"EL TEMOR DE DIOS
NO ESTÁ DELANTE DE SUS OJOS"
#la mayoría de los católicos no sabe exactamente qué sea el temor de Dios ni cómo se practique
#Tres categoría de personas: Escrupulosos, quietistas y justos
#Breve historia del pecado y castigo de Adán y Eva
#¿Qué es el verdadero temor de Dios?
#María fue un ejemplo de temor perfecto
A los Romanos, cap. 3.º, del v. 1 al 20.
Dice el Autor Santísimo:
la mayoría de los católicos no sabe exactamente
qué sea el temor de Dios ni cómo se practique
" 'El temor de Dios no está delante de sus ojos' dice el apóstol. Y con esta breve sentencia explica las depravaciones del espíritu incircunciso.
La mayoría de los hombres católicos -hablo a éstos y de éstos porque estos hombres han recibido los siete dones maravillosos del Paráclito y deberían por esto conocer al menos la fortaleza, la paz, la luz que irradian de ellos y la realidad de su naturaleza-, la mayoría de los católicos no sabe exactamente qué sea el temor de Dios ni cómo se practique.
Escrupulosos, quietistas y justos
También aquí hay tres categorías. La de los escrupulosos, la de los quietistas o indiferentes y la de los justos. Mas antes de hablar de ellas hablaré del don.
¿Qué es el temor de Dios? ¿Miedo de El, cual si fuese un justiciero insobornable que se complace en castigar, un inquisidor que no deja de anotar las imperfecciones más menudas para mandar a las torturas eternas? No. Dios es caridad y no se le debe tener miedo. Ciertamente, su ojo divino ve todas las acciones de los hombres, aun las más insignificantes. Cierto también que su justicia es perfecta. Mas por lo mismo que es así, El sabe valorar la buena voluntad de los hombres y las circunstancias en las que el hombre se encuentra, circunstancias que son frecuentemente otras tantas tentaciones de pecar de soberbia y, por tanto, de desobediencia, de ira, de avaricia, de gula, de lujuria, de envidia y de pereza.
Breve historia del pecado y castigo de Adán y Eva
Dios castigó duramente a Adán y a Eva; mas a su castigo siguió de inmediato la misericordia: la promesa de un Redentor que habríales de librar de la prisión consiguiente a la culpa, a ellos, a sus hijos y a los hijos de sus hijos. A Adán y Eva, llenos de inocencia y de gracia, dotados de integridad y de una ciencia proporcionada a su excelso estado y a su aún mayor excelso fin -pasar del Paraíso de la Tierra al del Cielo y gozar eternamente de su Dios- Dios habría podido muy bien condenarlos para siempre, porque habían tenido cuanto necesitaban para santificarse y ser perfectos en contra de todas las tentaciones, y habíanlo tenido sin sentir en sí los incentivos del pecado.
Vosotros, hombres, tenéis estos incentivos. El Bautismo y los Sacramentos borran en vosotros la mancha original, os devuelven la Gracia y os infunden las virtudes principales, os borran los pecados cometidos después del uso de la razón, os fortifican con l fuerza misma de Cristo alimentándoos de El y os sostienen en la gracia de estado. Mas queda la herencia del Pecado original con sus incentivos, y sobre esta herencia y estas secuelas del contagio traído del Progenitor, trabaja Satanás con más facilidad de éxito que sobre Adán y Eva.
Dado que uno de los axiomas de la divina Justicia es que: "A quien más recibió más se le exige", a Adán y a Eva, que habían recibido todo y no tenían en sí taras hereditarias, antes, únicamente, la perfección de haber salido formados de las manos de Dios, del Pensamiento de Dios -porque Dios con sólo su pensamiento ordenó al barro que se formara conforme a su diseño, y las moléculas del barro, materia inerte e insensible, obedecieron, porque todo obedece al mandato de Dios, todo, a excepción de Satanás y del hombre más o menos rebelde-, a Adán y a Eva, salidos ya formados del Pensamiento de Dios y animados con su aliento, a Adán y a Eva todo debía serles exigido y reclamado y, en caso de pecar, todo debía serles quitado y ser condenados a castigo sin término.
