29 de noviembre

 

 

lOS SUEÑOS DE Maria vALTORTA

 

 


 

soñé que marchaba hacia Viareggio (a pie) en compañía de Marta y que me encontré por el camino al Padre Pío

   Otra breve dormida y sueño, 24-11. Paréceme descender hacia Viareggio siguiendo; o mejor, precediendo al camión de los muebles 

  Ayer noche, 27, sueño con una hermana de José, muerta años ha

   Por muy peligrosa que sea, vámonos a Viareggio ...

   No se puede ir 

  Siempre rogué por él, que era una mezcla de parte buena y mucho de humano

 


 

Ahí va un poco de penosa crónica pues siento la necesitad de contarle lo que tal vez pueda parecerle pueril, pero que para mí no lo es, ya que, desde hace años, sé de la veracidad de mis sueños.

 

soñé que marchaba hacia Viareggio (a pie) en compañía de Marta

y que me encontré por el camino al Padre Pío

 

Hace ocho días, 22-11, precisamente la noche anterior al viaje de Marta a Lucca para enterarse del permiso de autotransporte, durante la breve dormida del amanecer, soñé que marchaba hacia Viareggio (a pie) en compañía de Marta y que me encontré por el camino al Padre Pío (P. Pío de Pietrelcina, el fraile estigmatizado de S. Giovanni Rotondo 1887-1968 del que María Valtorta era devota) o un franciscano, aunque para mí era el Padre Pío, el cual me mira y dice como hablando consigo mismo: "Pero ¡qué amargura! ¡Haberse hecho a la idea del retorno y tener tanto retraso!" Yo me vuelvo y, un tanto mosqueada y emocionada, le digo: "¿Qué cosa? ¿Qué cosa?" Y él: "Nada. Decía que resulta amargo haberse hecho a la idea del retorno y tener tanto retraso". Lo dice dos veces y desaparece.

Me despierto con cierto afán y le digo a Marta: "Ya verás cómo no se hace nada". Marta dice: "¡Cómo que no! Si hasta el Padre Pío ha venido a decir que el retraso ha sido amargo pero que ha terminado". Y yo: "No, no. Verás cómo comienza ahora. Estaba por demás triste al decir esas palabras. Me daba pena".

Marta marcha  a Lucca... y se entera de que no se puede partir hasta después del 30 por negarse los permisos.

Y éste es el primero.

 

Otra breve dormida y sueño, 24-11.

Paréceme descender hacia Viareggio siguiendo;

o mejor, precediendo al camión de los muebles

 

Pasan dos noches. Otra breve dormida y sueño, 24-11. Paréceme descender hacia Viareggio siguiendo; o mejor, precediendo al camión de los muebles. Mas mil suertes de obstáculos retardan el camino. Por fin el coche no puede seguir adelante. Viene contra mí un toro furioso y, a duras penas me salvo refugiándome en una casa que es la de la señora Sacconi de Viareggio. La señora se muestra estupefacta de que haya podido pasar por la vía Aurelia puesto que, según dice, "está siempre batida por los cañones". En efecto, se oye el cañón. Me dice también: "No es prudente estar aquí. Yo, a la sazón, me encuentro aquí; pero el que está fuera, está bien que se quede fuera". Este es el segundo.

 

Ayer noche, 27, sueño con una hermana de José, muerta años ha

 

Pasan otras dos noches. Ayer noche, 27, sueño con una hermana de José, muerta años ha, con la que jamás había soñado ni de viva ni de muerta por más que hubiese estado con ella dos años y le apreciase. En el sueño me parecía que yo estuviese a la espera de Irma o de María para partir con ellas de vuelta para Viareggio (las otras dos hermanas de José que aún viven ahora en Vigevano y en Mirándola). Mas no vienen ni Irma ni María. Por el contrario veo entrar  a la muerta Amelia. Me deja sorprendida y le digo: "¿Tú aquí? Aguardaba a Irma o María para partir". Me responde: "Ellas no pueden venir. Yo, en cambio, puedo ir adonde quiero. Ten. Te he traído estos dos panes que te vendrán bien. Debes todavía aguardar dos tiempos (recalca mucho el dos). Y me entrega dos panes de medio kilo cada uno. Uno hermoso, intacto; y el otro como manoseado y magullado. Y éste, el tercero.

 

Por muy peligrosa que sea, vámonos a Viareggio ...

 

¡Por último esta noche...!, 28-29. Ayer tarde quedé abatida, y con gran sufrimiento, por el sopor a las 17,30, para salir de él a las 20,30. Después sufrí y deliré hasta casi la media noche, quedando a continuación dormida para despertar cuando apenas sonó la una. Parecíame estar decidida a partir para Viareggio porque habían sido lanzadas sobre Pontedera bombas de grueso calibre y toda la zona era muy peligrosa. De pie junto a la ventana de esta habitación, decíale a Marta: "Por muy peligrosa que sea, vámonos a Viareggio. Allí, al menos, estaré en mi casa y tendré a mi lado al P. Migiliorini".

 

"No se puede ir"

 

Una voz de hombre me dice desde la puerta: "No se puede ir". Me vuelvo y veo derecho en el umbral a D. José Giurlani, el ex-cura párroco de S. Paulino (La parroquia de M.V. en Viareggio), muerto hace ya años. Avanza sonriendo, naturalísimo, y repite: "No se puede ir". No lo permiten por los cañonazos que menudean y, en especial, sobre tu zona. Dan casi siempre en el rectángulo que va de la plaza del Hospicio (del depósito de aguas) a la vía Aurelia con lados alargados formados por las calles Vespucci y Mazzini. Sobre todo allí. Tú, con tu corazón y en el estado en que te encuentras, no puedes ir. Siempre te quise, pues eras una de mis mejores parroquianas y no quiero que te suceda nada malo".

