19-1-47

 

 

La Eucaristía. Las bodas de Caná

 

 


 

la segunda multiplicación de panes

   es el espíritu de la palabra, y no la palabra en sí, la que presta vida al espíritu

   Las bodas de Caná. en el que se encuentra en germen el último milagro del Hombre-Dios: La Eucaristía.

  La Eucaristía es el postrer milagro del Hombre-Dios

  Tres días más tarde tenía lugar un banquete  

Y estaba allí la Madre de Jesús

  Mas aquel milagro de la transformación de una especie en otra  no ha terminado

 


 

Dice Jesús:

"Habría podido hablarte con anterioridad, mi pequeño Juan, para entregarte esta joya; mas es tal la dignidad del Santo Sacrificio y éste tan poco conocido en lo que es por demasiados cristianos católicos, que he dado la preferencia a la explicación del mismo. Y es ésta la primera lección que doy a muchos al hablar excepcionalmente en día festivo y sobre un fragmento evangélico que ya lo tengo tratado conforme al modo de mi enseñanza.

Cuando un sacerdote o una voz habla en nombre de Dios y por orden suya; cuando se obedece a un precepto, Yo, que soy el Señor, callo por ser grande igualmente la dignidad de un maestro que habla en mi Nombre y por mi mandato y grande igualmente la dignidad de un rito y grandísima la de la Santa Misa, el rito de los ritos, como, a su vez, la Eucaristía es el Sacramento de los Sacramentos.

Así pues, escucha, mi pequeño Juan:

 

la segunda multiplicación de panes

 

Te dije hace ya mucho tiempo –te encontrabas a la sazón en el lugar del exilio y sufrías como sólo Yo sé cuánto– que los fragmentos y episodios evangélicos constituyen una mina de enseñanzas. ¿Recuerdas? Te mostré la segunda multiplicación de panes y te dije que lo mismo que con unos pocos peces y panes pude saciar el hambre de las turbas, otro tanto se pueden saciar vuestros espíritus hasta el infinito con unos pocos fragmentos narrados por los cuatro Evangelios. En efecto, hace ya veinte siglos que con ellos sacia su hambre un número incontable de hombres; y Yo ahora, por medio de mi pequeño Juan, he acrecentado los episodios  y las palabras porque, verdaderamente, los hombres están a punto de consumir sus espíritus y Yo tengo compasión de ellos. Mas si bien aquellos pocos episodios de los cuatro Evangelios vienen suministrando, desde hace 20 siglos, panes y peces a los hombres para que se sacien con ellos y continúen todavía evangelizando, todo eso lo hace el Espíritu Santo que es el Maestro docente sobre la cátedra de la enseñanza evangélica.

 

es el espíritu de la palabra, y no la palabra en sí, la que presta vida al espíritu

 

"Cuando venga el Paráclito, El os amaestrará en toda verdad, os enseñará todas las cosas y os recordará todo cuanto os tengo dicho" (Jn 14, 26), enseñándoos el verdadero espíritu de cada palabra y de cada letra del episodio. Porque es el espíritu de la palabra, y no la palabra en sí, la que presta vida al espíritu. La palabra incomprendida es un sonido vano; y es incomprendida cuando es sólo un vocablo, un rumor y no "vida, semilla de vida, centella, manantial" que echa raíces, enciende, lava y alimenta.

 

Las bodas de Caná. en el que se encuentra en germen el último milagro del Hombre-Dios:

La Eucaristía.

 

Las bodas de Caná (Jn 2, 1-11) He aquí que desde hace 20 siglos los maestros de espíritu han dado en predicar  la santidad del matrimonio realizado con la gracia de Dios, el poder de las plegarias de María y su enseñanza de la obediencia: "haced lo que El os diga", mi poder al cambiar el agua en vino y así de lo demás. Ninguno de estos frutos extraídos del fragmento evangélico son equivocados. Mas no son éstos únicamente los frutos que el episodio ofrece y podéis vosotros recoger.

