18-2-47
Respondiendo Jesús a varias preguntas u objeciones
La tentación.
¿FUE jESÚS TENTADO?
desarrollo DE LA TENTACIÓN.
ADÁN Y EVA
lAS TENTACIONES DE jESÚS EN LA MONTAÑA.
esa obra soy Yo. No sólo soy Yo el que la dicto y la ilustro
sino que soy Yo el que la vivo
La resurrección de la carne
Sobre las tentaciones de Jesús
hay silencios más elocuentes que las palabras y más enseñantes que cualquier doctrina
Regocijaos más bien vosotros que tan fuertemente sois vejados por Satanás.
Qué es entonces la tentación: un pecado o una gloria Un bien o un mal No es pecado
Quién puede ser tentado Dios Los ángeles Los hombres
Por qué me hacéis dictar estas palabras
Tres son los que dan testimonio en el Cielo:... tres los que dan testimonio en la Tierra: ...
Los caminos de Satanás para corromper
Repito: no entraña culpa ser tentado. La tentación de Eva
Falta por consiguiente la caridad para con Dios y la caridad para con el prójimo
cotejemos este encuentro de Lucifer y los Progenitores con el encuentro de Lucifer conmigo,
Por qué Satanás inició su Tentación con la Impureza
En relación con las visiones y dictados del 24 y 25 de febrero de 1944 y 3 y 17 de enero de 1945
Dice Jesús:
Sobre las tentaciones de Jesús
"Son en verdad tan claras las visiones y las palabras relacionadas con mi tentación, aun en su parte ignorada, que las mismas vienen a ser ya respuesta a todas las objeciones de quienes formulan preguntas sobre ellas; preguntas a las que no será preciso que Yo diese contestación más detallada toda vez que –recuérdelo el que solicita la respuesta– desde el 25-2-1944 fui dando a entender claramente que no me agradaba detenerme ni volver sobre tal episodio como tampoco que otros se entretuviesen en él atrayendo sobre el mismo la atención del instrumento, obrando con ello de manera diametralmente opuesta a como habíalo hecho Yo que, a este mismo instrumento que entonces me proponía las mismas objeciones que ahora de nuevo me formula y siempre a requerimiento de la misma persona, le respondía: "No he querido que hablases tú sobre la tentación sensual de tu Jesús por más que tu voz interior te hiciera comprender el impulso de Satanás para atraerme al sentido y así preferí hablar Yo de ello. y ni pienses ya en eso"
Hubiera querido que siguieseis mi ejemplo de prudencia para con el pequeñín que he puesto entre vosotros, el cual debe deciros todo lo que ve, o sea, todo cuanto sucedió en favor o en contra de Cristo, mas para el que su propia inexperiencia y la bondad paternal de Dios le sirven de providencial defensa contra las más crudas miserias y acciones de los hombres y de Satanás.
Así lo habría querido Yo por respeto al pequeñín cuyos ojos ven a Dios y ello me habría probado el estado de vuestro ánimo que Yo desearía fuese justo hasta en los detalles más insignificantes. Nada es insignificante, inútil ni despreciable en la justicia. En ella, tanto valor tiene la sublime y visible acción de saber morir por ella como la callada y escondida imitación mía en la manera de conducirse con los propios hermanos, con los hijos espirituales o con vuestros discípulos. Porque vosotros os consagrasteis voluntariamente a esta paternidad espiritual y a este amaestramiento de los pequeños, vosotros, padres y maestros de espíritu, vosotros, pastores a los que confié mis corderos debiendo ser imitadores míos.
hay silencios más elocuentes que las palabras y más enseñantes que cualquier doctrina
Habríalo querido en fin como una prueba del estado de vuestro entendimiento, libre de cuanto arroja confusión y niebla sobre las verdades tan claramente visibles en mis páginas indicadoras de la constante perfección de Jesucristo, Dios-Hombre, en todas las circunstancias de su vida mortal, en todos sus actos, palabras y hasta silencios. Porque hay silencios más elocuentes que las palabras y más enseñantes que cualquier doctrina.
Y este episodio, en el punto que vosotros no queréis aceptar, al tenerlo por "inconveniente", os habla ni más ni menos con la magnífica lección de mi silencio, opuesto a esta parte impura de la tentación satánica. Mi silencio y mi total indiferencia ante las solicitaciones de Satanás, debieran haber sido para vosotros voces que pregonaran la glorificación de Cristo. Mas fueron para vosotros voces muy distintas: voces de envilecimiento para Cristo. El que Cristo fuera tentado de impureza lo tenéis por una lesión de la dignidad de Cristo. Confundís la tentación con su resultado. ¿No habéis tenido en cuenta esta diferencia? De ser así, no habéis sabido leer la verdad silenciada pero claramente manifiesta en las visiones y dictados.
¡Saber leer! No todos lo saben hacer y menos con exactitud. Para saberlo hacer y hacerlo con exactitud es preciso tener los ojos limpios de llamas internas y de ofuscamientos externos. Si vuestro ojo espiritual, es decir, vuestro pensamiento es diáfano y puro, entonces veis las cosas tal cual son; y, en este caso, como glorificación de Cristo. Mas si vuestro pensamiento se encuentra ofuscado, chamuscado por humos de humano saber y por orgullo de creeros los únicos sabios o, lo que es peor, por ardores impuros, entonces es vuestro reflejo el que tiñe de colores opuestos lo que vosotros contempláis y un episodio casto e inocente lo convertís en sensual y pecaminoso. Ahora bien, centrad el episodio en su verdadera luz, lejos de la vuestra, y volverá a apareceros cual fue: testimonio de una heroicidad de castidad e inocencia en vano insidiadas.
Pues bien, si vosotros proyectáis sobre el episodio el reflejo de vuestra humanidad porque no podéis admitir que uno pueda dejar de sentir turbación interna por una tentación externa, como tampoco que ni siquiera Cristo, el Santo de Dios, pudiera ser tentado exteriormente sin resentirse de turbación interna, entonces sois vosotros quienes prestáis ese color al episodio. Pero, en tal caso, no tenéis por qué decir que ese episodio viene a ser un testimonio de la inconveniente turbación de Cristo, turbación que, en verdad, no puede admitirse por respeto a la dignidad del Señor Jesús y porque, ciertamente, en Cristo hubo siempre orden y armonía entre la carne y el espíritu, coincidiendo siempre ambas partes, obsequiosas y perfectas, en dar gloria a su Creador.
Confesad pues, ya que opináis de modo contrario a lo que, de forma indubitable, aparece en el episodio narrado, que sois vosotros los que proyectáis sobre ese punto del episodio lo que se agita en vosotros, forjando "suposiciones" como lo hacéis en otras cosas vuestras; suposiciones que nada del episodio autoriza ni da pie a suponer ni creer. Lo que ya es grave.
¿Por qué me forzáis a dictar estas palabras? ¿No os dais cuenta del dolor que me procuráis constriñéndome a dictarlas siquiera sea por uno solo de vosotros? ¿No veis que no es nada encomiable provocar un escándalo, que en verdad no sentís, únicamente por causar turbación a la portavoz, tentándola con la duda de la Voz que le habla, con la desconfianza y hasta con la tentación de modificar algunas partes de la Obra? Cosa que más adelante le echaríais en cara y se la aduciríais como prueba capital de que la Obra es fruto de su mente. ¡Modificar partes de la Obra como si una criatura pudiese hacerlo en páginas dictadas por Mí! Y ¿a qué hurgar y rehurgar en un punto en el que Yo no me detuve ni cuando lo sufrí, no rebajándome a discutirlo de pensamiento ni de palabra con Satanás y sobre el que había aconsejado no detenerse ni volver sobre él porque me repugna ahora lo mismo que entonces? Repugnancia, digo, pues es la única reacción que la obscena insinuación de Satanás provocó en Mí.
Ahora pues, y que esto quede para siempre, os daré las respuestas que deseáis a fin de que "tengáis esa transparente claridad sobre este punto concreto" que uno de vosotros manifiesta "sería deseable". Yo mismo las daré, no la portavoz, y mucho menos se permitirá ella después retocar el texto (pág. 111 del primer año evangélico) "para hacerlo cristalino" como lo querría siempre uno de vosotros. Cada uno en su puesto.
