APOCALIPSIS

CAPÍTULO IV

 

 

La totalidad de los cuatro que estaban

 alrededor del trono 

se hallaban cubiertos de ojos...

 

lOS NÚMEROS SAGRADOS

 

 


 

Y en una nueva teofanía que es y no es igual a la de Ezequiel, él ve la gloria del Señor sentado sobre el trono celeste en figura de hombre 

  Mateo: el hombre,...; Marcos: un león en predicar a Cristo entre los paganos

   Lucas, paciente y fuerte como el buey en completar con búsquedas constantes acerca de los antecedentes de la verdad y de la propia labor apostólica de Cristo y de sus seguidores 

  Al dar comienzo el tiempo nuevo, tiempo de Gracia, la nube de fuego del Señor,... cubrió otro Tabernáculo mucho más santo 

  Esta puerta permanecerá cerrada y no se abrirá y nadie pasará por ella porque el Señor Dios de Israel entró por ella

   Juan, el cuarto Evangelista, es el Águila y las propiedades del águila son su vuelo alto, potente y solitario junto con la capacidad de mirar fijamente al Sol divino, Jesús 

  La totalidad de los cuatro que estaban alrededor del trono (Apocalipsis 4, 7-8) se hallaban cubiertos de ojos 

  Juan y Mateo contrapuestos

  Los veinticuatro ancianos lo forman los doce principales patriarcas y de los doce más grandes profetas o profetas mayores

    Y Jesús, fiel a la Ley, quiso doce apóstoles para su séquito por ser sagrado tal número 

  El nombre de ocho letras, el de seis y los números 888 y 666

 


 

Aumenta la grandeza de la visión,  como también la potencia del éxtasis, puesto que el vidente ya no es llamado a ver las cosas actuales de su tiempo, signo y figura de lo que, de diversas maneras y por causas distintas, habría de repetirse más adelante a través de los siglos como cosas sobrenaturales y cosas futuras, siendo las futuras conocidas tan sólo por Dios y las sobrenaturales por los ciudadanos del Cielo.

 

Y en una nueva teofanía que es y no es igual a la de Ezequiel,

él ve la gloria del Señor sentado sobre el trono celeste

en figura de hombre

 

Y en una nueva teofanía que es y no es igual a la de Ezequiel, él ve la gloria del Señor sentado sobre el trono celeste en figura de hombre, pero de hombre doblemente glorificado por ser Dios y Hombre-Dios, el Santo de los Santos, el Santo de entre los Santos. Porque ninguno de entre los hombres llegó a ser santo como el Hijo del Hombre. De ahí que su cuerpo esté hecho de luz "semejante al ámbar y al fuego" dice Ezequiel; "semejante a piedra de jaspe y a la cornalina" dice Juan; y ambos terminan: "rodeado de un esplendor semejante al arco iris o iris" (Ez 1-2 (1,4 y 27-28; 8, 2); Ap 4,3; 21, 19-20).

Otros profetas vieron también lleno de esplendor, vestido de lino, como bronce u otro metal incandescente, al Hijo de Dios y del hombre desde cuando El era todavía el Verbo en el seno del Padre y tenían que transcurrir aún siglos antes de que tomase Carne humana y ésta, glorificada tras el Sacrificio perfecto, ascendiese al Cielo para estar allí en su calidad de Dios Hombre, Rey eterno, Juez universal, Pontífice y Cordero, Vencedor del Mal, de la Muerte, del Tiempo y de todo cuanto existe, toda vez que a El fuéle dado por el Padre todo poder y primacía.

