14 de noviembre

 

 

Los sacerdotes, son el gran dolor de Jesús

 

 


 

Y lo digo por más que tenga un enfermero, que mejor no cabe, que no me deja en las horas más tristes: Es mi Jesús

    ¡Mas los que ahora se forman...! ¡Son mi dolor...! Dirás todo esto al P. Migliorini. 

 Mas los sacerdotes idólatras, impuros y ateos son flagelos pesados y lacerantes.

   ¡No sufras, Jesús, que yo creo también por ellos! 

  Tal vez te pida la oportuna fatiga para refutar esas obras del error, cosa que Yo sólo puedo hacer... 

  El mundo, es cierto, no hará aprecio alguno de este don

 


 

Jesús no me proporciona visiones ni dictados. Me encuentro muy mal. La pleuritis trabaja a mansalva sobre el resto de pulmones que aún me queda. Me falta el aire. Los sufrimientos son agudos. La fiebre alta. La debilidad extrema, agravada por las tres hemorragias habidas ayer.

 

Y lo digo por más que tenga un enfermero, que mejor no cabe,

que no me deja en las horas más tristes: Es mi Jesús

 

Mas, si estoy triste, no es por los sufrimientos ni por el silencio visual y auditivo (para los demás). Estoy triste porque querría encontrarme en mi casa y teniéndole a usted cerca. Aunque no fuese sino esto último, nada más querría. Y lo digo por más que tenga un enfermero, que mejor no cabe, que no me deja en las horas más tristes: Es mi Jesús. Me adormezco velada por El y me despierto con sus caricias.

¡Oh, no estoy sola, no! No ha querido que sintiese el abandono de los parientes y ha tomado totalmente su puesto llenando de Sí todo el vacío. ¡El sabe muy bien qué corazón tiene la pobre María! Si no tuviese este corazón no acertaría a ser lo que soy. Y sabe también que, aunque El sea Todo para mí, yo tengo necesidad de dar y de recibir afecto, mucho afecto y que sufro cuando quiebra uno de ellos. Como sabe también que no puedo sufrir más de lo que sufro puesto que, de lo contrario, quedaría rota, y entonces aumenta sus ternezas hasta con providencias humanas.

¡Qué breves y a la vez llenos de iluminadoras enseñanzas sus íntimos coloquios!

Me decía esta mañana: "Darás el fascículo 12.º al que te lo ha pedido".

"¿Y si el P. Migliorini no quiere?"

 

¡Mas los que ahora se forman...! ¡Son mi dolor...!

Dirás todo esto al P. Migliorini.

 

"Lo quiero Yo. Ya dije que se deben dar con su cuenta y razón a aquellos que lo merezcan y, en particular, a comunidades que los reclamen para su bien. En una comunidad no todos son igualmente buenos; mas aquellos pocos que lo son, se aventajan y, puesto que la llama caldea, también los otros mejoran por reflejo por más que se les tenga ignorantes de los dictados que no aceptarían en lo que se deben ser aceptados, esto es: sobrenaturalmente. El Padre Tozzi y el Padre Fantoni (Eran dos sacerdotes de la Orden de los Siervos de María) merecen leerlos. (Ha dicho exactamente así: primero Tozzi y después Fantoni). Son sacerdotes formados y todavía de la antigua escuela. También en el pasado había sacerdotes áridos. Siempre los hubo. ¡Mas los que ahora se forman...! ¡Son mi dolor...! Dirás todo esto al P. Migliorini".

"Jesús, ¿tanto dolor te dan?"

 

Mas los sacerdotes idólatras, impuros y ateos

son flagelos pesados y lacerantes.

 

"¡Tanto! Más que los golpes de flagelo cuyo recuerdo aún conservo vivo con toda su atrocidad. Los golpes de la flagelación se han comparado a los pecados del sentido. Sí. También éstos me hacen muchísimo mal. Mas los sacerdotes idólatras, impuros y ateos son flagelos pesados y lacerantes. Rompen con sus golpes y laceran con sus garfios.

"¿Idólatras, Señor? ¿Impuros? ¿Ateos?"

"Sí. ¿Te parece imposible? No lo es. Son idólatras de adoraciones no tributadas a Mí. Por más que sean puros de cuerpo, son impuros ya que hacen impuros sus espíritus al amar lo que no es Dios: Yo. Se dan más a amar y conocer la ciencia humana que no a Mí: Ciencia divina. Son ateos porque niegan a Dios el atributo del Poder. Niegan el milagro. El milagro tiene muchas formas. Tan milagro es sanar a un enfermo como impedir que uno muera al caer de una gran altura. Tan milagro es multiplicar el alimento como hacer de una nada 'la portavoz' de Dios. Ellos lo niegan. Querrían poner límites a la omnipotencia divina porque, siendo tan limitados ellos mismos, no pueden, no digo desear, pero ni aceptar lo que rebasa los límites mezquinos de su capacidad de creer. Y, para persuadirse, exigen pruebas que son otros tantos actos de desconfianza. Y ahí les tenéis sin creer todavía. No pueden creer. Perdieron la inocencia del espíritu, ésta que Yo señalé como necesaria para poseer el Reino de los Cielos. 'Si no llegareis a ser como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos'" (Mt 18, 3; Mc 10, 14-15; Lc 18, 16-17).

