de Jesús una sonrisa tan bella, tan hermosa...! Parecía decir: "¡Qué feliz soy!" y que sonriese a un secreto interlocutor suyo –su propio yo tal vez– con el que, como compañero fiel, resulta por demás dulce compartir, tras la angustia producida por el convencimiento de tanto sacrificio inútil, la paz recobrada mediante la persuasión sobre la utilidad del propio sacrificio.

Y yo, mirándole, me decía: "Pero ¡qué extraños me hace la vista! ¡Mira que ver a Jesús sonreír en estos momentos de agonía...!" Y ¿ya ve lo que responde Jesús? ¡No me engañé por tanto!

Sea pues bendito por aquella sonrisa, porque... verdaderamente, no puedo más... y si fuese a decir todo lo que me bulle dentro... desobedecería a usted y al consejo de la Madre. Por tanto, me callo. Mas callar no quiere decir ahogar esas voces. No es posible ahogarlas porque, a cada instante, los sufrimientos físicos, el vacío moral y la necesidad cada vez más acuciante que experimento de tenerle a usted cerca de mi lecho de muerte, las hace revivir.

¡Ah, Señor...!

665-666

A. M. D. G.