¿Qué es la tentación? Dice el Catecismo: "Es una incitación al pecado que nos viene del demonio, de los malvados o de nuestras pasiones". "Es una incitación. Si pues es incitación al pecado, señal es de que en sí no es pecado. No, no es pecado, antes medio para crecer en la justicia y aumentar nuestros méritos si permanecemos fieles a la Ley del Señor. Comienza a ser pecado de imprudencia cuando el hombre, voluntariamente, se pone en trance de pecar acercándose a cosas o a personas que le pueden inducir a pecar.
¿De quién viene la tentación? Del demonio, de los malvados y de las pasiones. Viene por tanto de factores externos y de factores internos. Con todo, os digo en verdad que los más peligrosos son los factores internos, o sea, las inclinaciones desordenadas y los instintos o fomes que quedaron en el hombre, junto con las restantes miserias, tras el Pecado de Adán. Factores internos que Satanás azuza o trata de azuzar por todos los medios en esta labor tan bien servida por los hombres que tenéis a vuestro derredor y por ese yo humano que es un campo de tentaciones que retoñan de continuo con fuerte tendencia al egoísmo de la materia y a la sensualidad de la mente, el primero empujando a la carne a rebelarse contra Dios y contra el espíritu, y la segunda llevando la mente hasta la necia soberbia de creer todo lícito, incluso el censurar las obras y las justicias de Dios.
En verdad os digo que sois vosotros los que mejor ayudáis a Satanás acogiendo y alimentando en vosotros "la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida", cosas éstas que vienen, no del Padre sino del mundo. Porque sin vuestro concurso en preparar debidamente el terreno para las invasiones de los factores externos, ellos no podrían penetrar en vosotros turbando vuestro interior y enconando los factores internos. Los fomes del pecado, por sí solos, como ocurre en la mayor parte de los individuos, si el hombre no los cultivase, no podría llegar a la condenación. Si no los cultivase como flores del mal que halagan la desordenada sensibilidad del hombre con su vistosa e incitante apariencia que después se cambia en frutos de pecado.
Si sobre ellos se abatiese, santamente despiadada, la buena voluntad, ellos quedarían estériles, al modo de plantas malignas disecadas o tan desmedradas al menos que ya no podrían crecer sino que, sometidas a un continuo debilitamiento, llegarían hasta su total destrucción. Por el contrario, el hombre los deja existir y ellos crecen con renovado vigor por los bocados que el hombre incauto se concede sin saber que toda condescendencia con lo ilícito, por pequeña y aparentemente despreciable e inocua que parezca, es preparación para condescendencias mayores. Porque, tanto más aumenta el apetito concupiscente, cuanto más se paladea su sabor picante. Y, una vez saciado el apetito en su renaciente y siempre crecido afán, aumenta, en consecuencia, la fuerza de los instintos desordenados y éstos, a su vez, crecen hasta el punto de llenar de sí a todo el hombre echando por tierra las barreras de la conciencia.
¡Oh! Acaece lo que a una planta colocada en un espacio angosto. Hasta tanto no completó su desarrollo cabe en el recinto en el que se la dejó; mas cuando creció del todo y sus raíces se extendieron tanto como sus ramas, entonces ya no pueden estar comprimidas en lugar tan estrecho y se introducen bajo el cimiento de los muros buscando espacio al igual que en lo alto lo buscaron las ramas y, al crecer, levantan los muros, los desconciertan y los desmoronan abriendo grietas por las que pueden penetrar los ladrones o los niños para estropear la planta despojándola de sus frutos y de sus ramas, maltratándola tal vez hasta ocasionar su muerte. En el caso del alma, la planta de la desordenada inclinación a las concupiscencias en contraposición a la tendencia del espíritu hacia su fin que es Dios, franquea el paso a Satanás y al mundo que se alían seductores contra el incauto yo, ocasionando la muerte o la quiebra y mutilación tal vez de la hermosa integridad del espíritu.
Regocijaos más bien vosotros que tan fuertemente sois vejados por Satanás.
En verdad os digo: No es el ser tentados lo que ha de causaros temor, como tampoco la violencia de la tentación ni la reiteración de sus recios ataques deben inducir al alma al abatimiento pensando que tal sucede por estar en desgracia del Señor y destinada a la muerte eterna. Regocijaos más bien vosotros que tan fuertemente sois vejados por Satanás. Ello es indicio de que sois sus enemigos y de que para él sois ya una presa que se le va de las manos para siempre. La ira de Satanás se desata siempre contra las presas que escapan a su hambre y contra las conquistas de Dios.
Es lógico que así sea. También en las batallas entabladas entre dos ejércitos encontrados ¿dónde concentra el enemigo sus embestidas más fuertes? ¿Acaso contra las posiciones más débiles y menos importantes? No, sino contra las que son capitales y fortísimas. Las otras son fáciles de conquistar y se reservan para lo último, cuando los soldados se encuentran ya cansados o bien para ofrecerles el incentivo de alguna victoria que les sirva de acicate en otros combates más duros. Sería de verdad necio el generalísimo de los ejércitos que gastase sus hombres y elementos de combate en imponentes despliegues de fuerzas y derrochase las municiones atacando una ciudad con las defensas ya desmoronadas por la dejadez de sus defensores o dispuesta a rendirse sin lucha.
Nunca Satanás es un conquistador estulto. Sabe muy bien regular sus asaltos. Donde aprecia debilidad espiritual y moral, muy debilitados los aprestos defensivos de la conciencia –puesto que contra ellos han hecho de ariete las malas inclinaciones del hombre– o también, donde ve un consentimiento pleno para aceptarle como amigo, no desata violentos asaltos sino que usa de halagos. Mas en donde advierte una resistencia y prevé una derrota, allí se lanza con todos sus efectivos, cambiando los halagos en terror, no cansándose de repetir cien y mil veces sus asaltos, bien directamente o con la ayuda del mundo y de las circunstancias, de todos los medios, en fin, externos, a fin de conquistar la presa o de atormentar –esto al menos es lo que pretende el eterno odiador de los buenos– atormentar a los hijos de Dios.
En verdad os digo que cuando una criatura alcanzó la heroicidad en la virtud o, como dice Pablo, la criatura "llegó a ser fuerte en el Señor y poderosa en su virtud", entonces es cuando es preciso revestirse "de la armadura de Dios para poder resistir a las insidias del demonio" porque es entonces cuando, como dice siempre el apóstol, la criatura "no combate ya contra la carne y la sangre sino contra los príncipes y potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso y contra los malignos espíritus del aire" (Ef 6, 10-12), o sea, contra el Infierno fortísimo, el cual desencadena directamente las grandes tormentas de las más poderosas tentaciones en un postrer esfuerzo de querer abatir al espíritu gigante que le resiste.
¿Qué es entonces la tentación: un pecado o una gloria? ¿Un bien o un mal? No es pecado
¿Qué es entonces la tentación: un pecado o una gloria? ¿U bien o un mal? No es pecado. Y, aun siendo un elemento del Mal, se puede cambiar a medio de bien y de gloria mediante la libre voluntad con que el hombre la rechaza. A hombre alguno ni al mismo Cristo se le coartó el libre albedrío de poder ceder o no a las tentaciones. Tentación rechazada, mérito adquirido. Para esto dejó Dios al hombre su espléndida libertad de querer: para que, a través de ella y con mérito propio, alcanzase una gloria merecida.
Recordadlo siempre; y recordad igualmente que la vida del hombre es expiación del mal que él mismo comete; y, en el mejor de los casos, esto es, en el de uno que no haya cometido ni una sola culpa advertida, es siempre expiación o, si así os place, sufrimiento consiguiente a la Culpa original y que por ello –por más que mi Sacrificio y la reintegración a la Gracia que mediante dicho Sacrificio os conseguí sean de una medida sobreabundante– y que por ello todos los hombres están sujetos al sufrimiento para conseguir de nuevo aquel grado de justicia del que los Primogenitores gozaron gratuitamente donado junto con la vida. ¡Oh santa e inmaculada inocencia de las primeras Criaturas que las actuales han de reconstruir con su dolor además de con los dones gratuitos que Yo os conseguí con mi Sacrificio!
