mARZO DE 1949
El paralelo entre las dos Pasiones
Mas éstas son las premisas remotas de nuestra verdadera Pasión, de nuestro injusto Proceso
Un día Jesús tomó a parte a Pedro, Santiago y Juan, subió al monte y se transfiguró...
Mis tentaciones y tus tentaciones
Vayamos más adelante al encuentro de falsos amigos.
Amigos Nada de todo esto hacen los amigos verdaderos.
Y vayamos por otras regiones al encuentro de otra clase de enemigos ocultos
No es faltar a la caridad ser justos con los culpables y obrar en todo con justicia.
Y ahora, he aquí a los amigos laicos
Y la señal es ésta: tu obsequio a la Iglesia, prueba inequívoca de que Yo soy tu Maestro
Es la suerte que corren cuantos dejaron las vías del Señor,...
Así pues, conoces ahora a todos los amigos y enemigos anteriores a la gran Pasión.
Los falsos jueces y auténticos verdugos me arrastraron después ante Pilatos
Recuerdas, María, mis primeros decretos
Con palabra moderna y científica te quieren llamar: psicópata
Con esto termina aquí el paralelo.
Dice Jesús:
"Yo, y tú. Yo en ti y tú en Mí. Cristo y el pequeño cristo. La gran Víctima y la pequeña víctima. El gran Calumniado, Traicionado, Vilipendiado y Condenado sin motivo alguno y la pequeña calumniada, traicionada, vilipendiada condenada sin motivo alguno.
Los personajes: los mismo en cuanto a las acciones si bien distintos por su personalidad. El juicio de Dios severo para los de entonces y los de ahora, contra todos los protagonistas del drama injusto o santísimo según se contemple del lado de los hombres o de los cristos.
Ven para que lo revivamos juntos y verás cómo tú eres el espejo fiel de tu Jesús.
* * *
¿Cuándo comenzó la Pasión? ¿Cuándo el proceso? ¿Acaso en la noche del jueves al viernes? ¿O tal vez ante Caifás en la sala del Sanedrín? No, mucho antes: desde que vine a la luz.
En torno mío hubo siempre un contraste de amor perfecto de parte de pocos y de odio perfecto de parte de muchos. Siempre me rodeó perfecta comprensión de poquísimos e incomprensión perfecta de muchísimos.
Igual sucedió contigo desde tu nacimiento. Y así sufriste lo mismo que Yo, bien que fui Yo más afortunado que tú al tener aquella Madre, aquella Madre que consolaba todo dolor. Su amor, segundo en intensidad y perfección al de mi Padre divino, me compensaba de todo el odio.
Desde la infancia me persiguieron los hombres. También tú conociste los celos injustos, las envidias sin razón que degeneran en odio hacia el perseguido, el miedo de éste por el peligro temeroso que domina y oprime cuando, pequeñín todavía, no acierta el hombre a darse cuenta del auténtico valor de las cosas favorables o desfavorables y así el zurrir de las frondas, la oscuridad, el grito amenazador de un hombre enfurecido y las incógnitas de una huída adquieren para él proporciones de un gran peligro.
Yo sufrí el destierro, si bien no lo fue para Mí al estar aquella Madre conmigo. Tú si lo tuviste y más duro a pesar de no haberte visto obligada a permanecer en tierra extraña, pues extraño resultó para ti el corazón de aquella que en tan corta medida sirvió a la caridad.
Yo tuve hambre. Tú también.
Tuve frío. También tú.
Perdí amigos desde la infancia. Lo mismo que tú.
Porque éramos pobres hube de trabajar precozmente en una labor superior tal vez a mis reducidas fuerzas. Tú también te abrazaste a una labor precoz, desproporcionada tal vez a tus escasas fuerzas, ya que tu casa era pobre de afectos. No le bastaba a tu gran corazón el amor de tu padre, el único verdadero y grande amor que recibiste de los hombres. Esta tu hambre de amor, jamás saciada, sirvió para hacerte venir a Mí de un modo no corriente en las criaturas. Bueno por tanto resultó el fruto del poco amor que te dieron, si bien fue tremendamente doloroso el tener que gustar esta falta de amor.
No guarde en verdad rencor alguno contra los muchos que, en la parentela, en la escuela o en la sociedad no te amaron, como tampoco Yo lo guardé contra los parientes que nunca me amaron cual debieran y cuyo desamor e incomprensión, por el contrario, fueron en aumento a medida que Yo iba pasando de adolescente a hombre y de hombre a Maestro. Como tampoco guardé rencor contra mis conciudadanos de Nazaret, tan hostiles al Maestro como pocos ciudadanos de otros puntos lo fueron.
Lloré la muerte de un padre putativo amabilísimo y justo. Tú también lloraste la de un padre amabilísimo y justo acaecida cuando más necesario y dulce te hubiera resultado tenerle al lado. También para Mí hubiera sido dulce saber que estaba junto a mi Madre como idóneo defensor contra las acusaciones de los parientes y de los nazaretanos cuando Jesús, el carpintero, llegara a ser el rabino Jesús. Y dulce misión tenerle a mi lado durante la misión en los momentos más duros de la misma y dulce asimismo para que me sostuviera con su amor durante las jornadas amarguísimas de la Traición y de la Pasión.
¡Cómo me habría consolado el fiel amor de José de la traición de Judas! Y la presencia de José al lado de mi Madre sobre el Calvario me habría proporcionado una gran paz al morir. También tú, si ahora tuvieses aquí a tu padre, de nombre idéntico al del Justo y de una justicia y caridad tan vivas y paternales en ambos, sufrirías menos con la amargura que te proporciona la traición de muchos y el verte sola e indefensa en medio de tanta guerra lo mismo que María...
* * *
Mas éstas son las premisas remotas de nuestra verdadera Pasión, de nuestro injusto Proceso
Mas éstas son las premisas remotas de nuestra verdadera Pasión, de nuestro injusto Proceso. Pasemos más adelante, esto es, a las premisas cercanas.
Tú y Yo amamos siempre la voluntad de Dios más que la nuestra y siempre quisimos servirla y cumplirla anteponiéndola a todo interés y a nuestra propia voluntad, ¿no es así?
He aquí que Yo entonces dejo la casa de Nazaret en la que reinaba una gran paz y en la que la incomprensión que hasta ella llegaba era relativa, llevada por parientes y convecinos; dejo la también fácil y dulce Voluntad del Padre sobre Mí –ser hombre, Yo que era Dios, y abrazar del hombre las diversas cualidades de la carne que sufre hambre, sed, sueño, que siente la fatiga, las molestias de la intemperie, del calor solar veraniego; la condición moral que sufre por los lutos, rencores o por no poder dar un mayor bienestar a la Bondadosa que me trajo al mundo, y, como hombre, estar sometido a hombres con poder temporal Yo, que era el Señor y el Rey de la eterna e infinita potestad– y me abrazo a la más difícil Voluntad de mi Padre, la puesta como lapso de tiempo que une estos dos extremos: el primer tiempo de mi vida, la familiar, con el de la Pasión propiamente dicha; y así emprendo la vida pública.
Lo mismo tú. Yo, cuya voluntad es una con la de mi Padre, te llamé a la segunda parte de tu vida, la parte de mi portavoz y, como Yo no ignoraba lo que me esperaba en la vida pública, tampoco tú te engañaste acerca de cuanto habrías de encontrar al servirme de modo extraordinario.
Más unidos a Dios, es cierto, porque el Padre tanto más nos estrecha a Él cuanto mejor cumplimos su Voluntad y a Él nos une si cumplimos la Voluntad dolorosa que nos impone para el bien de quien no sabe amar a Dios ni al prójimo y que, no siendo grato a Dios en el gozo, se cambia en su enemigo cuando el dolor le oprime. Más unidos, sí; mas también ¡oh, cuán, cuánto más atormentados por los hombres al ser portadores de la Palabra de Dios!
Henos aquí ya a los dos sobre el camino dispuestos a evangelizar, a llevar la Buena Nueva, a cosechar críticas, calumnias, ultrajes, reproches y acusaciones; a conocer rostros que son escenarios pintados tras los que se esconde un corazón de serpiente; a comprobar cuán inestables son la amistad, la gratitud y fidelidad humanas; cuán mudable el corazón del hombre y cómo un simple reverbero de oro lo extravía hasta hacerle enemigo del Amigo y cómo prefiere el frío y lívido relumbrar de un puñado de monedas que seguramente no podrá llevar consigo durante la vida y que, inevitablemente, ha de tener que dejar cuando llegue la muerte, al vivo esplendor del amor cálido e inteligente del Amigo verdadero de las almas.
¡Ven, ven, María, mi María! Pon tu mano diminuta y cansada en la mía fuerte y sólida, y ven conmigo sin temor. ¡Así! Cual si Yo fuese más tu padre que tu Esposo y Dios, o un buen hermano tuyo que te comprende porque probó ya lo que es el dolor de los enviados de Dios y te ama porque tú le amas a Él sin acusarle de ser la causa de tu sufrimiento.
El justo nunca confunde las causas de sus padecimientos. Perdona siempre a todos si bien conoce el rostro y el corazón de sus verdugos. Y, sobre todo, conoce el rostro y el amor de Dios y sabe que si Él permite que los hombres sirvan a Satanás para torturar a sus semejantes, es para hacer resplandecer la verdadera grandeza de sus verdaderos hijos. Resplandecer y premiar.
Vayamos pues alegres cogidos de la mano. He venido para tomarte y recorrer juntos las comarcas y pueblos de Palestina. Hermosa es la Tierra de tu Jesús por primavera y a ti te gusta grandemente. ¡Hermosa! Hermosa por más que entre su opulenta naturaleza, cerca de sus claras aguas y en las cumbres de sus boscosas alturas se oculten por doquier áspides y chacales. No huyamos de ellos, antes vayamos a su encuentro para reconocer a tus torturadores en mis enemigos.
Estas páginas son tan sólo para ti. Únicamente a la Buena que tú sabes, una de las Marías de tu Calvario se las puedes dar para consolarla de la promesa que no pudo mantener. ¡Debo pues castigar alguna vez a quien de Mí se burla! Mas que acepte del Esposo esta reparación, vea por ello que la quiero y comprenda que si no mantengo la promesa no es porque haya cambiado mi voluntad. También esto le agradará; pero dile que no se lo cuente a nadie. A nadie digo, ni a los más íntimos...
"Un día Jesús tomó a parte a Pedro, Santiago y Juan, subió al monte y se transfiguró..."
"Un día Jesús tomó a parte a Pedro, Santiago y Juan, subió al monte y se transfiguró..." He aquí que Yo tomo aparte a mi pequeño Juan y a su hermana, que será Santiago en este caso, y únicamente a ellos les mostraré cómo tú estás en Mí y Yo en ti hasta el punto de ser tú un pequeño Yo.
