Noche del 24-11
Los Mártires y sus conquistas
lOS MÁRTIRES cLETO, sEVERO, cRISTINA, mARCELINO, cRISPINIANO, dÉCIMO, clementina,
quirino, ANICIA, LINO, EL NIÑO fABIO, Y LOS SOLDADO fABIO Y dÉCIMO, ETC.
El lugar es ciertamente una cárcel, y cárcel de cristianos
En este punto un rumor de pasos. Después, he aquí la escena pavorosa
La conversación que sostiene un padre con su familia. El amor a la virginidad
Los mártires conversan entre sí lo sucedido
Las serpientes, tras haber triturado a muchas, se han lanzado sobre nosotros
¿Dónde está vuestro padre? pregunta Cleto a los dos hermanos. Les exhorta al amor
Dos soldados quieren convencer a Décimo de su error
Ambos soldados se miran desconcertados.
El que de vosotros se encuentre menos herido que se ponga de pie
Los soldados están extrañados de tanta fortaleza
Un hombre trae una bolsa de púrpura con los Santos Sacramentos
¡Mamá! El Cielo... Señor... Jesús..., dice el pequeño Fabio
Los dos soldado se convierten al cristianismo, se bautizan y mueren mártires
Veo un lugar que, por su construcción y por los personajes, me recuerda mucho la cárcel Tuliana en la visión de la muerte del pequeño Cástulo. Me recuerda igualmente otros lugares romanos, como las celdas de los circos en las que llegué a ver a los cristianos hacinados a punto de ser echados a los leones. Mas no es ninguno de esos lugares. Los muros están hechos de las habituales sólidas piedras escuadradas sobrepuestas. La luz es tenue y triste como si se filtrase por aspilleras y se mezclase con el resplandor incierto de una llamita de aceite incapaz de esclarecer el ambiente.
El lugar es ciertamente una cárcel, y cárcel de cristianos
El lugar es ciertamente una cárcel, y cárcel de cristianos; pero, a diferencia de los otros lugares, este ambiente hosco y triste no se encuentra cerrado con puertas y muros sino que tiene en un ángulo un corredor espacioso que, partiendo de la amplia estancia, va no sé a dónde. Incluso el corredor, un poco en curva cual si formara parte de una larga elipsis, se halla construido con las acostumbradas piedras cuadrangulares y escasamente alumbrado por una llamita. El lugar se encuentra vacío si bien por el suelo, un suelo que parece de granito, hay desparramadas gruesas piedras que sirven de asiento y prendas de vestir.
Un rumor sordo, como de mar en tempestad que se percibe lejos de la costa, viene no sé de donde. Unas veces es más débil y otras más fuerte. Tal vez sea esto por efecto de las paredes en curva que lo recogen y amplifican cual si fuera un eco. Es un rumor extraño. A las veces me parece formado por el oleaje del mar o por una gran cascada de agua y otras paréceme que lo formen voces humanas y así pienso que sea una muchedumbre que grita mientras que otras veces se perciben sonidos que no son humanos que apagan los otros sonidos que, a su vez, estallan después con mayor potencia...
En este punto un rumor de pasos.
Después, he aquí la escena pavorosa
En este punto un rumor de pasos, de muchos pasos, viene del corredor elíptico que se ilumina vivamente como si trajesen más luces y, junto con el rumor de pasos, unos ayes débiles de criaturas que sufren...
Después, he aquí la escena pavorosa: Precedido por dos hombres gigantescos, algo entrados ya en años, barbudos, semidesnudos, portando teas encendidas, avanza un grupo de personas sangrantes, parte de ellas sostenidas, otras sosteniéndose y otras más transportadas del todo. He dicho personas; pero he dicho mal. Aquellos cuerpos destrozados, mutilados, abiertos; aquellos rostros con las mejillas marcadas con heridas atroces que han dilatado las bocas hasta la oreja, han rasgado la mejilla hasta poner al descubierto los dientes fijados en la mandíbula, arrancado un ojo que cuelga fuera de su órbita desprovista del párpado a la sazón inexistente o bien que falta del todo como por obra de una brutal ablación; aquellas cabezas desprovistas del cuero cabelludo cual si un instrumento cruel las hubiese descortezado, no tienen apariencia de personas. Constituyen una visión macabra, de pesadilla, como un sueño de desatino... Son el testimonio de que en el hombre se oculta la fiera pronta a aparecer y a desfogar sus instintos aprovechando cualquier pretexto que justifique su ferocidad. Aquí el pretexto es la religión y la razón de estado. Los cristianos son enemigos de Roma y del divino César, son los que ofenden a los dioses y por ello deben ser torturados y lo son. ¡Qué espectáculo! Hombres, mujeres, viejos, chiquillos y jovencitas yacen allí hacinados a la espera de morir por las heridas o mediante un nuevo suplicio.
