LA VOZ DE DIOS HABLA 

PERO POCOS SABEN DISTINGUIRLA

 


 

#Esta Voz no hay ni habrá quien no la sienta resonar DENTRO DE SÍ   

#Muchas veces el hombre toma la llamada misteriosa de Dios por la voz de la propia conciencia con el correr de los siglos, se ha ofuscado en el hombre la capacidad de comprender y distinguir   

#El "superhombre", autocreado tal, es un monstruo, una deformación del hombre no puede ni quiere comprender la llamada de Dios   

#En Abraham se reúnen los requisitos para saber distinguir la Voz de Dios   

#"Abraham creyó en Dios fuele imputado a justicia"   

#La fe es, pues, circuncisión mística, de un valor igual y aún mayor que el rito material.   

#¿cómo dar cumplimiento a la Ley si no se creen las verdades reveladas por Dios?   

#El que tiene fe no puede perderse

 


 

A los Romanos, cap. 4.º 

 

Dice el Autor Santísimo:

"Abraham fue el padre de todos los creyentes, es decir, de aquellos que por su justicia no sólo merecen oír resonar en su espíritu la Voz espiritual y santísima de Dios sino que saben comprender las palabras de esta Voz inefable y creer y obedecer tanto a ella como a sus mandatos.

 

Esta Voz no hay ni habrá quien 

no la sienta resonar dentro de sí

 

Esta Voz, no hubo, no hay ni habrá quien, en un momento fugaz y único o repetidas veces y por largo espacio, no la sienta resonar dentro de sí. Es la llamada misteriosa del Señor único y santo, del Creador universal. Como rayo de luz, cual onda sonora, viene y penetra, unas veces dulce, otras severa y, otras más, terrible.

No importa que pertenezca el hombre a la Religión escogida para recibir esta llamada. Dios es el Creador de los hijos de su pueblo lo mismo que del salvaje que desconoce su Nombre santísimo, y su llamada, al igual que resuena en las iglesias católicas, en las naciones católicas y civilizadas, en las otras civilizadas pero no católicas y en los pueblos de otras religiones reveladas, llena también de sí las soledades salvajes y heladas, las zonas aún inexploradas, las islas perdidas, los archipiélagos en donde el hombre se encuentra a nivel muy semejante al de las fieras -hecho de instintos y, a menudo, de instintos desenfrenados- las cálidas e intrincadas selvas, todavía inexploradas, a las que la civilización no llegó con su progreso y su refinada corrupción. Doquiera habla Dios por ser el Creador de todos los hombres. 

 

Muchas veces el hombre toma 

la llamada misteriosa de Dios 

por la voz de la propia conciencia 

 

con el correr de los siglos, 

se ha ofuscado en el hombre 

la capacidad de comprender y distinguir

 

Muchas veces el hombre, y no sólo el hombre inculto, toma la llamada misteriosa de Dios, sobre todo si ésta es de reproche, por la voz de la propia conciencia, por el remordimiento que grita en el fondo de su yo. En ocasiones, y en particular al comienzo de los tiempos, el culpable sabía distinguir la voz de Dios de la del propio yo turbado por el remordimiento. Caín es el ejemplo de estos culpables que saben distinguir. Ahora bien, cada vez más, con el correr de los siglos, se ha ofuscado en el hombre la capacidad de comprender y distinguir -me refiero al hombre de corazón pérfido- porque, igual que muro macizo en el que rebotan la voz y la luz, hase levantado en el hombre la negación de Dios y ha arraigado en el mismo el desprecio hacia El.

 

El "superhombre", autocreado tal, 

es un monstruo, una deformación del hombre 

no puede ni quiere comprender la llamada de Dios

 

El "superhombre", autocreado tal, es un monstruo, una deformación del hombre, es el bastardo resultante del connubio de la razón humana, creada por Dios y rebelde a El, con el Enemigo de Dios. Apartado de Dios por propia voluntad, el hombre de este siglo, es decir, el que se ha formado a sí mismo conforme a las doctrinas humano-satánicas, no puede ni quiere comprender la llamada de Dios. Le faltan todos los requisitos para poderlo. Aunque lleve nombre de católico; más aún: por más que lo sea practicante; todavía más: aunque vista hábito sagrado, difícilmente toma por tal la voz de Dios.

Hartas son las cosas que hay todavía en aquellos que, por su hábito, su misión y la gracia de estado, deberían ser sensibilísimos a la llamada de Dios y a la comprensión de sus palabras para que pudiesen comprenderlas. La soberbia mata y turba su razón y ensordece su espíritu. Razón soberbia es razón loca. No hay ya, pues, razón. Espíritu soberbio es altar ocupado. Es, por tanto, altar al que el Eterno no puede descender a decir lo que quiere. Otro es el que habla, y lo hace con la voz áspera de la concupiscencia. Y si Dios, desde su excelso trono, llega a lanzar alguna llamada que al fin penetra, queda anonadado, como así él lo quiere, porque, oírla y despreciarla, parécele demasiado, y así prefiere no oírla.

