10-4-45 (10 abril 1945)
¿Cuándo te escogí? ¿Lo quieres saber?
Hubo un tiempo en que Yo te amaba con mi perfección mientras que tú no me amabas con la tuya...
Cuándo te escogí Lo quieres saber
No abrigues temor, flor de Dios.
Lo que resulta imposible de soportar en nuestra pasión es, Padre, tu abandono...
Al estar en descanso desde hace tres días, abro la Biblia. La abro al azar con ánimo de leer algo que sea igualmente palabra procedente de Dios. Se me abre por la página 769 y mi vista se fija en los versículos 25-26-27-28-29-30 y 31 del salmo 17, libro 1.º (Según la Vulgata y en el texto hebreo. Salmo 18, 25-31). Y habla el Señor:
"¿No es esto mismo lo que tú puedes decir de ti?
Hubo un tiempo en que Yo te amaba con mi perfección
mientras que tú no me amabas con la tuya...
Hubo un tiempo en que Yo te amaba con mi perfección mientras que tú no me amabas con la tuya porque, si bien mi recuerdo estaba en tu corazón, anidaban también en él por aquellas fechas unos afectos más fuertes que el mío y por eso no eras merecedora de mi recompensa. Recuerdas muy bien aquel tiempo como igualmente lo recuerdo Yo. Habías salido de tu colegio totalmente perfumada de Dios como virgen salida del Templo saturada de los perfumes del incienso ritual. Y Yo, a la sazón, habíate ya escogido.
¿Cuándo te escogí? ¿Lo quieres saber?
¿Cuándo te escogí? ¿Lo quieres saber? De verdad cuando fue creada tu alma, ya que no hay destino alguno del hombre que lo ignore el Pensamiento eterno. Mas la pequeña María, mantenida con vida por mi querer en contra de las circunstancias adversas en que naciste y que te acompañaron durante los meses en que fuiste un angelito lactante, fue mía cuando derramó las primeras lágrimas ante el divino Descendido de la cruz. Me suplicaste y Yo te correspondí con una sonrisa de complacencia que la reiteré para ti en el Cielo; y al Padre y al Paráclito les dije mí: "Dejad que los niños vengan a Mí".
Tan sólo los labios de los niños calman el dolor de sus heridas. Los niños de años y los de propia voluntad, es decir, aquellos que por su amor y, obedeciendo al Maestro, "se hacen niños para poseer el Reino de los Cielos" (Mt 18, 1-5; Mc 10, 13-15; Lc 18, 15-17).
María Madre Virgen es la perfecta niña
que llena de júbilo el Reino de los Cielos
La Delicia de Dios: María Madre Virgen es la perfecta niña que llena de júbilo el Reino de los Cielos. Raras cual las perlas de perfecta redondez y de admirable tamaño son las almas de adultos que sean "niñas". Mas los niños de edad poseen todos un alma como ésa que, al no haber sido todavía profanada, son la delicia de Dios y el consuelo de Cristo. Y el Hijo te quiso desde entonces, de modo que cada lágrima inocente te valió un beso suyo, cada beso una gracia y cada gracia un nuevo desposorio con el Divino Amor.
No hay equivocación al mirar atrás para entonar el Magníficat o el Miserere. Pudiste entonar tu Magníficat hasta la salida de tu colegio. Eras toda de Dios con un solo altar y un solo amor en ti. La copa del lirio apenas entreabierta se hallaba colmada tan sólo de rocío del cielo y de rayos divinos. Después vino el mundo y con él muchos otros altares y muchos otros amores usurpadores de "mi" puesto que duraron hasta que Yo quise, habiendo podido incluso no querer. Y así habrá quien diga: "Fue una experiencia peligrosa". No. Era necesaria. Los apóstoles quedaron humillados con su defección de Cristo durante la cual las ramas de la humanidad corrompida tomaron en ellos la delantera y de nuevo se vieron aferrados, sacudidos y azuzados por cuanto turba al hombre y comprendieron que lo que habían llegado a ser no fue por mérito alguno propio sino por haber estado al lado de Jesús. Y la soberbia corruptora del hombre quedó pulverizada en ellos.
Esto es preciso hacer con todos los destinados
a una condición especial
a fin de que no pierdan su elección desmereciendo de mi amor.
¿No es cierto que es ahora cuando lo tienes todo?
¿No tienes todo desde que eres mía?
Esto es preciso hacer con todos los destinados a una condición especial a fin de que no pierdan su elección desmereciendo de mi amor. Uno a uno fueron cayendo todos los usurpadores de mi puesto en ti. Y tu Dios, sólo tu Dios tornó a ser tu Rey al que con tu sapiente conversión cantaste el Miserere.
