20-2-46, a las 9 horas
El arcángel Rafael y Tobías (Tobías 6)
soy el que curo
y enseño a curar las insidias satánicas
Se le aparece el arcángel san Rafael
He aquí al arcángel, en figura de simple hombre, caminando y hablando con Tobías
¡Señor mío, que me asalta un monstruo!
Sácale el corazón, el hígado y le hiel, y guárdalos dentro de ese pequeño odre
Tú crees en mi palabra. Y si no fuese verdad, niño, lo que te digo
yo soy el que curo y enseño a curar las insidias satánicas
Dios me manda a traerte la luz y la paz de los cielos
Se le aparece el arcángel san Rafael
El arcángel Rafael, él solo, se me aparece con su dulce belleza en el momento de la Comunión y, de pronto, se apodera de mí la serena alegría que comunica tan "buen compañero". Queda presente conmigo hasta las 14,30 sin hacer otro ademán que el de sonreír de continuo y mover la cabeza en señal de asentimiento, como si quisiera indicarme sin palabras que va bien algo que estoy haciendo. No sabría decir si porque estoy escribiendo una carta familiar corriente a los Belfanti.
Por fin, correspondiendo a mi último apremio en que le digo: "Pero dime qué quieres, que me miras, sonríes y te callas", inicia a hablar:
"Has obedecido prontamente y has hecho bien. Hazlo siempre así. Me has ayudado y por eso le he pedido a mi Señor que me permita llevarte conmigo para que hagas de nuevo el viaje de Tobías, al menos en aquellos puntos que me son más gratos, pues sé que te gusta ver y más las cosas bellas. Porque bellísimas eran las márgenes del Tigris surcando los campos asirios. Ven conmigo".
Y voy con él. ¡Oh!, no impone miedo. Pongo mi mano febril en la suya fuerte y fresca y marcho mirando de vez en cuando al "buen compañero" que sonríe con sin igual dulzura mostrándome las bellezas de la naturaleza que nos rodea. Una llanura verde, fertilísima nos circunda hasta perder de vista. La estación es buena y me atrevería a decir primaveral por el estado de los cereales, a menos que por aquí hagan dos siembras. He aquí el amplio río, ¡oh!, mucho más amplio que el Jordán y de aguas mucho más abundantes que discurren majestuosas hacia el lejano mar. Un país bellísimo en el que descansa la vista y transfunde paz al corazón. Rafael me mira y sonríe al decirme: "Mira, mira bien, pero no a mí sino todo. Aquí soy Azarías, el acompañante". Apartando a duras penas los ojos del rostro radiante del arcángel, miro viniendo a ser la espectadora...
He aquí al arcángel, en figura de simple hombre,
caminando y hablando con Tobías
He aquí al arcángel, en figura de simple hombre, caminando y hablando con Tobías que le escucha con deferencia, obediente a todas sus indicaciones. Azarías aconseja un descanso y Tobías obedece sin replicar. Azarías le indica al mancebo que se bañe en el río para refrescarse y Tobías le obedece al momento. Mientras está en el río, sus aguas tranquilas se agitan y de ellas emerge un pez del tamaño de un muchacho que trata de alcanzar el cuerpo desnudo de Tobías para clavarle los dientes y arrastrarlo tal vez consigo al fondo para devorarle. Parece un enorme lucio, un salmón de grandes proporciones o un esturión con una boca descomunal provista de tres hileras de dientes de afiladas puntas, el dorso oscuro y blanco el vientre que brilla bajo el velo de las aguas al agitarse en ellas.
"¡Señor mío, que me asalta un monstruo!"
Tobías lo ve tan cerca, colocado ya entre él y la orilla cerrándole el paso al mancebo, que, presa de terror, grita: "¡Señor mío, que me asalta un monstruo!" Azarías, que estaba sentado en la ribera herbosa, se alza de un salto y grita: "¡No temas! Agárralo de las agallas poniéndote a sus espaldas y arrástralo hacia ti. ¡Eso es!, ahora que se ha dado la vuelta". En efecto, el animalote, al oír otra voz y el rumor de los sauces agitados por Azarías que, descalzándose, desciende de la orilla al río, dispuesto de socorrer al compañero, se revuelve girando sus ojos esféricos, fríos, impenetrables y crueles del pez. Tobías lo agarra de las branquias y lo arrastra aguatando los coletazos y convulsiones con que el pez trata de recobrar la libertad. Tobías marcha hacia atrás y tira, tira afianzando los pies en el firme del río que cada vez es menos profundo, va mostrando al exterior las primeras hierbas acuáticas y, por fin, viene a ser lodo resbaladizo. ¡Qué fatiga en el último tramo del recorrido!
El pez hace esfuerzos sobrehumanos para librarse y salvarse y lo mismo el joven para sujetarlo. A Tobías están a punto de acabársele las fuerzas. La mano se le escapa cansada de la branquia izquierda y el pie resbala en el lodo. El pez intuye el cansancio de su capturador y da un coletazo tan desesperado que hace perder el equilibrio a Tobías que cae tratando de agarrar al pez que, por más que ya esté casi en seco, hace lo imposible para completar su victoria. Pero Azarías lo coge por la cola ahorquillada, sujetándolo hasta que Tobías se levanta, lo vuelve a tomar y lo arrastra, seguro ya de sí mismo, sobre la arena no ya tan fangosa en la que el pie puede afianzarse y resistir. El pez boquea, palpita y... muere.
