11-1-46 (11 enero 1946)
Recibo carta, muy clara por cierto,
de mi primo
CONSEJOS DE MARÍA VALTORTA
Dora será, si quiere, el ser más inofensivo...
Recibo carta, muy clara por cierto, de mi primo. Tan reacio como es para los dictados del Maestro, se expresa en iguales términos para exhortar a no admitir muy ciegamente el caso de Dora, caso por demás "mixto". Y así, desde el 5 de diciembre hasta hoy, son muchas las voces, tanto espirituales como humanas que dicen lo mismo. En primer lugar la voz angélica; después la voz de una persona muy en gracia de Dios; seguidamente la voz persistente de mi alma; a continuación las palabras del Maestro llamando la atención sobre la inseguridad del caso y sobre su duplicidad, los peligros encubiertos en él en relación incluso con la Obra que El lleva a cabo valiéndose de mí; y, por último, las palabras de San Pedro...
Es un continuo desgranar de voces que dicen al unísono: "¡Atención! ¡Atención para ti y para el Padre!". Le confieso que la vi partir contenta sólo por una cosa: la misma que dice José desde tan lejos, o sea, que ello habría servido para separarla de este barullo.
No. ¡Es inútil! Mi paz se turbó por completo desde que esto se puso de por medio. Inútilmente trato de dominarme a mí misma reprochándome de mil modos el miedo al que doy nombres diversos para reprochármelo aún más. Y en vano pretende Jesús calmarme e infundirme seguridad. El y mi ángel me ofrecen garantías en relación con el mal que está desatado contra la cosa para mí más querida.
Ahora bien, ya sabe usted que durante varias noches he tenido que sostener una verdadera lucha para no mandarla a llamar para gritarle: "¡Deja todo! ¡Deja todo! ¡No te arruines!", o también para no ceder al deseo de ponerme a desahogar a gritos en casa mi propio miedo. No sé si usted ha advertido todo esto. Como tampoco sé si ha notado que, a veces, y fue la última aquella mañana en que usted volvió por última vez de Camaiore, al sentirla por tan "cierto", se me inundaron los ojos de lágrimas. ¿Hablan bien de mí? Si es voz de Dios le doy las gracias de que la ilumine en esto. Mas es tan mínima la seguridad que me presta, que no me produce satisfacción alguna. Por eso le he puesto de vez en cuando mis impresiones por escrito...
¿Estaré yo equivocada? ¿Seré mala? No me rebelo contra quien así piense. Ello será un fin que se haya propuesto Jesús para hacerme rogar por aquella mujer y no decir exactamente cuanto en ella se encierra de Bien y de Mal. Nadie le puede forzar a decirlo. O quiere tal vez que a esa mujer se le ayude con plegarias a no caer en poder del "otro". No lo sé. Tan sólo sé que no veo el caso claro, que me causa repugnancia y que desde el primer momento parecióme hallarse envuelto en la mentira. Con todo pienso que la mujer no es consciente de ser presa de la mentira; pero no puedo dejar de llegar a la conclusión de que todo esto no sea un juego insidioso dirigido contra la Obra que Jesús me encomienda llevar a cabo.
Una vez más, y con mayor claridad si cabe, le digo asimismo cómo José, aun de tan lejos, aprecia las cosas igual que yo y cómo esa otra alma a la que he interrogado, me aconseja: "¡Atención, atención! Póngase en una posición de espera, en una posición de vigilancia. Observe de lejos. El tiempo lo aclarará si es que antes no lo hace Dios".
Hoy, 11 de enero, a las 16 horas, siento claramente el deber de decirle esto y de recordarle que Jesús le llamó ya la atención para que no pierda el tiempo ni la lucidez mental en cosas distintas de las que, desde hace casi tres años, lleva entre manos, como siento también el deber de decirle igualmente que tengo la impresión lúcida y manifiesta de que, tanto el aviso de San Pedro como las órdenes del Señor son para ponerle en guardia contra la insidia que se oculta en este caso. Sería un verdadero e imperdonable error el que, por una ligereza, hiciese de palanca, se les pusiese a los enemigos la palanca en sus manos para destruir la ya harto insidiada Obra del Señor sobre los dictados y visiones. Y una vez más le ruego que vuelva a hojear y releer cuanto hacia referencia a José y a mí... Es instructivo, créame.
Dora será, si quiere, el ser más inofensivo...
Dora será, si quiere, el ser más inofensivo... Mas tampoco niega Jesús que es ella incapaz de reaccionar y que se encuentra en una posición muy poco estable. Así lo dijo El, el Maestro, en el dictado que tiene usted. Mas ¿cuando el "otro" quiere hacer uso de ella para nuestro daño? Pero ¿no comprende que por más que no la posea de continuo, le basta con tenerla a su disposición el tiempo preciso para hacer que usted aparezca como un "incapaz de distinguir la Verdad de la mentira" y por ello se rían de usted en las Curias etc., etc.? Y ¿aún no comprende que esto podría, en consecuencia, perjudicar mi caso?
¡Oh si yo pudiera hacerle sentir por unos instantes lo que experimento! Pero usted no me hará caso... Que la Bondad infinita haga el milagro de no castigar esa actitud y de no decir: "¡Basta!" para castigarla. De verdad que entonces, después de tanto bien, me causaría usted el dolor más grande y, tras tanto servicio a Dios, le haría un contraservicio tan grave que no pasaría sin castigo sobrenatural.
Hágame caso y no sea un niño que se encandila con un juguete de rayos multicolores. Óigale también a José. Ya lo dijo Jesús: "Hagamos que la experiencia del mal sirva para el Bien". Quiere Jesús tal vez que José, operario de la hora undécima, mas por El tan amado que ha querido salvarle a toda costa y por todos los medios, sea el que, por su conocimiento de las fuerzas ocultas, nos ayude a distinguir. Ho despreciemos con soberbia esta ayuda antes echemos mano de ella para salvaguardar la Obra del Señor.
Querría que me comprendiese, que intuyese mi congoja, la congoja de sentir a la serpiente que gira alrededor para destruir la Obra santa; congoja que hace subir hasta mi garganta gritos de horror que a duras penas contengo...
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A. M. D. G.