Con todo, a excepción del lamento inconsciente de aquellos a quienes la gravedad de sus heridas les priva de conocimiento, no se oye ni una voz de queja. Los que les han conducido se retiran dejándoles a su suerte y es entonces cuando se ve cómo los menos heridos tratan de socorrer a los más graves, como aquel que a duras penas se tiene acude a atender a los que mueren y el que no puede tenerse de pie se arrastra sobre sus rodillas o se desliza por el suelo en busca del que para él es más querido o sabe que es más débil de carne o tal vez de espíritu. Y quien todavía puede servirse de las manos procura atender a los que están en posturas desnudas cubriéndoles con los vestidos desparramados por el suelo o bien acomodando los miembros de los que están desfallecidos de modo que no ofendan la modestia y extendiendo sobre ellos los bordes del vestido. Algunas mujeres toman en su regazo a los niños moribundos, y tal vez no son los suyos, que lloran de dolor y de miedo. Otras se arrastran junto a las jovencitas cubiertas tan sólo con sus cabelleras sueltas y tratan de cubrir sus miembros virginales con los blancos vestidos encontrados por el suelo. Los vestidos se empapan de sangre y el aire de la estancia se satura de olor a sangre entremezclándose con el humo pesado de las lámparas de aceite. Y, en voz baja, se intercalan diálogos piadosos y santos.
La conversación que sostiene un padre con su familia.
El amor a la virginidad
"¡Sufres mucho, hija mía!", pregunta un anciano con el cráneo desprovisto de la piel que le cuelga por la nuca a modo de cofia caída y que no puede ver porque sus ojos no son ya sino dos heridas sangrantes, dice así dirigiéndose a una que habría sido una florida esposa pero que, al presente, no es más que un bulto sanguinolento que estrecha contra su pecho desgarrado con el único brazo con el que aún lo puede hacer, en un desesperado gesto de amor, al hijito que succiona la sangre materna en lugar de la leche que ya no pueden dar sus pechos lacerados.
"No, padre mío... El Señor me ayuda... Si al menos viniese Severo... El niño... No llora... tal vez no esté herido... Siento que me busca el pecho... ¿Me encuentro muy herida? Na no siento una mano y no puedo... no puedo mirar porque ya no tengo fuerzas para ver... La vida... se me va con la sangre... ¿Estoy tapada, padre mío...?"
"No sé, hija, porque ya no tengo ojos...".
Más allá hay una mujer que arrastra su vientre por el suelo cual si fuera una serpiente. Por un desgarro en la base de las costillas se ve cómo respiran sus pulmones." ¿Me sientes aún, Cristina?" dice inclinándose sobre una jovencita desnuda, sin heridas, pero con el color de la muerte en su rostro. Una corona de rosas ciñe todavía su frente sobre los cabellos negros desatados. Está medio desmayada. Pero se recobra con la voz y caricias maternas y hace acopio de todas sus fuerzas para decir: "¡Mamá...!". Su voz es un soplo. "¡Mamá! La serpiente me ha apretado tanto... que ya no puedo... abrazarte... Pero la serpiente... nada supone... La vergüenza... Estaba desnuda... Todos me miraban... Mamá... ¿soy virgen todavía aunque... aunque los hombres... me han visto... así...? ¿Le agrado aún a Jesús...?".
"Estás vestida con tu martirio, hija mía. Yo te lo digo: le agradas a Él más que antes..."
"Sí... pero... cúbreme, mamá... no querría que me vieran más. Un vestido, por piedad...".