 

Mateo: el hombre,...;

Marcos: un león en predicar a Cristo entre los paganos

 

Mas si los antiguos Profetas vieron tan sólo al Hombre Dios, algunos, otros, en cambio, vieron al Hombre Dios llevado sobre su trono por sus principales confesores. Y, de entre ellos, los 4 evangelistas figurados en un aspecto acorde con su naturaleza espiritual. Mateo: el hombre, totalmente hombre en su pasado y en la descripción que hace del Hijo del Hombre; Marcos: un león en predicar a Cristo entre los paganos más que en describir el tiempo de Cristo en su Evangelio, en el que, no obstante, cual león, prefirió más hacer resaltar la figura del divino Taumaturgo que la del Hombre-Mesías, como hiciera Mateo. Y esto, con el fin de provocar la admiración y, a través de la misma, conquistar a los paganos, a los que siempre seducía cuanto tuviese visos de prodigio.

 

Lucas, paciente y fuerte como el buey en completar

con búsquedas constantes acerca de los antecedentes de la verdad

y de la propia labor apostólica de Cristo y de sus seguidores

 

Lucas, paciente y fuerte como el buey en completar con búsquedas constantes acerca de los antecedentes de la verdad y de la propia labor apostólica de Cristo y de sus seguidores, toda la obra de Dios por la salvación de la humanidad, ya que esta obra de amor infinito tuvo su arranque en la concepción inmaculada de María, en la plenitud de la Gracia a Ella concedida, en la continua comunicación de María con su Señor que, tras haberla creado con una perfección única entre todos los cuerpos de nacidos de hombre y de mujer, como Padre colmó después a su Hija amadísima con su Luz, esto es, con el Verbo que habíasele revelado en las divinas e íntimas lecciones por las que Ella fue Sede de la Sabiduría desde sus más tiernos años, al tiempo que el Espíritu Santo, Amador eterno de los Puros, derramaba sobre Ella los fuegos de su caridad perfectísima haciendo de Ella un altar y un arca mucho más santos y queridos que los del Templo, y en Ella hacia su reposo e irradiaba en todo el esplendor de su Gloria.

En el tiempo antiguo, una vez construido el Tabernáculo, una nube de fuego lo cubría de día y de noche, ya estuviese parado o bien peregrinase hacia la meta y así el pueblo de Dios se detenía o peregrinaba según lo hiciese la nubecilla que otra cosa no era sino el testimonio de la gloria del Señor y de su Presencia (Números 9,15-23).

 

Al dar comienzo el tiempo nuevo, tiempo de Gracia,

la nube de fuego del Señor,...

cubrió otro Tabernáculo mucho más santo

 

Al dar comienzo el tiempo nuevo, tiempo de Gracia, la nube de fuego del Señor, fuego que enviste y preserva de los asaltos del eterno Adversario, activo más que nunca al advertir la proximidad de su derrota, cubrió otro Tabernáculo mucho más santo a la espera de cubrirlo de modo más completo para ocultar el misterio más grande de las fecundas nupcias entre Dios y la Virgen cuyo fruto fue la Encarnación del Verbo. Y la gloria del Señor cubrió siempre a la Virgen Inviolada, a la Madre Deípara, bien que estuviese parada o se moviese en virtud de una orden divina que de Nazaret la condujo al Templo, del Templo a Nazaret como virgen-esposa, de Nazaret a Hebrón y Belén como Virgen-Madre y de Belén a Jerusalén para afianzarse en la profecía de Simeón; y de Belén a Egipto como protección de la Odiada por ser Madre de Dios; de Nazaret a Jerusalén conduciéndola  a donde se encontraba el Niño entre los Doctores; de Nazaret a este o a aquel lugar en donde el Hijo-Maestro era perseguido y afligido; de Nazaret a Jerusalén y al Gólgota para coparticipar en la Redención; al Monte de los Olivos de donde el Hijo ascendió al Padre; y del Monte de los Olivos al Cielo en el éxtasis final en el que el Fuego aspiró hacia Sí a su María del modo como el Sol aspira hacia sí la gota pura del rocío.

Lucas, único y paciente, interroga y escribe incluso lo que puede decirse que es el prólogo del Evangelio-anuncio, hablándonos de la Anunciada, sin la cual y sin su obediencia absoluta, no habría tenido lugar la redención.