Vayamos pues. Este es el lugar de la Tentación, en encuentro con el Enemigo, príncipe y principio de todo otro enemigo de los justos; principio porque es el motor de todo acto humano injusto. Los demás enemigos del siervo de Dios son únicamente títeres movidos por él, instrumentos suyos, inconscientes instrumentos suyos tal vez que se horrorizarían dándose por ofendidos si alguien les dijese ser tales, porque ellos... ¡oh!, ellos se tienen por justos y ajenos a toda presión externa, convencidos como están de servir a Dios oprimiendo al siervo de Dios al que, autodefiniéndose "santos", juzgan pecador.
Y, ¿qué diferencia había con aquellos que durante tres años me criticaron injustamente acusándome de pecado en todo cuanto hice como Verbo encarnado y en menos de una noche me condenaros declarándome reo de muerte?
Ellos, claro está, se proclamaban "los justos" en Israel, los únicos justos, los depositarios de la Ley y de la Sabiduría, los defensores de Dios al que, en verdad, tan poco defendieron y amaron que llegaron a dar muerte a su Hijo.
Ellos, asimismo, se juzgaban exentos de presiones externas y con libertad, por tanto, para juzgar, cuando, en verdad, Satanás, su impulsor, tenía desencadenada en ellos la triple concupiscencia: la avidez de gloria, de poder y de riqueza, aguijoneándoles y presionándoles hasta hacer de ellos deicidas.
Y, por último, se jactaban de obrar para honrar y servir a Jehová quitando del medio al sacrílego nazareno.
Mas ¿cómo honraban y servían al Dios de sus padres –el que directamente instruyó a los Progenitores sobre el futuro Mesías, el que puso las profecías en los labios de los Profetas de su Pueblo, y el que resplandecía en Mí, Uno con El en la Naturaleza divina, en todos mis actos de Hombre perfectamente santo no habiendo quien pudiera achacarme pecado alguno– si me perseguían hasta llegar a darme la muerte de cruz?
Mas ellos eran los hombres enemigos movidos por el príncipe Enemigo, por aquel que me esperó junto al peñasco del desierto para tentarme y desbaratar así a Quien habríale vencido y echado por tierra su labor de homicida del hijo adoptivo de Dios. Y el Enemigo de Dios –siempre de Dios, por más que se tiene a los hombres, porque, en verdad, ¿contra quién mueve guerra al moverla contra el hombre? Contra Dios mueve guerra porque, si vence al hombre al que asalta, le roba un hijo al Padre de los Cielos– y el Enemigo de Dios, decía, me tentó.
Mis tentaciones y tus tentaciones
Me tentó astutamente. ¡Oh!, él sabe cómo venció la primera vez y sabe también que un solo hombre, de entre todos los nacidos de mujer, uno solo digo, no habría de estremecerse en modo alguno ante el fruto carnal ofrecido y ensalzado por el Demonio de la lujuria. Porque muchos son los héroes de la pureza que tuvo la Tierra –los vírgenes y castos que integran las cándidas escuadras de los Cielos– mas, bajo el candor de sus estolas están, cual rubíes encendidos, las luchas sostenidas contra los fomes de la carne para conservarse fieles a la nívea virtud que les hizo ángeles con ropaje de hombre, mientras que Yo no conocí tal estremecimiento. ¿Cómo había de conocerlo si era el Hijo inmaculado de la Inmaculada y de Dios y mi mente no admitió las palabras de Satanás?
Y, buscando entre los nacidos de mujer –al Mesías– probó incansable con aquel medio a los hombres y, en cuanto dio con quien quedó insensible y sin curiosidad ante su carnal seducción, tuvo la certeza de haber encontrado al Mesías, a su futuro Vencedor si es que él no llegara a vencerle. Y entonces probó de tentar al Hombre a fin de echar a perder al Salvador, al Redentor y al Vencedor antes de que salvase, redimiese y venciese al pecado y a la muerte. Mas, en lugar de vencer, fue vencido.
María, ¿recuerdas tus tentaciones? ¿No siguió acaso el mismo procedimiento para echarte a perder a ti, hacerte odiosa a mis ojos y así Yo no te llamase a recibir mi Palabra para transmitirla a los hombres y de ahí después –segunda parte de la tentación– ya no fueses mi portavoz, pasando a tentarte para que pecases de soberbia, de desobediencia y de mentira y así pereciese no sólo tu alma sino también mi Obra?
Tú piensas: "Pero si tu Obra ha fracasado por más que yo haya sido fiel en la obediencia, humilde no obstante el honor que me dispensaste y sincera hasta el escrúpulo en decir solo y siempre la verdad de lo oído y visto...".
No. La Obra no ha fracasado por más que los hombres hayan secundado a la perfección las miras de Satanás para hacerla desaparecer. Te lo digo Yo: No ha fracasado. No puede fracasar, pues Yo y mi Madre velamos por ella. Fracasarán aquellos que tutelaron y juzgaron mal,; pero la Obra no fracasa. Pueden los hombres prevalecer con sus sentimientos impuros; mas lo que no pueden es destruir la Obra de Dios. Le llegará el castigo a quien pecó y peca; mas la Obra no peca ni tú pecaste; por lo que no perecerá.
¿Crees haber llegado al punto de no verte ya tentada? No te lo creas. ¿Para qué pues te he llamado hoy de ese modo (el 30 de marzo a las 15,30 horas) diciéndote que me dieras tus manos sino para transfundirte mi Fuerza? Porque Yo sabía y sé cuanto odio se desencadena ahora contra ti por haber sido fiel a las cuatro virtudes cardinales además de las tres teologales, habiendo defraudado a los hombres y vencido una nueva tentación.
Aquí tienes a los hombres, a esos hombres que tanto daño te han causado,
que han desbaratado la Obra y te han proporcionado tanto dolor
Debiera darte gracias por haberles impedido que pecasen e incurriesen en castigo. Pero ¿cuándo nunca te amó esa Orden con amor justo? ¿Cuándo con justicia? ¿Cuál de sus miembros fue para ti santamente tutor? Intereses, jactancia, desconfianza, calumnia, mentira, he ahí lo que se agita en algunos corazones bajo la vestimenta negra que les cubre. Mas Aquel que desenmascaró a los escribas y fariseos, Aquel que está cansado –pues hace dos años que me producen nauseas sus actos– los descubre y te los muestra. Aquí tienes a los hombres, a esos hombres que tanto daño te han causado, que han desbaratado la Obra y te han proporcionado tanto dolor. Ahí los tienes en su verdadero rostro rencoroso por haberse visto burlados en sus designios.
¡Recuerda, recuerda! Fue en marzo de 1947 cuando te dije: "Aquel, el sacerdote, que pone la mano en tu plato y como del Pan que Yo te di –mi Palabra– alza contra ti su calcañal y urde en su corazón una cosa inicua diciendo: 'Tras ésta ya no se volverá a levantar'". ¿Lo ves? No importa. Te lo dije y lo repito: en verdad que el ser portavoz es accidental y, en cambio, el ser fiel en la justicia es lo que perdura eternamente. Por lo que únicamente de esto te debes de preocupar.
Sigamos adelante y reconozcamos a otros enemigos míos.
Aquí tienes, en las márgenes de mi mar de Galilea, a los que se preocupan de los muertos para dejar la Vida. Son todos esos que, dominados por los cuidados terrenos, pierden de vista el fin justo que les reportará un premio eterno y todo por pretender un fin que se acaba aquí, en la Tierra. Dar sepultura a los muertos y, sobre todo, si éstos son los padres es ciertamente una obra buena; mas es obras mejor seguir a Dios que proporciona vida al alma.
Publicar la Obra es también cosa buena porque en ella las almas encontrará vida; mas obedecer a Dios y a la justicia, ser humildes y respetuosos con el Cuerpo Místico es cosa mejor porque proporciona un premio de vida eterna, premio exento de todo fermento humano.
En verdad, si la prisa actual por darla a la imprenta se debiese a un único motivo –el celo por proporcionar alimento a las almas– todavía la divina e infinita Misericordia perdonaría en parte su desobediencia. Mas ¡cuántas humanísimas impurezas, cuántas, van mezcladas en esta prisa actual! Y Yo, justo además de misericordioso, no puedo ciertamente absolverles por cuanto ellos, que debieran ser luz para tu alma y sal, sostén y ejemplo para la tuya y la de tus valedores, vienen a ser surtidores de humo, peso, sabor que desorienta el gusto sano, mal ejemplo y, dicho con una sola palabra, escándalo. Y, sabido es cómo juzgué Yo a quienes escandalizan a los "pequeños".
Con todo, también tú te encuentras con quienes se ocupan de cosas muertas y querrían que tú hicieses lo propio y, menos heroicos que aquel del lago, no saben ir tras mis pasos que marcan el justo camino y se entretienen con impuro afecto en acariciar cosas muertas. No es así como se consigue del Cielo el milagro de la resurrección de las mismas. María de Magdala, la gran pecadora y gran convertida, la humilde madre del muerto de Naín y Jairo el sinagogo creyeron ciegamente en mis palabras, nada quisieron hacer por su cuenta sino que me dejaron a Mí hacer, secundaron confiadamente las órdenes que les daba y obtuvieron la resurrección de sus muertos. ¿Son acaso éstos que te fuerzan a realizar actos que Yo te aconsejo que no hagas más sabios que Dios y más poderosos que Yo?
Pasemos adelante sin cuidarnos del murmullo que mi respuesta al hijo del padre muerto suscita entre los presentes al episodio. Murmullo de voces humanas, despreciable por tanto.
Estamos en mi ciudad de Nazaret. También en ella soy Maestro y autor de milagros; mas ella no me ama y, "debido a la incredulidad de los nazarenos, Cristo no hizo muchos milagros en Nazaret". Ella no me ama y cuando, movido por el amor hacia mi ciudad, le digo la verdad, –y la verdad que se dice al que peca para apartarle del error es siempre caridad y de la más escogida– ella toma piedras para lapidarme y, arrastrándome hasta la cima del monte, tratan de hacerme perecer.
Tampoco a ti, en ésa que debiera ser tu ciudad (la Orden de los Siervos de María), te aman y, por esta su incredulidad, no puedes proporcionarles el otro milagro de las explicaciones de las Epístolas Paulinas que únicamente Yo puedo presentar con claridad en plenitud de verdad y correspondencia con el pensamiento de Pablo. Y porque dices la verdad te lapidan y querrían precipitarte. Las piedras, sí, te hieren; mas no consiguen hacerte caer porque tú pasas conmigo por en medio de ellos. Y si no cambian, no sólo pasarás conmigo sino que, junto conmigo, te ausentarás lejos de ellos. Faltan ya muy pocas gotas de su mal líquido para completar la medida del cáliz de su incredulidad, de su desamor y de mi paciencia. Una vez colmado, Yo te traeré conmigo lejos de ellos para darte al menos un tránsito pacífico entre los brazos del Amor sin que los hombres logren turbar tu última hora con sus gritos y acciones malvadas.
