16-3-47

 

 

Dulzuras y promesas de Jesús bendito:

 

 

 


 

con la boca comprimida contra los bordes de la herida divina 

 A distancia percibía el vivo calor de aquellas vibrantes llamas 

  ¡Así es como Yo te amo!

 


 

Anoto hoy lo que constituye mi gozo desde hace tres días.

 

con la boca comprimida contra los bordes de la herida divina

 

La noche del 12 al 13, mientras sufría grandemente por la polineuritis que hasta me turba el corazón, se me hizo presente Jesús con su Corazón Santísimo al descubierto en medio del pecho y rodeado todo él de vibrantes llamas más luminosas que el oro y me dijo: "Ven y bebe". Y, acercándose al lecho de modo que yo pudiese poner la cabeza sobre su pecho, me atrajo hacia Sí comprimiendo mi boca contra la herida de su Corazón y apretando con su mano el Corazón para que brotase la Sangre en abundancia. Y yo, con la boca comprimida contra los bordes de la herida divina, bebí. Parecíame a mí misma un lactante pegado al pecho materno.

Mientras estaba a punto de succionar, recordando vínome al pensamiento cómo llegué a gustar el sabor de la Sangre aquella vez en que Jesús me hizo beber de un cáliz colmado de su Sangre (El 29-30 de marzo de 1945). Aún recuerdo aquel sabor, aquel líquido un tanto espeso y glutinoso, aquel olor característico de la sangre viva. Mas, por el contrario, desde el primer sorbo que llegó a mi garganta, percibí una dulzura y una fragancia tales, cual miel alguna, azúcar o cosa dulce y aromática pueda poseer. Dulce, fragante y más dulce que la leche materna; más embriagadora que el vino y más fragante que bálsamo alguno. ¡No encuentro palabras con las que expresar lo que para mí fue aquella Sangre!

 

A distancia percibía el vivo calor de aquellas vibrantes llamas

 

¿Y las llamas? Al acercarme sentí un poco de miedo de aquel fuego. A distancia percibía el vivo calor de aquellas vibrantes llamas y, cuanto Jesús más me atraía a Sí, tanto más parecíame estar junto a un horno ardiente, y yo tengo miedo del fuego hasta el punto de no soportar el más leve calor. Mas cuando puse mi cabeza contra el Corazón Divino y me vi envuelta entre sus cantarinas llamas –puesto que, al vibrar unas como notas melodiosísimas en nada parecidas al barbotear y chisporrotear de la leña en las hogueras o al rugir de los devastadores incendios– sentí cómo las lenguas flamígeras me acariciaban las mejillas y los cabellos, insinuándose en ellos dulces y frescas cual aura de abril y cual rayo de sol en una mañana húmeda abrileña. Sí, así era ciertamente.

Y, mientras saboreaba estas dulces sensaciones pensaba –porque esto tienen de bueno mis éxtasis: que me permiten reflexionar, analizar y pensar en lo que estoy probando y recordarlo después. No sé si otros éxtasis serán igual– y, mientras disfrutaba de este modo, envuelta en las llamas del Corazón Divino, me vino al pensamiento que así serían las llamas entre las que se paseaban cantando los tres muchachos de los que habla Daniel: "El hizo que el centro del horno fuese como un lugar en donde soplaba un viento húmedo" (Dn 3, 50). ¡Si, ciertamente, así! ¡El viento fragante de la mañana a la luz suave del primer rayo de sol!

Y Jesús, tras haberme tenido por un largo espacio sobre el Corazón, contra su Corazón, para que bebiese, me apartó teniéndome la cabeza entre sus manos, elevada yo hacia El y El inclinado sobre mí, de suerte que, si bien ya no bebía de su Corazón ni me envolvían sus vivas llamas, sí, en cambio, bebía su aliento y sus palabras y me envolvía el fuego de su mirada, me dijo:

 

¡Así es como Yo te amo!

 

Mira: en esto difieren del mío todos los fuegos, incluso el purgativo. Porque éste mío es de caridad perfectísima sin que haga mal ni aun para hacer bien. Este es el fuego que a ti te proporciono, sólo éste. Esto es para ti mi amor: fuego que conforta y no quema, luz, armonía y suave caricia. Y esto es mi Sangre para ti: dulzura y fortaleza. Y esto es lo que Yo hago por ti para compensarte de los hombres: Te exprimo, hija mía, mi Sangre, como hace una madre con su recién nacido suministrándole la leche. ¡Así es como Yo te amo!"

A partir de entonces estas palabras y estas visiones se repiten diariamente y ahora Jesús añade siempre a ellas estas palabras:

"Y de esta manera seguiremos amándonos en lo sucesivo. Esto es lo que te daré en premio de tu fiel servicio. Este es tu futuro a lo largo de tu vida en la tierra. Después será la unión perfecta".

Esta mañana, hasta el P. Mariano, que vino a traerme la Santa Comunión, se dio cuenta de que me encontraba más lejos de la tierra que no lo esté ella del sol. Estaba en Jesús para beber su Sangre y regocijarme en el fuego de su amor...!

Incluso hace unos días y precisamente el 14 de marzo, mi 50.º cumpleaños, mientras yo me decía: –tras haber tenido una visión en la que Jesús, dirigiéndose a Jerusalén, iba cantando salmos como acostumbran los peregrinos de Israel– "¡Y que no haya de oír estos cantos más adelante cuando se haya terminado el Evangelio...! ¡Qué nostalgia del canto perfecto de Jesús y de sus miradas al hablar a las turbas o con sus amigos...! Entonces se me apareció El para decirme:

"¿A qué dices eso? ¿Cómo puedes ni pensar que Yo te haya de privar de todo ello por haber tú terminado el trabajo? Yo siempre vendré y para ti sola; por lo que aún será más dulce al ser todo para ti. Mi pequeño Juan, fiel portavoz, nada te quitaré de lo que has merecido: verme y sentirme. Y, aún más, te llevaré más arriba, hasta las diáfanas esferas de la pura contemplación, envuelta en los velos místicos que harán de toldo a nuestros amores. Serás entonces únicamente María. Ahora, en cambio, tienes que ser también Marta porque debes trabajar activamente si has de ser la portavoz. De aquí en adelante contemplarás tan sólo. ¡Qué hermoso será! ¡Sé feliz! ¡Cuánto, cuánto te amo...! ¡Está ya el Cielo a punto para acogerte! ¡Mi tortolita escondida, se acerca la bella estación! Yo vendré a ti entre el vivo perfume de los viñedos y manzanales y te desmemoriaré del mundo en mi amor..." (Estas expresiones enriquecidas con imágenes bíblicas (Cantar de los Cantares 2, 10-17) y resaltados con subrayados en el texto autógrafo, resultan impresionantes si se recuerda que María Valtorta vivió en los últimos años de su existencia terrena en un progresivo estado de dulce apatía y de misterioso aislamiento psíquico. Alusiones análogas se encuentran en los "Cuadernos de 1944" en varios pasajes de los mismos y, sobre todo, en el penúltimo párrafo del dictado de 12 de septiembre de dicho año.)

¡Oh, imposible expresar lo que esto es!

343-345

A. M. D. G.