Es también propio del buey rumiar lo que anteriormente ingirió y Lucas lo imita. El tiempo había engullido, desde hacía muchos años, los episodios preliminares de la venida del Mesías como tal, es decir, como Maestro y Salvador-Redentor. Lucas los extrae como por las agallas y nos muestra a la Virgen, medio necesario para que tuviésemos a Jesucristo, el Dios-Hombre. Nos muestra a la Humildísima Llena de Gracia, a la Obedientísima en su: "Que se haga de mí según la Palabra", a la Caritativísima que acude con prisa santa a donde su prima Isabel para confortarla y ayudarla y, aunque no se lo pensase, para santificar a aquel que había de preparar los caminos al Señor Jesús, el Hijo de la siempre Purísima e Inviolada física, moral y espiritualmente desde la concepción hasta su extático tránsito de la Tierra al Cielo.

 

Esta puerta permanecerá cerrada

y no se abrirá y nadie pasará por ella

porque el Señor Dios de Israel entró por ella

 

"Esta puerta permanecerá cerrada y no se abrirá y nadie pasará por ella porque el Señor Dios de Israel entró por ella. Será cerrada por el príncipe y el mismo príncipe se sentará en ella para comer el pan delante del Señor. Entrará por la puerta del vestíbulo y por la misma saldrá" (Ezequiel 44, 2-3).

Palabras misteriosas de oscuro significado hasta que la Concepción de María y su Maternidad divina no las aclararon a cuantos, bajo el rayo de la Luz eterna, supieron leerlas en su justo significado.

La puerta cerrada, puerta exterior del Santuario que miraba a Oriente, era ciertamente María. Cerrada, porque nada terreno entró jamás en Ella, plena de Gracia. Puerta exterior, porque entre el Cielo, Morada del Dios Uno y Trino, y el mundo, estaba Ella, tan próxima a Dios, que la asemejaba a la puerta que, del Santo de los Santos comunicaba con el Santo. En verdad María fue y es puerta para los hombres a fin de que, a través del Santo, penetren en el Santo de los Santos y hagan en él eterna morada con el que allí habita. Puerta que miraba a Oriente, es decir, a sólo Dios, llamado Oriente por los inspirados del Tiempo antiguo. Y, en verdad, María en Dios tan sólo tenía fijos los ojos de su espíritu.

Puerta cerrada por la que nadie, a excepción del Señor, habría de entrar, siendo amada del Padre, del Hijo y del Esposo, haciéndola fecunda sin lesión, nutriéndose de ella para tomar Cuerpo y haciéndolo ante su Padre divino, realizando así su primera obediencia de Hijo del Hombre que, en la oscuridad de un seno de mujer, encierra y limita su Inmensidad y Libertad de Dios, sujetándose a todas las fases que regulan una gestación como después, nutriéndose siempre de Ella, continuará todas las fases del crecimiento para pasar de Infante a Niño.

Puerta cerrada que ni por la más santa de las maternidades se abrió, puesto que, por un modo sólo de Dios conocido, así como Dios entró en Ella pasando por el vestíbulo ardiente de la caridad de María, otro tanto hizo para salir a la luz, El, que es Luz y Amor infinitos, al tiempo que el éxtasis abrasaba a María haciendo de Ella un rutilante altar sobre el que se colocó y ofreció la Hostia para la Salvación de los hombres.

Muchos siglos después de Ezequiel, Pablo dirá a los Hebreos: "... Cristo... que vino atravesando un tabernáculo mayor y más perfecto no hecho por mano de hombre" (Hebreos 9, 11).

