3 de junio

 

 

Tristezas de María Valtorta

 

 


 

Escribo esto porque debo decir todo, si bien son tristezas.

La condena del nacionalsocialismo por su Santidad

Ayer oí por la radio la alocución del Santo Padre al Colegio Cardenalicio. En ella su Santidad tuvo palabras de condena para el nacionalsocialismo y de piedad para el pueblo alemán. Es justo que las tenga porque, al hablar en nombre de la Misericordia, no debe ensañarse con los ya castigados, por cuanto –estoy convencida– ellos, los alemanes, seguirán siendo los mismos a pesar de toda piedad, de todo castigo y de todo el empeño por cambiar su mentalidad. Crecerá aún más su espíritu de venganza y la próxima vez, se los demás Estados no les impiden el rearme, aún serán perores que ahora.

Ahora bien, la condena del nacionalsocialismo, dictada ahora abiertamente, fue un gran sufrimiento mío de portavoz que tuve en noviembre de 1943. Con lágrimas y plegarias pude conseguir entonces una modificación en el tremendo dictado. Hay una copia íntegra del mismo entre mis papeles secretos y una... suavización en los dictados (Nos parece haberlo reconocido en el dictado del 30 de octubre de 1943 en los Cuadernos de 19439.

Mas los heridos con el reproche del Señor no son los alemanes ni sus aliados sino aquellos que, siendo depositarios de la Sabiduría y de los recursos sobrenaturales de Dios, no hacen uso de ellos, induciendo así a las almas a sospechar en una complicidad o en una debilidad culpables. Un reproche que estuvo en los labios de muchos y un arma en manos de los culpables para atemorizar y tenerlos sometidos a su poder...

Ayer me vino todo esto a la memoria... y hago eco a la Voz que dice: "¡Demasiado tarde...!".

Esta es una.

La otra tristeza: mi breve sueño del amanecer...

La otra tristeza: mi breve sueño del amanecer... Es espantoso. Me reporta a aquellas previsiones que tanto turbaban antes de las guerras y revoluciones del 15 etc., etc., hasta ésta con sus relativas consecuencias. Hoy me parecía vivir con toda la ciudad a la espera de un hecho luctuoso. En efecto, he aquí que era preciso correr al refugio porque el cielo estaba poblado de pequeños (por hallarse a gran altura) aviones, todos negros, de los que no se sabía las intenciones. ¿Gases? ¿Metralla? ¿Bombas? Todos huían. Las calles se quedaban desiertas. Yo trataba de mirar arriba; pero me decían: "¡Corriendo, corriendo, al refugio!" y todos gritaban: "Es el comienzo del castigo". Los aviones parecían rusos. Yo me decía: "¡Pero si acabamos de salir de una tormenta! ¿Es que no basta todavía?" y muchos me respondían: "Esta nos va a barrer a todos. Hasta la hora de la Monarquía ha sonado (ésta no es una profecía pues lo entienden hasta los más lerdos). Mas no será esto para todos". Me he despertado empavorecida.

Cuando parecía que Italia hubiera de ser más grande y el rey coronado emperador, yo soñaba siempre con las desventuras habidas de incursiones, refugios, huidas, etc., etc., y siempre veía entre los enemigos a los rusos con sus pajarracos negros. Y veía asimismo siempre bajar, en fuga precipitada, entre escombros y montones de carbón mineral, al rey, a la reina y a sus allegados. Parecía que huyesen, no por la incursión sino porque ya no podían estar más debido al odio del pueblo. Mi mamá me recriminaba porque lo contaba... y yo lloraba por lo que veía. Por de pronto en lo que a la Monarquía se refiere ya lo han confirmado los hechos... Pero Señor, ¿aún no basta...?

60-62

A. M. D. G.