Vayamos más adelante al encuentro de falsos amigos.
Vayamos más adelante al encuentro de falsos amigos.
¿Quiénes son? Son los Escribas, Fariseos, Saduceos y Herodianos que me invitan a sus banquetes para criticarme después a Mí y a mis discípulos por no haber cumplido éstos con las purificaciones exteriores o murmuran porque Yo perdono a la pecadora que les aventajó al proporcionarme aquellos refrigerios tan en uso entre los Hebreos y que ellos no me habían dado, o me formulan preguntas sobre cuestiones legales o espirituales, mostrándose deseosos de aprender, mas, en realidad, anidando en su corazón la esperanza de poder cogerme en fallo. Ni valieron mis respuestas de Sabiduría encarnada y de verdadero Hijo de la Tora para lograr persuadirles de que Yo era el Mesías profetizado, antes, por el contrario, sirvieron para tramar motivos de acusación contra Mí en la noche del Jueves al Viernes.
¡Ahí los tienes! Esos que me preguntan por qué mis discípulos no se lavan antes de sentarse a la mesa, se olvidan de que uno de ellos, Simón el fariseo, no me había intencionadamente ofrecido con qué lavarme ni perfumarme, conforme a los usos de Palestina, al invitarme a ser su huésped y, por el contrario, murmura en su corazón de la acción reparadora de la arrepentida, reparadora digo de sus culpas, mas también de las de Simón el fariseo.
¡Ahí los tienes! Los que me preguntan sobre el divorcio, los que me tientan sobre el tributo al César para tener de qué acusarme ante Pilatos... ¡Oh, los acusadores que me quieren muerto pero sin que sea ilegal el martirio!
¡Ahí los tienes! Los que me llevan hasta los pies de la adúltera con doble finalidad...
Los que se escandalizan cuando Yo purifico la Casa del Padre hecha lugar de cambios, de usura y de mercado.
Los que fingen no entender bien la segunda vida de la carne tras el Juicio final y la resurrección para ver si digo alguna herejía.
Los que capciosamente me preguntan sobre cuál es el más grande de los preceptos.
Los que dicen que, para creer en Mí, necesitan de una señal. ¿Creyeron acaso una vez que la tuvieron? No. Como tampoco creen en ti, como no te creyeron ni nunca te creerán de verdad por más que te digan que creen que tú eres mi portavoz y que las lecciones de la Obra proceden de la Sabiduría y lo dicen para engañarte sobre sus verdaderos propósitos. Creen, tal vez crean y creerán de modo inestable sólo cuando la fuerza de ciertos testimonios les lancen por tierra como árboles soberbios a los que un huracán doblega, prontos a realzarse y a negar aquella su transitoria fe en tanto no les oprima el poder de Dios y brille ante ellos cual llama temerosa su esplendor.
¿Amigos? No. Los amigos no atormentan con preguntas capciosas para ver de conseguir hacer caer en el error, ya que en el escrito no hay error alguno.
Los amigos no echan en cara culpas que no lo son, al tiempo que saben que les podrían echar a ellos en cara acciones que las hicieron a sabiendas de que no eran buenas.
Los amigos no están dispuestos a criticar los actos de las Autoridades y a enfrentarse con ellas alterando la verdad de sus actos para después denunciarles las rebeldías o críticas instigadas y suscitadas por sus palabras tendenciosas.
Los amigos no se rebelan cuando un justo celo barre como suciedad y comercio ilícito cuanto ocupa su alma profanada por la sensualidad de la mente.
Los amigos no fingen haber entendido mal las claras explicaciones para así formular objeciones esperando hacerte caer en herejía.
Los amigos no traicionan con acciones ilícitas para después decir que el amigo es cómplice con ellos.
Los amigos no presentan al amigo como loco o endemoniado, mentiroso o fraudulento.
Nada de todo esto hacen los amigos verdaderos.
Nada de todo esto hacen los amigos verdaderos. ¿Son amigos, por tanto, estos tus falsos amigos? No, sino tentadores, calumniadores, negadores, astutos, ladrones y embusteros. Atentan contra tu vida que la van minando con sus actuaciones, por lo que se puede decir que son homicidas y destructores impunes... No, no lo son. Pueden serlo mientras dure mi paciencia, mas no después de que ésta se haya acabado.
No tienen caridad y, por tanto, tampoco a Dios. Son atentos como la mayor parte de los antiguos estrategas del Templo; mas no por un reverencial amor a la Santidad del Señor, verdadero Jefe del Templo, sino para buscar un motivo por el que convencer de pecado a la gente sencilla. Siempre dispuestos a afirmar lo que no es verdad, a alterar las cosas añadiendo o quitando e incubando en su corazón designios impuros.
Yo les llamo "concupiscentes". Y eso es lo que son en dos de las tres ramas del árbol maldito nacido en el hombre de la semilla del manzano prohibido. Lo son en la concupiscencia de los ojos porque fue curiosidad malsana y avaricia lo que les movió a ocuparse de ti, y la concupiscencia de los ojos es curiosidad y avaricia. Y lo son en la concupiscencia de la mente u orgullo de la vida para presentarte con mayor claridad esta faz de la concupiscencia humana, fruto del egoísmo que el desenfrenado amor propio suscitó en ellos hasta el punto de creerse semejantes a Dios, hasta el punto de tratar de imponerse a Dios para que haga lo que ellos quieren, al igual que, con todo su poder, intentan presionar y obligar a su prójimo a que sea el esclavo que les sirva con el temor de no atreverse a reaccionar contra su mal larvada violencia. De la rama maldita de la concupiscencia mental penden los atosigantes frutos de la vanagloria, que, al estimarse desordenadamente, exigen alabanzas y agradecimientos de todos aquellos a los que los vanagloriosos se imponen con una apariencia hipócrita de santidad con la que cubren la oscura verdad de su alma concupiscente. El orgullo de la vida apaga en ellos la Vida que es gloria verdadera y sin término, antepone el yo a Dios, hace del hombre, que debiera ser siervo de Dios, un rebelde contra la ley divina y un esclavo de la ley del pecado.
Yo les aborrezco más que a los enemigos declarados que tienen la audacia de manifestar lo que son, conscientes de que por esto son juzgados severamente de los buenos. No me agradan las serpientes que se enroscan en las ramas floridas para esconder su verdadero aspecto y morder sin que el asaltado tenga tiempo de defenderse. Odio más la hipocresía que la violencia homicida. Porque la primera mata no sólo una carne y una vida humanas esquivando el rigor de las leyes sino que mata o trata de hacerlo con el buen nombre, la estima y la fama de un justo y para siempre tal vez sobre la Tierra; asesinato impune sin derramamiento de sangre pero que con toda verdad es más sanguinario que un sayón; asesinato que sólo Dios castigará con sus penas. Mas ¡cuánto mal lleva a cabo antes de ser castigado por Dios!¡Cuánto bien desbarata y cuánto dolor provoca!
Mira en tu derredor y verás a tus falsos amigos a los que ahora conocerás sin duda alguna. Mantente firme como Yo lo estuve, resistiendo sin aplicar el talión (Éx 21, 23-25: Lv 24, 17-20; Dt 19, 21; Mt 5, 38), pero sin rebajarte a pactar con ellos para gozar de una paz terrena. Sería esto un doble error, ya que tu condescendencia rebotaría en sus ánimos pasando a tu cuenta sus malvadas conclusiones y así, no teniéndolos igualmente como amigos en la Tierra, perderías la amistad eterna de tu Jesús: tu Amigo eterno. Mantente firme, te lo repito y no te vengues sino perdona sin ceder a sus designios ni en lo que supone el grosor de un cabello de tu cabeza. Y perdona. Tú perdona, que Dios hará después de su parte lo que sea.
Y vayamos por otras regiones al encuentro de otra clase de enemigos ocultos
Y vayamos por otras regiones al encuentro de otra clase de enemigos ocultos. Esos a los que Yo llamaré "los amigos inestables", ésos a los que seduce el milagro, el resplandor de la verdad, el poder, un sueño prometedor y las esperanzas de triunfo. Los que siguen mientras el seguir no entraña peligro, dispuestos a recular el día de mañana si el seguir no reporta utilidad antes puede ocasiona molestias.
¿Quién es el primero, no en el orden del tiempo sino en la gravedad de su pecado? Pedro. El primero de los Apóstoles, la Piedra sobre la que edifiqué mi Iglesia. ¡Tan pronto en venir a Mí y tan audaz en defenderme y en profesar la verdad acerca de Mí! ¿Y después? Después, ahí le tienes: vil, mentiroso, traidor, en el espíritu, de su Jesús. "Yo no conozco a este hombre ni soy uno de sus discípulos".
En verdad, en verdad te digo que en aquel momento Pedro fue más vil que Judas. Porque Judas fue audaz en su delito y, aun sabiendo que con ello se daba a conocer en todo su horror y se manchaba para siempre con el desprecio del mundo mientras el mundo fuera mundo, desafió a todo y se presentó ante un pueblo cuyas reacciones desconocía, para indicarme a los verdugos. con aquel acto se profesó mi discípulo, no negó que lo fuera, fue y quiso que le conociesen como el "traidor" y el "deicida".
Pedro, por el contrario, no tuvo el valor de decir: "soy su discípulo, le conozco", debiendo haber añadido: "Y proclamo que Él es el Justo cual corresponde al verdadero Hijo del Dios verdadero". No habría hecho sino rendir honor a la verdad, a aquella verdad en la que siempre creyó mientras no entrañó peligro el creerla, a aquella verdad que era gloria hasta para él, ya que es un honor seguir y amar a los justos y sumo honor ser discípulos de Dios. Pero él reniega...
Ahora arrastran a su Maestro ante el Sanedrín cual si fuera un malhechor, un sacrílego y endemoniado; y plantarse contra el Sanedrín resulta peligroso, como peligroso resulta también contradecir a una muchedumbre que se revuelve contra el hasta ayer aclamado. Hace falta heroísmo para defender a un caído en desgracia y el heroísmo nace de una vida interior fuertemente nutrida por la caridad, es decir, sostenida por la unión con Dios y por la fe amorosa y cierta en el Amigo.
Pedro no se halla todavía confirmado en la caridad ni en la gracia. Pero es aún "el hombre", teniendo del hombre el egoísmo y la vileza, la fe inestable y la amistad caduca. Piensa en defenderse de posibles peligros, pero no en defender, con la palabra al menos, al Amigo. Deja que de Él hablan únicamente los enemigos y los testigos comprados contra cuyas mentiras no alza su palabra franca y justa. Y de este modo hasta Pedro, que sólo pocas horas antes había untado su pan en mi plato, habíase nutrido de Mí y me había asegurado estar dispuesto a dar su vida por mi amor, alza contra Mí su calcañal al renegar de Mí diciendo: "No le conozco".