Muchas fueron las interpretaciones que se dieron a estas palabras e, incluso, algunas ajustadas. Mas hay otra más y es ésta: que Jesús vino a los hombres, entre los hombres, pasando por un tabernáculo más grande por su belleza sobrenatural y más perfecto que el que era meta para los Hebreos de Palestina y de la Diáspora, pues si bien no era éste arquitectónicamente perfecto sino santamente perfecto y no hecho por mano de hombre con mármoles, oro y adornado con velos, éste fue creado y casi se podría decir que "hecho" por Dios, ya que El miró tanto por su formación para que su Verbo, llegado el tiempo de su Encarnación, encontrase un tabernáculo sano, santo, escogido y perfecto en todas sus partes, digno de acoger y de ser temporal morada de su Santidad divina.

Lucas, médico además de evangelista, con el paciente estudio del médico que no se detiene en el hecho objetivo ni en el sujeto estudiado sino que escruta y examina el ambiente y hereditariedad en los que el mismo se desenvolvió y de los que pudo tomar determinados caracteres psicofísicos, para presentarnos al Dios encarnado, al Hijo del Hombre y darlo a conocer mejor en su dulzura que es admirable por más que cuando es preciso sabe mostrarse fuerte, en su amabilidad con los enfermos y pecadores deseosos de curación física o espiritual, en su obediencia perfectísima hasta la muerte, en su humildad que no buscaba alabanzas sino que aconsejaba: "No contéis lo que habéis visto", en su fortaleza sabiendo vencer todo afecto o temor humano en el cumplimiento de su misión, en su pureza por la que nada había que pudiese alterar sus sentidos ni albergar en sí, siquiera fuese de manera fugaz, pasión alguna que no fuese buena, nos presenta a la Madre, es decir, a Aquella que, por sí sola, formó al Hijo transmitiéndole, a una con la sangre que debía revestirle de carne, la semejanza más acabada con Ella. El, al ser Hombre, más viril en sus rasgos y modales. Y Ella como Mujer, más dulce en su semblante y en sus maneras.

Ahora bien, en el Niño que sabe responder: "¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que debo hacer lo que mi Padre quiere que Yo haga?" (Lucas 2, 49), y en el Hombre que dice: "¿Qué tengo Yo contigo, Mujer?" (Juan 2, 4) y que afirma asimismo: "¿Quién es mi Madre y quiénes mis parientes? Aquellos que hacen la voluntad de mi Padre" (Mateo 12, 48-49), aparece claramente la fortaleza comunicada por Aquella que supo sufrir siempre valientemente y por tantos motivos: la muerte de sus padres, la pobreza, la sospecha de José, el viaje a Belén, la profecía de Simeón, la fuga y destierro en Egipto, la pérdida de Jesús, la muerte del esposo, el abandono del Hijo al emprender su misión, la animadversión del pueblo hebreo hacia El y el martirio del Hijo sobre el Gólgota.

En la dulzura del Hijo se transparenta la heredada de la Madre y así de la humildad, de la obediencia y de la pureza. Todas las excelsas virtudes de la Madre aparecen igualmente en el Hijo, Jesús, es cierto, nos revela al Padre, mas también a al Madre. Y bien puede decirse que quien pretenda conocer a María, tan parcamente revelada por los Evangelistas y en los Hechos de los Apóstoles, debe fijarse en su Hijo que de Ella, tan sólo de Ella, recibió todo menos su Naturaleza divina de Primogénito del Padre y Unigénito suyo.

"Que se haga la Voluntad de Dios" dice María en Lucas, 1, 38; y "Que se haga tu Voluntad" dice Jesús en Lucas 22, 42.

"¡Feliz de ti que has creído!" dice Isabel a María (Lucas 1, 45). Y Jesús, muchas, muchísimas veces, a lo largo de su evangelización, alaba a quienes saben creer.

"Has abatido a los poderosos y exaltado a los humildes" expresa María en su Magníficat, y Jesús: "Te doy gracias, Padre, porque has ocultado las cosas a los sabios y a los grandes y se las has revelado a los pequeños".

El Verbo, la Sabiduría del Padre, hizo Maestra en Sabiduría a su futura Madre. Y la Madre, a una con la sangre, la leche y cuidados maternales, transfundió a su Hijo los pensamientos selectos que anidaron siempre en su mente sin lesión y los sentimientos elevadísimos que ardían en su Corazón sin mácula.