Sácale el corazón, el hígado y le hiel,
y guárdalos dentro de ese pequeño odre
"Toma el cuchillo y eviscéralo. Sácale el corazón, el hígado y le hiel, y guárdalos dentro de ese pequeño odre. Nunca nos faltará el agua para beber aunque no la llevemos con nosotros. El corazón, el hígado y el hiel son de utilidad y un gran medicamento. Ya te indicaré cómo usarlos. Y ahora asemos el pez que nos servirá de viático para el camino".
Un fuego de tocones asa la carne del pez cortada en gruesas tajadas que los dos comen con excelente apetito, colocando después en las alforjas todo el sobrante, separando las tajadas con amplias hojas recubiertas de sal.
A continuación reanudan la marcha amigablemente y, a preguntas de Tobías, Azarías le enseña y explica muchas cosas y, entre ellas, para qué habrían de servir las entrañas del pez, explicación que es idéntica a la que aparece en la Biblia (Tobías 6, 7-9).
"¿De veras?" inquiere Tobías estupefacto.
"¡Oh, si de verdad fuese así! ¡Volverle a mi padre la vista perdida!"
"Así es. Pero antes podrías recibir otras dádivas de riquezas, amores..." insinúa Azarías para poner a prueba el espíritu del compañero.
"¡Oh, no! ¡Eso, no! Si tengo prisa es por lo de mi padre; pues yo... siempre estoy bien. Hagamos cuanto antes lo que tenemos que hacer, ya que si antes me acuciaba el deseo de volver, ahora me urge con mucha mayor intensidad porque, no sólo me espera la alegría del abrazo paterno, mas también el gozo de hacer tornar la luz a los ojos apagados de mi padre".
Y ¿si no fuese verdad, niño, lo que te digo?"
"Tú crees en mi palabra. Y ¿si no fuese verdad, niño, lo que te digo?" dice tentándole Azarías.
"¡Oh, no! Tu faz es límpida y serena. Hablas con tanta paz de Dios, que sólo un santo puede ser como tú eres; y los santos no mienten. Tengo fe en ti".
Azarías sonríe luminosamente.
"¿Dónde nos alojamos?" pregunta Tobías.
^Y el arcángel le habla de Sara de Raguel tal como se narra en la Biblia... (Tobías 6, 10-18) con los consejos para desposarse con ella sin temor alguno a librarla de todos los demonios. Y veo cómo entran en casa de Raguel, el mutuo reconocimiento, las nupcias de la viuda-virgen con el buen Tobías, así como la tan agradable noche, o mejor, noches nupciales cuando, na vez vencido el demonio y echado a otra parte, las vírgenes esposos se unen a Dios en oración antes de juntarse en una sola carne... Y con esta dulzura termino de ver, encontrándome de nuevo con Rafael que dice:
yo soy el que curo y enseño a curar las insidias satánicas
"Tobías, por ser obediente y fiel, recibió más de lo que podía desear. Mas yo soy el que curo y enseño a curar las insidias satánicas. Por tal motivo se me ha encomendado el cuidado de esa alma que se ve atormentada de un modo indecible por un demonio que la odia y necesita de poderosa ayuda para quedar libre del enemigo que la persigue. Mas resulta extremadamente doloroso no encontrar en ella una perfecta sumisión, semejante a la del joven Tobías. El venció porque fue dócil, obediente y, por ello, grato a Dios cuya bondad celebró con espíritu sincero y humilde. Porque, bueno es mantener oculto el secreto del rey y no vanagloriarse del mismo; mas publicar las obras de Dios, no con palabras sino con santidad cada vez más patente y no contaminada con miserias humanas, es cosa buenísima. La tentación, si se la sabe resistir, no es condena sino prueba. Después viene la aceptación por el Señor. Mas importa velar y perseverar en todo con aguda sagacidad hasta la hora extrema.
Dios me manda a traerte la luz y la paz de los cielos
Por lo que hace a ti, no abrigues temor pues se he estado contigo y lo estoy ahora, es porque Dios me manda a traerte la luz y la paz de los cielos. Ahora vuelvo adonde mi Señor me ordena y la paz que te auguro esté siempre contigo".
Y yo, desde el punto señalado así ^ al marcado de esta otra manera , he tenido que abreviar por haber llegado la visita del abogado, viéndome por tal motivo entre dos fuegos: sin poder atender al hombre ni recordar a la letra lo que decía el arcángel para explicar las operaciones de la obediencia y de la oración con las que vencer a Satanás que se hace presente en las enfermedades, en las insidias y en las desventuras con las que turbar y arrastrar a la desesperación y presente asimismo en los casos de gracias extraordinarias intentando provocar orgullos y complacencias que turbarían el corazón alejándolo de Dios. Recuerdo todo eso; mas lo diría con palabras mías. Por lo que me guardo el fruto dejando lo demás. Recuerdo la frase: "De haberte complacido, te habría abandonado. Mas como te has conservado humilde, te he protegido hasta el fin". Las demás... allá se han ido. ¡Es tanto lo que sufro cuando esto me sucede...!
Recuerdo también detalladamente lo que el arcángel me ha dicho al comienzo de su intervención final: "Esta visión es para ti, toda para ti y no se dé cuenta de ella a Dora porque así lo quiere el Señor. Ella debe ignorar lo que tú ves. Si llega a merecerlo, ya lo verá. Mas no debe contar con cañamazos marcados para tejer en ellos su hilo. A cada uno lo suyo" Por mi parte nada sabrá jamás y quiera Dios que no haya quien se lo suministre contraviniendo más o menos conscientemente la prudencia y la orden de Dios.
187-191
A. M. D. G.