¿Por qué Pedro cometió aquel pecado él, el ya designado Pontífice de la Iglesia que se hallaba en el amanecer de su fundación? Porque era "el hombre carnal" al que la prueba ni el arrepentimiento habíanle aún cambiado en "el hombre interior". ¿Por qué permitió Dios ese pecado en el primer Pontífice de la Iglesia de Cristo? Para que, "una vez que se hubiese arrepentido, confirmase a sus hermanos", o sea, recordando su debilidad, la suya, la del que durante tres años habíase nutrido con mi caridad y sabiduría, supiese juzgar con verdadera justicia, sin las debilidades de un imperfecto sacerdote las culpas de sus corderos, siempre menos culpables que él por el solo hecho de no haberse nutrido directamente con mi Palabra. Y también para que, con su ejemplo, dado que él pecó y fue perdonado y después, una vez humillado y arrepentido, se hizo "hombre interior y sacerdote santo", verdadero Padre y Pastor de los hijos de Dios y de los corderos de mi Grey, todo Pontífice sea, al igual del primer Pedro, juez y padre, sin intransigencias ni debilidades, Pastor bueno, otro Yo, y así mi Grey no perezca ni mi Doctrina sea conculcada.
Otros amigos inestables: los discípulos que abandonan al Maestro tras el discurso del Pan del Cielo. ¿Por qué me abandonaron? Porque Jesús les reconvino para que siguiesen a Cristo, no conforme a los estímulos de la carne sino secundando los impulsos del espíritu, esto es, con regeneración del hombre viejo renacido hijo de Dios al haber creído en mí y haberme acogido.
¿Acaso no le dije a la Samaritana: "Se acerca la hora en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad?". ¿Y no le dije a Nicodemus: "Quien no renazca en el espíritu no tendrá el Reino del Cielo?". Y la mujer de vida impura, cismática en religión, acogió mi palabra y desde entonces adoró a Dios en espíritu y en verdad. Y el gran Nicodemus, lumbrera del Sanedrín, aceptó mi invitación y renació de tal suerte que llegó a ser amigo mío manifiesto al tiempo que Pedro me negó. ¿Por qué pues no había de reconvenir a los discípulos que me seguían por tantas cosas que tan sólo eran vanidad y, en modo alguno, espíritu y verdad?
Ahora bien, en ellos anidaba la soberbia de ser "los discípulos" y, presumiendo por tal motivo de estar seguros en el Reino, he aquí que se revuelven contra el Maestro pretendiendo hacer de maestros para Él con un contrasentido en el que aparecen manifiestas su incierta fe en Mí, su imperfecta formación y, lo que es más grave, su voluntad de no ser perfeccionados por Mi. Es el antiguo pecado que resurge. Siempre el mismo. El Espíritu del Mal les silba al oído su canción y ellos la acogen, se sienten dioses, creen saber como maestros y se van. ¿A dónde? A donde van todos aquellos a los que la soberbia arrastra y la ley de la carne les embriaga: lejos del camino y cercanía de Dios.
Mucho menos grave en su inestabilidad es la actitud del joven rico que, si bien le atrae el Maestro, le atraen igualmente las riquezas y, preso entre ambas opuestas corrientes, prefiere abandonarse a la más cómoda: gozar de las riquezas.
Otro ejemplo, y mucho más grave, ya que el inestable aquí es uno que consiguió de Mí un gran milagro y estuvo conmigo muchas veces: se trata de Cusa. También él está conmigo mientras le dura el recuerdo de sus angustias por la mujer enferma y el ser para Mí verdadero amigo no le pone en peligro su puesto en la Corte. Mas cuando Herodes ya no me temió porque, a sus ojos humanos, era el vencido, el leproso, el loco, el maldito, el renegado del Templo y de la Nación y, lo que es más, no temiéndome ya y dándose por ofendido con mi silencio, me odió francamente, he aquí que Cusa, que ya se había prestado a secundar la trampa de mis enemigos invitándome a su casa para el convite en el que arteramente se me ofreciese el reino –el humanísimo y despreciable reino– se me declara en contra hasta el punto de castigar a su mujer por serme fiel, no convirtiéndole mi resurrección ni milagro otro alguno. ¡Es el hombre cegado por falsos valores que abandona lo seguro y eterno por el precario favor de un rey y el poder fugaz de un cargo en la Corte!
¡Cuántos de estos seguidores de lo que reporta un honor efímero, de lo que, incluso, viene a ser una cadena con la que queda aherrojado el libre querer y juzgar del alma y de la mente; cuántos siervos, o mejor, cuántos esclavos de su orgullo no tengo Yo entre mis propios ministros!
Estos son mis amigos inestables. ¿Reconoces en ellos las estampas de los tuyos?
Ahí tienes a los que, después de haber creído que aumentó su prestigio por haber sido tus amigos, están dispuestos a decir: "No me preocupa semejante persona. No la conozco ni la quiero conocer".
Estos son los que te demostraron amor mientras esperaron que tu luz les nimbase de gloria y tu fatiga les reportase alguna utilidad; pero cuyos verdaderos sentimientos afloraron cuando apareció velada tu luz por un juicio provocado más por ellos y sus acciones, siempre opuestas a mis consejos, que no por ningún otro motivo, y ahora no te demuestran amor, no; de verdad, no te demuestran amor.
Estos, los que han estado esperando a pronunciarse... por no haber tenido el caritativo arranque de sostenerte mientras se vislumbra incierto tu triunfo.
Estos, los que, entre las riquezas injustas y la verdadera riqueza de servir a Dios, han preferido las comodidades de las primeras y esquivado las molestias...
Estos, los que, habiendo sido llamados al deber de ser "espirituales" siendo como son carnales, prefieren marchar solos por su camino que no es ya el que Yo les indiqué.
Estos, los que, tras haber recibido tanto de Mí y de ti, dejan la amistad del Rey de reyes y de su fiel servidora para agradar a su íntimo rey; y, tras haberte ofrecido una aureola de paja y de flores que hoy son eso pero que mañana serán heno y más adelante nada, se te han vuelto en contra por haberla rehusado prefiriendo la espinosa corona de la perfección y de la gloria eterna, habiéndote ceñido con una corona de escarnios...
¡Oh, déjales hacer! ¡Déjales marchar! Está escrito: "¡Ay de los que están solos!" (Qohélet, Eclesiastés, 4, 10). Mas es preferible estar solos que no tener amigos que incitan al mal. Y mejor estar coronada de escarnios que caerán como hojas muertas, o mejor, que caen ya cuando Yo quiero que resplandezca la verdad, que no llevar una falsa corona que tan sólo a los necios y carnales puede engañar. Te lo digo Yo: esta hora de tinieblas será la que ha de proporcionarte la luz perfecta que se encuentra más allá.
Y ahora los amigos traidores. De ellos es Judas el ejemplar perfecto. Mas todos aquellos que, después de haber recibido beneficios, se vuelven a recriminar con falsas acusaciones, son sus secuaces. Yo los tuve y los tienes tú.
El ejemplar perfecto lo tuve Yo en el ávido de dinero y defraudado en sus proyectos de orgullo. Tú los has tenido igualmente en éstos.
Yo en aquel al que quería como un hermano y tú lo mismo. Me traicionó con una señal de amor y con falsas señales de amor te traicionaron a ti.
Se tenía por creyente mío y me señaló como a un satanás. De ti, igualmente, dijeron que te creían instrumento de Dios, mas cuando, por serlo realmente, te opusiste a uno de sus designios, he aquí que dijeron y dicen de ti que eres instrumento de Satanás.
Hacia ver que le seducía mi Sabiduría, pero abiertamente me llamó loco cuando la desilusión y la ira, acerca de los designios que abrigaba en su corazón, aparecieron al descubierto, haciéndole enemigo del Amigo divino. A ti también te dijeron hallarse seducidos por la Sabiduría que hablaba en ti haciéndote su portavoz; mas ahora, desilusionados y al descubierto, dicen de ti que eres una demente y anormal, tanto por deficiencia congénita como por la enfermedad que ha venido a agravar tu imperfección mental.
Tentome a pecar porque no podía admitir que Yo fuese superior al pecado por ser Dios y por ser el Hombre justo, perfectamente justo y voluntariamente justo. También a ti te tentaron a pecar, no con el medio empleado por Judas sino con el que a ellos les urgía y con el doble objeto de conseguir su fin utilitario y orgulloso, y de contar con una prueba válida por la que se te juzgara culpable en su loco afán de que, una vez tú eliminada, fuesen mayores y más libres la utilidad y el orgullo que obtuvieran.
En verdad que los treinta denarios fueron el pedrusco que Judas se colocó al cuello para precipitarse en el abismo y su loca esperanza de triunfar a toda costa, tras la decepción de no haber podido ser "el grande" del Cristo Rey de Israel, fue la soga que le convirtió en suicida privándose de la Vida y de la vida, muerto, muerto, muerto eternamente, satanás, satanás, satanás para siempre, segundo Lucifer del Dios Hijo como el Primer Lucifer lo fue de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo; ambos rebeldes, soberbios y ávidos, habiendo sido los dos: Arcángel y Apóstol, fulminados por la Justicia divina.
Y ¿hay algo ahora que sea distinto? En verdad, si no hubieses intercedido con tus ruegos para darles tiempo a convertirse, el castigo hubiese ya caído del Cielo. Así como Judas, con el fin de justificar su inicuo proceder, trató por todos los medios de presentarme como pecador y de este modo aparecer él un justo que con honda pena tiene que actuar contra el enemigo para honrar a Dios y así persuadir a los titubeantes de que Yo era falso Cristo, dando alas a los adversarios y coronando su loco sueño, otro tanto han hecho contigo.
Esta es la hora que te profeticé hace dos años. No tienes sino volver a leer aquellas mis palabras para saber a dónde han llegado y así Yo no tenga que continuar con el paralelo que a ti tanto te angustia y a Mí me produce nauseas.
Otra arma a emplear por quien no es justo y carece de valor para arrastrar las consecuencias de sus injusticias es apelar con lágrimas y capciosas llamadas a los afectos para hacer callar o paralizar las palabras y actos del que con justicia cumple su misión que no es del agrado de los imperfectos.
¡La trampa de los afectos! Se me tentaba a que no fuese el Cristo poniéndome por delante las preocupaciones de mi Madre y mi deber de serle hijo según la carne. Es bien conocida mi respuesta: "Mi Madre y mis hermanos son los que hacen la Voluntad de Dios". Por cima de mi Madre estaba para Mí esta Voluntad. Para todos los verdaderos hijos de Dios debe de estar también sobre toda otra cosa esta Voluntad, ya sea dulce o amarga como el cáliz del Getsemaní y la esponja empapada en hiel de la Cruz.
