1.º de noviembre
Veía el altísimo Paraíso
con su población de Santos
Esta mañana, a las 6, he contemplado una visión que, por una parte al menos, dejará incrédulos a algunos aunque para mí, si bien ha sido motivo de consuelo, también lo ha sido de pena.
Veía el altísimo Paraíso con su población de Santos. Multitud innumerable, festiva y dichosa en la contemplación de Dios. Luces y más luces de amorosas llamas eran los candidísimos espíritus, absortos en la visión de Dios, fijos todos, con sus rostros y su amor dirigidos a un solo punto: la Santísima Trinidad.
Mas en los umbrales aparecía un espíritu distinto a los demás
en su aspecto y actitud
Mas en los umbrales, diré así, del Cielo, exactamente allí donde comienza el Reino feliz, aparecía un espíritu distinto a los demás en su aspecto y actitud. Su aspecto, menos cándidamente deslumbrador, un tanto más opaco, como ceniciento, diría yo, hasta en su fisonomía, si bien tenía ya las características de los espíritus bienaventurados: líneas luminosas en forma de rostro y de miembros. Hasta su vestido, bien que blanco, no era todavía fúlgido: luz hecha tela como la de los otros. Parecía como si acabase de salir de un lugar triste y humoso que se lo hubiese ajado tanto en la tela como en el color. Su actitud era también distinta a la de los demás. Indeciso entre querer adorar a Dios y querer mirarme de un modo extraño, parecía pedir excusas diciendo: "ahora lo sé"; "te quiero"; "gracias"; o "estaba ciega, ahora lo veo". No sé, un semblante serio, más bien triste y a la vez pacífico y sereno, un semblante humilde y a la par solemne...
¡Era mi madre! Inconfundible para mí, pues era exacta en la semejanza y en la expresión a la que en contadas ocasiones hacíanle hablar el sentimiento y la razón.
¡Cuánto he mirado para ver a mi padre! Mas no lo he visto. Con todo, pienso si no se hallará más en Dios que mi madre... ¡Cuánto le he buscado por entre los rostro nítidos e identificables de los bienaventurados! De haberle visto, mi gozo hubiera sido completo, por más que ya ha sido gozo haber visto a mi madre por la que tanto rogué en vida y después de su muerte.
Pienso –no sé si mi pensamiento será verdad– pienso que ella apenas si habrá salido de la expiación o que se encuentre tal vez en los umbrales, en los linderos entre el Purgatorio y el Paraíso, y esté por ello menos fúlgida y menos absorta en Dios que los demás, con necesidad todavía de recordar la tierra y con un impulso, procedente de su renacimiento a la Perfección, de decirme ahora lo que nunca sintió necesidad de decirme, ni siquiera en sus últimos días, y de reparar tanto egoísmo encubierto y soberbio.
Sé que cuantos la conocieron no acertarán a creer tan rápida expiación. Ahora que yo pienso que Jesús habrá querido que yo lo supiese para que mi desolación no fuese tan grande. Me gozo con el recuerdo de cuanto he visto y bendigo al Señor por ello.
727-728
A. M. D. G.