3-5-46

 

 

Él invocó al Padre por tenerlo ausente;

mas no a Mí.

 

Yo me encontraba en Él cuando sublimaba

el amor a fuerza de Sacrificio.

 

 


 

Dice la superbeatífica Voz del Espíritu Santo:

 

Yo estoy encima de ti, invisible, pero presente.

 

"Porque estoy sobre ti, te encuentras en el haz de mis rayos. Toda la luz que recibes soy Yo. Toda la paz de que gozas soy Yo. Toda la dicha que experimentas soy Yo. Yo estoy encima de ti, invisible, pero presente. Te encuentras protegida, por más que te creas sola, porque el Amor nunca falta cabe las agonías y sacrificios de quienes laboran por la gloria de Dios y la redención de las almas.

 

Yo fui el Sacerdote del Calvario,

el que elevé la Victima ofreciéndola.

 

Yo estaba al lado del Verbo inmolado por más que, al parecer, no hubiese indicios de que estuviese allí. Él invocó al Padre por tenerlo ausente; mas no a Mí. Yo me encontraba en Él cuando sublimaba el amor a fuerza de Sacrificio. Yo estaba en él infundiéndole fuerza para sufrir el infinito dolor del mundo, de todo el mundo y para el mundo. Pues formé su Cuerpo Santísimo, justo era que estuviese en el Corazón de la Víctima del Amor para recoger sus infinitos méritos y presentarlos al Padre. Yo fui el Sacerdote del Calvario, el que elevé la Victima ofreciéndola. Y fui el Sacerdote porque en el sacrificio es siempre el sacerdote –y lo es de modo indispensable– el Amor.

Yo estoy sobre ti, contigo, en ti  te comunico fuerza para sufrir ofreciéndote con tu sufrimiento al Padre. Déjate inmolar por el Amor que te ama. Permanece en Mí como Yo en ti.

Que la paz del Amor permanezca ti".

Este breve y letificante dictado del Espíritu Santo a estas primeras horas del primer viernes de mayo y fiesta de la Invención de la Santa Cruz, se ha producido en respuesta a una íntima demanda mía formulada por mí al tiempo que rogaba y sufría muchísimo debido a una fuerte crisis cardiaca.

 

Por qué me siento tan feliz yo, que estoy tan enferma

 

Decíame: "¿Cómo puede ser que una persona pueda sufrir tanto dolor material y moral hasta el punto casi de agonizar y al propio tiempo disfrute de un gozo tan intenso que dé la impresión de consumirse por él más que por la enfermedad, siendo a la vez este gozo más vigorizante que los medicamentos? ¿Por qué me siento tan feliz yo, que estoy tan enferma y –esto es lo que más cuenta– tan enojada con el P. Migliorini por lo que se refiere a los escritos venidos del Cielo que, contra lo que el Padre asegura, lo siento errado de juicio y juicio precisamente severo y mal intencionado?".

Y el Espíritu Santo, con esa voz inmaterial que con sola su cercanía lleva al éxtasis, me dice estas cosas...

Al tiempo que el Espíritu Santo me saluda antes de callar, viene el P. Mariano con el Santísimo Sacramento, encontrándome muy abatida... Si bien creo que mis sensaciones –y lo creo sin temor a equivocarme– sean como las de los mártires agonizantes: decaimiento y sufrimiento físico total, pero con una alegría y una paz espirituales llegadas al límite extremo que puede alcanzar en su disfrute una criatura que aún se encuentra sobre la tierra...

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A. M. D. G.