Tarde del 15 de agosto de 1949

 

 

Tú, mi adoradora crucificada, sabes más que Juan el grande;

 y esto:

el perfecto y completo conocimiento nuestro,

como ninguno de los Santos y Doctores lo tuvo,

te lo he querido dar por tu dilatado padecer.

 

 


 

Los evangelistas y apóstoles conocieron tan sólo alguna que otra parte de mi vida e ignoraron, no digo mucha, sino casi toda la vida de mi Madre.  

Tú, mi adoradora crucificada, sabes más que Juan el grande; y esto: el perfecto y completo conocimiento nuestro, como ninguno de los Santos y Doctores lo tuvo, te lo he querido dar por tu dilatado padecer.  

 Repara con tu comprensivo amor el tan menguadamente considerado dolor de María Corredentora.

 


 

Me dice Jesús:

 

Los evangelistas y apóstoles conocieron tan sólo alguna que otra parte de mi vida

e ignoraron, no digo mucha, sino casi toda la vida de mi Madre.

 

"En lo tocante a Mí, únicamente mi Madre lo supo todo, lo mismo de mi tiempo de Hijo en Nazaret que de Maestro, Redentor y Resucitado glorioso. Porque, bien por mi palabra como por disposición divina, María lo sabía todo y era partícipe conmigo de mis fatigas, dolores, alegrías y triunfos. Únicamente María. Los evangelistas y apóstoles conocieron tan sólo alguna que otra parte de mi vida e ignoraron, no digo mucha, sino casi toda la vida de mi Madre.

Mas tú, mi pequeña María, mi pequeño Juan, tú, sólo tú sabes todo lo que se refiere a Mí y a María. Tú has vivido nuestra vida a nuestro lado. Tú has respirado el aire de nuestra casa, de la casa que fue de Joaquín y después de María, de nuestro Nazaret y de toda nuestra Palestina. Tú has percibido el olor del pan sacado del horno por María, de las ropas lavadas por Ella, de su Cuerpo virginal y del mío. Tú has sentido el olor de los bálsamos de la Magdalena, de la podredumbre del resucitado Lázaro, el olor del cordero y del vino de la Cena pascual y el de mi Sangre derramada en al Pasión. Tú has ido numerando nuestras respiraciones, voces, miradas, actos, lecciones y milagros.

 

Tú, mi adoradora crucificada, sabes más que Juan el grande; y esto:

 el perfecto y completo conocimiento nuestro, como ninguno de los Santos y Doctores lo tuvo,

te lo he querido dar por tu dilatado padecer.

 

Tú, mi adoradora crucificada, sabes más que Juan el grande; y esto: el perfecto y completo conocimiento nuestro, como ninguno de los Santos y Doctores lo tuvo, te lo he querido dar por tu dilatado padecer.

Mas urge el tiempo y sólo un amplio conocimiento de Mí puede salvar. A quien todo me lo dio, todo se le ha dado para que muchos, mediante tu sacrificio que todo lo obtuvo de mi amor, alcancen la Vida. Ni los hombres ni el infierno podrán arrancar de tu espíritu el tesoro que Yo te he dado. El te ayudará a vivir y a morir e, incluso, a anticiparte el gozo del Cielo.

Alma mía, cierra los ojos corporales al mundo que te rodea y aflige; pero abre los de tu espíritu y tenlos siempre bien abiertos al mundo que Yo te he mostrado: a mi mundo.

Exulta y goza conmigo: Niño. Admira y escucha a ese Niño ya Maestro y presta atención como discípula al Verbo que habla a las turbas.

Descansa, nuevo Juan, sobre mi Corazón y empurpúrate con mi Sangre.

Llora por el desgarro de mi Madre que, al fin, tras su heroico sufrir sobre el Calvario, prorrumpe en llanto. Tú, tú al menos, comprende su doble desgarro de madre y de la primera y más perfecta de entre los creyentes. No hay quien lo comprenda; tan sólo tú que lo has visto, recuerdas, sientes y ves sus ayes, lágrimas y sollozos.

 

Repara con tu comprensivo amor

el tan menguadamente considerado dolor de María Corredentora.

 

Repara con tu comprensivo amor el tan menguadamente considerado dolor de María Corredentora. Esto es lo que te pido: que repares la superficialidad con la que tantos contemplan la pasión de mi Madre.

Te lo pido hoy, fiesta de la Asunción, día de gozo mariano; pero que, para poseer tal gozo, debéis, María, beber un cáliz amargo como el mío... Antes de llegar a ser la Reina del Cielo fue María un mar de dolor.

Habéis sido lavados con mi Sangre y con el mar del llanto de María y no hay quien piense en ello... Tú, al menos, repara por todos los indiferentes".

486-487

A. M. D. G.