"No te inquietes, mi gozo... Mira, tu mamá se pone aquí y te esconde... No puedo ya buscarte el vestido... porque... me muero... Sea alabado Je...". Y la mujer cae desplomada sobre el cuerpo de su hija con un borbotón de sangre y, tras lanzar un gemido, queda inmóvil. ¿Muerta? Sin duda, con la postrer respiración.
"Mi madre se muere... ¿No hay algún sacerdote vivo para darle la paz...? dice la jovencita esforzando su voz.
"Yo estoy vivo todavía. Si me lleváis... dice desde un rincón un anciano con el vientre completamente abierto...
"¿Quién puede transportar a Cleto a donde Cristina y Clementina?" dicen desde puntos diversos.
"Tal vez pueda yo que tengo buenas las manos y aún estoy fuerte. Pero me tendrán que conducir porque el león me ha arrancado los ojos" dice un joven moreno, alto y fuerte.
"Décimo, yo te ayudo a caminar" responde un jovencito poco herido, uno de los más ilesos.
Los mártires conversan entre sí lo sucedido
"Yo y mi hermano te ayudaremos a transportar a Cleto" dicen dos hombres robustos en la flor de la virilidad, poco heridos también.
"Dios os recompense a todos" dice el anciano sacerdote desventrado mientras lo transportan con precaución. Y, una vez que lo dejan junto a la mártir, ruega sobre ella y, agonizante como está, aún aprovecha la ocasión para encomendar el alma de un hombre que, con las piernas descarnadas, muere desangrado a su vera y pregunta al ciego que le ha transportado si no sabe nada de Quirino.
"Ha muerto a mi lado. La pantera, al primero, le ha abierto el cuello".
"Las fieras actúan con gran celeridad al principio; mas después, una vez saciadas, se limitan a jugar" dice un jovencito que se va desangrando lentamente poco más allá.
"Demasiados cristianos para tan pocas fieras" comenta un anciano que se tapa con un trapo la herida que le dejó abierto el costado sin lesionarle el corazón.
"Lo hacen de intento para gozar después con un nuevo espectáculo. Con seguridad que lo están planeando ahora..." observa un hombre que sostiene con la mano derecha su antebrazo izquierdo casi desprendido a resultas del colmillazo de una fiera.
Un escalofrío sacude a los cristianos.
La jovencita Cristina gime: "¡Las serpientes, no! ¡Es por demás atroz...!".
"Es verdad. Ella se ha deslizado sobre mí lamiéndome el rostro con su lengua viscosa... ¡Oh!, he preferido el zarpazo que me ha abierto el pecho pero matando a la serpiente, al hielo de la misma. ¡Oh!"; y una mujer se lleva sus manos temblorosas y ensangrentadas al rostro.
"Con todo tú eres anciana y la serpiente estaba reservada para las vírgenes".
Han satirizado nuestros misterios. Primero Eva seducida por la serpiente y después los primeros días del mundo: todos los animales".
"Ya, la pantomima del Paraíso terrenal... Al director del Circo le habrán premiado por ella", dice un joven
Las serpientes, tras haber triturado a muchas, se han lanzado sobre nosotros
"Las serpientes, tras haber triturado a muchas, se han lanzado sobre nosotros hasta que han soltado las fieras y se ha entablado el combate".
"Nos han rociado con ese aceite y las serpientes han huido de nosotras tomándonos por presa de cebo... ¿Qué será ahora de nosotras? Yo pienso en la desnudez..." gime una poco más de niña.
"¡Ayúdame, Señor! Mi corazón vacila...".
"Yo confío en El...".
"Yo querría que Severo viniese, por el niño...".
"¿Está vivo tu hijo?", pregunta una madre muy joven que llora sobre lo que fue su hijo y que ahora es tan sólo un puñado informe de carne: un pequeño tronco, únicamente tronco, sin cabeza ni miembros.
"Está vivo y sin heridas. Me lo puse detrás, a la espalda, y la fiera me desgarró a mí. ¿Y el tuyo?".