Por eso, cuando veis al Santo de los santos, o mejor, a un santo fuertemente tentado, no digáis: "Esto no es conveniente", antes observad cómo reacciona el tentado; y si veis que se muestra indiferente a la tentación –lo que os prueba que llegó a la perfección que Yo os aconsejé. "semejante a la de mi Padre", perfección que agente alguno es capaz de turbar– si veis que él permanece indiferente ante la tentación habiendo vencido en sí mismo la batalla contra todas las reacciones de la carne y de la sangre, o si veis a un justo que sabe luchar a la vez contra el desorden que, atizado de fuera, querría prevalecer y contra la Bestia que azuza y lanza llamadas al desorden, no digáis que "eso no es conveniente" sino: "eso sirve para hacer que brille o se aprecie el grado de perfección a que llegó el tentado".
¿Quién puede ser tentado? ¿Dios? ¿Los ángeles? ¿Los hombres?
¿Quién puede ser tentado? ¿Dios? ¿Los ángeles? ¿Los hombres? Dios, por ser Dios, no es sujeto de tentación alguna. Los ángeles, al haber permanecido fieles durante la rebelión de Lucifer y de sus secuaces, no pueden sufrir tentación por haber sido elevados tras la prueba al orden sobrenatural y a la contemplación y alabanza de Dios. Es por tanto el hombre el único que puede ser tentado, el hombre compuesto de sustancia material y de sustancia espiritual, dotado de libertad de razón, de inteligencia y de conciencia para poder discernir el bien del mal así como querer el bien o el mal. Es únicamente el hombre, combatiente a la sazón de su batalla, el que puede estar sujeto a la tentación por la triple herencia recibida del pecado cometido por la cabeza de la Humanidad.
Desde el día de la caída de Adán del estado de inocencia al de culpa; desde el día en que la mujer quiso conocer de cerca el árbol prohibido y la Serpiente pudo hablar con Eva que la escuchó atenta en vez de huir de ella e hizo caso a sus palabras mendaces y a sus sugerencias de ruina, el hombre se encuentra perennemente junto al árbol del Bien y del Mal en cuyo derredor gira Lucifer y sufre tentación. Mas es precisamente a través de su victoria contra las insinuaciones a la culpa como adquiere la justicia y conquista su corona inmortal; pero si repite el gesto de Eva y, obedeciendo al Sugestionador, coge el fruto prohibido, se envenena hasta el punto de morir. Es precisamente con la victoria sobre las tentaciones externas y con el dominio sobre los sentidos y sobre el orgullo, y, por ende, sobre los estímulos internos, como vosotros, hombres, os hacéis "dioses e hijos del Altísimo" (Salmo 82,6; Jn 10-12), semejantes a vuestro Hermano santísimo Jesús que sufrió tentaciones pero que no pecó porque no quiso pecar. Tentados podemos ser sin nuestro consentimiento; mas si hemos de llegar a ser pecadores, será únicamente con el nuestro.
Yo, Jesús, jamás consentí en el pecado sino que combatí toda reacción humana no acepta a Dios con espíritu de voluntaria y amorosa justicia, habiéndolo hecho desde mi más tierna edad "estando sujeto al padre (putativo) y a la madre, dos justos que me enseñaron justicia y, creciendo en sabiduría, edad y gracia" (Lc 2, 51-52), eliminé en Mí, y para siempre, toda posibilidad de improviso desorden o de turbación interna por presiones y circunstancias que, al llegar a la mayoría de edad, surgieron en torno mío, intensificándose hasta la muerte.
¡No me entendáis al revés! Digo presiones y circunstancias y no lujurias. Presiones y circunstancias de parientes incomprensivos, de ciudadanos aún más obtusos que los parientes, de connacionales rencorosos, enemigos insidiosos y de amigos traidores. No es tan sólo el sentido el que contribuye a hacer pecar. ¡Son tántas las causas por las que el hombre puede llegar a pecar! Y ¿qué decís vosotros? ¿Decís, por ejemplo, que la conducta de Judas no habría movido a algún otro a pecar contra el amor? ¿Decís, por ejemplo, que no fuese una continua tentación la de reaccionar humanamente contra la animadversión de los escribas y fariseos y de todos mis adversarios, tan ladinos en oponérseme, como bajos en los medios y acusaciones empleados para enfrentarse a Mí?
No pequé. Dije: "¿Quién de vosotros me puede convencer de pecado?" (Jn 8, 46). Lo dije a mis enemigos de entonces. Lo puedo decir a mis enemigos de ahora e, incluso, a los incrédulos y a los que ponen en duda mi santidad. Mas si bien no os lo digo a vosotros, a los que quiero considerar como amigos por más que me acarreáis dolor a través del que ocasionáis a mi pequeño Juan, os lo dicen mis obras.
¿Por ventura en la Obra que Yo he dictado e ilustrado hay una palabra o acto escrito que pueda convenceros de pecado, de un sólo pecado de vuestro Maestro? Pues bien, esa obra soy Yo. No sólo soy Yo el que la dicto y la ilustro sino que soy Yo el que la vivo; Yo que en ella me presento a vosotros tal cual era en mis días mortales, en el ambiente que me rodeaba, en el reducido mundo santo de mi familia, en aquel otro más vasto y diferenciado, conforme a los seres que lo integraban, de mis discípulos, en aquel más extenso –toda la Palestina– y mudable, agitado y atravesado por variadas corrientes, semejante a un mar agitado en torno mío, bajo un cielo cambiante de marzo, a veces plácido y sereno y a continuación cubierto de nubes y recorrido por vientos tempestuosos que levantaban el mar en oleajes ruidosos, desatando su odio contra Mí amenazantes y asaltantes hasta llegar incluso a la violencia final del Viernes pascual.
¿Por qué no me queréis reconocer? ¿Por qué no captáis mi lenguaje? ¿Por qué queréis pareceros a aquellos que me hostilizaban en el Templo diciendo: "No sabemos quién puedas ser Tú"? ¿Sois también vosotros como los apóstoles que en la última Cena daban a entender que aún no me conocen por lo que Yo era: El Verbo Hijo del Padre que al Padre tornaba tras haber estado largo tiempo entre los hombres para transmitirles las palabras que el Padre le daba? Mas ellos, mis pobres Apóstoles, aún no habían recibido el Espíritu Santo que ilustra toda verdad. Vosotros, en cambio, lo habéis recibido. Y ¿ni aún así os descubre su Luz a Cristo que late en esas páginas?
El Verbo eterno sapientísimo que lleva a cabo una nueva obra de amor y de salvación porque tiene compasión del excesivo número de los que mueren de inedia espiritual, que se pierden porque no me conocen, que se encuentran ateridos porque no les suministran los fuegos del amor apostólico, que se desvían del camino porque están ciegos y no hay quien les tienda la mano para conducirles a Mí que Soy a quien buscan aunque extraviándose por otros senderos que vosotros condenáis pero de los que no les sacáis, pobre hijos a los que condenáis porque recorren como ciegos esas vías en busca de la Luz, mas a los que Yo no condenaré porque penetro los movimientos de su corazón y a los que atraeré a Mí por ser el Salvador de los Hebreos y de los Gentiles, de todos aquellos, en fin, que van tras la Verdad.
¿Por qué me hacéis dictar estas palabras?
Os vuelvo a preguntar: ¿Por qué me hacéis dictar estas palabras? ¿Son éstas acaso las que Yo querría dirigiros? No me procuréis dolor, porque el dolor que me ocasionan aquellos a los que quiero considerar como mis amigos es el dolor que más me punza...