También a ti querrían hacerte callar o que retrocedieses del camino emprendido poniéndote por delante el amor y las fatigas soportadas por ti y por la Obra. No, no son amor ni tampoco fatigas soportadas por tu amor. El amor es respeto y condescendencia, es deseo de no causar daño o dolor a quien se ama. Tú les amas, tú que, por más que te hayan afligido de mil modos con sus actos, les quieres salvar, hacer que no sufran, defendiéndoles cual si fuesen hijos... ¡Oh pobrecita que aún no has llegado a conocer el abismo de su corazón! Manifiestan que te aman y aseguran recordarte su amor, mas eso lo hacen para detener tus acciones y palabras que podrían ser para ellos causa de castigo, mordaza y cadena que ahogaran sus palabras y paralizaran sus nuevas acciones.
Nada te impresione ni por nada te prestes a compromisos que más tarde no te harían feliz. No te complazcan sus lágrimas ni sus protestas de afecto más o menos sinceras, como tampoco te detengan su llanto ni sus protestas de obrar según justicia. En manera alguna te ha de detener igualmente el temor ilógico de faltar a la caridad cuando se hayan agotado en vano toda paciencia y persuasión posibles.
Esto es lo que enseñé: "Si tu hermano pecó contra ti, vete a corregirle a solas. Si te escucha habrás ganado a tu hermano. Si no te escucha, lleva testigos a fin de que por su boca quede todo bien fijado. Si no cede ni se arrepiente, hazlo saber a la Iglesia. Y si ni aún así cede ni escucha a la Iglesia, tenlo por gentil y publicano".
Aquí tienes por qué, desde hace años, te elegí valedores. Y ahora te digo que entren ellos en acción activa estando presentes e, incluso, hablando por ti, porque aquellos que, abusando de tu paciencia, de tu educación y respeto hacia el vestido sacerdotal, se sienten a disgusto con otros que no son tú...
No es faltar a la caridad ser justos con los culpables y obrar en todo con justicia.
No es faltar a la caridad ser justos con los culpables y obrar en todo con justicia. ¿Falté acaso a la caridad con mi Madre ejercitando la heroica justicia de hacer en todo la Voluntad de mi Padre? En manera alguna, antes, al obrar así, de Inmaculada la hice Corredentora. La coroné con esta segunda gloriosa guirnalda que, de otra suerte, no la habría tenido. Ni Ella se negó a ceñírsela por más que fuese guirnalda de inenarrable dolor. Míranos. Yo, el Hijo que no reniega de su Madre amantísima, pero a la que le antepone la Voluntad de Dios, ya que esa voluntad debe de estar por encima de los amores, quereres y derechos humanos aún los más santos. Mírale ahora a Ella: la Madre que no le impide a su Hijo que cumpla la Voluntad de Aquel por quien se vistió de carne. Viste tu corazón con nuestro heroísmo y obra con caridad verdadera.
Desconectadas de la justicia, la paciencia y la misma caridad degeneran en necedad. Yo, el Paciente perfecto, tan pronto veía que se llegaba al límite tras el que la paciencia y la caridad se convertían en complicidad e injusticia, me separaba de los culpables tras dirigirles severas palabras. No hay amor, por grande que sea, que pueda consentir el delito en el amado. Tenlo presente: Se actúa y después se ruega por la redención de los culpables. Pero, se actúa, y esto, siempre. Porque, de no hacerlo, se daría a entender que se admite la complicidad con ellos.
Y, una vez superadas las premisas, tanto lejanas como próximas de nuestra pasión y, conocido el rostro, sobre todo el espíritu, de nuestros enemigos, antes de sumergirnos en la verdadera Pasión propiamente dicha, parémonos a contemplar a nuestros escasos amigos.
Pocos fueron los que Yo tuve y, de estos pocos, poquísimos entre los sacerdotes y doctores, si bien esos poquísimos fueron buenos. De entre los poquísimos te presento aquí a Jairo, José y Nicodemus, y muy pocos más entre los que se encuentra el buen Escriba. Y, puesto que soy justo, coloco entre éstos al gran Gamaliel por más que pueda parecerles extraño a los superficiales. Su real justicia hízole mostrarse contrario a mi condena, acto importante y grave a la vez en aquella ocasión y ante aquel Consejo. Acto que Yo recordé en mi Corazón angustiado por tanto odio, traición y culpa de todo un pueblo, de mi Pueblo amaestrado por Mí, colmado de milagros y amado: de mis seguidores y, más que seguidores, de mis elegidos, a la sazón dispersos por hallarse preso el Pastor... ¡Todos contra Mí menos unos pocos! ¡Mi pueblo! ¡Mi Jerusalén! Yo recordé el gesto de Gamaliel, el rabino más grande de Israel, hebreo hasta la médula más profunda de sus huesos, aferrado a las tradiciones, o mejor, encerrado en el reducto jaspeado inatacable de la antigua doctrina; pero siempre justo.
Mientras me vi libre y fuerte no fue para Mí amigo ni enemigo. Estaba esperando la señal para creer que Yo fuese el Mesías. Mas cuando me vio cubierto con vestidura injusta de malhechor, a pesar de no creerme todavía el Cristo, salió de su reserva para hacer que los jueces, ebrios de odio, tornasen a la legalidad. De haber sabido hacer justa su firme creencia en las luminosas palabras de un Niño sapiente en una Pascua lejana, habría estado en el Gólgota junto con José y Nicodemus. Mas su creer hallábase por demás mediatizado impidiéndole por tanto apreciar la verdad.
También tú tienes algunos que, con la rigidez de su fe, se crean obstáculos para apreciar la verdad sobre ti y sobre la Obra. Al igual de Gamaliel, están esperando una señal. Ponlos no obstante siempre en el grupo de los amigos por más que no parezcan tales al detenerles un exceso de justicia en el reconocimiento de la verdad y ruega para que una celestial sacudida de terremoto rasgue también para ellos el tripe velo tendido sobre el santo de los santos de su espíritu justo y aprisionado y vea así la verdad de esta Obra y la tuya de portavoz mía, y de este modo no resulte baldía nuestra fatiga: la mía de Dictante y la tuya de escribiente.
Y ahora, he aquí a los amigos laicos
Y ahora, he aquí a los amigos laicos, más numerosos bien que, en apariencia, menos santos, precisamente por ser laicos y de regiones consideradas como "anatema" por los "santos" de Israel.
Lázaro, el amigo de todas las horas y vicisitudes, y sus hermanas. Los habitantes de las regiones de la costa, de los montes y del lago; los de Samaria, mejores en la mayor parte de los casos que mis propios conciudadanos; los de Efraín, hospitalarios del Perseguido en el que creyeron sin exigir señal alguna para creer.
También tú encontraste entre los laicos quien supo creer sin exigir una señal, ésa que piden sin mala intención, aunque por exceso de prudencia, otros que no son laicos. Mas a éstos, si saben ver, se les dio la señal que es para los que, de entre éstos, tanto mal te hacen al no ser justos.
Y la señal es ésta: tu obsequio a la Iglesia, prueba inequívoca de que Yo soy tu Maestro
Y la señal es ésta: tu obsequio a la Iglesia, prueba inequívoca de que Yo soy tu Maestro, ya que si el que te instruyó hubiera sido un espíritu engañoso, muy diferentes hubieran sido tus acciones de ahora porque, en verdad, las Tinieblas no pueden enseñar la aceptación de la Luz ni el demonio sería ya tal si a las almas las instruyese para el Bien.
Y esta otra: el cumplimiento de mis lejanas palabras que hasta para ti resultaban tan incomprensibles que te parecían imposibles las cosas dichas. Mas eran verdad como con amargura lo comprobaste. Sólo Dios predice la verdad. Satanás, en cambio, siempre la mentira. El engaña para arruinar. Dios, por el contrario, no engaña sino que instruye a sus amados para que se preparen a soportar la amargura de la desilusión y sepan regularse.
Y ésta también: tu saber conciliar caridad y justicia, no odiando antes perdonando sin ceder por otra parte ante la avalancha de insultos y acusaciones dentro del turbión de astucias que te llegan y rodean por todas partes.
Y ésta última: el haber tú sabido resistir a todas las tentaciones. ¡Oh!, la triple tentación de nuevo presentada y esta vez, no por Satanás sino por los hombres, por aquellos que querrían llamarte satanás cuando son ellos sus siervos, porque te tientan y porque son rebeldes, ávidos, soberbios y mendaces. La triple tentación presentada tanto al final como al principio y siempre para hacerte decaer del amor a Dios y del juicio de los hombres. Y tan locos les hace ser la ley que les domina, ley que no es de hombre espiritual, que no comprenden que el decaer tuyo sería el "fin" de todos sus sueños de lucro, de honor y de presunción, sueño que habrían querido verlo realizado en ti para llegar ellos a la realidad del suyo. Lucro-gloria-presunción de someter a Dios y a la Iglesia a sus quereres, parecidos al pan que, tras el ayuno, se ofreció a mi fuerte hambre, parecidos a los reinos que me ofreció el seductor eterno y parecidos al pensamiento de que el Padre debería salvar al Hijo imprudente que, por presunción, se hubiese arrojado desde le pináculo más alto del Templo.
Nunca, María, jamás, jamás jamás presumas. Dios es Padre próvido, pero no secunda las necedades y presunciones. Dios te ama sobre manera; mas esto no debe inducirte a presumir de poder intentarlo todo. Dios te ayuda y siempre te ayudará; mas a condición de que sigas siendo para Él hija y súbdita amorosamente fiel.
Si el día de mañana tú, arrastrada por el orgullo de sentirte tan amada, alzases la frente contra tu Dios, te acaecería lo que a Lucifer, Adán y Judas y, al tener tras la frente fulminada pensamientos desprovistos de gracia, ya no irías por caminos iluminados por la caridad, la verdad y la justicia sino por senderos oscuros, colmados de voces y hedores de carne y sangre y de voces y hedores de Satanás, perpetuo insidiador del hombre que, si no ejerce vigilancia continua, acaba de ser su presa, más tarde un muerto a la gracia y, por último, con toda seguridad, un habitante del reino que no es el Cielo.
Y con esta reiterada triple tentación tú has tenido y tienes tu más dolorosa
hora de Getsemaní y, si no tus miembros, si tu corazón ha sudado sangre
Y con esta reiterada triple tentación tú has tenido y tienes tu más dolorosa hora de Getsemaní y, si no tus miembros, si tu corazón ha sudado sangre. Porque el Getsemaní es esto: la lucha que el yo sostiene entre la voluntad propuesta por Dios y la propuesta por Satanás, por los hombres o por la parte inferior del mismo yo, los cuales tres últimos impelen al hombre a preferir el amor carnal y la avidez de gozar y de proporcionar placeres al propio ser en lugar de preferir las cosas que prestan gozo sobrenatural e imperecedero, el cual no se conquista secundando al yo carnal y las voces del mundo y de Satanás sino con una vida de sacrificio y de virtud, pues virtud y sacrificio van siempre unidos y se encuentran en donde está la obediencia a la voluntad de Dios, cualquiera que ésta sea.