"Su cabecita con ligeros rizos, sus ojitos de cielo, sus diminutas mejillas, sus manecitas de flor, sus piececitos que apenas estaban aprendiendo a caminar están ahora en el vientre de una leona... ¡Ah, que era hembra y, sabiendo como sabía lo que es ser madre, no supo tener compasión de mí!".
"¡Quiero a mi mamá! ¡Quiero a mi mamá! Se ha quedado con el padre allá por la tierra.... y yo tengo mal. La mamá me curaría la tripita...", llora un niño de seis a siete años al que un mordisco o un zarpazo le ha abierto claramente la pared abdominal y agoniza por momentos.
"Ahora irás a donde la mamá y te llevarán, pequeño Lino, los ángeles del Cielo tus hermanitos. No llores así..." le conforta una joven sentándose a su lado y acariciándole con la mano menos herida. Pero el niño sufre con el duro pavimento y tiembla. La joven, ayudada por un hombre, lo toma sobre sus rodillas, lo sostiene y le cuna así.
pregunta Cleto a los dos hermanos. Les exhorta al amor
"¿Dónde está vuestro padre?" pregunta Cleto a los dos hermanos que, junto con el que ha quedado ciego, le han transportado.
"Ha sido pasto del león. Ante nuestros ojos, mientras la fiera le mordía la nuca, nos dijo: 'Perseverad'. Nada más dijo porque su cabeza cayó desprendida..."
"Háblanos ahora del Cielo, Crispiniano bendito".
"¡Hermanos bienaventurados, rogad por nosotros!".
"¡Para la última batalla!".
"¡Para la última perseverancia!".
"¡Por nuestro amor de hermanos!".
"No temáis. Ellos, perfectos ya en el amor, tanto que el Señor los quiso en el primer martirio, son ahora perfectísimos porque, al vivir en el Cielo, conocen y reflejan la Perfección del Señor Altísimo. Sus despojos, que dejamos sobre la arena, tan sólo son eso: despojos, como los vestidos de que nos han despojado. Mas ellos están en el Cielo. Sus despojos están inertes, mas ellos están vivos. Vivos y activos. Ellos están con nosotros. No temáis. No os preocupéis de cómo moriréis, pues ya lo dijo Jesús. "No os preocupéis de las cosas de la tierra. Vuestro Padre sabe lo que necesitáis". Conoce vuestra voluntad, vuestra resistencia, está al tanto de todo y os asistirá. Todavía un poco de paciencia, hermanos, y después nos aguarda la paz. El Cielo se conquista con la paciencia y con la violencia. Paciencia en el dolor y violencia contra nuestros pavores de hombres. Desechadlos, pues son la insidia de que se vale el Enemigo infernal para apartaros de la Vida del Cielo. Desechad los miedos, abrid vuestro corazón a la confianza absoluta y decid: 'Nuestro Padre que está en los Cielos nos dará nuestro pan diario de fortaleza porque sabe que nosotros queremos su Reino y morimos por El perdonando a nuestros enemigos'. No. He pronunciado una palabra pecaminosa. No son enemigos para los cristianos. Quien nos tortura es nuestro amigo como el que nos ama. O mejor, nos es doblemente amigo porque nos sirve haciendo que demos testimonio de nuestra fe en la tierra y nos cubre con el vestido nupcial para el banquete eterno. Roguemos por nuestros amigos; por estos nuestros amigos que no saben cuánto les amamos. ¡Oh!, en este momento nos asemejamos verdaderamente a Cristo porque amamos a nuestro prójimo hasta el punto de morir por él. Nosotros amamos. ¡Oh palabra! Nosotros hemos aprendido lo que es ser dioses, porque el Amor es Dios y quien ama es semejante a Dios y verdadero hijo de Dios. Nosotros amamos evangélicamente, no a aquellos de los que esperamos satisfacciones y recompensas sino a quienes nos hieren y despojan hasta de la vida. Nosotros amamos con Cristo diciendo: 'Padre, perdónales porque no saben lo que hacen'. Y decimos con Cristo. 'Es justo que se cumpla el sacrificio ya que para eso hemos venido, y queremos que se cumpla'. Y con Cristo decimos a nuestros sobrevivientes:
'Ahora vosotros estáis doloridos, mas vuestro dolor se transformará en gozo cuando sepáis que estamos en el Cielo. Nosotros os traeremos del Cielo la paz en que estaremos'. Digamos pues con Cristo: 'Cuando hayamos marchado enviaremos al Paráclito para que realice su misteriosa labor en los corazones de aquellos que no nos han comprendido y, por ello, nos han perseguido. Con Cristo confiamos nuestro espíritu, no a los hombres sino al Padre para que lo sostenga en la nueva prueba. Amén".