Yo, Jesús, jamás consentí en el pecado ni sentí nunca turbación por él. La única, recordadlo bien, la única turbación que podía causarme el hedor del mal agitándose en torno mío, era la repugnancia, el horror por la culpa. Prefería la cercanía de un leproso muriendo de esa enfermedad que no la de un sano costroso de vicios y hediendo de lujuria, sobre todo si era impenitente. Mi amor infinito por los pecadores que había de salvar hacíame siempre superar las náuseas de su hedor espiritual. Mi Padre, sólo mi Padre sabe cuán prolongada pasión fue para Mí el tener que vivir envuelto en la vorágine de las tentaciones y de la onda fangosa de los pecados que inundan la Tierra y doblan y arrollan a los hombres. ¡Tener que vivir contemplando el naufragio de tantos sin poder aprisionar a la Bestia por no ser aún tiempo de hacerlo! No lo es tampoco ahora y así ella se pasea exhalando sus hálitos infernales, sembrando sus venenos y viendo cómo le sigue la oleada imponente de los pecados siempre en aumento. También ahora me produce esto náuseas y dolor.
"Tres son los que dan testimonio en el Cielo:...
tres los que dan testimonio en la Tierra: ..."
¿Quién era Yo? Era el Verbo encarnado. Por tanto era Dios. Y asimismo era Hombre. Era verdadero Dios y verdadero Hombre. Era el Redentor, el nuevo Adán, "el Primogénito de entre los muertos" como dice mi Juan que en su Apocalipsis escribe igualmente: "Jesucristo que nos amó y nos lavó de nuestros pecados en su Sangre". Y en su Epístola: "Tres son los que dan testimonio en el Cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo, siendo estos Tres Uno solo; y son tres los que dan testimonio en la Tierra: el espíritu, el agua y la sangre, siendo estos tres una sola cosa" (1.º Jn 5, 6-8; Ap 1,5).
Los Tres del Cielo que dan testimonio de la Naturaleza divina de Jesús que es Cristo desde su nacimiento hasta la muerte y más allá de la Muerte y de la Resurrección por los siglos de los siglos y esto sin interrupción alguna como algunos herejes han pretendido sostener, son:
El Padre que, por tres veces durante mi vida pública, me indicó como a su Hijito amado y como su complacencia y gloria. Y si sobre el Tabor la voz del Eterno Padre la escucharon tres personas tan sólo a las que, por su condición de discípulos, los negadores podrían hacerlas callar como exaltadas o mendaces, en el Jordán, en cambio, y especialmente en Jerusalén, abarrotada a la sazón debido a la proximidad de la Pascua de los Ácimos, por multitud de personas –tantas como para poder tenerlas por muchedumbre, en las que se hallaban mezclados israelitas con gentiles, judíos con prosélitos y discípulos con enemigos de Cristo– todas ellas oyeron el testimonio de mi Padre.
Tres veces, en tres tiempos, en tres lugares y circunstancias distintas, el Padre, sin jamás desmentirse, dio testimonio de Mí. Ahora bien, tan sólo las versiones verdaderas permanecen inmutables, mientras que las que no lo son sufren con el correr del tiempo alteraciones que descubren su fuente mentirosa. Si pues por tres veces, en tres tiempos, lugares y circunstancias distintas, una Voz, siempre igual en potencia y muy diferente de la mía y de la de cualquier otro hombre, retumbó desde los Cielos para dar testimonio de Mí, señal es de que realmente Yo era Dios semejante al Padre y de que Dios, siendo Padre de un Hijo tan sólo y Este, Dios como El, puede decir que se gloría de haberlo engendrado y se complace en El viéndole perfecto por Naturaleza divina como el Padre y perfecto asimismo por voluntad y gracia de la Naturaleza humana asumida.
El Verbo, con su Doctrina sapientísima y con sus obras que son de tal naturaleza y poder que ellas solas dan testimonio de que Aquel que las enseña y las pone en práctica es Dios.
El Espíritu Santo, manifestándose en forma de Paloma en el Jordán y como Fuego en el Cenáculo por Pentecostés para ultimar la obra de Cristo purificando y perfeccionando a los Apóstoles para su ministerio tal como Yo habíaselo prometido y estando, para quienes saben ver, presente y traslúcido en todas las palabras de infinita y caritativa sabiduría que brotaban de los labios del Maestro Jesucristo. El Espíritu Santo jamás asiste a los mentirosos. Los abandona al Padre de la Mentira y huye lejos de ellos. El, en cambio, siempre estuvo conmigo porque Yo soy Jesucristo, Dios y Hombre, tal como aseguraba serlo.
Y tres son las cosas que dan testimonio en la Tierra de mi verdadera Humanidad: el espíritu que Yo entregué, como todos los hombres, tras una penosa agonía, mi Sangre derramada en la Pasión y el agua que salió de mi costado exánime junto con las últimas gotas de sangre cadavérica recogidas en la concavidad de mi Corazón extinto. Ahora bien, sabéis vosotros que tan sólo un verdadero cuerpo da sangre si se le hiere y que sólo un verdadero cadáver presenta separación de la parte acuosa de la sangre –a la que vosotros llamáis suero– de la otra que se coagula en grumos o al menos que es más espesa y oscura que no lo sea la sangre viva si es muy poco tiempo transcurrido entre la muerte y la salida de la sangre. Ahora bien, como lo atestigua mi Sábana, Yo eché fuera sangre ya grumosa porque hacía algún tiempo que había muerto cuando fui herido en el costado y me estaba ya congelando y quedando velozmente rígido por las condiciones particulares que abreviaron mi muerte.
Así pues, según el testimonio del apóstol Juan, testigo de mi muerte soy Yo verdadero Hombre.
Pablo de Tarso escribe a quienes habríanle podido desmentir de haber él exagerado o mentido al describirme: "Aquel Jesús, hecho poco inferior a los ángeles, fue, por haber padecido la muerte, coronado de gloria y honor, habiendo, por gracia de Dios, gustado la muerte para bien de todos. Y convenía en verdad que Aquel por el cual y del cual son todas las cosas... hiciese perfecto, mediante el sufrimiento, al autor de su salvación... También El tuvo en común con los hombres la carne y la sangre para destruir, muriendo, al que poseía el imperio de la muerte... En efecto, El no asumió a los ángeles sino a la descendencia de Adán. Debió, por tanto, ser en todo semejante a los hermanos para llegar a ser pontífice misericordioso y fiel ante Dios y expiar los pecados del pueblo porque, al haber sufrido y sido El mismo probado, pudiese ayudar a quienes están en la prueba... Nosotros no tenemos un pontífice que no pueda compadecerse de nuestras enfermedades al haber El sido tentado en todo como nosotros, aunque sin pecado... Todo pontífice... se halla constituido... para que ofrezca dones y sacrificios por los pecados y pueda tener compasión de los ignorantes y de los extraviados al hallarse él mismo rodeado de flaquezas... Era sin duda conveniente que tuviéramos tal pontífice, santo, inocente e inmaculado, segregado de los pecadores y encumbrado por encima de los Cielos" (Hbr 2, 9-18; 4, 14-15; 5, 1-3; 7, 26).
Así pues, también Saulo, docto y contemporáneo de los Hebreos de mi tiempo, que llegó a ser Pablo, lleno de sabiduría y de verdad, da testimonio con la realidad de mi figura histórica y con las luces del Espíritu Santo, de que Yo soy verdadero Dios y verdadero Hombre, igual al Padre por Naturaleza divina e increada, e igual a la Madre por Naturaleza humana y creada, Cristo sin interrupción y Reparador, Salvador y Redentor perfecto para siempre.
