25-5, por la tarde
Sólo Dios, únicamente María y el Cielo nos aman a nosotros
Viene Jesús y me atrae sobre su pecho cubriéndome del todo con su blanco manto. Me sostiene con el brazo izquierdo y pone su mano derecha sobre mi cabeza. Me consuela, me quiere consolar; mas su misma extraordinaria ternura hace brotar el llanto de mis ojos... porque presiento que si Jesús obra así es porque sabe que los hombres... ésos que yo sé, me están preparando nuevas cruces.
¡Siempre así hasta el final! ¡Cada vez más dolor! Sólo Dios, únicamente María y el Cielo nos aman a nosotros, pobres instrumentos suyos. Los demás, en cambio, se atreven a infiltrar hiel y vinagre hasta en las dulzuras que el Cielo nos proporciona.
¿Cómo pueden coexistir juntos en un corazón tanto gozo y tanta pena? Con todo, así es. Parecen dos corrientes encontradas que choquen en un golfo provocando marejadas, estando el alma en medio de ellas, ya levantada o bien hundida, dirigida al cielo o hacia el abismo, pasando de la beatitud al tormento.
Es un martirio que debilita más que una enfermedad y que deberían probar todos para que lo entendiesen, particularmente aquellos que tan severos y más que severos se muestran con nosotros... cuando debieran ayudarnos con su caridad...
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A. M. D. G.