15 de octubre de 1944
Quiero que todos los dictados y visiones,
que Yo te concedo,
pertenezcan a la Orden de los Siervos de María
Esto quiero Yo, Dueño y Dador munífico del don
tengo esta visión que, a la vez, me consuela y entristece
Al tiempo de recibir la S. Comunión, me ha dicho Jesús:
Esto quiero Yo, Dueño y Dador munífico del don
"Quiero que todos los dictados y visiones, que Yo te concedo, pertenezcan a la Orden de los Siervos de María. Quiero que dicha Orden use de ellos para su bien y para la predicación. Quiero que esa Orden te defienda, te proteja y ayude. De verte sola, te vencerían, pues son hartos los que se burlan, te calumnian y odian. No sin razón predispuse que tuvieses contactos con esta Orden a la que tú rehuías y que te fuese casi impuesto el pertenecer a ella (Como terciaria).
La naturaleza y misión de la Orden de los Siervos de María se corresponden con la naturaleza y misión tuyas que Yo quise para ti. Tú eras ya, sin saberlo, hija de la Dolorosa y, por ello, escogida para conocer los tormentos cuando ya, de niña, llorabas por Mí, traspasado y muerto.
La otra Orden, por ti escogida, no se halla dispuesta a acoger el don de dios. Debería serlo por haber contado entre sus filas con santos y santas que son campeones en manifestaciones sobrenaturales. Mas el racionalismo apaga en ella numerosas luces y así hay excesiva ciencia en donde mi Francisco tan sólo quería amor, y éste al Dios Crucificado.
Repito pues que quiero que tú seas luz que se vierta sobre la Orden de los Siervos de mi Madre y que esa Orden te tutele.
Y para que no haya dudas en las palabras que te dirijo, especifico: lo que está destinado a tus parientes y a Marta, debe quedar para ellos con la obligación moral y espiritual de usarlo únicamente para sí, sin prestarlo ni por un momento a cualquiera que sea. Si acaso llegaran a cansarse o dudar, echen al fuego cuanto tengan y dejen escrito que así se haga cuando mueran; pero que, en modo alguno dejen copias a nadie (Esto puede también leerse: "y que ninguno las copie"). Esto en lo que se refiere a las copias, pues los originales son y continuarán siendo de la pertenencia de los Siervos de María, siempre y cuando se cuiden de ellos como de un don mío.
Esto quiero Yo, Dueño y Dador munífico del don."
tengo esta visión que, a la vez, me consuela y entristece
Ya avanzada la noche, tengo esta visión que, a la vez, me consuela y entristece.
Sobre un pradecillo herboso, no del todo llano sino levemente ondulado entre dos colinas que lo estrechan, se me aparece Nuestra Señora. Ahora bien, se encuentra vestida muy curiosamente. Se me antoja un frailecillo servita, jovencísimo y bello, si bien con cabellos largos, como lo llevamos nosotras, las mujeres. Tiene el amplio hábito negro ceñido el talle con un cinturón negro y no le veo el rosario por llevarlo tal vez tapado con el manto. Sobre el hábito, esa estola que baja por delante y por detrás hasta abajo y después, sujeto al cuello, tiene el amplio manto negro que llega hasta el suelo. Parece hecho de una tela consistente aunque ligera. No sé el nombre de estas sedas opacas que usan también las mujeres para los vestidos de luto.
Soy mujer y parecerá extraño; pero me he preocupado siempre tan poco de las modas y vanidades que apenas acierto a diferenciar el algodón de la lana, la lana de la seda y la seda del terciopelo, sin poder distinguir ya entre las calidades de las diferentes categorías.
Nuestra Señora lleva, en fin, un amplio manto como el que tiene la estatua de San Felipe Benicio que estaba en su iglesia de Viareggio (Esto es, de los Siervos de María, y el usted que sigue se refiere, como siempre, al P. M.) y como se pone también usted en el verano, cuando me lleva la S. Comunión. Como el manteo está abierto por delante, veo el hábito, mas si lo que quisiera, Nuestra Señora podría envolverse por completo en él, pues así es de amplio. Tiene la cabeza descubierta: flor palidísima que emerge de entre tanta negrura. El velo, negro como todo lo demás de la misma tela que el manteo, sujeto bajo el cuello y sobre el pecho, viene a caer de la cabeza y cuelga como una capucha sobre la espalda por encima del manteo haciendo como un vestido casi igual a él. No sé qué nombre tiene eso que llevan ustedes una ropa sobre otra.
Nunca había visto a Nuestra Señora vestida de esta manera. De negro, sí, aquella vez, en enero si no me equivoco, cuando recogía o apartaba almas sacerdotales. Pero entonces era un hábito negro y no éste.
Mas lo que me acongoja es la expresión de su rostro que lo tienen en dirección norte, mirando, por tanto, al norte, siendo su expresión la de quien ha llorado y aún está llorando en su corazón. No hace ademán alguno ni dice palabra sino que únicamente mira al norte con inmensa tristeza. Y aún aparece más pálida que de costumbre, sin duda por hallarse envuelta en tanto negro y estar tan triste.
Después, he aquí que gira sus ojos hacia poniente y me ve. Me encuentro a su lado, inmóvil ante su aspecto. Extiende su brazo, alza el manteo por el lado izquierdo y me acoge bajo él teniéndome bien estrechada a su lado y cubierta del todo con el manto negro. Nada más veo que la tela negra de su hábito y el cinturón de cuero negro.
Aún no pronuncia palabra alguna sino que únicamente suspira con pena. Nada más. ¿Qué querrá decir? Para mí nada de malo; para mí como alma, se entiende. Me ama y eso me da seguridad. Pero está triste. ¿Por qué? ¿Qué pena le aflige a la Madre en su vestimenta de Servita? ¿Querrá expresar luto en la familia de los Siervos de María o alguna calamidad espiritual más grave todavía que una muerte?
¡Cuántas cosas querría saber! Cosas relacionadas con visiones o con sonidos escuchados. Desde que sé que han sido abatidos los campanarios de S. Andrés y de S. Paulino, me acuerdo de aquel su tan distinto tañer a muerto que oí en los últimos días de agosto. La fecha aparece en los cuadernos que usted se halla copiando. Me gustaría saber si acaecieron en aquellas noches...
Hoy ha regresado Marta... y me ha informado de que la casa de la izquierda, otras también a la derecha, enfrente y detrás de la mía han sido alcanzadas en los últimos bombardeos y que asimismo lo ha sido aquella de la esquina. Recuerdo haber soñado y sufrido por esto en febrero y habérselo dicho a usted. Después me calmé porque un cascote de bomba había dado contra la casa de la esquina, un pequeño cascote de bomba antiaérea y creí por eso que el sueño hubiese tenido cumplimiento. Por el contrario, después de ocho meses, se ha comprobado la verdad hasta en sus más nimios detalles.
¿Por qué, Señor, a mí, que tanto miedo tengo a cuanto no es común, me das estas cosas que no son comunes...?
708-712
A. M. D. G.