 

Juan, el cuarto Evangelista, es el Águila

y las propiedades del águila son su vuelo alto, potente y solitario

junto con la capacidad de mirar fijamente al Sol divino, Jesús

 

Juan, el cuarto Evangelista, es el Águila y las propiedades del águila son su vuelo alto, potente y solitario junto con la capacidad de mirar fijamente al Sol divino, Jesús. Luz del mundo, Luz del Cielo, Luz de Dios, Esplendor infinito, y el poderse elevar a alturas sobrenaturales a las que ningún otro evangelista se elevó y, al elevarse así, poder penetrar el misterio, la verdad, la doctrina y el todo del Hombre que era Dios.

Planeando cual águila real por las alturas remontando las cosas de la Tierra y de la humanidad, él ve a Cristo en su verdadera Naturaleza de Verbo de Dios. Y, más que al Taumaturgo y al Mártir, Juan nos presenta "al Maestro", al único Maestro perfectísimo que tuvo el mundo, al Maestro-Dios, la Sabiduría del Padre, o lo que es lo mismo, a la Palabra que hace perceptibles a los hombres los pensamientos de su Padre, a la Luz venida para iluminar las tinieblas y disipar las penumbras.

Las verdades más sublimes, más suaves, más profundas y asimismo más amargas, todas se expresan con absoluta sinceridad en el Evangelio de Juan que, con su mirada de águila y su elevación de espíritu siguiendo el espíritu del Maestro, vio desde lo alto la suprema grandeza y la suprema indignidad, dando la medida del grande amor de Cristo y del odio del pueblo judío contre El; la lucha entre la luz y las tinieblas, de las excesivas "tinieblas", es decir, de los numerosos enemigos de su Maestro, entre los que se encontraba incluso un discípulo y apóstol al que Juan claramente señala en este su Evangelio de la Verdad y de la Luz con su verdadero nombre, con uno de sus nombres verdaderos: "ladrón"; vio las conjuras solapadas y las trampas sutiles con las que hacer odioso a Cristo ante los dominadores romanos, ante los hebreos e, incluso ante los "pequeños" que formaban la grey de los fieles de Cristo. Y todas las muestra y destaca presentando a Jesús en su santidad sublime, no sólo de Dios mas también de hombre.

Hombre que no se presta a compromisos con los enemigos a trueque de no perder su amistad; Hombre que sabe decir la verdad a los poderosos y desenmascarar sus culpas e hipocresías; Hombre que, si bien no rechaza a nadie que sea merecedor de su cercanía y sepa corresponder al movimiento de su alma de llegarse a El para redimirse, sabe lanzar su anatema contra cuantos, si bien poderosísimos, le asedian con falsos ofrecimientos de amistad para poderle coger en culpa; Hombre que respeta la Ley pero que rechaza los añadidos a la misma: "las cargas" impuestas a los pequeños por parte de los fariseos; Hombre que rechaza el reino y la corona terrenos y huye para librarse de ellos (Juan 6, 15) pero que no cesa de proclamar su Reino espiritual y asume la corona de Redentor confirmando con el propio sacrificio su doctrina de abnegación; Hombre santísimo que quiso probar todo lo concerniente al hombre menos el pecado.

El águila no canta, como lo hacen más o menos melodiosamente las otras aves, sino que lanza su grito potente que hace temblar el corazón de los hombres y a los animales, pues así de resolutiva es su afirmación de poderío. Tampoco Juan canta dulcemente la historia de Cristo sino que lanza su grito poderoso para celebrar al Héroe, siendo grito tan potente en la afirmación de la Divinidad y de la Sabiduría luminosísima de Cristo que hace temblar al alma y al corazón desde las primeras palabras de su preámbulo.

