28-12-47

 

 

¿Cómo se aparece la Virgen?

 

 


 

Aquí me tienes para que me puedas contemplar y estudiar una vez más muy de cerca en mis rasgos y llegues a apreciar en qué estriba la diferencia cómo era en la tierra a como soy ahora en el Cielo.

  Describe el rostro de María. Escribe que te he tomado sobre mi corazón.

   debiera haberse inspirado en el rostro con el que fui retratada en la Anunciata de Florencia, ese rostro del que, si el hombre y el tiempo no hubiesen alterado la imagen, todos hubiesen podido conocer cómo era cuando el Espíritu del Espíritu de Dios hizo que quedara en cinta de Dios

 


 

María Santísima, que ha colmado de Sí este mes de diciembre, siempre presente –Ella sola desde el día 8 en adelante: toda Hermosa, Lirio del Paraíso, en su figura de Inmaculada, Luz indescriptible que es carne y tiene la inmaterialidad... no, nada de inmaterialidad porque es verdadero cuerpo... diré que tiene la belleza ideal transfigurada de los cuerpos glorificados– María Santísima desciende hoy, día de los Santos Inocentes, de su nicho de luz (la luz que emana de su cuerpo bienaventurado), quedando en María de Nazaret, la bella, suave, maternal y humilde María que vivió en Palestina hace 20 siglos.

Se acerca al lado de mi lecho vestida de blanco, con un ligero velo de tejido poco denso sobre sus blondos cabellos partidos en la parte alta de la cabeza, tal como la he visto muchas, muchísimas veces en las visiones... Se muestra dulce si bien levemente triste y, posando sus manos bellísimas en el lateral del lecho, me dice:

 

Aquí me tienes para que me puedas contemplar y estudiar una vez más

muy de cerca en mis rasgos y llegues a apreciar en qué estriba la diferencia

cómo era en la tierra a como soy ahora en el Cielo.

 

"Aquí me tienes para que me puedas contemplar y estudiar una vez más muy de cerca en mis rasgos y llegues a apreciar en qué estriba la diferencia cómo era en la tierra a como soy ahora en el Cielo.

En Lourdes, en Fátima y en las apariciones en general me presento como estoy ahora en el Cielo, por lo que mi aspecto goza ya de la indescriptible luminosa belleza de los cuerpos glorificados. Esa belleza que los videntes de tales apariciones no logran captar en su totalidad ni en todos sus detalles. Fíjate que saben decir el vestido que llevo, le rosario que desgrano, la roca o el árbol sobre los que me poso, los ademanes que hago, la expresión del rostro; mas se muestran siempre indecisos e involuntariamente nunca son verídicos al describir mi rostro, el color de mis ojos y cabellos y también de mi piel. Se esfuerzan en hacerlo; pero no lo consiguen ni pueden hacerlo.

Ninguna de las almas videntes me vio nunca como tú me has visto en mi condición de Niña, Esposa y Madre sobre la tierra, lo mismo que como Reina del Cielo. Y tú, en cada una de esas ocasiones, te dices: "Es siempre Ella. Mas ¡qué distinta aparece cuando es la gloriosa Reina del Cielo, asunta en cuerpo y alma por los ángeles, de la que se presenta como cuando era la humilde María de Nazaret".

 

Describe el rostro de María.

Escribe que te he tomado sobre mi corazón.

 

La observo atentamente tan cerca como la tengo ante mi rostro y estudio su epidermis de una tibia palidez de magnolia difuminada con un rosado tenue en las mejillas; los labios proporcionadamente túmidos y purpúreos; la nariz fina y recta; los ojos de un corte perfecto y tan diáfanos en su color de cielo bajo la frente alta y despejada y el óvalo perfecto de niña... No sé por qué su rostro me hace siempre pensar en una cándida llama o en el capullo de un lirio a punto de abrirse pues así de dulces son las curvas en su óvalo... Miro sus hermosos cabellos de un rubio suave, finos, mórbidos y levemente ondulados. Pienso que si en vez de estar recogidos en gruesas trenzas que se extienden sobre la cabeza, estuviesen sueltos, las ondas aparecerían más acusadas... Y, sobre todo, no me canso de percibir el calor tenue de su cuerpo que me alienta tan cerca, y su perfume... su característico perfume, el olor de María... el olor de la Virgen...