Ellos conocían a Dios. Conversaban con El al céfiro de la tarde. Además de su Autor, El era para ellos su Maestro y ellos eran las primeras "voces" destinadas a revelar a los venideros las verdades aprendidas de Dios. Y, a pesar de todo, no obstante haber tenido conocimiento de la Perfección, tuvieron curiosidad del Horror al que prestaron oídos desatendiendo la Palabra de Dios. Ofendieron gravemente al Padre Creador, al Hijo Verbo que les instruía acerca del Bien y del Mal, sobre las cosas, animales y plantas creados, y al Amor porque, ingratos, olvidaron por un lúbrico Seductor que les tentaba con un fruto, sólo con uno, todo cuanto la Caridad habíales dado para que fuesen felices.
Mas Dios no les amenazó con el Infierno. ¿Acaso no podía fulminarlos allá mismo, al pie del árbol de la prueba que había resultado para ellos árbol de la Concupiscencia? Ellos, de su voluntad, habíanlo hecho tal y hubiera sido justo que pereciesen ellos, planta maligna nacida de una Semilla perfecta -el Pensamiento divino- maleada por el veneno de la baba infernal. ¿No podía ordenar Dios a su Arcángel que los hiriese con su espada de fuego allí, en los umbrales del Paraíso terrenal, para que sus despojos inmundos no contaminasen la Tierra y precipitarlos desde aquel límite al abismo del que saliera aquél a quien ellos habían preferido en contraposición a Dios?
Claro que lo podía, y hubiera estado en su perfecto derecho. Mas la Misericordia y el Amor amortiguaron la condena con la promesa de la Redención y, por ello, del premio eterno.
Aquellos, todos aquellos que mueren en medio de escrúpulos y que ofenden con ello la Paternidad de Dios, su amor, su esencia, teniéndolo por un Dios terrible, intransigente, que no tolera debilidad alguna en sus pequeños hijos a los que aplica la medida de su Perfección infinita, deberían reflexionar sobre esto. ¿Quién se salvaría jamás si Dios fuese como ellos se lo forjan? Si la medida de la perfección humana hubiera de ser la Perfección divina, ¿Quién de entre los hijos de Adán habitaría los Cielos? Una sola: María.
Mas, con todo, está dicho: "Sed perfectos como mi Padre y vuestro", no para asustaros sino para animaros a hacer lo más que podáis. Seréis juzgados -no me canso de repetirlo- no por la perfección conseguida en medida perfecta tomando como norma la de Dios sino por el amor con que hayáis procurado obrar.
Dícese en el mandamiento del amor: "ama con todo tú mismo". Y este " tú mismo" cambia de una persona a otra. Hay quien ama como un serafín y quien tan sólo sabe amar como un niño, muy embrionariamente. Pero el Maestro, puesto que la mayoría sabe amar como niños -muy embrionariamente-, mientras que tan sólo criaturas de excepción saber amar seráficamente, he aquí que os ha propuesto por modelo a un niño, no a Sí mismo, ni a su Madre, ni tampoco a su padre putativo. No. A un niño. A sus Apóstoles, a Pedro, cabeza de la Iglesia, les propuso por modelo a un niño.
Amad con la perfección de un niño que, para explicarse los misterios, cree sin elucubraciones científicas; espera sin temor paralizante, fruto del excesivo raciocinio y de ociosas cavilaciones, ama tranquilamente a Dios al que tiene por un buen papá, un buen amigo, un buen hermano, un buen amigo que le protege, y hace su pequeño bien por dar gusto a Jesús. Y así seréis perfectos en vuestra medida perfecta, perfectos en vuestra bondad relativa, del modo que es perfecto Dios en su bondad infinita.
Temor de Dios no es, pues, terror de Dios. Recuerden esto los aquejados de escrúpulos, los cuales ofenden a Dios en su amor y se paralizan a sí mismos en un continuo sobresalto. Recuerden que una acción no buena viene a ser más o menos pecado en la medida que uno se halle convencido de que lo sea o no esté seguro de que lo sea o no crea que lo sea del todo. Por eso, si uno llega a hacer un acto que ciertamente no es pecaminoso, pero está convencido de que lo es, obra injustamente porque su intención es hacer una cosa injusta, mientras que si uno hace algo que no es justo ignorando que lo sea, pero ignorando de verdad que sea así, Dios no le imputa dicha acción como culpa.
Así también, cuando circunstancias especiales obligan a un hombre a llevar a cabo acciones que el decálogo u otra ley evangélica prohíben (verdugos que han de cumplir con la justicia, soldados que deben combatir y matar, conjurados que, por no mandar al patíbulo a sus compañeros y dañar intereses superiores, juran ser ellos solos los culpables y mueren por salvar a los otros), Dios juzgará con justicia el obligado homicidio o el heroico perjurio. Basta que el fin de la acción sea recto y ésta realizada con justicia.