El águila ama las cumbres solitarias sobre las que lanza, como dardos, todos sus fuegos y cuanto más brilla el sol, tanto más el águila fija en él sus ojos como fascinada por su esplendor y su calor. También Juan, el solitario por más que estuviese con sus compañeros, lo mismo antes que después de la Pasión y de la Ascensión del Maestro, –porque verdaderamente era el Apóstol distinto y único en detalles particulares de hombre y de discípulo, unido a los demás tan sólo por la caridad en él vivísima– también Juan, lo mismo que el águila, gozaba estando en la cumbre bajo el incendio de su sol, mirándole a El solo y escuchando todas las palabras que salían de su boca y las palabras secretas, esto es, las lecciones y conversaciones profundas y amables de Cristo, sus efusiones solitarias, sus plegarias y comunicaciones con el Padre en el silencio de las noches o en la espesura de los bosques, dondequiera que Cristo –el gran solitario, al ser el gran Desconocido e Incomprendido– se aislase para buscar consuelo en la unión con su Padre.

 

La totalidad de los cuatro que estaban alrededor del trono

 (Apocalipsis 4, 7-8) se hallaban cubiertos de ojos

 

La totalidad de los cuatro que estaban alrededor del trono (Apocalipsis 4, 7-8) se hallaban cubiertos de ojos. Eran, en efecto, los contempladores, aquellos que contemplaron a Cristo para poderlo describir y confesar a la perfección.

Mas Juan, el águila, con sus ojos mortales e inmortales, habíalo contemplado, como águila, con la mirada de águila, penetrando en el misterio ardiente de Cristo. Y más allá de la vida, al lado ya de su Amado, con mirada perfecta y fija, penetra en el interior del Misterio y entona el himno de alabanza que los demás y los 24 ancianos siguen para fortificarse en el espíritu a fin de anunciar las cosas de los últimos tiempos: el supremo horror, la suprema persecución, los últimos flagelos y las supremas victorias de Cristo, a la vez que los supremos y eternos goces de sus fieles seguidores.

Las primeras palabras de su canto evangélico son una alabanza a la Luz y sus últimas del Apocalipsis un grito de amorosa respuesta y de amorosa demanda: "¡Sí, ven presto!", "¡Ven, Señor Jesús!". Y estos dos gritos: el del Amado y el del Amante, más que ninguna otra cosa, nos descubren qué era Juan para Jesús y lo que Jesús era para Juan. Eran: el Amor.

 

Juan y Mateo contrapuestos

 

A este amante, todo ardor, que, a impulsos del amor, subió con el espíritu y con la inteligencia a zonas excelsas y penetró, como ningún otro apóstol y evangelista, en los misterios más profundos, contrapongámosle el hombre: Mateo.

Juan, todo espíritu, cada vez más espíritu. Mateo, en cambio, materia, todo materia hasta que Cristo lo convirtió e hizo suyo. Juan, el águila con aspecto de hombre, o mejor, el serafín que, con sus alas de águila, subía a donde poquísimos fueles dado subir. Mateo, el hombre, todavía hombres después de su conversión que de él, hombre pecador, hizo un hombre de Dios, es decir, un hombre vuelto a ser elevado al grado de criatura racional destinada a la vida eterna del Cielo; pero, al fin, siempre hombre, sin la cultura de Lucas, sin la sabiduría sobrenatural de Juan y sin la fortaleza leonina de Marcos. En la escala mística de los evangelistas se puede colocar a Mateo en el primer peldaño, a Marcos a un cuarto de la escala, a Lucas en su mitad y a Juan en la cúspide.

Con todo, el haber continuado siendo "el hombre" no le perjudicó antes le sirvió para subirle muy alto en la perfección manteniéndole humilde y contrito por su pasado, así como el haber descrito al Verbo hecho Carne como "hombre" más que como Maestro, Taumaturgo y Dios, sirvió, tanto entonces como en los siglos futuros, para remachar, confesar y afirmar la verdadera Naturaleza de Cristo que era eternamente el Verbo del Padre, pero que fue realmente el Hombre que, por un milagro único y divino, se encarnó en el seno de la Virgen para ser el Maestro y el Redentor por los siglos de los siglos.