María, que advierte mi deseo de abandonarme sobre su hombro maternal para alivio de tantas penas como me acometen hoy, me atrae. Estoy así... no sé el tiempo; y después, al dejarme, me dice: "Escribe que te he tomado sobre mi corazón. escribe estas cinco últimas líneas". Y en esto, dice: "Mírame ahora". Elevándose del suelo y apartándose del lecho, se afianza sobre una nube plateada, nimbada de su luz blanquísima. Resplandece su cuerpo e igualmente su vestido que, de blanco, se hace "luz blanca"; resplandece su rostro que se afina como si la luz lo espiritualizase resplandeciendo su mirada extática. La luz es tan viva que el azulado de sus pupilas se hace "rayo" y el oro de sus cabellos apenas si se aprecia como tal pues parece oscuro con respecto a la luz que emana del cuerpo glorificado de la Madre de Dios.

Vuelve sus ojos sobre mí, me sonríe y me pregunta: "¿Soy yo?".

"Sí".

"Pero ¿soy igual que la mujer que fue Madre de Jesús?"

"Sí... y no" respondo con decisión, ya que se necesita decisión para realizar ciertas confrontaciones y confesiones.

"Con todo, soy yo, ya lo ves. Así estoy en el Cielo. Así aparecí en Lourdes y en Fátima. Allí es donde los videntes, al ser "inocentes" como tú, hija mía, me vieron mejor, porque, cuanto más inocente es la criatura, tanto mejor me ve cual soy y me describe con la exactitud posible en una criatura, haciendo esculpir en una imagen tal semejanza dentro de lo posible".

Torna a mí, humana... y me pregunta: "¿Se calma tu tormento?". Rompo a llorar. Me acaricia... y lloro porque desde que leí que a Bruno Cornacchiola (Es el vidente de "Tre Fontane". De él hablará más extensamente en el siguiente escrito de 31-12-47) (ahora es cuando sé su nombre) se le apareció con los cabellos oscuros y de tipo oriental, creo haber estado engañada al decir que María es rubia. Sin embargo lo es y de un rubio pálido tirando a paja, casi de oro cequí.

Me acaricia para consolarme y dice:

No temas, María! La oscuridad de la gruta y del manto contribuyó en gran parte al error. Y, por lo demás no era necesario que me desvelase a un pecador tan perfectamente como lo hice con los inocentes: Bernarda, Lucía, Jacinta, Francisco y con el pequeño Juan de mi Jesús.

 

debiera haberse inspirado en el rostro con el que fui retratada

en la Anunciata  de Florencia

ese rostro del que, si el hombre y el tiempo no hubiesen alterado la imagen, todos

 hubiesen podido conocer cómo era cuando el Espíritu del Espíritu de Dios hizo que

 quedara encinta de Dios.

 

Pero, escucha bien porque a ti, que eres Sierva de María (Esto es, terciaria de la Orden de los Siervos de María), te digo que el artífice que me ha esculpido de forma que yo no me reconozca, habría hecho bien en recordar las estatuas de Lourdes y de Fátima en las que estoy representada del modo que el hombre puede llegar a hacer la efigie de la Madre de Dios... Y, sobre todo, debiera haberse inspirado en el rostro con el que fui retratada en la Anunciata de Florencia (El célebre fresco ejecutado, según se cree, por manos angélicas que se encuentra en la Basílica de la Anunciación de Florencia. En el claustro contiguo, desde el año 1973, reposan los restos mortales de María Valtorta), ese rostro del que, si el hombre y el tiempo no hubiesen alterado la imagen, todos hubiesen podido conocer cómo era cuando el Espíritu del Espíritu de Dios hizo que quedara encinta de Dios. El humo de los cirios y el tiempo han ofuscado los colores y el hombre lo ha echado a perder... Mas, con todo, aún se aprecia como era la Niña de Dios, la Prometida de José en aquella mi primavera de años, en aquella florida primavera nazaretana.

Mírame y olvida el dolor, el miedo, todo. Recuerda esto: "Vi al Cordero que estaba sobre el monte Sión y, con él, 144.000 personas que tenían escrito sobre la frente su Nombre y el del Padre... y entonaban un cántico nuevo que nadie podía aprender sino aquellos 144.000 rescatados de la tierra... primicias de Dios y del Cordero, no encontrándose mentira en sus bocas" (Ap 14, 1-5). ¿Te parece que no puedes pertenecer a esta escuadra por no ser inocente? Está dicho igualmente que el ángel del Señor marca con la señal de Dios a los 144.000 siervos del Señor que vienen con blancas vestiduras al eterno hosanna tras haber pasado de la gran tribulación (Ap 7, 9-17). Esa que tú tienes. Pero mira, yo te imprimo esa señal sobre tu frente; yo, la Reina de los Ángeles y Madre de Dios, te la marco con un beso..

Queda en paz. El Señor Uno y Trino y yo enjugamos, ya desde la tierra, todo tu llanto".

Y de nuevo me abandono al maternal abrazo.

419-422

A. M. D. G.