14 de septiembre.
La Santa Cruz
El temor de Dios es el primer grado del amor
Siempre fuiste tajante en tus cosas
Si tenéis la capacidad de amar a Dios es porque sois de Dios.
El temor de Dios es el primer grado del amor
Dice Jesús:
"Ven, sor María de la Cruz. En un tiempo fuiste sólo eso: María de la Cruz. ¿Recuerdas aquel tiempo? Me amabas y te amé porque me amabas con todas tus fuerzas de entonces.
Siempre fuiste tajante en tus cosas
Siempre fuiste tajante en tus cosas. Cuando te lanzabas a una empresa o a un afecto, nunca medias los pros y los contras, el cuánto y el cómo, el si o el más. Y así, al venir a Mí, lo hiciste de manera total, con todas tus posibilidades de amar y de sufrir por Mí y hasta con algo que sobrepasaba tu propia capacidad de sufrir. Por eso, la fuerza que te faltaba te la proporcioné Yo porque me eran gratas tu impulsividad generosa y tu irreflexiva y santa prodigalidad de sacrificio. Aunque entonces hubieses muerto, habrías quedado justificada porque obedecías al mandato de: "Amar a Dios con todo lo que es uno mismo, con el cuerpo, con el alma, con la mente y on el corazón" (Dt 6,5).
Te parecía entonces que no era posible amar más. Y, puesto que amabas a tu Jesús de un modo especial en su condición de Redentor, te quisiste llamar María de la Cruz. ¡La Cruz! ¡Tu amor! Te parecía entonces que no era posible amar más. Mas, pequeña esposa mía, ya ves cómo el amor a Dios, al ser algo de Dios, participa de su infinitud. Se puede amar siempre más sin que por ello pueda llegarse al límite, porque el amor va creciendo cada vez más a medida que se cumple y perfecciona.
Si tenéis la capacidad de amar a Dios es porque sois de Dios.
Una cosa llevada a cabo en el mundo, una cosa realizada por los hombres no es ya susceptible de aumento. Una vez hecha, así queda. Retocarla, añadirle partes equivaldría a estropearla. Ahora bien, el Amor no es cosa humana sino sobrehumana. Si tenéis la capacidad de amar a Dios es porque sois de Dios. Y he aquí que entonces la Caridad puede pasar de una perfección a otra mayor a medida que el espíritu se perfecciona.
Dice el Eclesiástico: "El temor de Dios es el principio de su amor y a él debe unírsele el principio de la fe" ( Ecl 25, 16 Vulgata).
El temor de Dios es el primer grado del amor
El temor de Dios es el primer grado del amor. Quien teme, cuando menos respeta y reconoce que aquel a quien teme es para él un superior, un amo o, al menos, un jefe. Los hijos que no son del todo buenos temen a su padre. Los dependientes que no son perfectamente buenos temen a su amo y los animales que no son completamente buenos temen al domador.
El creyente que se queda en el primer tramo de la mística escalera que sube a Dios, le teme, viendo su rostro allá arriba, lejos, lejos; y, visto así tan distante, le parece severo al no quedársele grabados sino los rasgos más acusados y no echando, en cambio, de ver su sonrisa, su mirada y su voz. Muchos quedan paralizados ante la majestad de Dios y olvidan su paternidad; una paternidad tan buena que llegó a inmolar a su Primogénito por salvar a sus otros hijos. Estos tales no hacen el mal porque temen a Dios y por ello serán premiados con la vida eterna.
el tramo segundo de la mística escalera
pasando al deseo de conocer más de cerca a Dios,
seguros de que si logran conocerlo mejor, le amarán...
Pero, en cambio, no tendrán ese premio que opera ya mientras dura la jornada terrena, como sucede con aquellos que no se limitan a temer a Dios sino que, superando el temor, alcanzan el tramo segundo de la mística escalera pasando al deseo de conocer más de cerca a Dios, seguros de que si logran conocerlo mejor, le amarán... Y, en efecto, cuanto más suben, mejor perciben lo que es Dios; y el deseo se les cambia en afecto y el afecto, que Dios premia con caricias de suave envite, se transforma en amor... y el amor... ¡Oh, el amor! El amor ya no sube la escala peldaño a peldaño sino que pone alas y vuela...
¿Has visto alguna vez, querida, a algún pajarillo intentar sus primeros vuelos? Los inicia del tejado al alero o de una rama baja a otra más alta. Después se atreve a más y desde el alero alcanza la techumbre de la casa vecina más elevada o la copa del árbol más próximo y allí arriba gorjea lleno de júbilo. ¡Hay allí tanto sol, tanto calor, tanto azul, y el mundo con sus insidias, sus truhanes y felinos se encuentran tan lejos...! Mas después se dice el pajarillo: "Aún está demasiado cerca lo que puede limitar mi libertad". Y, mirando, ve que sobre aquel torreón o aquel campanario o allá, en la copa de aquel árbol gigantesco que se yergue en la cima del collado, todavía hay más sol, más libertad y más azul y sale hasta allí disparado con un trino... Mas el sol aún está más por encima y el pajarillo, seguro ya de sí mismo, se lanza y sube, sube, sube... ¡Qué feliz es! No siente ya el peso pues el aire le lleva y el rayo de luz le atrae. Crece por momentos en él la fuerza y así va y canta, y, dueño del espacio, vuela y se alboroza.
la del amor, en cambio, no; no tiene límite sino que sube, sube y sube...
al paso que Dios aumenta, aumenta y aumenta las fuerzas del que sube
infundiéndose cada vez más en la criatura
También el espíritu que puso alas de amor se comporta así. Llega el momento en que, inmerso en océanos celestes y arrebatado por torbellinos de pasión divina, no se siente en su elemento sino cuando ama con vehemencia. Los pobres hombres se devanan los sesos con aparatos –creados inicialmente con fines científicos, pero que, cuando el áspid demoníaco les muerde más atrozmente, los emplean con fines delictivos– en los que subir cada vez más altos a la estratosfera. Mas su ascensión por ella tendrá siempre un límite. Ahora bien, la del amor, en cambio, no; no tiene límite sino que sube, sube y sube... al paso que Dios aumenta, aumenta y aumenta las fuerzas del que sube infundiéndose cada vez más en la criatura que, cuanto más se endiosa, tanto más sube y ama, y cuanto más ama, más sube... Completa su amor y su ascensión cuando, como alondra fulminada por la embriaguez del vuelo, muere al mundo, es decir, cae, en un último latido del alma aprisionada en la carne, sobre el corazón de Dios y conquista su Amor y su eterna Libertad.
Tú, en un tiempo María de la Cruz por deseo tuyo, eres ahora sor María de la Cruz por mi querer. Como a esposa ya desposada, te he entregado mi feudo que te lo has merecido por tu constante ascensión.
Desde la cima sobre la que te posas, mira y confronta tu temor de creyente (el temor de Dios es el amor de los creyentes) con tu amor de esposa y advierte las fases de su crecimiento... ¿Puede aumentar todavía? Sí. El amor de los santos es un vértigo de amor. Pues bien. Te llamo a ti, querida.
Te hablo de mi Cruz, si bien no me limito a hablarte entre la púrpura de mi Sangre y así te atraigo a Mí para vestirte con ella. Ven y en medio de un mundo que se odia, estemos nosotros amándonos: tú, enjugando mis heridas con tus besos y Yo enjugando tus lágrimas con mi amor. Ven y descansa en mi paz."
667-670
A. M. D. G.