No tuvo los raptos amorosos de Juan ni la economía admirable de Lucas que no se limitó a hablar de Cristo Maestro sino que nos habla asimismo de cuanto supone preparación para Cristo, o sea, de su Madre, de los acontecimientos que precedieron a las manifestaciones públicas de Jesucristo a fin de hacernos sabedores de todo, confirmar a los profetas y desbaratar, con la más exacta narración de la vida oculta de Jesús, de María y de José, las futuras herejías que habrían de surgir –y que aún no han terminado– las cuales alteran la verdad acerca de Cristo, de su vida y doctrina y de su persona, sana, fuerte, paciente y heroica como nunca la hubo otra. ¿Quién como Lucas nos muestra al Cristo Salvador y Redentor que inicia su Pasión con el sudor sanguíneo del Getsemaní? Mas si Lucas es el historiador erudito, Marcos es el impulsivo que impone a Cristo ante las turbas paganas haciendo resaltar ante ellas el poder sobrenatural, o mejor dicho, divino de sus milagros de toda especie.

 

Los veinticuatro ancianos lo forman los doce principales patriarcas

 y de los doce más grandes profetas o profetas mayores

 

Cada uno de los cuatro sirvió para componer el mosaico que nos da al verdadero Jesucristo Hombre-Dios, Salvador, Maestro, Redentor, Vencedor de la muerte y del demonio, Juez eterno y Rey de reyes eternamente. Para esto, en la teofanía que describe el Apóstol Juan en su Apocalipsis (capítulo 4, versículos 5-9) los cuatro, con sus cuatro diferentes aspectos, hacen de base y corona al Trono en el que se asienta Aquel que es, que era, que ha de venir y que es el Alfa y Omega, principio y fin de todo cuanto era, es y será, y sus voces, unidas a las de los veinticuatro, esto es, de los doce principales patriarcas y de los doce más grandes profetas o profetas mayor, cantan la eterna alabanza a Aquel que es Santísimo y Omnipotente.

Doce y doce. Este número era para los hebreos uno de los números sagrados. Doce los Patriarcas, doce los hijos de Jacob, doce las tribus de Israel. Y si bien son diez los Mandamientos de la Ley –los Mandamientos dados por Dios-Padre a Moisés sobre el Sinaí (Éxodo 20)– en verdad ellos son doce desde que el Verbo del Padre, la eterna y perfectísima Sabiduría, completó la Ley y la perfeccionó enseñando que los mandamientos por excelencia son: "Ama a Dios con todo lo que eres y a tu prójimo como a ti mismo", por cuanto estos dos primeros y principales mandamientos son en realidad la base vital del completo de los diez, ya que los tres primeros no pueden practicarse de no amar a Dios con todo lo que uno es, con todas las fuerzas propias y con toda el alma, no pudiendo tampoco practicarse los otros siete restantes si no se ama al prójimo como uno a sí mismo, no faltando al amor, a la justicia ni a la honestidad en cosa alguna o contra cualquier persona.

 

Y Jesús, fiel a la Ley, quiso doce apóstoles para su séquito

 por ser sagrado tal número

 

Doce eran los años fijados por la Ley para que todo niño hebreo llegara a ser hijo de la Ley. Y Jesús, fiel a la Ley, quiso doce apóstoles para su séquito por ser sagrado tal número. Que después una rama cayó por putrefacción y la nueva planta quedó tan sólo con once ramas, pues bien, pronto una nueva y santa duodécima rama volvióle a brotar a la planta del cristianismo, quedando así restablecido el número sagrado.