Pequeña enamorada mía, amante y hambrienta de Mí-Eucaristía: éste es uno de los episodios de mi vida pública en el que se encuentra en germen el último milagro del Hombre-Dios: La Eucaristía. La Resurrección es ya milagro de Dios-Hombre, el primero de todos los milagros sobrevenidos una vez que, habiendo quedado destruida la Víctima por el Sacrificio, emergió el glorificado Jesús Dios-Hombre, el Victorioso. En un principio se hallaba escondido todavía Dios en el Hombre. Su Naturaleza se traslucía mediante destellos en la palabra y en los milagros al modo como, al ver las llamas que, de cuando en cuando, coronan la cumbre de un monte, se dice: "Aquí se oculta el fuego y este monte, en apariencia igual a muchos otros, es un volcán que tiene por alma el elemento fuego en vez de estar formado únicamente por la superposición de estratos de tierras y rocas".

Ahora bien, la Humanidad de Cristo, destinada a padecer y morir, era en un todo semejante a la de todos los hombres, teniendo una carne sujeta a las leyes de la materia, con necesidad de comer, beber y dormir; con las molestias del frío y del calor; con el cansancio por el excesivo trabajo y largo caminar; con las exigencias de la carne, –miseria para el Omnipresente– su constricción a un único lugar. Todo menos la culpa y los apetitos derivados de la misma. O mejor, todo, y más que nada, lo que constituye el martirio de los justos: el tener que vivir entre pecadores viendo las ofensas hechas por éstos al Eterno y la caída de los hombres al cenagal de los brutos. El Hombre –te lo aseguro, María,– sufrió, con su mente y su corazón de Justo, más por esto que por ninguna otra cosa. ¡Oh, el hedor del vicio y del pecado! ¡La gusanera de todas las concupiscencias! Te lo digo Yo: comencé a expiarlas desde que las tuve a mi lado. ¡Tanto era el tormento que ocasionaban a mi alma y a mi entendimiento! Los ángeles contabilizaron los golpes de los inmateriales flagelos de los vicios de los hombres sobre mi Humanidad, tan numerosos y más dolorosos que los del "flagrum" romano.

Una vez cumplido el Sacrificio, mi verdadero Cuerpo, no obstante continuar siendo Cuerpo verdadero, asumió la libre belleza y poderío en la que la materia se asemejará al espíritu con el que vivió y luchó para hacerse reina del modo que él es rey. Y el Cuerpo fue glorioso como el Espíritu que en El era divino, no sujeto ya a todo aquello que anteriormente le mortificaba, no constituyendo obstáculo alguno el espacio, los muros, la distancia y el estar Yo aquí en el Cielo y vosotros en la tierra puesto que, tanto en el Cielo como en la tierra, soy Yo verdadero Dios y verdadero Hombre con mi Divinidad, mi Alma, mi Cuerpo y mi Sangre, infinito cual a mi Naturaleza divina corresponde, contenido en un fragmento de Pan como mi Amor lo quiso real, omnipresente, amante, verdadero Dios, verdadero Hombre, verdadero Alimento del hombre hasta la consumación de los siglos y gozo verdadero de los elegidos, no para el tiempo sino para la eternidad.

 

La Eucaristía es el postrer milagro del Hombre-Dios

 

La Eucaristía es el postrer milagro del Hombre-Dios. En cambio la Resurrección es el primer milagro del Dios-Hombre que por Sí mismo trasmuta su Cadáver en Viviente eterno. La Eucaristía, trasformación de las especies del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, se encuentra en las lindes, entre las dos épocas, al modo de una estrella, la de la mañana; entre dos tiempos que se denominan noche y día. Y así, cuando brilla la estrella de la mañana, se dice el caminante: "Ahora es de día", bien que todavía no lo sea, porque sabe que aquella luz, en lo alto del cielo, es presagio del alba. La Eucaristía es la Estrella de la mañana del tiempo nuevo. Su luz del milagro de amor es presagio del alba, del alba del tiempo de Gracia. Por eso se encuentra, radiando con sus fulgores, suspendida entre el tiempo que se cierra y el que se abre cuando termina mi predicación al inicio de la Redención.