Y si era Hombre, ¿por qué no había de sufrir tentación como la sufren todos los demás hombres? Si mi Padre quiso hacerme "semejante en todo" a vosotros, ¿por qué habría de concederme el injusto privilegio y por qué Yo habría de pretender ese injusto privilegio de no conocer el sufrimiento y la fatiga de las tentaciones que todos los hombres padecen y contra las que reaccionan de manera diferente según prevalezca en ellos o esté ausente la buena voluntad de santificarse o sea, su espiritualidad o su carnalidad? Mas es precisamente porque me perfeccioné mediante el sufrimiento continuo por lo que llegué a ser Hostia perfecta. Si el Padre hubiera querido que el Demonio no se acercase al Hombre que era su Verbo encarnado ¿acaso no habría podido impedirlo? ¿Por ventura no consiguió tenerme oculto durante treinta años a las pesquisas de Satanás mediante un cúmulo de providenciales circunstancias? Y ¿no podía, si lo hubiese querido, poner límites intangibles a las tentaciones que se me dirigían, de haber querido permitir algunas, mas no todas, como tampoco aquella que tenéis por inconveniente para Cristo? Y ¿no habría podido hacerme superior a los hombres y a los ángeles? ¿Por qué entonces me hizo poco inferior a los ángeles y semejante a los hombres? Y ¿no hay contradicción en esta frase del Apóstol que dice que Yo soy un Hombre en todo semejante al resto de los hombres y asimismo un tanto inferior a los ángeles? ¿No soy entonces semejante a vosotros? ¿Ni tampoco semejante a Dios porque Dios es más que los ángeles? ¿Expresó tal vez el Apóstol blasfemias, incoherencias o mentiras? Y si no las dijo, ¿en qué estriba esta diferencia, esta igualdad y esta inferioridad de ser distinto de los ángeles, inferior a ellos, igual a los hombres y al mismo tiempo desigual por ser un poco inferior a los ángeles? Mas ¿no es blasfemar el decir que el Verbo encarnado es inferior a los ángeles? ¿En qué estriba esta diferencia? ¿Qué hay en Mí de los ángeles y de los hombres?
¿Nunca os hicisteis estas preguntas con sincera voluntad de contestarlas haciendo trabajar a la luz de Dios, a vuestro entendimiento? Porque, hijos míos, todos vosotros tenéis la obligación de situaros bajo la luz divina y esforzaros en comprender, esforzaros vosotros mismos sin acomodaros perezosamente a las explicaciones dadas por otros a fin de no cansaros en el empeño de comprender. Por más que hayáis leído todos los libros que hablan de Mí y del Señor Altísimo, no os servirán, si los leísteis maquinalmente, lo que os sirva un solo conocimiento alcanzado con vuestro propio esfuerzo para comprender recurriendo con humildad amorosa al Espíritu Santo para poder entender y con justicia heroica tener por amigo al Espíritu Santo siendo conducidos por El a la comprensión del lenguaje divino. Porque sólo "aquellos que son conducidos por el Espíritu Santo son hijos de Dios". Es también Pablo el que dice esto (Rm 8, 14). Y es natural que los hijos comprendan el lenguaje paterno.
Ahora bien, Yo os expondré la diferencia y cómo cabe que sea Yo semejante a vosotros y, a la vez, un poco inferior a los ángeles.
Soy semejante a vosotros, soy el Hombre; por eso soy, sin duda alguna, inferior a los ángeles, puesto que el hombre no es la criatura espiritual más noble de la creación como son los ángeles, espíritus puros, fuertemente inteligentes y prontamente inteligentes al estar privados de la pesadez de la carne y de los sentidos y confirmados en gracia, adorando de continuo al Señor cuyo pensamiento comprenden y ejecutan sin obstáculo alguno. Mas ¿puede el hombre elevarse a un grado sobrenatural? Lo puede, viviendo voluntariamente en la pureza, en la obediencia, en la humildad y en la caridad, exacto a como lo hacen los ángeles. Esto lo hice Yo. Aquel Jesús, hecho un tanto inferior a los ángeles, fue Hombre por paterno deseo divino a fin de que pudiera ser el Redentor y, por voluntad propia, hízose poco inferior a los ángeles para así daros ejemplo de que el hombre, si quiere, puede elevarse a la perfección angélica llevando una vida de ángel.
¡Oh vida humana tan fundida con lo sobrenatural hasta el punto
de llegar a anular la materia en sus voces y debilidades
y asumir las voces y perfecciones angélicas!
¡Oh vida humana tan fundida con lo sobrenatural hasta el punto de llegar a anular la materia en sus voces y debilidades y asumir las voces y perfecciones angélicas! ¡Vida en completo olvido de la concupiscencia que vive del amor y en el amor! El hombre que alcanza a ser ángel, esto es, la criatura compuesta de dos sustancias que purifica la parte más baja con los fuegos de la Caridad en la que, como otras tantas semillas encerradas en un único fruto, se encuentran todas las virtudes; que la purifica hasta el extremo de poderse decir que se despoja de ella, o mejor dicho, que la despoja de todo lo que es materialidad hasta convertirla en materia digna de penetrar un día en el Reino del Espíritu, deposita en el sepulcro su vestidura purificada a la espera de la orden final. Mas entonces surgirá tan glorificada que será la admiración incluso de los ángeles, ya que la belleza de los cuerpos resucitados y glorificados causará un reverente estupor hasta en los ángeles de Dios que admirarán a estos sus hermanos de creación diciendo: "Nosotros supimos permanecer en gracia con una sustancia tan sólo, al tiempo que ellos, los hombres, han vencido en la prueba con el espíritu y con la carne. ¡Gloria a Dios por la doble victoria de los elegidos!
Cristo, en todo semejante a los hombres, quiso alcanzar la belleza de la perfección angélica con una vida sin sombra, no ya de pecado sino hasta de atracción al pecado, y permaneciendo Hombre para sufrir la muerte con la carne y con la sangre a fin de expiar las culpas de la carne y de la sangre, así como de la mente y de las soberbias de la vida con todo, todo, todo el dolor y así reparar toda, toda, toda la Culpa y se hizo un poco inferior a los ángeles ennobleciendo la naturaleza humana hasta alcanzar la perfección angélica.
Así pues soy Dios; pero también soy Hombre. Y como el ángel es el eslabón intermedio entre el hombre y Dios, Yo, que había de soldar nuevamente la cadena truncada y volver a uniros con Dios, hice con mi perfecta Humanidad de unión entre la Tierra: los hombres, y el Cielo: los ángeles, llevando la Humanidad a una perfección no igual sino mayor, más excelente que la que Adán y Eva tuvieron al inicio de los tiempos por el don gratuito de Dios sin conocer ni sufrir la dura lucha contra el Mal y los fomes del pecado. No se envileció por tanto la Divinidad al asumir la descendencia de Adán sino que se divinizó la Humanidad llevada por la libre voluntad del hombre a la perfección que hace semejantes a mi Padre que no conoce injusticia alguna.
No miente, no blasfema ni se contradice el Apóstol cuando dice con palabra inspirada que Jesús, el Hombre, se hizo un poco inferior a los ángeles en espiritualidad heroica. Ni Dios Padre ni Dios Hijo ni Dios Espíritu Santo faltaron proporcionándole al Redentor la única vestidura que le cuadraba para ser tal y así os redimiese, además de con la gran acción de su Sacrificio, con la continua lección de su crecer en gracia hasta llegar a la perfección espiritual y así redimiros de vuestra ignorancia, de la ignorancia consiguiente al pecado envilecedora de las fuerzas del hombre al que sugestiona con la insinuación de que él, por estar hecho más de materia que de espíritu, no puede intentar la evolución de su espíritu.
No, la materia se os antoja tan desmedida y prepotente porque la veis y la sentís bramar con sus voces bestiales. Os parece tan grande porque la tenéis y no queréis hacerla sufrir por miedo a sufrir vosotros. Se os figura tan abultada porque Satanás os altera sus contornos y también porque no sabéis, sí, no sabéis tampoco lo que de verdad es esa cosa magnífica que es el alma, esa cosa potentísima que es el alma unida con Dios.
Desechad los miedos, desechad las ignorancias. Miradme. Yo, Hombre, alcance la Perfección de la justicia siendo hombre como vosotros porque lo quise. Imitadme. No temáis. Tened el alma unida con Dios y avanzad, subid, ascended a las regiones luminosas de lo sobrenatural. Arrastrad a la carne con vuestro espíritu. Haceos ángeles; haceos serafines y así el demonio no podrá ya heriros en el profundo y sus dardos caerán a vuestros pies tras rebotar en vuestro corazón y no seréis turbados como tampoco lo fui Yo.