¡Cuántos números sagrados en Israel! Y cada uno de ellos con su respectivo símbolo que después se transfirió a la nueva Iglesia. El tres. El siete. El doce. El setenta y dos. Y en los tiempos futuros resplandecerá la verdad acerca de los números todavía oscuros contenidos en el Apocalipsis, números que están para indicar la Perfección, la Santidad infinita a la vez que la Impiedad sin medida.

 

El nombre de ocho letras, el de seis y los números 888 y 666

 

Jehoshua=Perfección, Santidad, Salvación, nombre de ocho letras. Satana=Impiedad, enemigo del género humano, perfección del mal, nombre de seis letras.

Y puesto que el primero es nombre de Bien perfectísimo y el segundo de Mal perfectísimo, o sea, sin medida, si se multiplica el número de las letras de cada uno de ellos por 3, número de la perfección, dará por resultado: el primero ochocientos ochenta y ocho y el segundo seiscientos sesenta y seis. Y ¡ay!, cuatro veces ¡ay! de aquellos días en los que el infinito Bien y el infinito Mal librarán la última batalla antes de la victoria definitiva del Bien y de los Buenos, y de la definitiva derrota del Mal y de sus Servidores.

Cuanto de horror y de sangre hubo en la Tierra desde que el Creador la hizo, nada será comparado con el horror de la última lucha. Por eso habló tan claro Jesús Maestro a los suyos cuando predijo los últimos tiempos a fin de preparar a los hombres para las últimas peleas en las que tan sólo quienes posean una fe intrépida, una caridad ardiente y una esperanza inquebrantable podrán perseverar sin caer en condenación y merecer el Cielo.

Por esto debiérase –puesto que el mundo se va precipitando cada vez más hacia el abismo, hacia la falta de fe o hacia una fe por demás débil; la caridad y la esperanza languidecen en muchísimos y en muchos se hallan ya muertas– por esto debiérase hacer por todos los medios que Dios fuera más conocido, amado y seguido. Lo que no puede conseguir el Sacerdote huido por tantos o no escuchado, puede hacerlo la prensa y los libros en los que la Palabra de Dios se ofrece de nuevo a las gentes.

A las veces basta una palabra para que resurja un espíritu caído, para hacer volver al camino recto a un descarriado y para impedir el suicidio definitivo de un alma.

Por esto Dios, que ve y conoce todo lo de los hombres, con medios de su infinita Caridad revela su pensamiento y sus deseos a determinadas almas escogidas por El para tal misión, quiere que su concurso no resulte inerte y sufre de ver que cuanto podría ser pan de salvación para muchos, no se les llega a proporcionar.

Cada vez es mayor la necesidad del alimento espiritual para las almas que languidecen. Mas el grano selecto proporcionado por Dios permanece encerrado e inútil, creciendo con ello cada vez más la languidez y el número de los que perecen, no tanto en ésta como en la otra vida.

¿Cuándo será que, mediante un conocimiento más amplio y profundo de Cristo y por haber finalmente arrancado los sellos a lo que es fuente de vida, de santidad y de salvación eterna, una multitud de almas pueda entonar el himno de gozo, de bendición y de gloria al Dios que les ayudó a salvarse y a formar parte del pueblo de los Santos?

¿Con qué palabras y miradas hablará y mirará el Juez eterno a quienes con sus imposiciones impidieron a muchos salvarse? ¿Cómo les pedirá cuenta a esos tales de los que no alcanzaron el Cielo porque ellos, al igual de los antiguos Escribas y Fariseos, cerraron, a la faz de las gentes, el camino que podía conducirles al reino de los Cielos (Mateo 23, 13) y, cegando voluntariamente los ojos y endureciendo su corazón (Isaías 6, 10), no quisieron ver ni entender?

Será demasiado tarde y en vano se golpearán entonces el pecho y pedirán perdón por su modo de obrar.

El juicio se celebrará a la sazón de forma irrevocable habiendo de expiar su culpa y pagar incluso por aquellos a quienes con su modo de obrar impidieron el retorno a Dios y salvarse.

565-577

A. M. D. G.