El anciano Cleto, desventrado, ha hablado con una voz tan fuerte y tan segura que un sano no lo haría así y ha transfundido a todos su espíritu heroico, de suerte que un cántico dulce se eleva de aquellas criaturas destrozadas...
"¿Dónde está mi mujer?" pregunta desde le corredor una voz interrumpiendo el canto.
"¡Severo, esposo mío, el niño está vivo! ¡Te lo he salvado! Mas llegas a tiempo... porque yo muero. ¡Toma, toma a nuestro Marcelino!".
El hombre se adelanta, se inclina, abraza a su esposa moribunda, recibe el niño de la mano temblorosa de la misma y sus dos bocas, que tan santamente se amaron, se unen por última vez en el beso conjunto que estampan sobre la cabecita del inocente.
"Cleto... Bendícenos... Muero...". Parece como si la esposa hubiera detenido de intento la vida hasta la llegada del esposo. Ahora se deja caer con un estertor entre los brazos del marido al cual le susurra: "Vete, vete... por el niño... a Puden...". La muerte le trunca la palabra...
"Paz para Anicia" dice Cleto.
"¡Paz!" responden todos.
El marido la contempla tendida a sus pies, desangrada, desgarrada... Las lágrimas que se desprenden de sus ojos van a caer sobre el rostro de la muerte y dice después: "¡Acuérdate de mí, esposa mía fiel...!". Y, dirigiéndose a su anciano suegro, le dice: "La llevaré a la viña de Tito. Cayo y Sostenuto están aquí afuera con la camilla".
"¿Os dejan pasar?".
"Sí. El que aún tenga parientes entre los que están vivos, podrá recibir sepultura...".
"¿Con dinero?".
"Con dinero... y también sin él. Todo el que quiere puede venir a recoger a los muertos y saludar a los que estén vivos. Con esto esperan que la vista de los mártires amedrente a los que aún están libres persuadiéndoles a no hacerse cristianos y que nuestras palabras... os ablanden a vosotros. El que no tenga parientes irá a parar al carnario... Con todo, nuestros diáconos buscarán por la noche los restos...".
"¿Se está preparando acaso el nuevo martirio?".
"Sí. Para esto dejan pasar a los parientes y para esto también hay que sepultar a los mártires por la noche. Ellos han de ser objeto del espectáculo..."
"¿Así tan tarde? ¿Qué espectáculo puede haber por la noche?".
"Sí. ¿Qué espectáculo?".
"La hoguera. Cuando sea completamente de noche..."
"¡La hoguera...! ¡Oh...!".
"Para los que esperan en el Señor las llamas serán como el rocío dulce de la aurora. Recordad a los mancebos de los que habla Daniel (Daniel 3, 19-90). Ellos se pasearon cantando entre las llamas. ¡La llama es hermosa! Purifica y viste de luz. Nada de inmundas fieras, de lúbricas serpientes ni de miradas impúdicas a los cuerpos de las vírgenes. ¡Las llamas! Si algo de culpa queda aún en nosotros, que la llama de la hoguera venga a ser como el fuego del Purgatorio. Un breve purgatorio y después, revestidos de luz, vayamos a Dios. A Dios, que es Luz, iremos nosotros. Fortaleced vuestros corazones que querían ser luz para el mundo pagano. Que el fuego de las hogueras llegue a ser el inicio de la luz que nosotros habremos de proporcionar a este mundo de tinieblas" dice asimismo Cleto.
Dos soldado quieren convencer a Décimo de su error
Se perciben pasos fuertes, herrados, en el corredor. "Décimo, ¿vives aún?" preguntan dos soldados al aparecer en la estancia.
