11-9-49
El amor al prójimo. Ámame a Mí en su alma.
En algunos estoy como en un sepulcro
sabes cuándo el hombre practica la caridad con Dios
"Para que puedas amar a todos tus prójimos, contémplame a Mí en cada uno de ellos".
"¡Qué difícil resulta poder verte a Ti en algunos siendo como eres caridad verdadera, fiel, constante, Tú que eres verdad, misericordia, paciencia, templanza, en fin, todas, todas las virtudes"!.
los pecados, han determinado y hasta cancelado, manchado y ofuscado siempre,
anulando tal vez el sello divino en los espíritus humanos.
"Ciertamente, gran parte de tus prójimos, aunque en apariencia cristianos, son la cara opuesta, en todo o en parte, de lo que Yo soy. Mas tú esfuérzate por verme a Mí en cada uno de ellos. Será un acto de fe que podrá provocar en ti un acto de amor hacia quienes, en verdad, no merecen tu amor. Ámame a Mí en su alma. El alma viene de Dios y, por tanto, también de Mi. El alma, por un momento al menos, fue templo del Espíritu de Dios y de ahí que aún sepa algo de Mi. La mala voluntad de la criatura, el desprecio del primer mandamiento y, por ende, de los demás del Decálogo, el vicio que se prefiere a las virtudes, o dicho mejor, los pecados, han determinado y hasta cancelado, manchado y ofuscado siempre, anulando tal vez el sello divino en los espíritus humanos. Mas ese sello lo cancela total e inexorablemente; por lo que, a partir de entonces, Jesús no estará ya eternamente en aquel espíritu".
Y pregunto yo: "Pero, ¿qué hacer para creer que Tú estás en las personas, en algunas personas, cuando se ve que éstas llevan a cabo acciones que Tú condenas, que Tú, Santidad perfectísima como Jesús y Santidad infinita como Verbo, jamás habrías realizado cuando fuiste el Verbo encarnado, habitante entre nosotros?"
Me responde:
"Sabes ciertamente creer que Yo me encuentro bajo las apariencias de un poco de harina reducida a una hostia liviana con todo mi Cuerpo, mi Sangre, mi Alma y mi Divinidad. Pues bien, créeme igualmente oculto bajo la imperfecta materia de muchos.
En algunos estoy como en un sepulcro...
En algunos estoy como en un sepulcro... Me tienen en su interior muerto a la espera de resucitar mediante un movimiento suyo de arrepentimiento y de amor.
En otros me encuentro escondido, al modo del Santísimo Sacramento que está en los templos, pero que no se ve, cubierto como está tras el velo, el oro y la piedra del tabernáculo dentro del metal del copón que, a su vez, también está velado. Con todo, allí estoy, dispuesto a aparecer y a entregarme con sólo que la criatura fiel, junto con el sacerdote, inicie el rito de la comunión con su Jesús, amándole al eliminar todos los obstáculos materiales que me ocultan y me separan del hombre impidiéndome fundirme con él, vivir en él y en el puesto de él para que su vivir sea santo.
Otros me tienen como un sol en estación inestable. Sus nubes, las nubes de su inconstancia hacen que, a intervalos, brille o se oculte el sol. Generalmente estos inconstantes no son místicos, contemplativos ni adoradores, habiéndose formado tales a través de un fiel querer y de un subir constante cada vez más rápido a medida que el dolor, todo el dolor, que es patrimonio de los verdaderos amadores e imitadores míos, les fue oprimiendo...
Esta es la paradoja que encierra la vida mística: que cuanto más oprime el dolor,
más el alma asciende, vuela, se eleva y se une a Mí
Esta es la paradoja que encierra la vida mística: que cuanto más oprime el dolor, más el alma asciende, vuela, se eleva y se une a Mí que le tiendo mis brazos desde las radiantes profundidades del Paraíso.
Estos otros... son los "sentimentalistas" de la religión, los que, tras una predicación, una ceremonia religiosa, un retiro o una lectura, querrían emular a Pablo en evangelizar a las gentes, a Juan, el virgen, en la castidad, a Lorenzo en el martirio y a Jerónimo en la penitencia; mas, una vez pasada la emoción, vuelven a caer en el "disfrute de la vida". Quieren transformar en incendio la llamita que arde en ellos... y, con la llamarada pasajera y forzada, destruyen hasta la llamita...
