4 diciembre de 1945
Son las 20 horas
Santa Martina.
veo una criatura poco más que niña
Me siento invadida por una alegría sobrenatural tan viva que sabe ya a éxtasis. No sé de qué provenga porque no tengo motivo alguno para ella ya que me encuentro cansada, aquejada de dolores y descontrolada pues he tenido que hablar mucho y asimismo escuchar cosas nada letificantes como son: ruinas de espíritus... ¡Figúrese si habré tenido que sufrir! Con todo, me viene este gozo tan vivo, tan vivo...
he aquí que se me presenta a la vista un lugar, obra de albañilería
como una rotonda de la que parten corredores
Después he aquí que se me presenta a la vista un lugar, obra de albañilería: gruesos muros oscuros, húmedos me parece, de un color como de café muy claro o barro muy oscuro. El lugar es como una rotonda de la que parten corredores así:
Digo corredores porque no se vislumbra el cielo. Es un cielo raso alto y oscuro como los muros formados con grandes piedras escuadradas en la cárcel Tuliana.
veo una criatura poco más que niña
Exactamente en el centro de la rotonda veo una criatura poco más que niña: Como máximo tendrá unos 12 años y su cuerpo está menos desarrollado que el de Santa Inés de la que difiere en que, aparte ser más pequeña, tiene los cabellos morenos y el cutis igualmente de un moreno claro. Tiene dos grandes y dulcísimos ojos negros, un poco tristes, como cansados, cual si hubiesen sufrido mucho o perteneciesen a quien mucho sufrió. Su sonrisa es apacible, dulcísima, un poco triste también. Lleva un vestido de lino del todo blanco, muy suelto, sin sujeción en la cintura, con las mangas hasta el codo de las que emergen dos bien torneados antebrazos que terminan en dos manos diminutas un tanto morenas cruzadas sobre el pecho. La figura es luminosa aunque no con exceso. No es una figura fúlgida de bienaventurada sino una aparición apacible, si bien es luminosa con una luz estelar envuelta en un ligero velo de niebla. Pero me atrae porque es una luz de una suavidad pura que comunica paz y alegría. El contraste con las oscuras paredes es vivísimo. Me mira y sonríe.
A sus espaldas, por ambos lados del punto que he marcado con una línea pequeña escapan unos hombres con vestidos cortos de un amarillo grisáceo. Cuatro van en dirección norte hacia una luz apenas perceptible y lejana como si el elevado corredor desembocara en algún lugar abierto; y los otros en dirección sur envueltos en una oscuridad densa, tanto que no llego a distinguir exactamente cuántos son. Por el contrario, entiendo que la jovencita es una mártir porque lleva una pequeña palma estrechada a su pecho con los brazos cruzados, una palma blanca, me atrevería a decir: espiritualizada, lo mismo que lo es el lino de la túnica que es más inmaterial y brillante que el lino y también más bello.
Como no sé quién es, le pregunto:
"¿Quién eres?".
Me responde: "Martina, y éste es el lugar en donde tanto sufrí. O mejor dicho, uno de los lugares, puesto que sufrí mucho. ¡Cuántos martirios antes de la espada! Los que huyen son los me martirizaron. Quienes se dirigen a la luz son aquellos a quienes salvé con mi dolor y bauticé con mi sangre. Los otros, quienes no quisieron convertirse a Jesús. Mas ahora yo soy feliz. No hay ya dolor. Para llegar a la gloria es preciso sufrir todo. Recuérdalo: soy Martina... siendo llamada, si bien particularmente, en las invocaciones de la Iglesia. ¡Oh, qué bueno es Jesús que por tan poco dolor da tanto gozo y tanto poder! Adiós. Soy amiga tuya. Tú no te acuerdas de mí por más que me conociste y amaste cuando fuiste niña de mi misma edad. Yo, en cambio, junto con Inés, siempre te amé. Que la luz del Paraíso resplandezca siempre en ti y te ayude a llevar muchas almas a la Luz. Adiós. Resiste. Te rocío con mis bálsamos.
Agita la palma dirigiéndola hacía mí, recoge sus brazos sobre el pecho y se desvanece con un canto suave, inmaterial e irrepetible. Se llena de fulgores el tétrico lugar al tiempo que ella se ausenta dejando únicamente como recuerdo un intenso perfume incalificable.
Cojo el Misal. En él cuatro líneas sobre Santa Martina el 30 de enero. Consulto un antiguo libro de oraciones. Ni siquiera se la nombra. busco en mi memoria... nada. Vacío histórico completo. Con todo, me queda su amistad, su mirada, su sonrisa y el perfume de sus bálsamos. Continúa en mí la alegría del principio que me lleva a lo alto, muy a lo alto...
101-103
A. M. D. G.