Así pues, fue justo que mi Padre, aun pudiéndolo hacer, no me concediese naturaleza distinta a la de los hombres. Fue justo efectivamente. De este modo nadie me podrá decir cuando propongo mi código en el que os digo: "Seguidlo si queréis estar en donde Yo estoy": "Tú bien puedes estar al ser diferente a mí que tengo que luchar ferozmente contra la carne. Tú cantas victoria contra Satanás porque en Ti la carne no es aliada del mismo". Nadie puede reprocharme de victoria alguna fácil ni desanimarse por creerse de creación diferente. En Mí, como en vosotros, están las mismas cosas: la carne, el entendimiento y el espíritu para poder vivir, comprender y vencer. Descendiente de Adán, Yo. Descendientes de Adán, vosotros.
¡Oh!, que os siento murmurar: "Tú estabas sin la Culpa; nosotros en cambio..." También Adán estaba sin la Culpa y, sin embargo, pecó porque quiso pecar. Yo no quise pecar y no pequé. Mi Padre hízome de vuestra misma descendencia para demostraros que ser hombres no equivale a ser pecadores. Soy como vosotros en la naturaleza humana. Sabed, como Yo, ser victoriosos. El Padre me hizo Hombre teniendo en común con vosotros carne y sangre con las que, muriendo, venciese a Satanás y exigiendo que el autor de vuestra salvación llegase a ser perfecto como Hombre por voluntad propia mediante el sufrimiento y, con la muerte aceptada, alcanzase la gloria.
¡Oh!, ¿acaso no es también muerte el saber morir a todo lo que es seducción? ¿Y no lo es igualmente el morir de continuo a todo lo que es concupiscencia para vivir eternamente en el Cielo? Yo comencé a consumar mi Sacrificio para vencer a Satanás, al mundo y a la carne, triunfantes desde hacía tanto tiempo, a partir del primer acto de mi voluntad contra las voces de la carne, del mundo y de su rey tenebroso. Morí a Mí mismo para vivir, morí a Mí mismo para haceros vivir con mi ejemplo y morí sobre la cruz para daros la Vida.
Destinado a ser vuestro Pontífice misericordioso, debía por experiencia propia
conocer a la perfección las luchas del hombre y permanecer fiel delante de Dios
Destinado a ser vuestro Pontífice misericordioso, debía por experiencia propia conocer a la perfección las luchas del hombre y permanecer fiel delante de Dios a fin de enseñaros a permanecer tales. Pontífice misericordioso para que, al haber sufrido y sido probado, no tuviese la soberbia repugnancia ni el glacial aislamiento de aquellos que, mirando a sus hermanos pecadores o débiles, dicen. "Yo soy superior a ellos y me aparto de su lado porque no quiero contaminar mi perfección"; y no saben sino ser de la eterna raza de los fariseos. Pontífice experimentado y misericordioso para que fuese compasivo y estuviese pronto a tender la mano Yo, el Vencedor del Mal, a los débiles que no saben siempre hollarlo cual lo hice Yo.
Decidme vosotros que os escandalizáis al leer que Yo padecí esa tentación, ¿se lesionó acaso mi Perfección divina y humana por haber tenido a mi lado al Tentador? ¿Qué es lo que se alteró en Mí? ¿Qué se corrompió? Nada. Ni aún el más leve pensamiento.
Los caminos de Satanás para corromper
¿No es por ventura esa tentación la más común y la más secundada por los hombres? ¿No es tal vez la más usada por Satanás precisamente porque sabe que con ella le es más fácil obtener el consentimiento? ¿No es por esa puerta de la impureza y de la lujuria por la que Satanás penetra muchas veces en los corazones? Y ¿no son éstas quizás el camino y el arma que él prefiere para conseguir entrar y corromper?
¿Qué otro derrotero tomó al inicio de los días del hombre para dañar el árbol sin taras de la humanidad? ¿Cómo consiguió corromper la inocencia de los Progenitores? Si la acción de Eva se hubiera limitado a la imprudencia de acercarse al árbol prohibido y aún a escuchar a la Serpiente, pero sin obedecer ni acceder a sus insinuaciones, ¿habríase producido el Pecado? ¿Habría venido la condena? No, antes, por el contrario, los Progenitores, al rechazar los halagos satánicos, habrían imitado a los ángeles buenos en vano incitados por Lucifer a la rebelión y habrían tenido un aumento de gracia.
Repito: no entraña culpa ser tentado.
La tentación de Eva
Repito: no entraña culpa ser tentado. Culpa es ceder a la tentación; y así Eva y Adán no habrían sido castigados por su imprudencia ya expiada de resistir a la tentación. Dios es Padre amoroso y paciente; mas Eva y Adán no rechazaron la tentación. La lujuria de la mente, esto es la soberbia, y la del corazón, es decir, la desobediencia, una vez acogidas en su alma hasta entonces incorrupta, la corrompieron despertando en ella fiebres impuras que Satanás agudizó hasta el delirio y hasta el delito. No digo mal; digo "delito" como es justo. Porque, al pecar, ¿no violentaron acaso su espíritu hiriéndolo y llagándolo duramente? ¿No es un delito contra el espíritu lo que hace el pecador que lo mata con la culpa mortal o lo hiere debilitándolo de continuo con las culpas veniales?
Observemos juntos el creciente paroxismo de la culpa y los grados de la caída y después cotejémoslos con el episodio de mi tentación. De mediar unos ojos limpios y un corazón honesto, aparecerá lógica la conclusión de que la tentación, elemento indubitable del Mal, no viene a ser pecado sino mérito para quienes saben sufrirla sin ceder ante ella. Sufrir no quiere decir gozar. Se sufre un martirio, no se sufre un gozo. La tentación la sufren los santos, mas la tentación es un gozo pervertido de los que no son santos al acogerla y someterse a ella.
Así, pues, Eva, dotada de una ciencia proporcionada a su estado –fijaos bien en esto porque es un agravante de la culpa y, por tanto, consciente del valor de la prudencia– se dirige al árbol prohibido. Comienza por un leve error. Marcha obrando con ligereza y no con la recta intención de recogerse en el centro del Edén para aislarse en oración. Llegada allí entra en conversación con el Desconocido. No le pone en guardia el fenómeno de un animal que habla cuando todos los demás gozan de voz mas no de palabra comprensible para el hombre. Este es su segundo error. Y el tercero: En su estupor no invoca a Dios para que le explique el misterio y no recuerda ni siquiera reflexiona en que Dios habíales dicho a sus hijos que aquel era el árbol del bien y del mal y que, por tanto, resultaría imprudente aceptar cuanto del mismo viniese sin antes preguntar al Señor acerca de su verdadera naturaleza. Cuarto error: Haber creído con más firmeza los asertos de un Desconocido que no los consejos de su Creador. Quinto: La avidez de conocer lo que sólo Dios conocía y de llegar a ser como Dios. Sexto: La gula de los sentidos que quieren gustar mirando, palpando, olfateando, comiendo lo que el Desconocido habíale sugerido que cogiese y gustase. Séptimo: Haber pasado de tentada a tentadora. Pasar del servicio de Dios al de Satanás olvidando las palabras de Dios para repetir las de Satanás a su compañero persuadiéndole a hurtar a Dios su derecho.
La sed ardiente había llegado a la sazón a su grado máximo. La subida del arco fatal había alcanzado su punto extremo. Allí se consumó por completo el pecado con la adhesión de Adán a los halagos de su compañera siendo la caída de ambos a lo largo de la otra parte de la culpa. Caída veloz, mucho más que la subida puesto que, agravada con la culpa cometida, ésta aumentó de peso con las consecuencias de la misma, esto es: fuga de Dios, excusas insuficientes privadas de caridad, de justicia y hasta de sinceridad al confesar la falta con un espíritu de rebelión latente que impide la súplica del perdón.