"Sí, compañeros vivos; y para hablaros de Dios. Venid porque yo no puedo ir adonde vosotros ya que no veré más la luz".
"¡Infeliz!" claman los dos.
"No, feliz. Yo soy feliz. Al no ver ya las inmundicias del mundo, no entrando por mis pupilas las lisonjas de la carne y del oro, no me podrán tentar. En las tinieblas de la ceguera temporal estoy viendo ya la Luz. ¡Veo a Dios...!".
"Pero ¿no sabes que dentro de poco vas a ser quemado? ¿No sabes que porque te amamos hemos pedido verte para hacer que huyeras si es que aún estabas vivo?".
"¿Huir? ¿Tanto me odiáis que queréis arrebatarme el Cielo? No erais así en las mil batallas que sostuvimos codo con codo por el Emperador. Entonces nos estimulábamos a ser héroes y ahora vosotros, mientras yo me bato por un Emperador eterno, inmenso de podre, ¿me aconsejáis una vileza? ¿La hoguera? ¿Y no habría muerto gustoso entre las llamas durante los asaltos a una ciudad enemiga con tal de servir al emperador y a Roma: a un hombre igual que yo y a una ciudad que hoy existe y mañana no? ¿Y ahora que estoy dando el asalto al Enemigo más verdadero para servir a Dios y a la Ciudad eterna en la que reinaré con mi Señor, queréis que yo tema las llamas?
Ambos soldados se miran desconcertados.
Ambos soldados se miran desconcertados.
Cleto habla de nuevo: "El mártir es el único héroe. Su heroísmo es eterno. Su heroísmo es santo. A nadie perjudica con su heroísmo. No emula a los estoicos con áridos estoicismos ni a los crueles con violencias inútiles y nefandas. No se apodera de tesoros ni usurpa poderes sino que da, da de lo suyo: sus riquezas... sus fuerzas... su vida... Es el generoso que se despoja de todo para darlo. Imitadle. Siervos ignaros de un hombre cruel que os envía a matar y a encontraros con la muerte, pasad a la Vida, a servir a la Vida y a servir a Dios. Por ventura, una vez pasada la embriaguez de la batalla, cuando en el campo se da la señal de silencio, ¿habéis sentido vosotros alguna vez el gozo que veis rebosar en vuestro compañero? No, sino cansancio, nostalgia, temor de la muerte, náuseas de sangre y de violencias... Aquí... ¡mirad" Aquí se muere y se canta. Aquí se muere y se sonríe porque nosotros no moriremos sino que viviremos. Nosotros no conocemos la Muerte sino la Vida, al Señor Jesús".
Entran una vez más aquellos dos hombres nervudos que vinieron al principio con las antorchas. Con ellos están igualmente dos hombres vestidos pomposamente. Las antorchas humean al tenerlas elevadas los dos primeros, y los otros que están con ellos se inclinan para observar los cuerpos...
"Muerto... éste también... Esta agoniza... El niño está ya frío... El viejo morirá en breve... ¿Esta...? La serpiente le ha fracturado las costillas. Fíjate, tiene ya espuma roja en los labios...". Así van cambiando impresiones entre ellos.
"Yo diría... Dejémosles morir aquí".
"No. El juego está ya fijado y el Circo se está llenando nuevamente...".
"¿Bastará con los de las otras cárceles?"
"Son pocos en demasía. Próculo no ha sabido regular las cantidades. Demasiados a los leones y pocos en exceso para las hogueras..."
"Así es... ¿Qué hacemos?".
"El que de vosotros se encuentre menos herido que se ponga de pie"
"Espera". Se coloca uno en medio de la estancia y dice: "El que de vosotros se encuentre menos herido que se ponga de pie".
Se levantan unas veinte personal.
"¿Podéis caminar y valeros de pie?".
"Sí podemos".
"Tú estás ciego" le dicen a Décimo.
"Pero me pueden guiar. No me privéis de la hoguera pues pienso que estáis ideando eso" dice Décimo.
"Efectivamente. ¿Y quieres la hoguera?". "La quiero como una gracia. Soy un soldado fiel. Mirad las cicatrices de mis miembros. Como premio de mi prolongado y fiel servicio al Emperador, concededme la hoguera".