Esta lucha entablada entre la Voluntad divina y la voluntad de la parte inferior, nos prensa como racimos en el lagar, nos tritura como olivas en el trujal y nos muele como granos entre las piedras del molino. Mas, como la uva se perpetúa al convertirse en vino, la oliva en aceite y el grano reporta utilidad al hacerse harina, mientras que de nada servirían la oliva, la uva y el grano que perecieran al ser presas del moho o de la polilla, así también, con el sacrificio y mediante el sacrificio, el hombre alcanza a ser ciudadano del Reino eterno tras haber sido útil con su ejemplo heroico para sus hermanos.
Resulta dolorosa la inmolación contínua por un fin sobrenatural. Lo sé y lo experimenté en una medida que sólo Yo llegué a alcanzar antes que tú. Y a hacerla más dolorosa contribuye la inercia opaca de los hombres que, en lugar de sostenernos con su amistad en las horas de lucha más encarnizada, duermen, nos abandonan o –pena dentro de la pena y tortura en la misma tortura– nos traicionan tras haber saciado su hambre con nosotros, con nuestras plegarias, con nuestro amor y, en correspondencia a nuestra caridad, nos propinan la ingrata mordida de la serpiente que se venga de quien no la acogió y la calentó en su corazón impidiéndole dañar sí, mas también morir y, en nuestro caso, morir en el espíritu...
¡Oh! que el más grande amor, cuando se da pensando en el precepto santísimo del doble amor a quien no se abre al amor, se cambia en odio que hiere al que lo da. ¡Oh!, que la fidelidad a Dios vuelve infieles a nuestros amigos transformándolos en verdugos nuestros. Mas soporta, que todo sirve para hacer que esté más adornada la vestidura nupcial. Todo: las tentaciones sufridas y no consentidas, las calumnias padecidas, las traiciones atroces, las venganzas de los defraudados. Todo.
¡Oh María!, mi violeta a la que querían arrancar de mi tierra para tirarla a un sendero por el que no transita tu Jesús y que, para vengarse de tu haber estado tan arraigada a mi Piedra (a la Iglesia), han cubierto con los esputos de sus calumnias y prensado bajo sus pies lisiados, esperando que después de eso ya no pudieras florecer. Mira, violeta mía, qué es lo que han conseguido con todo ello: hacerte más bella y más rica en flores.
Tu planta se ha nutrido con este sufrimiento y con esta fidelidad; tu llanto ha emperlado sus tallos; la sangre de tu corazón, herido por tanta traición, ha nutrido sus raíces y el calor de tu caridad con amigos y enemigos, con mi Cuerpo Místico y con tu Dios, ha hecho que se abran los capullos. Te encuentras toda florida y en la paz de las criaturas que siguieron el camino de la justicia siendo por ello perseguidas. en esta tu gozosa paz te diriges hacia el Reino que es ya tuyo y cuyo Sol te da el beso de su Caridad.
Pero volvamos a los amigos laicos que no reclaman señal alguna para creerte,
como tampoco me la reclamaron a Mí ...
Pero volvamos a los amigos laicos que no reclaman señal alguna para creerte, como tampoco me la reclamaron a Mí, a los verdaderos amigos de entre los laicos. Entre éstos, que no son del Templo ni de Jerusalén sino justos esparcidos por doquier o ganosos de justicia –y, en verdad, Yo los encontré más numerosos en Samaria y en Siro-Fenicia y entre los romanos que no entre los judíos– tú encuentras lo que Yo encontré: respeto, sinceridad en el amor o en la falta de amor que no llega a transformarse en odio, deseo de nutrirse de la Palabra para recibir de ella luz y convertirse al Señor; corderos descarriados que tornan al Pastor, lobos que se hacen corderos; ciegos que vuelven a ver la Luz perdida y lámparas apagadas que llamean con más fuerza al iluminar. Estos son los amigos laicos para tu consuelo.
Y piensa tu mente: "¿Por qué entonces no confiarme a ellos? ¿Por qué hacerme probar estas últimas dolorosas experiencias?"
Escucha: hubo almas que, más de una vez, desconfiaron de Mí diciendo en su corazón: "¿Dios quiere esto y amenaza con penas si no se hace lo que Él pide? Pues bien, yo hago lo que me da la gana. No creo, no creo" y se burlaron de Dios.
Otras almas dijeron: "Este hecho extraordinario que ha llegado a mis manos me proporcionará lustre" y se ensoberbecieron.
Otras, asimismo, a las que Yo con este medio traté de curarlas de su racionalismo que esteriliza en su espíritu las virtudes infusas, los dones paráclitos y la gracia de estado tan excelsa, hicieron de mis luces objeto de análisis escrutándolas, no a la luz de las llamas de la caridad sino con el mortecino y frío rayo de su ciencia humana y con su racionalismo y su ciencia levantaron un baluarte ante mi Sabiduría que quería introducirse en ellos para vivificarles, y el medio salutífero lo transformaron en mal... Mas no podrán reprocharme el no haber intentado todo para su bien...
Como hice con Judas (y otros más, infieles a Mí) por espacio de tres años menos pocos meses, traté de reconducirlos a la justicia y, sobre todo, a la caridad, a fin de perdonarles sus antiguas y repetidas presunciones a unos, sus necias soberbias a otros y sus rebeldías a otros más, porque rebeldía mucho más grave es ésta de no querer aceptar los consejos del Verbo porque, al analizarlos con la lente opaca de su racionalismo, los encontraron improcedentes e indignos de tenerlos en cuenta, lo mismo que posteriormente hicieron con otros consejos y órdenes que deberían aceptar para no escandalizar a los pequeños de la grey. Tanta rebeldía les llevó a faltar gravemente en cuatro de los diez mandamientos de Dios, a faltar con la Iglesia y con la Regla, a faltar con la doble caridad: hacía Mí llamándome "Satanás que te instiga" y hacia ti al tratarte de "ensatanada": Yo porque denuncio sus malas acciones y tú porque no te pliegas a lo que ellos quieren.
Es la suerte que corren cuantos dejaron las vías del Señor,...
Sabía que mi misericordia no había de dar fruto. El terreno se hallaba embarazado con demasiadas cosas para que mi bondad pudiese actuar santificándolos. Mas, como tuve piedad hasta el último extremo con Judas, la tuve igualmente con ellos para que no dijesen: "Si Dios nos hubiese ayudado...". Inútil resulta la ayuda de Dios si el hombre no la admite. Y esta ayuda mía a ellos ¿valió para algo? Para nada, porque no la admitieron sino que, al contrario, su alma, en vez de salir de sí misma para unirse y transformarse en mí que tan poderosamente les ayudaba, se fue cerrando y abismando cada vez más separándose de Mí. A medida que mi paciente bondad iba manifestándose con ellos, iban, a su vez, haciéndose más hombres y menos cristos.
¿Podía impedirlo? Yo dejo al hombre en libertad de obrar estando pronto a ayudarle si torna al bien. Les dejé, por tanto, libres para obrar. Y para impedir que sus acusaciones y las de toda la Orden contra ti –tratándote de voluble, insincera, demente, explotadora, impulsiva y otras más– tuvieran la mínima parte de verdad, juzgué necesario dejarles caer hasta el fondo. De este modo se ha separado el oro del oropel, haciéndose nítida la verdad en lo tocante a ti y a ellos. Y nadie que sea honrado podrá creer que tú les hayas traicionado a ellos y a su Orden por estar, como dicen, enferma de mente, de moral y de espíritu sino que dirán que tuviste que obrar así para defender a Dios, a la Iglesia, a tu alma y a la Obra con ella ahora que su caída en un abismo, que para cualquiera sería ilícito por las acciones que han llevado a cabo, ha dado la medida exacta de su moral.
Verdaderamente que la bajeza a la que han llegado supera toda bajeza humana alcanzando a ser bajeza extrahumana, puesto que si lo que ellos han hecho es deshonroso para todo hombre, al realizarlo ellos viene a ser en verdad más que deshonroso, sacrílego, tanto por el autor como por la materia.
Y ¿qué dije el 21 de noviembre (1948)? "Les serán quitados saca y bordón. Dejarán Jerusalén por Efraín". El aviso era claro y debieran haberlo entendido de haberse examinado con humildad. Mas, para sus oídos, movidos tan sólo por cosas humanas, esas palabras admonitorias únicamente sirvieron de estímulo para acelerar sus acciones nada buenas. Y ¿cómo entendieron las otras para después de una inderogable sentencia de la Iglesia? Como un utilitario pretexto con el que llevar a cabo su designio revelador de que nunca entendieron la verdadera naturaleza de la Obra. Y tanto les enloqueció esta avidez de llevarte convencida a sus designios, sin compasión alguna por la herida que te inferían, que juraron ser condena para ti y para la Obra lo que en manera alguna lo era.
Tú, desorientada por mi lenguaje y el de ellos, miraste a tu Maestro y acogiste su Palabra por más que ésta resultara todavía incomprensible a tu espíritu transido de dolor y de estupor. Ciega casi tu mente por el dolor y por sus penetrantes palabras, pero mantenido vidente y confiado tu espíritu por la caridad, no erraste al seguir al Amigo verdadero que ahora sabes a dónde te conducía: al conocimiento más amargo y a la prueba más dura, si bien ambas necesarias.
Quedaste casi ciega hasta el punto de ver tan sólo el resplandor intenso de lo Verdadero, sin poderlo descifrar, pero lo suficiente para mantenerte en el camino justo durante tu temporal ceguera. Ellos, los voluntariamente ciegos, ciegos totales hasta el extremo de tener ciego incluso su pensamiento, llegando a dar por bueno lo que no lo es y a rechazar como enemigas mi caridad y la tuya que querían hacerles volver a la Luz. Mis palabras y las tuyas, eco de las mías, tu cada vez más inquebrantable resistencia, las palabras de otros, todo en fin cuanto debía ser luz y orden dentro de sus tinieblas y de su caos, vinieron a hacerse una escama espesa que aumentó las tinieblas y el desorden inherente al caos hasta llevarlos a las últimas acciones desordenadísimas contra la ley divina y humana y contra el amor sobrenatural e incluso humano.
Es la suerte que corren cuantos dejaron las vías del Señor, que llegan hasta la simonía de Simón Mago (Hechos 8, 9-24), siendo ambas merecedoras de las respuestas de Pedro. Mas ellos no saben expresar con sinceridad de pensamiento la de Simón Mago a Pedro sino que, por el contrario, se proclaman autores de milagros.
