29-30 de marzo

 

 

Jesús da la Comunión a María Valtorta

 

 


 

Pequeño Juan, pensaba llamarte pequeño escriba pero no te lo digo porque si bien eres tú el laico que, a falta de sacerdotes, ilustras acerca de la verdad de mi tiempo mortal... 

  ... Esto es mi Cuerpo que Yo te doy en memoria de Mí. Tómalo y come 

  Esta es mi Sangre que derramé por vuestro amor. Tómala y bebe

 


 

Me encontraba del todo triste desde el mediodía del Jueves porque pensaba: "¡Mañana sin comunión!". ¡Con lo que sufro siempre y, sobre todo, los viernes! Con lo que generalmente es para mí, desde hace 15 años, el viernes de Pasión, quedarme sin mi Alimento me causaba dolor. Pensaba: "Hace dos años el P. M. me llevó la Comunión al amanecer del viernes santo. Me encontraba mal y por eso podía hacerlo". Le aseguro que habría deseado estar aún peor para poderla recibir. Son, con la pena de la reliquia de la Santa Cruz que, tras habérmela regalado, me la quitó una que tanto ha contribuido con Satanás a causarme dolor, mis secretos sufrimientos... y los más profundos.

Marta había salido a hacer la visita a las siete iglesias y yo me encontraba sola escribiendo. La desolación de María se fundía con el llanto de la pobre María...

Me elimina la pena la aparición gozosa de Jesús que se presenta, no martirizado y sanguinolento sino hermoso y radiante con su vestido blanco de lino como en los momentos más letificantes de las visiones. Se acerca hacia mí cual si viniese de una campiña florida y sonríe teniendo oculto algo bajo su manto blanco que lo lleva cruzado sobre el pecho y brazos.

 

Pequeño Juan, pensaba llamarte 'pequeño escriba'

pero no te lo digo porque si bien eres tú el laico que,

a falta de sacerdotes,

ilustras acerca de la verdad de mi tiempo mortal...

 

Me dice: "Pequeño Juan, pensaba llamarte 'pequeño escriba' pero no te lo digo porque si bien eres tú el laico que, a falta de sacerdotes, ilustras acerca de la verdad de mi tiempo mortal, no eres, en contraposición, la persona dura y feroz que eran los escribas de mi tiempo. Escucha, pequeño Juan. El Padre Migliorini no te puede traer la comunión y sufres por ello. Pues bien, tu Sacerdote soy Yo. Te he tenido agobiada con mis torturas y mi agonía. Justo es, por tanto, que te dé un premio. Mira: hace tantos años que a esta misma hora me dirigía Yo al Cenáculo para consumar la Pascua y distribuir la primera Eucaristía. Ven y tenla, mi pequeño Juan.

 

... Esto es mi Cuerpo que Yo te doy en memoria de Mí.

Tómalo y come

 

Y, dejando que se abra el manto, me muestra el copón que tiene en la mano y dice con solemnidad: "Yo soy el Pan vivo que desciende del Cielo. El que come de este Pan ya no tendrá más hambre y vivirá eternamente. Esto es mi Cuerpo que Yo te doy en memoria de Mí. Tómalo y come". Y me da una partícula gruesa. Digo gruesa porque tiene el tamaño de una moneda antigua (un escudo). Su sabor material y espiritual es tal que me llena de delicia. Y, tras acariciarme, me dice: "Ahora que ya te has nutrido, escribe. Volveré mañana".

Y esta noche, a la misma hora, se me vuelve a aparecer. Me encontraba mal desde que estuvo usted sin conseguir superar la crisis. Tenía un sudor frío y estaba cérea y jadeante con vértigos continuos y ofuscamientos de la vista. Con todo, escribía porque debía escribir... La Madre Dolorosa gemía su total desgarro.

 

"Esta es mi Sangre que derramé por vuestro amor.

Tómala y bebe"

 

Jesús me priva por algún tiempo de tanto dolor de coparticipación y físico y, teniendo descubierto del todo el cáliz colmo de sangre roja, pujante, densa diría yo, casi bullente porque espumaba con algunas burbujas como si acabara de brotar de una arteria, me dice: "Esta es mi Sangre que derramé por vuestro amor. Tómala y bebe". Y me acerca el cáliz a los labios mientras con la otra mano me aproxima al mismo.

Percibo el frío del metal en mis labios y el olor de la sangre en la nariz sin que me repugne. Me aplico al borde pulido del cáliz de plata y bebo un sorbo de esta Sangre divina que tiene todas las características de la nuestra por su fluidez, viscosidad y sabor; y penetra en mí procurándome tal delicia que me eleva a lo más alto del gozo. Querría beber y beber... puesto que, cuanto más se bebe más deseo se siente. Mas me detiene la reverencia hacia ella y así contemplo aquella Sangre amada, percibo su vivo olor y admiro su perfecto color rojo intenso. Ahora bien, Jesús me hace beber otras dos veces de ella... y, a continuación, se ausenta... quedándome el sabor y la fragancia de la Sangre de mi Jesús.

Estaba por no escribirlo aquí sino hacerlo en una carta que no sabía si dársela enseguida a usted o dejarla para que la encontrara después de mi muerte porque ciertas sublimidades se expresan mal y de mala gana. Pero, al fin, ha prevalecido la idea de escribirlo en el cuaderno para que usted lo conozca pronto.

Me encuentro rebosante de sobrenatural dulzura.

39-41

A. M. D. G.