12 de noviembre

 

 

¿Pues no he engendrado a todos mis santos

 y os he amado tan perfectamente hasta

el punto de morir para daros la vida?

 

 


 

Cuando El consuela no se puede llorar

   No, Jesús; prefiero así por más que tus palabras me hagan feliz. Si lo decía era por las almas  

 Te daré una cosa que fue mía y que tú me entregarás para las almas

 


 

Esta noche, igual que la anterior, he estado con Jesús desde las dos de la mañana.

 

Cuando El consuela no se puede llorar

 

Me ha dicho: "Aquí estoy, junto a mi pequeño Juan, para que no llore". Mas no lloraba. Ya no he llorado desde la otra noche. Cuando El consuela no se puede llorar. El ya lo sabe bien. Y, sonriendo, me ha dicho esta noche: "Como cuando murió Jaimito, he vuelto a realizar el milagro de transformar las lágrimas en sonrisas, las espinas en rosas y la turbación en paz, acariciándote desde un principio para no hacerte llorar más".

Yo, estando apoyada sobre su pecho, –¡me gusta tanto sentir los latidos de su corazón...!– le he preguntado: "Jesús, ¿hoy tampoco vas a hablar?"

Y El me ha contestado: "Pero, si hablo, tienes que escribir y, por tanto, dejar esta almohada. ¿Lo prefieres?"

 

"No, Jesús; prefiero así por más que tus palabras me hagan feliz.

 Si lo decía era por las almas"

 

"No, Jesús; prefiero así por más que tus palabras me hagan feliz. Si lo decía era por las almas".

"Mi pobre, pequeño Juan, tienes harto mal para que me atreva a hacerte escribir. Ya sabes que Yo soy también Médico, tu mejor Médico, aun para tu pobre cuerpo que me sirve como instrumento y que no debe ser quebrantado. Por eso Yo me muestro severo con quien no te trata como debe ser tratado uno que se encuentre en tus condiciones, esto es, como un niño. Eres mi niño. Esto eres por ahora. Cuando estés mejor volverás a ser el Juan menor. Ahora estáte aquí. Ya has visto cómo sé acunar a los niños. Parezco un perfecto papá. Y ¿acaso no lo soy? ¿Pues no he engendrado a todos mis santos y os he amado tan perfectamente hasta el punto de morir para daros la vida?"

"Sí, Jesús. Entonces, ¿nada para las almas?"

"¡Querida mendicantes!, ¿quieres o quieres dar?"

"Quiero y quiero dar".

"Pues dame lo que sufres".

"Es muy poco y, por otra parte, cosa muy habitual. Quiero dar más. Y después algo para mí".

"¿Un regalo o un recuerdo?"

"Lo que quieras, pero que me hable de Ti".

 

"Te daré una cosa que fue mía

y que tú me entregarás para las almas"

 

Jesús me estrecha fuerte, muy fuerte y me dice. "Te daré una cosa que fue mía y que tú me entregarás para las almas". Y, teniéndome Jesús siempre contra su pecho de forma que yo tenía libre todo el hemitórax izquierdo, he sentido que me daban dos golpes de flagelo, dos tan sólo; pero ¡qué mal! En todos los puntos donde habían golpeado los macillos de las tiras, o sea, en unos diez sitios, sentía un dolor como si hubiesen penetrado proyectiles en mis huesos y en mis órganos y la piel escocía en donde las correas habían levantado verdugones.

¡Sólo dos! Y Jesús aclara: "Ya basta, porque hacen mucho, muchísimo mal y tú estás enfermo. Dame el dolor producido por el tormento que fue mío y que fue atroz. Dámelo para las almas. Y ahora estáte tranquila aquí conmigo".

Y así me he quedado: dichosa y torturada. Dichosa en el alma y torturada en el cuerpo. Pero ¡qué feliz...!

735-736

A. M. D. G.