Un solo milagro es el que Dios hizo para ellos: el de haber sacado su bien oculta podredumbre fuera del sepulcro blanqueado en el que estaba encerrada para matarte a ti y a la Obra; haberla sacado fuera, poniendo al descubierto las escondidas y venenosas llagas de modo que fuesen así conocidas para que ninguno, y tú menos que nadie, cayese en error y lo estuviese en él acerca de ellos. Son "muertos" que no quieren resucitar. Son muertos que hasta de su muerte pretenden que salgan maleficios. Por eso velo Yo a la entrada de su sepulcro para impedir que vengan otros más a dañarte.
¿Comprendes ahora por qué velo Yo desde hace tanto tiempo en el umbral de aquella oscura entrada de un sepulcro que todavía no está sellado porque Yo-Vida y Misericordia dejo que aún siga abierta su puerta para que vengan a la Vida y reclamen mi Misericordia...? ¿Comprendes ahora por qué Yo velo allá, en las cercanías del Moria y en aquella penumbra de crepúsculo que tú temes sea "noche que desciende" al tiempo que Yo te recuerdo que también es penumbra crepuscular la hora que precede al alba purísima que surge? (El 30 de marzo de 1949).
Toda figuración sobrenatural encierra valor de palabra. Así mi correr a tu encuentro para que tú no fueses atraída traidoramente a aquel sepulcro; también mi cándida vestidura para que, asimismo, tú me vieses bien en aquel crepúsculo, siempre como un faro, tu faro durante la tempestad; y mi velar a los umbrales de la trampa a ti tendida, trampa que no se daba en Samaría ni entre los laicos de Jerusalén (los buenos cristianos) sino en las proximidades del Moria, la montaña del Templo (lee: entre el clero que es ya templo, aunque no del gran Templo: las supremas Jerarquías de la Iglesia). Tampoco allí son todos perfectos. Sólo Dios es perfectísimo. Mas ninguno de ellos ha llegado contigo a las acciones de que son culpables los causantes de mi dolor actual y el tuyo.
Y habíales advertido que ésta era la última prueba diciéndoles que después proveería, ya que permitir más imprudencias implicaría imprudencia por parte de Dios hacia tu alma, o sea, una acción divina imposible puesto que Dios jamás es imprudente.
Así pues, conoces ahora a todos los amigos y enemigos anteriores a la gran Pasión.
Así pues, conoces ahora a todos los amigos y enemigos anteriores a la gran Pasión.
Penetremos en la verdadera y gran Pasión, la que viene tras el sudor de sangre en el Getsemaní y viene para que, aun después de haber intuido lo que nos ha de costar seguir siendo fieles a la voluntad de Dios, al amor y a la justicia, continuemos siéndolo.
He aquí la llegada de Judas que llama "amigo" a su víctima. Para ti ha habido, no un Judas sino más para que resultase perfecta la traición, acción astuta y completa con la intervención de una mente que la organiza, una mano que la prepara y vestimenta con que aparecer, segura de no infundir sospecha alguna de emboscada, ya que esa vestidura debería estar siempre limpia de infamia. Debería.
Lloro, María. Lloro porque, de los pecados de los hombres, lo soporto todo puesto que ahora y siempre se encuentran débiles frente a la fortísima Serpiente. Mas las culpas de los Sacerdotes me desgarran. Son el fango lanzado a la Cabeza de mi Esposa mística y, por tanto, sobre mi cabeza, ya que Yo soy su Cabeza. Y si el fango no debería caer sobre el vestido de mi Esposa, muchísimo menos aún debiera hacerlo sobre la corona del esposo. Mas las culpas de los Sacerdotes son pelladas de fango, guantadas y esputos lanzados contra el Pontífice eterno, contra Aquel que llama a su santo servicio a tantos que después vuelven la cabeza atrás, alzan contra Mí su calcañal y traicionan su misión y a su Señor: Son los Judas de todos los siglos.
Sí, las culpas de los Sacerdotes, causa de infinitas culpas en los laicos y de infinitas ruinas de almas, carcomas que atacan peligrosamente a tantas cosas santas y, en especial, a las tres más santas –la Iglesia, la religión y la caridad– me desgarran el Corazón. Porque los Sacerdotes gozan de continuas y especiales ayudas, además de la gracia de estado, para ser santos y eso, muchas veces, no lo aprecian ni hacen fructificar; y otras veces hasta se sirven de su vestidura para causar daño y algunas, por último, pisotean los dones y deberes sacerdotales hasta llegar al delito, porque delito es toda acción inmoral contra la Iglesia, la religión y las almas. Y las culpas de la mala voluntad y de la mente rebelde son todavía más graves que las imprevistas y tal vez únicas culpas de la carne...
¡Oh!, consuélame, que eres María y es misión de las Marías consolarme de las culpas de los predilectos y de los elegidos para el servicio de Dios que no me aman, que no me aman, no, con todas sus fuerzas, con el corazón, con el alma y con la mente, como es deber de todos aquellos que creen en el verdadero Dios y, en especial, de aquellos a quienes más di haciéndoles mis ministros; mas, por el contrario, se aman a sí mismos, al dinero y los honores. ¡Como Judas, como Judas! son sus perpetuadores.
He aquí a Cristo preso, maniatado, abandonado de los amigos, insultado,
maltratado por los enemigos, siendo arrastrado ante los jueces
He aquí a Cristo preso, maniatado, abandonado de los amigos, insultado, maltratado por los enemigos, siendo arrastrado ante los jueces. No. No ante los jueces sino ante los verdugos porque Juez es aquel que lleva con serenidad un proceso, escucha al acusado, interroga a los testigos de ambas partes y dicta por fin justa sentencia que, en mi caso, tenía que ser absolutoria por ser Yo inocente de las culpas que me achacaban. Mas aquellos jueces habían ya precisamente decidido mi muerte. Por lo que no eran jueces sino verdugos.
Igual hicieron contigo, pequeño cristo. Unos te ligaron, otros te abandonaron y otros más te insultaron. Con falsa vestidura te presentaron a los jueces y allí testimoniaron en falso contra ti. Te cubrieron el rostro para que no vieses la Luz ni sus caras serpentinas. Te abofetearon al llamarte demonio, demente y amoral, cuando tú decías: "Siempre hablé con sinceridad. Interrogad a aquellos a quienes hablé y comprobaréis que yo no soy embustero, loca, amoral ni satanás".
Sobre todo trataron de esclavizarte y aprisionarte con sus cadenas, esto es, con sus argumentaciones, insinuaciones, amenazas o halagos... Todo inútil, pues es juego que dura desde hace tanto tiempo que tú ya no te cuidas de él. Pero ¿te acuerdas, María, de la mártir Inés? Tú la viste. Las cadenas que colocaron en sus muñecas cayeron a sus pies dejándola en libertad. Y, como a ella, a otras tantas mártires jovencitas que no huyeron del martirio tan sólo porque la más fuerte cadena que al mismo les acercaba era el amor por su Jesús. También las cadenas que ellos intentaron colocarte para llevarte a donde querían, cayeron a tus pies y tú de ellas hiciste pedestal para alzarte más todavía con tu libre buena voluntad hacia la caridad y la justicia. Vano fue por tanto el que te encadenaran a traición.
Mas, por retorsión justa de Dios, las cadenas que prepararon para ti son ahora cadenas para ellos. Y los insultos y acusaciones que te lanzaron han vuelto rebotados contra ellos tras haber esculpido en ti más viva la efigie de tu Maestro-Mártir y habiendo descubierto en ellos otra efigie rompiendo el blanco enyesado de su sepulcro.
No. Nada en ti de demonio, loca, embustera ni enferma. Algunos podían creerlo antes. Ahora ya no. Muchos desconocían tu verdadera imagen de pequeño cristo. Ahora, lo que ha sucedido ha sido que el granizo de sus acciones ha rasgado los velos que te ocultaban y muchos que ayer te ignoraban conocen hoy tu verdadera naturaleza.
Yo aparecí en mi eterna imagen de Jesús resucitado después de los padecimientos y así se desvaneció toda duda sobre mi Naturaleza divina después de resucitar de la muerte. Mas para ti he querido que el conocimiento se anticipase a fin de rehabilitar la verdad que ellos habían alterado y para que se restableciera la verdad sobre la Obra que tan sólo puede creerse venida de Mí si se te conoce en tu verdad.
Los falsos jueces y auténticos verdugos me arrastraron después ante Pilatos
Los falsos jueces y auténticos verdugos me arrastraron después ante Pilatos para que él, y no ellos, se manchase con mi Sangre inocente. Inútil ardid farisaico, ya que mi Sangre, si bien hecha verter por un romano, cayó sobre los hebreos hasta el punto de que Roma fue y es la Sede de Pedro y el corazón del mundo cristiano, mientras que Jerusalén, desde hace 20 siglos, no es –no, ni aún ahora lo es– capital del Pueblo asesino de su Dios.
Y Pilatos, en otro vano intento, hizo que se me condujese ante Herodes para que me condenara. Hallábanse enemistados, mas para pelotearse las responsabilidad del delito se hicieron amigos. También a ti hace tiempo que, junto con la Obra, te vienen llevando de Pilatos a Herodes y de Herodes a Pilatos y, si antes eran enemigos, se hacen amigos, salvo que después tornen a ser enemigos si Herodes no logra dar satisfacción a los Pilatos.
Y Pilatos se rebaja a comprometerse entre su justicia y la injusticia de un Pueblo haciéndome flagelar. Después consiente que me coronen de espinas y, en vestidura de escarnio, me presenta a la multitud. También a ti te dejaron flagelar, o mejor, te flagelaron ellos directamente y de su mano te coronaron de espinas y te presentaron con vestidura de escarnio... No es hora ésta de que Yo te desvele el porqué de este obrar inconcebible. Un día lo sabrás...
Mis enemigos tergiversaron la verdad para inducir a Pilatos a que me condenase. Los tuyos –y aquí se da una diferencia en el paralelo– te alteraron la verdad acerca de tus Pilatos y tus Herodes, ante los que sus acciones te arrastraron a fin de inducirte a sentir disgusto y desprecio por ellos. Mas ahora sabes quiénes son tus verdaderos Pilatos y tus verdaderos Herodes.
A mí me hicieron preguntas y me propusieron cuestiones para forzarme a mentir o vituperar la verdad esperando con ello reducir el dolor y me pidieron prodigios asegurando que con ellos encontraría favor. A ti también te propusieron preguntas y cuestiones para hacerte caer en error, mentir o buscar un duelo menor, y de una condescendencia mía hicieron arma con la que probar que eres simuladora por naturaleza o por enfermedad. Desde hace meses te han venido mintiendo constantemente... ¿Para qué? Permíteme que no te diga la horrenda verdad. Empero si tú la buscas recapacitando sobre todo, la encontrarás por ti misma.
¿Por qué lo permití? Porque sólo a este precio, para ti tan doloroso, era posible conseguir la prueba sobre su alma y sobre la verdad de sus designios. Recuerda que tú misma dudaste de Mí y de que fuese Yo quien te decía aquellas cosas amargas. Así era de firme tu confianza en ellos.