 

"¡No sufras, Jesús, que yo creo también por ellos!"

 

"¡No sufras, Jesús, que yo creo también por ellos!"

"¿Se puede no sufrir por ciertas cosas? No. ¿Puedes tú no sufrir hasta con el solo recuerdo de un acto que, a tu juicio, haya sido ofensivo a María y a Mí? Lo seguirás teniendo ante ti como una pesadilla. ¡Y eso que no es más que un acto! Y Yo que veo cómo desbaratan mi don, se burlan de él y lo pisotean, –cuanto se da para el bien del hombre es un don– ¿puedo no sufrir?"

No sé responder a esa congoja de mi Jesús y así me callo con la cabeza sobre su pecho.

Después me atrevo a formularle una pregunta que desde hace más de un mes tengo en los labios, es decir, desde que Jesús me habló tan claramente sobre el caso Belfanti-Punturieri, etc., etc. "Jesús, ¿qué hago con esos dos libros de Ubaldi? (En la casa Valtorta de Viareggio se encuentran estos dos libros: Pedro Ubaldi, "L'ascesi mistica", colección de Biosofía dirigida por Gino Trespioli, Milán, editor Ulrico Hoepli, 1939; Pedro Ubaldi, "La grande sintesi", y solución de los problemas de la ciencia y del espíritu, segunda edición revisada, Milán, editor Ulrico Hoepli, 1939. En la portada de este segundo libro escribió M.V.: "Este y Ascesi (esto es, el primer libro) me los mandó mi primo (esto es, José Belfanti, primo de la madre de M.V.) esperando atraerme a sí cuando aún era espiritista") ¿Los quemo o se los entrego al P. Migliorini? Porque, ya lo sabes, desde que Tú eres mi Maestro, nada  absolutamente leo, lo bueno y sagrado, para no influenciarme, y lo mundano y menos bueno, para no profanarme. Allí están desde hace dos años sin que yo los toque y ahora me repugnan. ¿Los quemo?

 

Tal vez te pida la oportuna fatiga

para refutar esas obras del error, cosa que Yo sólo puedo hacer...

 

"No. Tenlos. Por ahora debemos continuar con la ilustración del Evangelio para este pobre mundo católico que no sabe ver en él la indispensable e insuperable perla celeste de toda la cultura sagrada. Ahora bien, después... Tal vez te pida la oportuna fatiga para refutar esas obras del error, cosa que Yo sólo puedo hacer..."

"¡Oh, Jesús!, pues entonces, ¿cuándo me vas a llevar contigo?"

Jesús sonríe, me acaricia y calla.

"Así pues, ¿me dejas todavía en la tierra? Y ¿crees que el mundo acogerá para su propia utilidad este tu don hecho a expensas de tu pobre María?

 

El mundo, es cierto, no hará aprecio alguno de este don

 

"El mundo, es cierto, no hará aprecio alguno de este don. No sé, humanamente hablando, si es merecedor de tal dádiva. Mas he dicho: 'Tal vez'."

"Pero Tú lo sabes todo..."

"Y digo que quiero. Tú estáte tranquila, no pienses en ello ni desees otra cosa sino: 'Hacer lo que Jesús quiere'. Y, después de todo, dime: ¿distas mucho de lo que habrás de tener en el Cielo? ¿Qué es el Paraíso? La posesión y conocimiento de Dios. Pues, bien, tú, con estar todavía en la carne, ¿no me posees y conoces ya de un modo tan amplio que llega a rozar la posesión y el conocimiento que de Mí tienen los que son espíritu? Por no aniquilarte y para salvaguardarte acomodo la posesión y el conocimiento a tu condición humana. Mas, con todo, tú me tienes. Puedes, por tanto, quedarte aún aquí abajo y servirme. Y basta por ahora. ¿Ves cómo no tienes que hacer más? Descansa. Yo estoy contigo y no te dejo. Démonos el saludo de paz".

"Ya ves, Jesús, que estoy tranquila; pero te pido una sola respuesta: Ese libro que me trajo el P. Fantoni ¿puedo decir que viene propiamente de Ti por más que sea de un estilo más simple y contenga un error al hablar de pestilencia? ¿Es ciertamente tuyo?"

"Sí, es mi palabra. Adecuo el estilo a la capacidad del que la recibe; pero la enseñanza es ésa".

"¿Y la pestilencia?"

"¿Y los curiosos? ¿También ésa la quieres? ¿No te basta con la peste de esta guerra? ¡Abajo, quieta! Obedece, pues, de lo  contrario, me voy". Mas sonríe y se queda.

¡Ya puede pensar cómo obedezco al pronto...!

736-740

A. M. D. G.