Quieren ser atletas, los primeros en todas las manifestaciones religiosas, hacer, arrastrar, ser enseña, faro, voz. Apremian y se esfuerzan tanto en ser para los demás temeroso velario que me muestran como no soy. Son luz engañosa porque me iluminan a Mí y a la religión de un modo irreal que asusta a las pobres almas, las más numerosas y timoratas. Y son por fin cadena que estrangula la religión querida, sostén de los espíritu, de la que hacen una Némesis armada de flagelos y castigos.
Y apremian y se esfuerzan tanto que llegan a quedar postrados y a caer exhaustos, incapaces de seguir luchando contra Satanás que aguarda a esta postración para asaltar y derribar, si es que, tal vez, por reacción humana –como acaece con ciertas máquinas a las que se forzó con exceso– no se descomponen y se entregan a carnalidades bestiales por haber pretendido con excesiva rapidez llegar a ser ángeles sin haber sido llamados a ello y, sobre todo, por haber lo querido conseguir por ellos mismos, abusando de franjas y filacterias y olvidando que el camino para subir a donde se alcanza a ser ángeles es ajustando la vida al Evangelio.
lo que el Evangelio enseña es caridad y renuncia, caridad y sacrificio.
Caridad he dicho y no limosna: ni para Dios ni para el prójimo
¡Largo camino es éste! Y lo que el Evangelio enseña es caridad y renuncia, caridad y sacrificio. Caridad he dicho y no limosna: ni para Dios ni para el prójimo.
¿Sabes cuándo el hombre hace una limosna a Dios? Cuando le da las prácticas exteriores a la hora de tales práctica y después, en el resto del tiempo, se entrega al mundo.
¿sabes cuándo el hombre practica la caridad con Dios?
Y ¿sabes cuándo el hombre practica la caridad con Dios? Cuando, reduciendo a lo estrictamente necesario las prácticas y oraciones vocales, obra y ora sin interrupción con todo lo que es, como obraba y oraba Yo. Y lo mismo es con el prójimo. Le amas verdaderamente cuando le entregas el corazón y no el óbolo, le prestas ayuda y no el óbolo.
Y ¿sabes cuándo el hombre hace una renuncia y realiza un sacrificio? No sólo cuando renuncia a comer carne por ser día de abstinencia sino cuando, sobre todo, renuncia a los apetitos de su carne. Y, asimismo, se sacrifica cuando renuncia a su yo para servir a la caridad para con Dios y para con el prójimo.
Mas tú veme en todo ellos para que puedas acercarte hasta a los hombres-demonio, a los leprosos-hombre y a los delincuentes-hombre. Yo te premiaré por ello llegándome a ti para consolarme de su vivir desagradable, más repelente que un sepulcro lleno de podredumbre, más triste que una iglesia abandonada y más temeroso que una cueva de bandidos.
Y en donde me veas como en un sepulcro, llámame con tu amor seráfico a la resurrección. Y en donde oculto en un sagrario olvidado, reconviene por tal olvido para hacer que se honre al Huésped escondido, y haz esto con tu amor intrépido.
Y allí donde, no obstante ser Sol divino, no puedo irradiar porque las nieblas de la humanidad son tales que me ocultan con frecuencia, disipa con la fortaleza de tu amor estas nieblas enemigas.
¡Amor, María, amor! Mucho es el que tú tienes: todo el que Yo te he dado que tú no has dilapidado y al que tú has unido el tuyo, ya tan copioso, como el sarmiento se une al tronco de la vid. Entrégaselo a tu prójimo pues cuanto más des, más tendrás. Pero que tu amor sea fuerte, virgen débil aunque también ruda como tijera que amputa los zarcillos del falso sentimentalismo purificando como un incendio. La llama cambia la materia en luz. La llama, al elevarse, eleva también a lo alto lo que se encuentra abajo. La llama, asimismo, presta voz y calor hasta a las cosas que no los tienen.
Entre los hombres hay en verdad muchos que están más mudos que las piedras y más helados que un metal expuesto a las escarchas de la noche. Ámalos para que amen. Ámalos porque no me aman. Que Yo encuentre en ti embalsado el amor que debiera haber en éstos que no aman, aman mal o esporádicamente. Sé un abismo de fuego y un mar de amor en el que se aneguen las criaturas que me causan tanto dolor y Yo no las vea más sino que te vea a ti y a ellas a través de ti; y así, prendidas en tu fuego y anegadas en las ondas de tua amor, me las hagas soportables.
Los objetos lanzados al fuego se purifican en él y los lanzados al mar se lavan y se salan. Con tu amor al prójimo pensando que en él estoy Yo (todo está en Cristo), purifícalos, lávalos y sálalos para que ya no estén sucios ni sean inservibles como cosas sin sabor".
492-496
A. M. D. G.