Temor no es terror, pero tampoco el temor de Dios es quietismo. Los quietistas son el polo opuesto de los escrupulosos. Son aquellos que, por un exceso de confianza, pero confianza desordenada, no se aprestan a hacer el bien porque están seguros de que Dios es tan bueno que con todo está siempre contento. Y con el mayor empeño, seducidos por su estática somnolencia, procuran quedarse inmóviles cerrando su mente a las verdades que les desagrada saber, esto es: a las que hablan de castigo, de purgatorio, de infierno, de obligación de hacer penitencia y de trabajar en perfeccionarse.
Son almas ofuscadas y soberbias. Sí, porque los quietistas son soberbios. Soberbios, por creerse ya perfectos hasta el punto de estar seguros de que no pecan nunca. Soberbios, porque, si bien llevan a cabo actos de piedad y de penitencia, son actos externo, para ser tenidos por "santos" y alabados como tales. Al ser egoístas se hallan desprovistos de caridad. Sobre su altar está su yo y no Dios. Son embusteros y, a menudo, se fingen contemplativos y predilectos de Dios con dones extraordinarios. Mas no es Dios el que les hace sus predilectos sino Satanás que les seduce para extraviarlos cada vez más. Se creen pobres de espíritu porque no tienen santa urgencia de realizar actos buenos para merecer el Cielo; mas no son pobres de espíritu, antes se encuentran llenos de la envidia y avaricia más sórdidas y profundas, y son perezosos. Son intemperantes porque nada niegan a la materia, y si uno les dice: "No es lícito lo que haces", responden: "Dios lo quiere para probarnos; pero nosotros sabemos salir de lo ilícito con la misma facilidad con que entramos en él, ya que estamos asentados en Dios". Son verdaderos herejes y Dios los aborrece.
Por último están los justos. Ellos tienen el dulce y reverencial temor de Dios. Temen causar dolor a Dios y por eso procuran con todas sus fuerzas hacer el mayor número de actos buenos y del modo mejor que les es posible. Si caen en alguna imperfección o pecado, tienen un ardiente arrepentimiento apresurándose a depositarlo a los pies de Dios y una no menos ardiente voluntad de reparación. La culpa involuntaria no les paraliza, pues saben que Dios es Padre y se compadece de ellos. Lavan, reparan, reedifican lo que la Insidia múltiple y salteadora alevosamente manchó, deterioró y derribó; y hácenlo con amor invocando cada vez con más fuerza al divino Amor: "Infunde tu amor en mi corazón". Estos son los que tienen el verdadero temor de Dios.
¿Qué es el verdadero temor de Dios?
¿Qué es, pues, el verdadero temor de Dios, vivo siempre en su espíritu? El temor de Dios es amor, humildad, obediencia, fortaleza, dulzura, mansedumbre, templanza, actividad, pureza, sabiduría y elevación. Y el verdadero Modelo del perfecto temor de Dios fue dado por Cristo que amó a Dios con un amor que se plegó alegre y de buena gana a todos los deseos del Padre hasta la obediencia de cruz; que fue humilde hasta abajarse a los pies del traidor y besárselos; que fue fuerte contra todas las insidias, dulce como un niño, sobrio como un asceta, manso como un cordero, puro como un ángel, y más que un ángel, sabio por ser el Hombre uno con Dios, contemplativo que ascendía con su espíritu arrobado a las adoraciones perfectas que hacían que exultasen los Cielos a los que, por fin, subía desde la tierra, del Hombre, una adoración que saciaba el deseo de Dios.
María fue un ejemplo de temor perfecto
También María fue un ejemplo de temor perfecto. Mas Ella fue lo que fue en atención a los méritos de su Hijo. Y por eso hay que seguir diciendo que Quien desde toda la eternidad poseyó el temor perfecto fue el Verbo de Dios por el que todo fue hecho, hasta la maravilla del Cielo y de la Tierra: la Virgen Inmaculada, Hija, Madre y Esposa de Dios.
De entre tantos versículos uno tan sólo ha sido comentado. Mas su importancia es tal que la Sabiduría hase detenido en él.
Si poseéis el perfecto temor de Dios poseeréis el amor perfecto y con él poseeréis a Dios y seréis del El poseídos. Y esto eternamente.".
22-1-48
A. M. D. G.