No se esconden por el dolor de encontrarse afeados por la culpa y tener que aparecer así a los ojos de Dios sino porque están desnudos, esto es, por la malicia que, a la sazón, penetró en ellos presentándoles todas las cosas con nuevos aspectos y haciéndoles tan ignorantes, hasta el punto de no saber ya recapacitar que Dios, que habíales creado y entregado toda la Creación, sabía muy bien que se encontraban desnudos, no molestándose en revestirles ni tenerse a menos, por otra parte, de contemplarles así, puesto que no había por qué cubrir la inocencia ni era indigno tampoco el contemplar un cuerpo inocente.
Atended a las respuestas de los dos culpables, indicadoras exactas de la tentación no rechazada y de las consecuencias de la culpa: "Oí tu voz y, de miedo, me escondí porque estaba desnudo". "La mujer que me diste por compañera me ofreció el fruto y lo comí". "La serpiente me sedujo y comí" (Gn 3, 9-13).
Falta por consiguiente la caridad para con Dios y la caridad para con el prójimo
De entre tantas palabras falta la única que deberían haber pronunciado: ¡Perdón porque he pecado!". Falta por consiguiente la caridad para con Dios y la caridad para con el prójimo. Adán acusa a Eva y Eva acusa a la serpiente. Falta, por último, la sinceridad de la confesión. Eva confiesa lo que es innegable creyendo poder ocultar a Dios los preliminares del pecado, o sea, su ligereza, su imprudencia, su débil voluntad, la súbita postración tras haber dado el primer paso hacia la desobediencia al mandamiento santo de no ponerse en trance de coger el fruto prohibido. Aquel mandato debiera haber servido para ella, inteligentísima, de advertencia que le diera a entender que ellos no eran tan fuertes como para ponerse en condiciones de pecar sin llegar a cometer el pecado. A eso hubieran llegado perfeccionando con voluntad propia la libertad concedida por Dios, alcanzando a usarla únicamente para el Bien. Eva miente, por tanto, a Dios callándose la razón que le movió a comer el fruto: "llegar a ser como Dios". H aquí que ya está la triple concupiscencia en el Hombre. Todos los signos de la amistad con la serpiente aparecen manifiestos en la soberbia, la rebeldía, la mentira, la lujuria y el egoísmo que sustituyen a las virtudes en un principio existentes.
cotejemos este encuentro de Lucifer y los Progenitores
con el encuentro de Lucifer conmigo
Y ahora cotejemos este encuentro de Lucifer y los Progenitores con el encuentro de Lucifer conmigo, nuevo Adán venido a restaurar el orden violado por el primer Hombre.
Yo voy igualmente a un lugar solitario. Mas ¿para qué? ¿Cuándo? ¿Para hacer qué? Para prepararme con la penitencia –preparación indispensable para emprender las obras de Dios– a mi misión que estaba a punto de iniciarse. Cumplida la paz protectora de la casa, de la familia, de mi ciudad, cuya paz apenas si podía ser quebrada por inevitables contrastes de pareceres entre mis parientes y Yo. Yo, espíritu, y ellos, todo humanidad, soñando para Mí humanos goces, llegaba a la sazón el tiempo de la evangelización, los peligros de la exaltación y del odio, los contactos con los pecadores y con todo eso que forma lo que comúnmente se llama mundo.
Me preparo con la penitencia y la oración y completo mi preparación con la victoria sobre Satanás. ¡Oh!, él percibió perfectamente que había surgido el Vencedor al verme inconmovible ante la seducción impura y fuerte contra el hombre, la soberbia y la codicia. Mas quiero Yo que me contempléis en esa parte que vosotros tenéis por inconveniente y hagáis el parangón entre Jesús Puro y la Pareja pura de los Progenitores en los que si pudo obrar el veneno de la Serpiente fue porque la admitieron y no quisieron sobrellevar el esfuerzo de rechazarla, dado que imprudentemente se acercaron a ella. No fui Yo en busca de Satanás ni fui tampoco buscado sino que, una vez que se encontró conmigo, hube de sufrir su cercanía. Era ésta una obligada experiencia para poder ser vuestro pontífice misericordioso, probado como vosotros, no desdeñador vuestro y ejemplo, al propio tiempo, para vosotros.
Aquí me tenéis, hombres, aquí tenéis a Cristo tentado por ser hombre; tentado mas no vencido por haber llevado voluntariamente su humanidad a una perfección "poco inferior a la angélica". Los ángeles carecen de cuerpo y por ende también de sentido, por lo que la impureza no les puede dañar ni turbar más ni de otra manera diferente a como me turbó a Mí, esto es, con el horror por la fealdad de este pecado.
Aquí está Cristo que no huye vilmente al ser perseguido ni negocia, cambalachea o discute con el Tentador sobre cosa tan baja que no merece ser discutida. El hombre, la criatura más noble de la tierra, dotada de razón, de espíritu y consciente de su fin, no debe de corromperse a sí mismo con un real o metafórico contacto con la Lujuria. No la contemple ni la discuta, antes alce sus ojos, mire a Dios y le ame como hijo tanto a El como al prójimo. Invoque a Dios y calle con Satanás y consigo mismo en la parte que desearía discutir sobre cosas carnales. Silencio de labios y de pensamiento en asuntos que exhalan vapores homicidas. No siempre hay silencio cuando están cerrados los labios. A las veces, bajo ellos, está el corazón, el pensamiento y el querer que halan y deliran impurezas por más que los labios sepan callar y los ojos permanecer bajos o transpuestos en una pose inspirada para ver de engañar a los hombres. A los hombres, que tan sólo ven el exterior del hombre; mas no así a Dios que penetra el interior y abomina de toda especie de engaño mental para hacer que le crean santo, como también de la lujuria mental y de la mentira calculada y calculante.
¿Por qué Satanás inició su Tentación con la Impureza?
¿Por qué Satanás inició su Tentación con la Impureza? Por ser éste el pecado más extendido. Se encuentra en todos los estados y, por desgracia, en todas las profesiones. Recibe muchos nombres y hasta se reviste tal vez de legitimidad si bien mancilla tanto los tálamos legítimos como los lechos de las prostitutas y me callo acerca de otras consideraciones.
Porque la primera vez le sirve a la perfección para inocular la malicia en el corazón del hombre. Porque pensaba que con aquel medio tan sólo habría podido truncar para siempre el pensamiento redentivo corrompiendo al insustituible Redentor y, en fin, porque necesitaba cerciorarse de si Yo era el Redentor.
Había intuido que Yo me encontraba ya en el mundo. Me buscaba. A donde hubiera una santidad allí acudía él. Mas en todas apreciaba relatividades que le dejaban incierto. En tantos años aún no había conseguido rasgar el velo que envolvía el misterio de mi Madre y el mío. La manifestación del Jordán habíale impresionado; mas el terror que Yo le infundía le hacía titubear aún sin concederle paz. Quería y no quería saber quién era Yo. Quería saberlo para ilusionarse con vencerme; y no saberlo para seguir con la ilusión de no haber sido vencido por el Hombre.
Me tentó con ésa. Mi firme comportamiento, tan distinto al de los demás hombres que huyen, se asustan, ceden o se mofan dándoselas de fuertes si bien después caen con mayor facilidad que los que huyen, vino a decirle quién era Yo. Convencido al fin sobre mi ser, insiste aún y en su primera tentación se insinúan ya las otras tres y, en particular, la última. Mis ojos le dejan helado, mi silencio le exaspera y mi tranquilidad le asusta. Se siente contra una fuerza a la que en vano espera doblegar y comprueba que el Puro no puede sentir sino asco del fruto deshonesto que le ofrece.
Entonces tienta con una seducción en apariencia lícita: "Di a las piedras que se conviertan en pan". Tener hambre de pan es propio del hombre y no de los brutos, como la lujuria es tener hambre de carne. Y entonces Yo, como hombre hijo de Dios, no como Verbo sino como descendiente de Adán lo mismo que vosotros, respondo. Respondo para honrar tres veces al Señor. Y Satanás, convencido al fin de la inutilidad de más pruebas, no me ofrece ya la lujuria. Los hombres, no. Ellos son más necios que Satanás y me tentaron para poder decir a las turbas: "El es un pecador". Las páginas de la Obra os demuestran que los hombres jamás tuvieron en esto mayor fortuna que Satanás. En nada.