Si la estrella de la Epifanía brilló para anunciar a los reyes que el Rey universal había sido dado al mundo, la estrella de mi Eucaristía brilló en la Cena pascual para anunciar al mundo que el verdadero Cordero estaba a punto de ser inmolado, que ya se inmolaba, dándose en alimento perpetuo a los hombres a fin de que su Sangre no bañase tan sólo las jambas y dinteles (Éxodo 12, 7) sino que circulase junto con ellos para hacerles santos y la Carne Inmaculada fortificase su debilidad mientras habitan en ellos el Alma de Cristo y la Divinidad del Verbo portando consigo la indisoluble Presencia del Padre y del Espíritu Eterno. Y entre el anuncio de la estrella de la Epifanía y de la estrella eucarística, he aquí que brilla con sus símbolos incomprendidos la luz del milagro de Caná para decir al mundo lo que la Sabiduría y Poder encarnados habrían hecho con la pobre agua de su pensamiento en el corazón de piedra de los hombres.

 

"Tres días más tarde tenía lugar un banquete"

 

"Tres días más tarde tenía lugar un banquete". Tres días: tres épocas antes del convite gozoso. La primera, desde la creación del mundo hasta el castigo con el diluvio; la segunda, desde el diluvio hasta la muerte de Moisés; y la tercera, desde Josué, mi figura, hasta mi venida. Y así mismo, tres épocas o tres días: los tres años de mi predicación anteriores al convite pascual. Y, como acaece en un banquete nupcial que su preparación es cada vez más amplia a medida que se acerca el momento del festín, así fue también en mi convite de amor. Por eso fueron cada vez más claras las voces del concierto profético y las luces de los que estaban esperando al verdadero Esposo que venía a desposarse con la Humanidad para hacerla reina.

 

"Y estaba allí la Madre de Jesús"

 

"Y estaba allí la Madre de Jesús". ¡La Madre! ¿Puede acaso faltar la Madre si ha de ser dado a luz el hombre nuevo? ¿Puede no estar allí la Eva si, de ahora en adelante, ha de estar la "Vida" donde estaba la Muerte? Y ¿puede faltar la Mujer mientras se aproxima la hora en que la Serpiente ha de tener aplastada su cabeza y limitada su libertad de acción? No puede. Y la Madre de los vivientes, la Eva sin mácula, la Mujer del "Ave" y del "Hágase", la Mujer del calcañal potente, la Corredentora, asiste al convite con el que se inició el desposorio de la Humanidad con la Gracia.     

Mas, "llegando a faltar el vino", los convidados no habrían gozado con la presencia de Jesús. ¡Oh!, verdaderamente, cuando vine para participar en mi convite de Gracia, comprobé que el vino se acababa presto. Era poco en demasía y se acabó pronto, por lo que los hombres se entristecieron al ver que Yo no satisfacía sus esperanzas de embriagarse con los jugos humanos de prepotencia y de venganza.                                                                                        

¿Con qué me encontré al iniciar mi misión? Con "hidrias de piedra preparadas para las purificaciones de los Judíos". O sea, para las purificaciones materiales. Así pues, los corazones, tras siglos y siglos de impura asimilación de la Sabiduría, habíanse cambiado a hidrias de piedra; y no ya para purificarse a sí mismos sino para que sirvieran a la purificación únicamente del rigorismo y de la exterioridad de los ritos, de ese rigorismo que endurecía sin que sirviera para limpiar ni tan siquiera a sí mismos. El habitual pecado de soberbia de creerse perfectos y de tener como impuros a los demás. La dureza opaca de la piedra contrapuesta a la luz y a la ductilidad de la Sabiduría que ilumina para comprender y ayudar a amar. Son corazones cerrados a los que ni el agua que les cubre los reblandece. Sirve para congelarlos y nada más. Tirada el agua, quedan áridos, duros y sin aroma. Esto es lo que hace la exterioridad de los ritos que colman sin penetrar, sin transformar y sin hacerlos dulces y perfumados. Las hidrias, esto es, los corazones, se hallaban vacíos. No contenían ni ese mínimo de cosa útil que es el agua para purificar a los demás. Estaban vacíos y ni habían pensado siquiera en colmarse con el mínimo; vacíos, ceñudos, áspero, inútiles, oscuros por dentro como un antro y grises por fuera a causa del polvo y de la vejez.