"Si tanto amas al Emperador, ¿por qué le traicionas?".
"No traiciono al Emperador ni al Imperio, puesto que no cometo actos contra su salud sino que sirvo al Dios verdadero que es el Hombre Dios y el Único digno de ser servido hasta la muerte".
"Casiano, con semejantes corazones son inútiles los tormentos. Te lo digo yo: con ellos no hacemos sino cubrirnos de crueldad sin finalidad alguna..." le dice un intendente del Circo a su compañero.
"Tal vez es verdad; pero el divino César...".
"¡Deja andar! ¡Vosotros, los que podéis caminar, salid de aquí! Esperadnos junto a las salidas; allí os daremos nuevas ropas".
Los mártires saludan a los que se quedan. Un jovencito se arrodilla para que le bendiga su madre. Una niña, con su sangre, como si fuera un crisma, marca una crucecita en la frente de su madre a la que deja para marchar a la hoguera. Décimo abraza a los dos compañeros de armas. Una anciano besa a su hija moribunda y se aleja decidido. Todos, antes de salir, obtienen la bendición del sacerdote Cleto... Los pasos de los que van a la muerte se alejan por el corredor.
"¿Os quedáis aquí vosotros?" les preguntan los intendentes a los soldados.
"Sí, nos quedamos".
"¿Por qué? Es... peligroso. Esta gente corrompe a los ciudadanos fieles".
Ambos soldados se encogen de hombros.
Los intendentes se van al tiempo que penetran fosores con camillas para llevar fuera a los muertos. Se produce un poco de confusión porque, junto con los fosores, han entrado también los parientes de los muertos y de los moribundos, produciéndose lágrimas o adioses que se cruzan entre unos y otros. Los dos soldados aprovechan esta circunstancia para decirle a un niño: "Fíngete muerto. Te pondremos a salvo".
"¿Traicionaríais vosotros al emperador poniéndoos a salvo mientras él puso en vosotros la confianza para su gloria?".
"Niño, ciertamente que no".
Los soldados están extrañados de tanta fortaleza
"Pues tampoco traiciono yo a mi Dios que murió por mí sobre la Cruz".
Los dos soldados se miran verdaderamente estupefactos y se preguntan: "Pero ¿quién les infunde tanta fortaleza?". Y después, con el codo apoyado en la pared para sostener la cabeza, continúan observando meditabundos.
Tornan los intendentes con esclavos y camillas y dicen: "Aún sois pocos para la hoguera. A ver, los menos heridos que puedan sentarse".
¡Los menos heridos...! Quién más, quién menos, todos están agonizando y ya no pueden sentarse. Mas las voces suplican: "¡Yo! ¡Yo! Con tal de que me llevéis...".
Llegan a escoger otros 11...
"Dichosos de vosotros! ¡Ruega por mí, María! ¡Adiós, Plácido! ¡Madre, acuérdate de mí! ¡Hijo mío, llama pronto a mi alma! ¡Esposo mío, que la muerte te sea dulce...!". Se entrecruzan los saludos.
Se llevan las camillas.
"Sostengamos a los mártires con nuestra plegaria y ofrezcamos el doble dolor de los miembros y del corazón que se ve excluido del martirio por ellos. Padre nuestro...". Y Cleto, que se encuentra temerosamente lívido y a punto de morir, hace acopio de todas sus fuerzas para recitar el Pater.
Penetra uno jadeante y, al ver a los dos soldados, se para en seco y contiene el grito que estaba ya a punto de salir de sus labios.
"Puedes hablar, hombre, que no te traicionaremos. Nosotros, soldados de Roma, pretendemos ser soldados de Cristo".
"La sangre de los mártires fecunda la gleba" exclama Cleto. Y, dirigiéndose al recién llegado, le pregunta: "¿Traes los misterios?".
"Sí. He podido dárselos a los otros momentos antes de que fuesen llevados a la arena. ¡Helos aquí!".
Un hombre trae una bolsa de púrpura con los Santos Sacramentos
Los soldados contemplan admirados la bolsa de púrpura que el hombre extrae de su seno.