¿Recuerdas, María, mis primeros decretos?
¿Recuerdas, María, mis primeros decretos? "Tan sólo cuando mi portavoz se encuentre a salvo de la perversidad, de la curiosidad y de todo peligro con su cuerpo en la tumba y su alma en Dios, se sabrá su fatiga". Era para ahorrarte tanto dolor. Yo lo sabía. El mal obrar de los hombres me forzó a dar otras órdenes para evitar cosas aún más dolorosas a tu espíritu. La obstinada mala voluntad de aquellos hombres, siempre de aquellos, hizo que resultara "dolor" lo que para ti debía ser paz.
Escucha ahora.
Imítame en el callar y en el hablar como lo hice Yo en los momentos decisivos de mi vida humana. Yo callé o dije la verdad según que el examinador lo merecía o era justo hablar o callar para servir y glorificar al Señor. Sigue, alma mía, mi ejemplo. Calla con quienes resulta inútil toda palabra. Te lo ordené hace más de dos años. Habla con aquellos que está bien que conozcan la verdad y habla sin acritud antes con dulzura que conquista los corazones. Pero habla.
Este es asimismo un antiguo mandato que te reitero: "Calla cuando no te pregunten por ti, por el don extraordinario, por la Obra y por el Autor de la misma. Mas si los que te formulan esas preguntas merecen que se les conteste, habla exponiéndoles la verdad para glorificar al Señor".
Así lo hice Yo ante Caifás y el Sanedrín, ante Pilatos y Herodes cuando, cada uno por su cuenta, me preguntó quién era: uno para condenarme, otro para salvarme y el tercero para mofarse de Mí. Podía callar excusándome mientras estaba de por medio la criatura natural: Yo, el Hombre. Mas no lo podía hacer si se trataba del Mesías, de su eterno divino Padre, de mi misión y de la voluntad de Dios. No hay que callar, por más que el hablar sea causa de mayor martirio y de muerte, cuando hay que defender la verdad y glorificar al Señor.
Y, una vez que hayas hablado para defender la verdad, impedir el abuso y glorificar al Señor, soporta y calla; soporta y habla tan sólo para implorar perdón para los culpables, convertir a quien pecó y confiar nuestra criatura al que es digno de tutelarla. Nuestra criatura, María, esto es, la Obra de la que Yo Soy el Autor y tú la que formaste su cuerpo con tanto sufrimiento y a la que velaste con un amor heroico y a la que aún velas ahora más que al principio.
Calla delante de los Judas que no se arrepienten de sus actos; delante de los Herodes, saturados de sensualidad espiritual, la peor de todas, que se han acercado a ti, te han incensado e interrogado como a un oráculo esperando poder suscitar en ti la soberbia y llevarte a obrar falsos prodigios o a simularlos para después burlarse de ti y acusarte, o también esperando simplemente ver prodigios que les agradarían grandemente porque, anormales como son en gustar de lo extranatural, les agradan los prodigios extranaturales, o sea, con tintes diabólicos, más que la fe pura y simple que sabe creer y cree sin necesidad de ver lo extraordinario para creer.
Con palabra moderna y científica te quieren llamar: psicópata
Con palabra moderna y científica te quieren llamar: psicópata. Mas ¿qué son ellos entonces, más propensos a creer obras "científicas", esto es, mediúmnicas, que no ésta tan claramente sobrenatural? ¿No saben que, generalmente, cada uno juzga según lo que él mismo es?
Lo psicopático –Yo diría lunático, como se le denominaba antiguamente– terreno espléndido para las invasiones de Satanás, se halla casi siempre íntimamente ligado con lo diabólico, teniendo de lo diabólico estos signos seguros: propensión a la mentira, a la soberbia, a la desobediencia y a la sensualidad. ¿Se dan en ti estos elementos? No, sino que, por el contrario, eres rabiosamente sincera y ni el don extraordinario de la Obra ni otros muchos dones míos, que sólo poquísimos conocen, te han hecho soberbia; eres obediente hasta el punto de sufrir martirio por esto; no tienes ni la sensualidad del espíritu puesto que tu religión es simple y fuerte y nada ávida de emociones anormales que no son misticismo sino cosa bien distinta...
Tu naturaleza, que parece impulsiva y fogosa –que parece, digo– sabe dominarse, cuando quien te juzga no se doma por mucho menos. Y, en verdad, que hasta en esto me eres semejante. Debieran todos recordar mi santa ira contra los mercaderes de todo género establecidos en el Templo y mis impetuosas palabras contra los escribas y fariseos... ¡Cómo te asemejas a Mí, alma mía, en tantas cosas que van de la cruda sinceridad a la obediencia absoluta, a la firmeza y constancia, a tus justas reacciones contra las injusticias y los injustos y a tu perdón que, in contemporizar con los injustos, les perdonas...!
A aquellos que, en su anormalidad, tan sólo han buscado en ti el prodigio extranatural, habría que haberles dicho que se curasen de su codicia espiritual y curasen también su alma antes de querer condenar la tuya y tu mente, ambas tan sanas y queridas del Señor que han sabido amar sin tener que recurrir a lo extraordinario para hacerlo.
¡Lo extraordinario en ti! Lo que ha sido extraordinario es tu amor de toda la vida, cada vez más generoso y fuerte a medida que crecía el dolor, esto es, Cristo en ti, para hacerte continuadora de su inmolación para la salvación del mundo.
Esto es –¡necios!– lo que atrae a Dios: el amor generoso y fuerte de las almas víctimas. Entonces es cuando el Espíritu de Dios, el Amor, desciende, enciende y se manifiesta en el templo preparado para recibirle. De otra suerte, no; Dios no satisface avideces que condena y que el hombre no tiene derecho a pedirle.
Yo soy Dios. Los que quieren ver prodigios para dar satisfacción a su estulticia y a su espíritu corrupto, "los habitantes de la tierra" como les llama el apóstol Juan (Ap 13, 8), se dirijan a la Bestia que les dará cuanto deseen, a no ser que deseen la Verdad. Les dará la mentira para extraviarles y conducirles a la muerte eterna...
Calla o habla, cumpliendo tu pasión, caminando con la cruz que los hombres te han cargado –cruz ésta la más pesada de llevar– gravándote a ti tan sobrecargada ya de cruces proporcionadas por los demás hombres e, incluso, por la cruz que Dios te dio. Mas ésta, dentro de su severidad, va conectada con la paz, porque cuanto viene de Dios es siempre paz por más que sea dolorosa paz. Mientras subes cargada con tu cruz última, calla o habla según con quien te encuentres mientras vas andando. Habla o calla; mas, si hablas, hazlo con palabras de bondad o con palabra firme según con quien te encuentres.
Porta y soporta la cruz. Ofrece y consúmate. En tu camino encontrarás a las almas piadosas: al Cireneo y las María, como Yo los encontré.
Sube y si el excesivo esfuerzo te hace caer, no te desanimes. Antes que tú caí Yo. Porque, como a ti, también a Mi me cargaron la cruz cuando el esfuerzo de soportar al traidor, las insidias de tantos, el sudor sanguíneo exprimido en la lucha entre las dos voluntades, la flagelación y las demás torturas habían hecho languidecer a mi persona. Se cae por debilidad cansancio, no por pecado ni voluntad de pecar. El Padre no condena sino que compadece las caídas motivas por el excesivo dolor...
Sube. En el Calvario estaban la Madre y Juan junto a mi Cruz. Tú me tienes a Mí y a la Madre, o mejor, Ella está entre mi Cruz y la tuya. Porque mi Corazón sufre cual si aún estuviese sobre la cruz por todo cuanto se ha cometido contra Mí, Autor de la Obra, contra ti, mi instrumento, y contra las almas, tantas ellas, privadas de la Palabra que es Vida.
Mas para Mí ya no hay sepulcro, como tampoco para ti hay sepulcro, verdadero sepulcro se entiende. La tumba no es sino el lecho de un sueño que tiene seguro despertar para la carne de los justos que sirvieron siempre al Señor. Y no hay muerte para el espíritu fiel, como tampoco para la Obra hay un eterno sepulcro.
Con esto termina aquí el paralelo.
Ahora es tiempo de paciencia, esa virtud en la que hay tanta caridad, tanta fortaleza, humildad, templanza y otras perlas espirituales. Con esto termina aquí el paralelo.
Desde tu cruz y con tu ejemplo redime a quien pecó contra Dios, contra la Iglesia y contra ti y, empelando únicamente la palabra de tus acciones, predica a Cristo en ti presente, Motor único de todos tus actos ordinarios o extraordinarios.
El dolor y las pruebas actuales acrisolen cada vez más tu humanidad y de ésta, ya consumada, centellée con más claridad, como faz tras un impalpable velo, la Verdad que en ti habita y flamée nuestro amor, causa de todos los dones extraordinarios.
Que flamée la hostia hasta su consunción y así se abra al espíritu amoroso la cárcel que le impide la plena unión con el Espíritu, que es Amor, que desciende sobre ti de continuo en la medida que una criatura viviente lo puede recibir para darte su Paz que es infinita consolación y medicina para los dolores y las heridas que recibes de los hombres y para comunicarte su Vida, su Sabiduría y su Luz.
Queda en paz. El que te habla es en verdad el Rey de los reyes, el Verbo eterno del Padre, Jesucristo, tu Maestro y Señor y no otro.
Permanece firme en tu fe y en el amor cada vez más fuerte que te fortifique más y más en tu fe.
Tú, pequeño Juan, repite con el gran Juan la concisa y perfecta súplica: "Señor Jesús, aumenta en mí tu Amor". ¡Repítela, repítela!
Este mi amor infinito que tantos rechazan tengo necesidad de derramarlo... Para consolarme lo derramo sobre quien me ama. Lo derramo sobre ti, mi crucificada y feliz violeta, María... Juan... como mi Madre y el Apóstol perfecto, María, cordera fiel del verdadero Pastor, pronta y generosa para cualquier sacrificio ofrecido para que las ovejas descarriadas tornen al Aprisco y haya un solo Rebaño bajo un único Pastor y todos aquellos a los que Yo he amado vuelvan a ser "una sola cosa conmigo" lo mismo que Yo y el Padre somos Una sola cosa.
Ruega con mis palabras siempre santas; santísimas, en fin, aquella tarde, en aquella hora, en aquella plegaria en la que Yo, que conocía el próximo abandono de mis amados de entonces y de siempre, pedía para ellos "el reino de los Cielos" (Jn 17). Ruega: "Padre yo quiero que en donde estoy, estén ellos también". Esto es, que tengan el reino de Dios en ellos al tener en ellos el amor e, igualmente, el reino de Dios en sus espíritus tras la vida eternamente.
Reposa ahora que Yo velo..."
444-478
A. M. D. G.