"Llenad las hidrias de agua". ¡Oh, qué cantidad de agua vertí Yo en los corazones de piedra de los hebreos para que, al menos, tuviesen un mínimo de ella y así fuesen útiles para algo! Mas ellos no cambiaron y casi en su mayoría rechazaron el agua, continuando vacíos, duros, oscuros y ceñudos".

"Y ahora escanciad". He aquí, por tanto, que en los corazones que acogieron el agua, ésta se cambió a vino selecto, tanto que el maestro de mesa dijo: "Todos sirven el vino mejor al principio y después el peor, al paso que tú has reservado el mejor para el final". En efecto, Yo, el esposo del gran convite, reservé el mejor para el final. En la Última Cena, postrer acto del Maestro, Yo, el Esposo, mudé, no el agua en vino sino el vino en mi Sangre para una nueva transformación que os ayudase a vosotros, hombres, a ser felices con mi felicidad que es santa y eterna. A lo largo de tres años llené las hidrias vacías del Agua procedente del Cielo. Mas, a la sazón, ya no bastaba el agua pues se echaba encima el tiempo de la lucha y del júbilo, siendo el vino útil para el luchador e insustituible en los convites. Y así Yo os di la Eucaristía, mi Sangre, para que bebieseis mi propia fuerza y fueseis fuertes, lo mismo que mi pronta voluntad de servir a Dios, llegando a ser héroes como vuestro Maestro y partícipes de mi gozo.

 

Mas aquel milagro de la transformación de una especie en otra  no ha terminado

 

Mas aquel milagro de la transformación de una especie en otra  no ha terminado. Las hidrias del convite de Caná se vaciaron muy pronto dejando ebrios a los invitados a las nupcias. Mi Eucaristía colma desde hace siglos los cálices y copones de toda la tierra y hasta el fin de los tiempos los hambrientos, exhaustos, sedientos, cansados, afligidos, los moribundos lo mismo que aquellos en los que apenas empieza a despertar la razón, los puros como los penitentes, los enfermos como los sanos, los sacerdotes como los laicos, los hombres de toda raza y condición, los que habitan en las cumbres o en las llanuras, entre las nieves polares o en el ecuador, sobre las aguas o sobre la tierra, todos vendrán a beber, a comer, a nutrirse, a salvarse, a vivir de mi Sangre y de mi Carne, de este Vino suministrado al final del Convite perpetuo del Esposo para quienes le aman y la Redención contínua de vuestros desfallecimientos y caídas.

Las bodas de Caná. La transformación del agua en vino. La Cena de Pascua: la transustanciación del pan y del vino en mi Cuerpo y en mi Sangre. La primera, para marcar el comienzo de mi misión de transformación de los hebreos del tiempo antiguo en discípulos de Cristo; y la segunda, para marcar el principio de la transustanciación de los hombres en hijos de Dios por la gracia reviviente en ellos. El último milagro del Hombre-Dios. El primer y perpetuo milagro del Amor humanizado.

Esta es, mi pequeño Juan, una de las aplicaciones –sin duda la más subida– del milagro de las bodas de Caná.

Que mi Cuerpo y mi Sangre sean para siempre en ti esas Cosas preciosas por las que, como dice Simón Pedro (I P 2,9), fuiste rescatada a fin de que exaltes las virtudes de Aquel que de las tinieblas te llamó a su admirable luz.

Mi paz sea contigo, mi pequeña esposa anhelante del Amor. La paz sea contigo. La paz sea contigo. La paz sea contigo".

289-295

A. M. D. G.