"¡Soldados, vosotros que nos preguntáis dónde encontramos la fortaleza: aquí la tenéis! Este es el Pan de los fuertes. Este es Dios que entra a vivir en nosotros. Este...".
"Pronto, pronto, Padre, que me muero... Jesús... y moriré feliz!" grita Cristina anhelante en los espasmos ya del ahogo.
Cleto se apresura a partir el pan para dárselo a la jovencita que se recoge quieta cerrando los ojos.
"A mí también... y después... llamad a los criados del Circo. Yo quiero morir en la hoguera..." borbollea un niño que tiene la espalda lacerada y rasgada la mejilla desde la sien hasta el cuello que sangra.
"¿Puedes tragar?".
"¡Puedo, puedo...!" No me he movido ni he hablado por no morir... antes de recibir la Eucaristía. La esperaba... Ahora...".
El sacerdote le da una miguita del Pan consagrado que el niño trata de tragar sin conseguirlo. Uno de los soldados se inclina compasivo y le sostiene la cabeza mientras el otro, habiendo encontrado por un rincón un ánfora conteniendo todavía en el fondo un sorbo de agua, procura ayudarle a tragar instilándole el agua gota a gota en los labios.
Mientras tanto Cleto parte las especies que distribuye a los que tiene más cerca y después les suplica a los soldados que le transporten para distribuir la Eucaristía a los moribundos. Y, por último, hace que le vuelvan al lugar donde estaba y dice: "Que nuestro Señor Jesucristo os recompense vuestra piedad".
"¡Mamá! El Cielo... Señor... Jesús...", dice el pequeño Fabio
El pequeño que se esforzaba por tragar las Especies sufre un breve ahogo y se agita. Uno de los soldados le toma compadecido entre sus brazos; mas, al hacerlo, un borbotón de sangre brota de la herida del cuello bañando la lóriga reluciente. "¡Mamá! El Cielo... Señor... Jesús...". Su cuerpecito se abandona.
"Ha muerto... Sonríe...".
"¡Paz al pequeño Fabio!", dice Cleto que va empalideciendo por momentos.
"¡Paz!" suspiran los moribundos.
Los dos soldado se convierten al cristianismo,
se bautizan y mueren mártires
Los dos soldados hablan entre sí. Después uno de ellos dice: "Sacerdote del Dios verdadero, termina tu vida admitiéndonos en tu milicia".
"No en la mía... sino en la de Jesucristo... Mas... no es posible... porque antes... hay que ser catecúmenos...".
"No, porque sabemos que, en caso de muerte, se puede administrar el bautismo".
"Vosotros estáis... sanos..." jadea el anciano.
"Nosotros estamos a punto de morir porque... con un Dios como el vuestro que os hace santos, ¿a qué continuar sirviendo a un hombre corrompido? Nosotros queremos la gloria de Dios. Bautízanos: yo soy Fabio, como el pequeño mártir; y mi compañero Décimo, como nuestro glorioso camarada de armas. Y seguidamente volaremos a la hoguera. ¿Qué valor puede tener la vida del mundo una vez que hemos comprendido vuestra Vida?"
Ya no hay agua... ni líquido alguno... Cleto forma un hueco con su mano trémula y recoge la sangre que gotea de su atroz herida. "Arrodillaos... Fabio, yo te bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo... Décimo, yo te bautizo en el nombre del... Padre... del Hijo... del Espíritu Santo... El Señor esté con vosotros para la Vida... eterna... Amén..." Terminó el anciano sacerdote su misión, su sufrimiento y su vida... Ha muerto...
Los dos soldados lo contemplan... Observan por algún tiempo a los que van muriendo lentamente, serenos... sonrientes en medio de sus agonías, arrebatados en el éxtasis eucarístico.
"Vamos, Fabio, no esperemos ni un momento más. ¡Con tales ejemplos es segura la vida! ¡Vamos a morir por Cristo!". Y, rápidos, veloces, marchan por el corredor afuera al encuentro del martirio y de la gloria.
En el local los gemidos van haciéndose cada vez más tenues y escasos... Vuelven a oírse desde el Circo el fragor del principio y la multitud rumorea de nuevo a la espera del espectáculo.
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A. M. D. G.