25 de diciembre
TRAEDME INCIENSO, oro
Lección del Niño Jesús a sus padres en Egipto
Teresa María, sé incienso. que mi paz esté en ti...
Lección del Niño Jesús a sus Padres en Egipto
Para la Madre Teresa María de S. José.
Dice Jesús:
"¿Ya vez? He hablado a dos de tus hijas y las he hecho 'reyes de Oriente' (Mt 2, 1-12). Mas la que ha de traerme los inciensos has de ser tú. Tráeme, tráeme los inciensos de tu cargo de Priora, tan santificante cuando se ejerce con justicia.
para cumplir realmente el oficio para el que fue investido
con aquel cargo,
debe ser triturado y consumido por los carbones en ascuas
¡Oh!, en verdad, como se desmenuza el incienso en granitos y se desparrama sobre los carbones para que exhale su perfume y así se realice el objeto para el que fue creado, de manera idéntica el Superior en un Convento, para cumplir realmente el oficio para el que fue investido con aquel cargo, debe ser triturado y consumido por los carbones en ascuas. Y el mortero y el almirez vienen a ser el deber a cumplir. El mortero que aglomera todo, y los caracteres de las almas confiadas al Superior, caracteres que, pesados como son, de diferentes características y tendencias, vienen a hacer de pesadísimo almirez de bronce al aglomerarse las unas con las otras. Y la pobre Superiora o el pobre Superior se encuentra en el fondo cual resina odorífera que los demás desmenuzan y que no podría echarse al turibulo de no ser desmenuzada; y que no perfumaría si en el turibulo, agitado por manos angélicas ante el altar de los Cielos, no hubiese carbones ardiendo, en parte dulcísimos, como los de la caridad de la víctima que por sí misma los enciende para contar con su fuego inmolador; y en parte amarguísimos como los del egoísmo sobreviviente en las criaturas aun cuando éstas no sean ya: Rosa, Josefina, Antonia, Ángela y así por el estilo sino Sor A. B. C., criaturas que, al dejar su vestidura seglar en la toma de hábito, debieran haberse despojado de sus hábitos morales preexistentes y resurgir nuevas, del todo nuevas para penetrar cantando en la casa del Esposo.
Pero es necesario compadecerlas... porque la naturaleza humana es peor que un pulpo... Se corta, se vuelve a cortar... y siempre queda algún tentáculo, alguna ventosa adherida al pasado... a ese pasado que debiera haber muerto con todas sus tendencias y gustos.
Teresa María, sé incienso. que mi paz esté en ti...
¡Arde, arde! y que tu perfume suba hasta aquí. El oro es precioso sirviéndole al rey para sus coronas. La mirra, en cambio, es saludable y sirve para preservar de la putrefacción; sirve, por tanto, para los hombres. Mas el incienso es de Dios, para su trono, para aclamarle... Teresa María, sé incienso. que mi paz esté en ti...".
Para la Madre Luisa Jacinta.
Dice Jesús:
"Me place ver esas dos humildes palabritas grabadas en la cartera de la Madre. En este tiempo, en efecto, los jacintos apenas si muestran una diminuta cabecita verde que aflora de la tierra. Todo el resto de la planta muerde la tierra del tiesto o del bancal, se mortifica en la oscuridad, en el suelo húmedo y está ignorado... Mas cuando llega el tiempo de mi glorificación de Redentor, todos los jacintos alzan su corola perfumada y parece como si la ofreciesen al cielo y a mi altar, destacándola por entre la copa de las hojas, semejando los dedos de dos manos unidas en la plegaria que se abren para invocar. Precisamente porque me es grata la mortificación del jacinto, le dirijo a él mi palabra.
A una hermana tuya le he dicho que me traiga la mirra. A la Madre le diré que me traiga el incienso. Mas a ti, Jacinta, te digo: "Tráeme el oro". ¡La caridad! ¡Cuánto puedes hacer en este campo!
Tú deseas que te dirija mi Madre. Yo te conduzco a Ella. Que sea pues Ella, que es toda Caridad, la que te hable".
Dice María:
"Hija, el corazón –que no la ciencia– conduce por los floridos campos del amor.
Cuando mi Niño empezaba a caminar, muchas eran las flores que, con las primeras lluvias de otoño, brotaban en los prados de Belén. El, el pequeñín amado, impulsaba hacia adelante su santo cuerpecito poniendo de punteras sus pequeños pies para ir de ésta a aquella corola esparcidas por la hierba del prado y, como un pajarillo, con sus medias palabras cuchicheaba con aquellas flores que su Padre creara. Y, estoy segura de ello, aquellas flores comprendían las misteriosas palabras del Dios Infante, aniquilado por caridad de todos nosotros, en un balbuciente niño, El: la Palabra.
Lección del Niño Jesús a sus Padres en Egipto
Pero, en la primavera siguiente y más, en otras llegadas después, a lo largo de los caminos a los que la crecida del Nilo alimentara convirtiéndolos en tierras fértiles, El, a la sazón seguro, iba cual ave rubia, como alegre calandria, de flor en flor, cogiéndolas para mí y reía con todos los dientecitos brillando por entre sus labios de rosa al verter su botín en mi halda. Echaba hacia atrás la cabeza pidiendo besos con sus ojos de cielo y preguntaba los nombres y las historias de las flores queriendo saber para qué servían sus jugos.
Y una vez, la última primavera en Egipto, la Sabiduría divina habló a través de sus labios inocentes. Me había escuchado hablar. Después separó las flores conforme a su pensamiento. Parecía que estuviese jugando; mas laboraba su mente. José, que estaba aserrando unos largos tableros a la sombra del verde y renovado follaje del pobre huerto, al observar que a las flores más bellas que tenía puestas aparte no las hacía caso, al tiempo que acariciaba y dirigía palabritas dulces a humildes cabecitas de camamila, muguetes silvestres, coclearias, ranúnculos, flores de achicoria, estelarias y flores de trébol, le preguntó: "¿Por qué, hijo mío, prefieres esas flores simples y comunes a las espléndidas rosas, a esas agripalmas y a esos jazmines después de que te los ha regalado Raquel de Leví?". "Porque estas flores tienen caridad con los hombres. Son caridad, no sólo placer para la vista y el olfato" respondió Jesús. Yo y José, tras quedar mudos, sin saber qué decir ante la sabiduría del Niño, nos inclinamos juntos para besarle en su frente luminosa.
Hija, reconoce tú también las virtudes humildes y comunes y los actos que ellas suscitan como flores. ¡Jesús las ama tanto...! Ya le has oído: "Las prefiero porque son caridad". En tus tareas puedes recolectar muchísimas. tienes ante ti una pradera en flor. Siega, siega... La caridad nunca dice basta. Sé toda caridad y así le llevarás a mi dulce Jesús el oro del rey de Oriente".
"Y ahora que la Dulzura de Dios y de los hombres ha hablado, Yo, con Ella, te bendigo. La paz sea contigo".
119-121
A. M. D. G.