"Pero es que dicen que son proyectiles pequeños que hacen poco daño". "¡Eh, no! Ahora son de grueso calibre y donde pegan... causan muertes y ruinas. Los últimos han caído precisamente cerca de tu casa, en el triángulo existente entre el chalet Andreottti (vía Veneto, frente a la vía Raffaelli), la casa de Sanminiatelli (al fondo de la vía Leonardo da Vinci) y la casa Soccani (aún en la vía Leonardo). ¿Quieres echar a perder todo tu mobiliario ahora que tanto has gastado para salvarlo?"

"Con todo, el Padre Migliorini me escribe que puedo ir segura porque no hay peligro y otros me dicen que son cosas de poca monta".

"Te pueden decir lo que quieran. Lo que yo te digo es la verdad. ¡Pobre María! De entre todos los que te rodean no hay uno que te diga la pura verdad quién por un motivo quién por otro. Mas yo no tengo interés alguno. Te quiero porque te lo mereces y deseo defenderte. Hazme caso. Ten paciencia. ¿Qué quieres hacer? Ya que has estado tanto... estáte aún. Y ya, por último, no te dejarían entrar porque el Gobernador no quiere víctimas humanas".

Me bendice y desaparece.

Me despierto llorando y quedo bajo esta impresión hasta el punto de contarle el sueño a Marta no bien ella despierta, después al señor Lucarini a las 11, y a su mujer a las 15.

A las 17 viene de Lucca Enzo Lucarini a donde había ido para solicitar el permiso del camión. Trae la noticia de los cañonazos, con ruinas y víctimas, en la zona próxima a mi casa: vía Vinci y Fratti, y dice que nada ha hecho porque personas serias, por encima de toda sospecha de exageración, se lo han desaconsejado y, entre éstas, el P. Fantoni.

Me quedo triste y desconsolada.

... y a las 20 Marta me comunica la noticia de la muerte del Dr. Lapi...

La noticia la trajo el viernes, día 24, el Dr. Winspaere, su colega y amigo, en cuyos brazos murió. El doctor aconsejó que, en vista de mi estado, se me diera la noticia con cautela. El no tuvo valor para comunicármela. Murió en Córcega, en una emboscada. el 26-10-43, veintidós días después que mi madre.

¿Se acuerda, Padre, cómo le decía que no habría de pasar sin castigo el hecho de haberme causado tanto dolor al no preocuparse de mi madre hasta el punto de provocar su fin entre muy graves sufrimientos por descuidarse en el diagnóstico y no atender la fractura costal que se produjo el 2 de diciembre de 1942? Pues bien, en enero de 1943 él mismo se fracturó una costilla y ahí empezaron sus castigos (por haber abandonado abusivamente su cargo) y todo lo demás: Córcega y la muerte...

 

Siempre rogué por él,

que era una mezcla de parte buena y mucho de humano

 

Siempre rogué por él, que era una mezcla de parte buena y mucho de humano, no siendo de los peores ni como hombre ni como médico; y, más que nada, por su niño al que adoraba y por su pobre madre que ya perdiera dos hijos en la guerra del 15-18, cifrando en su hijo Lamberto todo su consuelo. Hace meses que lo veía en sueños (5 veces soñé con él) siempre tan enfermo, pálido, envejecido, curvado y triste, llegándome a convencer de su muerte y de su purgatorio (pensemos al menos que sea Purgatorio). Ahora rogaré por su paz.

No me hago a la idea de que ya no le he de ver más. Era para mí como un hermano. Durante nueve años estuvo curándome con paciencia y amistad. Cierto también que con provecho. Pero ¿quién lo hubiera hecho como él? ¡Cuántas veces no se interpuso conmigo ante mi madre para calmarla en sus monomanías que agravaban mi enfermedad! Esto fue así, incluso, seis días antes de ausentarse. Y su antipatía por mi madre se debía al hecho de que él, como médico, mejor que ningún otro, comprendía que mi mal, en sus seis décimas partes cuando menos, provenía del tormento moral que, desde la infancia, me había ocasionado el carácter materno. Con todo, yo no quería que él la desatendiera por cuanto aquella vida me era muy querida. Un tormento que era mi amor.

¡Cuánto siento, Padre, que usted, por descuido, se lo haya dejado escapar sin interrogarle sobre mí y sin que le extendiera un certificado! ¿Qué otro médico podía hacerlo con más exactitud que Lapi que, desde hacía nueve años, venía tres y más veces al día y conocía todo el curso del mal, sus distintas formas, mi paciencia y sufrimientos por los muchos males que me torturan y el entorno familiar y de amigos que me rodea como zarza entre las espinas? ¿Un conglomerado de zarzas? Sí; Lapi se hallaba al tanto de todo. Y, honrado como era, habría podido deponer exhaustivamente.

Ahora ya está muerto e, incluso, se ha perdido esta prueba como se perdió también aquella otra de la abundante correspondencia que usted me dejó destruir, esperando a decir que la deseaba cuando ya estaba quemada. Muchos de mis amigos han muerto, siendo pruebas que faltan. Pruebas para ellos, si bien les sirven tan sólo para hacer patente su falta de fe.

Basta ya... pues si no, me desvanezco; porque ¡me encuentro tan mal...!

748-753

A. M. D. G.