2 de julio de 1945
a las 12 horas
La bondad del Señor para con María Valtorta
Hace diez años, a esta misma hora, abandonaba mi papá definitivamente mi casa...
Sé lo que has hecho conmigo, Señor, al llevarme contigo en tu arribada a Jerusalén y a Betania, tan dulce dentro de su tristeza y de su paz... Lo sé. La verdad se me ha iluminado de pronto tras la visión del sábado en Getsemaní... Y ello me ha producido un sobresalto... mas no me ha detenido de secundarte en tu amoroso intento. Tú me llevabas bien arriba, Tú me ocupabas la jornada entera hundiéndome seguidamente en las nieblas de mis sopores para hacer que no pensase en lo que estos días eran para mí. Durante todo junio, mes angustioso para tu pobre María, Tú me has envuelto en tu vorágine para que el ciclón de mis recuerdos no se apoderase de mí...
¡Gracias, Dios mío! Ya lo ves, Yo, por miedo a destruir tu piadosa labor, ni siquiera escribí entonces cuando comprendí el porqué de unas horas tan extasiantes de visión... La Madre... el niño... tu amar y tú hablar de la Madre niña o del niño recogido por tu amor... Porque escribir que había entendido equivalía a fijar la mirada en el tormento que tu amor revestía de dulzura para no hacérmelo ver a mí ni hacérmelo sentir... Y callé.
Tú comprendes que los recuerdos hacen mal y no quieres
que las muertes o las agitaciones turben a tu portavoz
Tú eres bueno con una bondad completa. Infinitamente bueno como Dios y perfectamente bueno como Hombre-Dios. Tú comprendes que los recuerdos hacen mal y no quieres que las muertes o las agitaciones turben a tu portavoz, tan agotada ya, tan agotada... Por eso me has absorbido en Ti, en tu pasado de Jesús de Nazaret, peregrino y maestro sobre la tierra y así yo no pensase... No pensase en tantas fechas fúnebres de las que para mí está lleno el mes de junio... Eso no obstante, el tormento seguía... pero amortiguado. Eran los sollozos de la pobre María que en este mes de junio conoció las mayores tempestades de su destino, aquellas que me despojaron de mis mayores afectos a fin de que ya no volviese a florecer sino en Ti... Eran los sollozos, prontos para salir... pero que Tú los escondías bajo tu canto... y ellos eran advertidos tan sólo si María-alma miraba por unos instantes su humanidad.
Hace diez años, a esta misma hora,
abandonaba mi papá definitivamente mi casa...
¡Gracias, Dios mío! Hace diez años, a esta misma hora, abandonaba mi papá definitivamente mi casa... (José Valtorta murió el 30 de junio de 1935) y Tú, en estos días, me trajiste hasta aquí teniéndome sobre el corazón, igual que haces siempre en los peores momentos desde que soy tu "portavoz"... Por la muerte de mamá (Iside Fioravanzi, fallecida el 4 de octubre de 1943) en los días más duros de la guerra... y ahora. Tan sólo el pasado año, en abril y en junio me dejaste apurar todo el amargor y esto por un designio tuyo al que yo creo que se le podría denominar "reparación de las desesperaciones y consuelo de las mismas". Sí, me hiciste enloquecer a mí para salvar a otros de las desesperaciones. ¿Quiénes serán los que de tal guisa fueron salvados? ¿Dónde se encuentran ahora mis pobres hermanos desesperados?
Esta mañana he estado a la muerte...
Desde las siete a las doce (esta hora) en crisis cardiaca... Ahora bien, desde ayer me encontraba atenazada por una angina péctoris... Al no poder hacer otra cosa te he amado y ofrecido tu Sangre y mis dolores por mi papá y por los hermanos desesperados.
62-63
A. M. D. G.