Ahora, hija, contempla el pasado y el presente. Contempla aquel tiempo de los muchos amores; al hombre, a la ciencia, a ti misma; y mira el tiempo presente desde que, de nuevo, no hay otro amor que el mío. Dime, dime con tu alma escuchándole sólo a ella puesto que es la única que habla con voz clara y precisa. ¿No es cierto que es ahora cuando lo tienes todo? ¿No tienes todo desde que eres mía? Muchos, necios, necios como son, dirán: "¡Pero si no tiene nada! Ni salud, ni goces, ni bienestar". Mas tu alma, que ve con sus ojos de tal, dice: "Ahora es cuando tengo todo, hasta lo que es una santa superfluidad", si es que se puede llamar superfluidad a lo que excede de lo estrictamente necesario para subir a Dios.
Tú tienes tu particular misión de portavoz. Aparte de ella, que es don, sin que sea necesario tenerla para ser de los predilectos, cuentas con el beneplácito de Dios en cuanto deseas. ¿Por qué? Porque, como dice el salmo: "El Señor me ha recompensado de conformidad con mi justicia según la pureza que tienen mis manos ante tus ojos".
Yo soy infinita, divinamente munífico con los justos y puros de corazón. Bueno con los débiles, soy perfectamente bueno con aquellos que saben ser fuertes por mi amor. Y porque soy Amor, tengo que hacerme fuerza a Mí mismo para no ser débil hasta con los que faltan. A estos les concedo la misericordia de mi Hijo y a mis hijos la multitud de mis dones. A éstos los salvo, los ilumino, los libero, los fortifico cada vez más y los conduzco, teniéndoles de la mano, por mi vía inmaculada, instruyéndoles con mi Palabra templada en el Fuego del Divino Amor.
No abrigues temor, flor de Dios.
Así hago contigo, alma mía, que has puesto en Mí tu amor y toda tu confianza. No abrigues temor, flor de Dios. Ni a una sola de mis flores, desde las microscópicas de los países árticos hasta las gigantescas de las zonas tórridas, dejo sin rocío, sin luz y sin el calor necesario para su vida gentil. ¡Y eso que son únicamente tallos! Ahora bien, ¿qué cuidados no recibirán mis almas de su Creador? No temas, flor de Dios, emperlada con la sangre y el llanto del Hijo y de la Virgen. ¡Cuán querida me eres, adornada como está con estas joyas y con tu fidelidad! Canta, y para siempre, el Magníficat.
"El Padre, el Hijo y el Paráclito están contigo".
¡Oh Señor, Señor! Si tú lo dices, de seguro que es verdad. Todo habrá sido necesario. Mas ¡qué fue para mí tu abandono del pasado año! Ya lo ves Tú, como tampoco ignoras las sensaciones de los corazones. Hay heridas que, aún después de cicatrizar, duelen al más ligero roce. Hay veces que duelen por simpatía nerviosa hasta cuando, al hacer como que se las toca, lo que efectivamente se toca es el miembro por su lado opuesto. Los nervios seccionados duelen aun después que se cerró la herida. Y tu abandono, aun ahora que volviste a tomarme sobre tu Corazón, es una herida que siempre duele porque seccionó el nervio que me mantenía unida a Ti. No te pregunto: "¿Por qué lo hiciste?" sino que te digo tan sólo: "Tú sabes perfectamente lo que fue para mí tu abandono".
Hoy he temblado al escribir esta fecha: ¡10 de abril!, porque hoy hace un año que dejaste a tu mísera flor sin rocío, sin luz sin calor. Y faltó poco para que por ello muriese, pues todo te lo di; y si aun ahora lo tuviese te lo daría igualmente. Pero no me des una prueba como ésa, porque ya ves que mi miseria no la puede soportar.
Lo que resulta imposible de soportar en "nuestra pasión"
es, Padre, tu abandono...
¡Canto, sí, canto mi Magníficat! Y te digo también: "No he sido merecedora de que Tú hicieses 'cosas grandes' en mí". Ahora bien, mi canto va siempre mezclado con el llanto porque, al igual que un niño que estuvo un periodo de su infancia en abandono ya no puede tener el semblante sereno de los niños felices, así yo tengo siempre presente tu abandono del pasado año. ¡Tiene razón Jesús! ¡Tiene razón María! Lo que resulta imposible de soportar en "nuestra pasión" es, Padre, tu abandono...
Vuelve a encenderse, mientras esto escribo, la lucecita que arde de continuo ante Jesús, la estrellita que brilla junto a mi corazón, ante mi Jesús crucificado. Hacía un año que estaba apagada... Mi celda, mi tabernáculo, mi paraíso ya no tenían luz. ¡Y qué pena no me daba esto...!
Todo lo tuve de tu amor; mas cuánto también de tu rigor: tinieblas, soledad y lo que tu Hijo calificó de "infierno"... He quedado como pájaro que, por pura fortuna, pudo escapar de sus torturadores. Tengo miedo... Por todas partes veo redes, prisiones y torturas... ¡Señor, ten piedad!
42-45
A. M. D. G.