31 de diciembre
satanás trabaja sin descanso
para daño de la Obra
Quiere nuestro Señor que agregue esta hojita al cuaderno ya ultimado, diciendo que está bien que complete el episodio de ayer por la mañana con lo que sigue que aún perdura. Y obedezco.
Vino aquella mujer, bien por curiosidad
o tal vez por alguna necesidad.
Se me hace visible el rostro de Satanás
Ante todo ayer, tras aquella... puesta en fuga de Satanás llevada a cabo por nuestro Señor, nada más vi por algún tiempo. Después vino aquella señora... y así se cumplió lo que dijera en el dictado de la mañana. Vino aquella mujer, bien por curiosidad o tal vez por alguna necesidad, aunque no creo que fuese por maldad.
Después, una vez que ella se fue, –me había desagradado esta visita y, por mi parte, estaba decidida a no querer volverla a ver– se me hace visible, como por la mañana, el rostro de Satanás; mas no ya irónico y triunfalista, antes mohíno y como amedrentado. Me mira y vuelve a mirar propiamente como uno que está aturdido y perdió toda su osadía. Parece preguntarse: "¿Cómo es eso? Pero ¿quién es esta mujer? Y se marcha...
Yo me encuentro tranquila, si bien es porque aún me siento protegida por el poder de Jesús. Y esta sensación de seguridad va en aumento a medida que discurren las horas.
Vienen las Raffaelli. Hablo ni más ni menos, pero pensando siempre en la visita de la desconocida de la que aún me dura el disgusto por haberme sentido objeto de un engaño y me viene al pensamiento el rostro humillado de Satanás. Por fin se van todos y me echo agotada en la cama escuchando por la radio un concierto de música clásica.
Sobre una de éstas, con el vientre contra la roca,
tendido cuan largo es,
se encuentra Satanás con el rostro apoyado en una mano
y el codo clavado en la roca.
En esto veo en una lontananza infinita, infinita, como cuando veo el Paraíso –sólo que aquí es abismo, sitio profundo, mientras que el Paraíso es altitud– veo un lugar que no me atrevo a calificar de horrendo sino de infinitamente triste. Poca luz y ésta plúmbea, el aire como nebuloso, tenebrosidad por entre las paredes rocosas y escarpadas que se elevan a ambos lados de una enseñada polar, aunque no blanca de nieves y hielos sino negra como la pez y sembrada de plataformas peñascosas de roca oscura. Sobre una de éstas, con el vientre contra la roca, tendido cuan largo es, se encuentra Satanás con el rostro apoyado en una mano y el codo clavado en la roca. He intentado hacer un bosquejo del mismo; pero me siento incapaz de ello. No me mira a mí ni a nadie. Casi al nivel del agua espesa y negra, recapacita y parece hallarse afligido, si así se puede decir y pensar de Satanás. Pero ciertamente se encuentra muy abatido. ¿En qué piensa tan solo y meditabundo...? ¿Por ventura quedó aturdido por la violencia de Jesús o está absorto más bien cavilando otras maldades para desquitarse de la afrenta de la mañana? ¿Por qué reía así entonces? ¿Qué puso al descubierto Jesús con su violenta intervención? Preguntas todas ellas que quedan sin respuesta.
Esta mañana me ha dado a entender nuestro Señor que aquella mujer que vino ayer debe ser compadecida porque tiene muchas penas, es recta de pensamiento y debe, por tanto, ejercitarse con ella la caridad.
Está bien. Pero ¿quién me proporciona la fuerza? Estoy aquí que apenas si puedo respirar. ¡Me encuentro acabada! Tan sólo querría estar tendida, en silencio y a oscuras para juntar las fuerzas que me restan. ¿Y no hay manera de poder hacerlo! ¡No hay quien se dé cuenta de que ya no puedo más! Por otra parte no estoy tranquila pues Satanás trabaja sin descanso y le siento cómo urde sus designios para daño de la Obra y del instrumento.
¡Jesús, ten piedad de mi...!
134-135
A. M. D. G.