 

En Abraham se reúnen los requisitos 

para saber distinguir la Voz de Dios

 

Abraham, por el contrario, era un hombre que amaba al Dios verdadero. Su razón no era soberbia. Veía a Dios en todas las cosas. Reconocíase criatura suya. Sometía su pensamiento con reverencial sujeción al Altísimo que se manifiesta en toda la creación. Su espíritu era justo conservándose puro de toda suerte de idolatrías. Y justo era también su cuerpo, obediente a los mandatos dados por Dios al padre de los hombres: Adán. Habíase desposado con Sara para ser con ella una sola carne y hacer crecer y multiplicar el número de los hombres sobre la Tierra. Trabajaba la tierra para obtener de ella el alimento; aceptaba la fatiga y encontraba justo que le fuese penosa y que la sal del sudor propio fuese el condimento de su pan; y justa era para él la muerte que habría de convertir en polvo su carne. Humilde en presencia del Altísimo, sentíase "polvo", granito de polvo ante el Inmenso, el Infinito, el Potentísimo. Y, cual granito de polvo, dejábase llevar de la voluntad del Señor sin apego a cosa alguna transitoria.

Creyente de Dios, confiado en la bondad de Dios, obediente a Dios, reunía los requisitos necesarios para sentir resonar en su espíritu la Voz santísima de Dios, comprender sus palabras y llevar a cabo lo que dichas palabras le mandaban.

 

"Abraham creyó en Dios fuele imputado a justicia"

 

Citando las palabras de la Escritura, escribe Pablo: "Abraham creyó en Dios fuele imputado a justicia". Mas si bien diga esto la Escritura después de que Abraham diera crédito a la promesa divina de una descendencia. Yo os digo en verdad que Abraham creyó mucho antes, cuanto tenía ya la certeza de que Sara habría de tener descendencia; cuando, prófugo, lejos de su tierra y de su parentela, encontrábase en las condiciones menos propicias para creer que el Señor habría de hacer de él "una gran Nación" y que "a su progenie habríale de dar aquella tierra" que después fue Palestina, aquella misma tierra "al septentrión, mediodía, oriente y occidente" que fuele dada a él y a su posteridad, a aquella "progenie que Dios habría de multiplicar como el polvo de la Tierra".

De una semilla puede venir una espiga granada y de ésta, derramada en sus granos, cien nuevas espigas y de éstas, vueltas a sembrar, mil y después diez mil y cien mil. Mas si falta la semilla primera, ¿cómo ha de poder haber posteridad y multiplicación?

A Abraham faltábale la semilla: el heredero. En el seno estéril de Sara no florecía la semilla de posteridad. Sin embarga, a pesar de todo, creyó Abraham que Dios habríale de conceder el heredero y su fe no se debilitó porque pasara el tiempo sin cumplirse la promesa. Y esto fue lo que se le imputó a justicia. Sin tener en cuenta otras obras suyas, Dios, por su fe, juzgóle digno de gracia.

 

La fe es, pues, circuncisión mística, 

de un valor igual y aún mayor que el rito material.

 

La fe es, pues, circuncisión mística, de un valor igual y aún mayor que el rito material. Dios reconoce por siervos suyos a aquellos que creen en El y son obedientes a su voluntad. Es en vano tener la señal en la carne y el nombre en los registros si no aparece la señal del vasallaje a Dios en el corazón y si el hombre está en oposición a las obras. Por su fe fuele prometido a Abraham el heredero. Por vuestra fe se os dará la herencia. Tener la Ley, pero sin cumplirla, aparte de no ser fe, es motivo de perder el Reino de los Cielos y antes su conquista.

 

¿cómo dar cumplimiento a la Ley 

si no se creen las verdades reveladas por Dios? 

 

Y ¿cómo dar cumplimiento a la Ley si no se creen las verdades reveladas por Dios? Cuando son despreciados como patrañas, tanto el premio como el castigo, la eternidad, el infierno, el paraíso, la resurrección de la carne y el juicio divino; cuando la duda sobre la existencia de Dios hace descuidar la Ley, ¿de qué sirve tener y conocer el código de la Vida? ¿Qué defensa os queda contra los estímulos y tentaciones si, al faltaros la fe, no os cuidáis de vivir la Ley?

Dijo el Verbo de Dios un día: "Si tuvieseis así de fe como un grano de mostaza, podríais decir a aquel monte o a este árbol: 'Arráncate de aquí y plántate en el mar y lo conseguiríais' "

Ahora bien, este granito de fe es el que necesitáis para arrancar de vosotros los estímulos y las tentaciones, para mandar a esos tentáculos que os estrechan y torturan y os llevan tal vez a la muerte espiritual, que "se lancen al mar" dejándoos libres. Y este granito de fe es el que os hará fuertes como héroes y será vuestra justificación y perdón aun de las obras imperfectas o de las caídas.

 

El que tiene fe no puede perderse

 

El que tiene fe no puede perderse. Aquel que tiene fe tiene en sí el medio que le impide ofender irreparablemente al Padre. Aquel que tiene fe cree en Jesús Hijo del Padre, en Jesús Salvador y Redentor y de él está dicho que quien cree en El y en Quien lo envió tendrá la vida eterna. Aquel que tiene fe cree en la Tercera Persona, en el Amor del Amor de Dios, en el Amor perfectísimo que es Dios Uno y Trino, y quien cree en el Amor ama, y quien cree y ama tiene a Dios en sí, y quien tiene a Dios no puede conocer la muerte eterna.

Por esto, quien tiene fe tiene el Reino de Dios en sí, en su interior, durante la jornada terrena, a Dios Rey, Dios Amigo, Dios Maestro, Luz, Camino, Verdad y Vida. Y en la otra vida la posesión y conocimiento beatíficos sin fin".

1-2-48

A. M. D. G.