Tentado en todo por todos, permanecí sin pecado. Pontífice eterno, me conservé por mi propia voluntad inocente, inmaculado, segregado de los pecadores, hecho un ángel, aboliendo el sentido para servir únicamente al espíritu.
¿Aún podéis seguir diciendo que resulta inconveniente este episodio y que es herético? ¿Acaso es hereje Pablo que en su epístola dice de Mí que fui "tentado en todo, en todo probado siendo hombre entre los hombres", con carne, sangre, entendimiento y v voluntad como vosotros? ¿Hereje Pablo que escribe a los Filipenses: "Cultivad en vosotros los mismos sentimientos de Jesucristo el cual, existiendo en la forma de Dios, no consideró esta igualdad como una rapiña sino que se aniquiló a Sí mismo tomando la forma de siervo y, viniendo a ser semejante a los hombres, apareció como simple hombre"? (Fl 2, 5.8; Hbr 4,15). ¿No os parece que en este "aniquilarse" del Hijo de Dios no se refiere tan sólo a la oprobiosa muerte de cruz sino también a la miseria de haber sido tratado como hombre por Satanás y por el mundo, los cuales, con un inexhausto asedio, me acometieron y rodearon de tentaciones haciéndome sufrir? ¿No os parece que en ese no considerar como rapiña mi igualdad con Dios, antes queriendo ser el Hombre, el Hombre reparador, el Hombre expiador y el Hombre redentor tratado como hombre y, sin embargo, mostrándose Dios por su heroicidad cotidiana, no haya tanta belleza y justicia? Y ¿qué hay en Mí que no tengáis vosotros? ¿Qué hice Yo que vosotros no podáis hacer? Me refiero a la propia santificación con la que lleguéis a ser perfectos como nuestro Padre de los Cielos.
Tras esta mi lección releed con puro corazón y pensamiento sin prejuicios
los episodios que impugnáis por inconvenientes
Tras esta mi lección releed con puro corazón y pensamiento sin prejuicios los episodios que impugnáis por inconvenientes y decidme si todavía podéis seguir teniéndolos por tales.
Vosotros objetáis, continuando obstinados en no pronunciar la palabra, segunda en belleza de entre todas las palabras, y que es "perdóname" –como la primera es "te amo"– y decís: "Pero Tú le dijiste a Judas que en Ti estaban el Bien y el Mal. ¡Eso no es conveniente! E ítem más, dices: "La tentación es mordiente. El acto satisface o produce nauseas tal vez, mientras que la tentación no acaba sino que, como un árbol podado, saca más robustas ramas, lo que hace suponer que Tú te habrías turbado y cada vez más fuertemente al no secundar la tentación impura".
¿Sois acaso también vosotros como Judas que jamás entendía, que no sabía entenderme y que no podía entenderme por hallarse saturado con exceso de su humanidad enferma, la cual se reflejaba en todas las cosas? Si así sois, os digo que cambiéis vuestro pensamiento. Y os digo igualmente que tengáis en cuenta a quién hablaba: a un hombre que, al ser premeditada y tenazmente pecador y especialmente lujurioso, no podía aceptar con el debido respeto las confidencias de Cristo ni dar crédito a sus verdades.
A Juan podía abrirle mi corazón. El puro entre los discípulos de Cristo sabía creer y comprender los secretos de Cristo Puro. El otro... era un incorregible inmundo y un demonio. Callé con él al igual que lo hice con Satanás, lo mismo con el padre que con el hijo, porque, en verdad, judas quiso por Padre a Satanás en lugar de Dios. Al discípulo, por tanto, aquejado de sensualidad, le hablé como podía hacerlo para que todavía pudiese escucharme, terminando con esta afirmación: "Yo jamás cedí" y reservándome el demostrarle que se puede vivir como ángeles tan sólo con quererlo. Esta demostración es lo único que cabe hacer con quienes no sólo no son buenos ni callados antes mofadores y satanases.
No cedí. Os lo digo a vosotros como se lo dije a Judas. Nadie me lo impedía hacer. El Padre habíame dotado de libre albedrío como a cualquier otro nacido de mujer. Habría podido, por tanto, escoger lo mismo el Mal que el Bien y seguir lo que quisiera. Quise seguir el Bien y no el Mal. No, el Hijo de Hombre no quiso pecar. Satanás soplaba para tener encendidos en torno a Mí, en el corazón de quienes me rodeaban con odio o con malsano amor, sus fuegos para suscitar en Mí reacciones humanas. Padecí tentaciones de todo género. Mi voluntad prevaleció de continuo y mi pureza apagó siempre el fuego allá donde se encendía la libídine para tentarme.
La pureza, sin que sea ésta en exclusiva la vía, hace esto mismo en derredor suyo y así cubre con un velo hasta aquellos pormenores que resultan crudos y excitantes únicamente para quienes mental o materialmente se nutren de cosas impuras. Para los otros, no. Dije: "Todo viene a ser puro para los puros" (Tito, 1,15; Mt 15,11 y 18-20; Rm 14, 14-20). Es palabra de sabiduría divina. En los puros, al hallarse centrados en la visión de Dios, resultan puros: su pensamiento, su corazón, sus ojos y su carne.
Cuanto más crece el hombre en perfección tanto más se ve asaltado por las fuerzas del mal que son: Satanás, el mundo y los hombres. Mas en el hombre saturado de Dios, saturado de pureza y que, por voluntad de perfección, se hizo a sí mismo poco inferior a los ángeles, los asaltos no son muerte sino vida, como tampoco envilecimiento sino gloria. No hay santo que no haya sufrido tentaciones, ni coronado en el Cielo cuya corona no se halle tejida con las perlas y los rubíes de su llanto y de su dolor. Martirizado tal vez hasta la efusión de sangre por las vejaciones de Satanás y de sus aliados.
Los mártires no son únicamente los caídos en la arena y en los tribunales de los perseguidores. "La gran tribulación" de la que habla Juan (Ap 7, 14) lo es también ésta y la estola de los bienaventurados se purifica en la sangre del Cordero, mas también en la hoguera y en la tortura de la amorosa voluntad y de la odiosa tentación.
No quise diferenciarme de vosotros ni que vosotros no pudieseis venir a donde Yo estoy. Yo, como vosotros; y vosotros, como Yo: Tentados y vencedores para ser "dioses" en el reino de Dios. Verdadero Dios y verdadero Hombre, manifesté el poder de Dios y la capacidad del hombre de llegar a ser "dios" conforme a las palabras del salmo y de Pablo (Sal 82,6. Pablo podría haber sido escrito por error en lugar de Juan Jn 10-14).
Os he respondido con las palabras de mis apóstoles junto con las mías toda vez que tenéis dificultad de aceptar como santas las palabras que el pequeño Juan os transmite. Estas de mis apóstoles no podéis tener dificultad alguna en aceptarlas ni dudar de su autoridad sobrenatural puesto que las leéis desde el altar, las comentáis sobre los púlpitos y las enseñáis desde las cátedras. Retenedlas, en consecuencia, como palabras de verdad.
Y que esas palabras apoyen mi tesis, no la vuestra: que, al ser Hombre, era natural que Yo fuese tentado; que la tentación no resulta inconveniente para Cristo; que Cristo no sale de ella envilecido antes más glorificado, por cuanto el pontífice que había detener compasión de los débiles y de los extraviados, al haber sido como ellos probado y estar, como ellos, rodeado de enfermedades, supo conservarse santo, inocente, inmaculado y segregado de los pecadores, no en cuanto a imitarlos en el mal sino como hermano suyo misericordioso a fin de decirles a todos: "Venid a Mí vosotros que os encontráis afligidos y cansados, que Yo os consolaré".
Y termino con las palabras que hace tres años le dije al pequeño Juan: "En adelante no penséis ya en la más baja de las acciones de Satanás contra Cristo cuando tenéis para meditar e imitar mil otras acciones escogidas de Cristo en la Obra".
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A. M. D. G.