4 de enero de 1946

 

 

S. Pedro

y el Niño Jesús con el globo en la mano

 

 


 

Yo, Cabeza del Sacerdocio, te digo: Vigila porque Satanás, como león rugiente, gira en torno tuyo tratando de devorar y destruir.

  Pero ¿cómo haces, pobre Jesusito, para soportar esta tortura? Porque es una verdadera tortura

 


 

Se me aparece la espiritualizada y gloriosa figura de San Pedro, el cual me ordena:

 

"Yo, Cabeza del Sacerdocio, te digo:

"Vigila porque Satanás, como león rugiente,

gira en torno tuyo tratando de devorar y destruir.

 

"Escribe esto para tu Padre. "Yo, Cabeza del Sacerdocio, te digo: "Vigila porque Satanás, como león rugiente, gira en torno tuyo tratando de devorar y destruir. ¡Ay de nosotros, sacerdotes, si, por descuido, dejamos que el adversario perpetuo devore la grey y el pasto de Dios!". Nada más tengo que decir.

Y para ti, pequeña voz, cada vez mayor gracia y conocimiento de nuestro Señor Jesucristo".

Y, al igual del día pasado, se me vuelve a aparecer el Niño del claustro de Lisieux que me llama de nuevo cerca de Sí y me consuela con su risueña belleza de mis tristezas que son tantas. Me ofrece nuevamente sus gélidos piececitos para que se los caliente diciéndome otra vez: "¡Es que tengo tanto frío!" y yo me atrevo a tomárselos en mis manos para calentárselos aún más si es posible. Esto le pone muy contento.

Paréceme verle cansado de sostener el globo en la izquierda y lo toma con ambas manos echándoselo contra el pecho. Yo le observo al tiempo que le caliento los piececitos entre mis manos. Sin duda advierte que me sorprende lo que ha hecho y así dice: "Es que pesa, ¿sabes? Y además, ¡está tan frío este globo del mundo...! Tenlo. Ya verás qué frío y pesado es. Tenlo un poco, pues me hallo cansado de sostenerlo y de sentirlo siempre así". Y me entrega el pequeño globo que, a la vista, parece de vidrio dorado, terso y ligero, pero que, por el contrario, es más pesado que el plomo, tosco, erizado todo él de aguijones que se clavan en la piel causando dolor. Lo aguanto a duras penas acongojada por las puntas que se clavan y el frío que comunica. Le miro compadecida al santo Niño.

"Pesa y está frío, ¿eh? Hiela hasta el corazón y, con todo, tengo que llevarlo, porque si Yo lo abandono ¿quién lo ha de sostener?

 

Pero ¿cómo haces, pobre Jesusito, para soportar esta tortura?

Porque es una verdadera tortura

 

"Pero ¿cómo haces, pobre Jesusito, para soportar esta tortura? Porque es una verdadera tortura".

"Sí, mira cómo me sangran las manos. Bésamelas para que se curen". Y me presenta sus tiernas manecitas cubiertas de diminutas gotitas de sangre. Le beso en la cavidad mórbida de sus palmas que las tiene frías, muy frías.

"Gracias, María; devuélveme el globo que ya no puedes sostener. Sólo Yo lo puedo. Me basta con encontrar quien lo tenga unos instantes para aliviarme. ¿Sabes cómo me ayudáis a sostenerlo vosotros que me amáis? Con vuestro amor de sacrificio. Las almas víctimas son las que sostienen el mundo junto con Jesús".

Se hace luminosísimo como la noche pasada y retira su piececito diciendo: "Ahora tengo los dos calientes y me siento mejor. Adiós, María. Gracias también de parte de la Mamá que se ve feliz cuando hay quien me ama y me consuela."

Y desaparece dentro de una luz cegadora.

Si no tuviese estos consuelos me vería muy desgraciada y desanimada, pues percibo que una gran insidia trabaja en torno mío y suyo...

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A. M. D. G.