EL PECADO ORIGINAL Y SUS CONSECUENCIAS
#El hombre, creación maravillosa envidiosamente turbada por el enemigo de Dios.
#el hombre, rey de la creación sensible, fue creado con poder de dominio sobre todas las criaturas
#No hubo autogénesis ni evolución sino Creación querida por el Creador
#Si así fuese, la célula sería más grande que el Infinito
#El hombre: verdadero aro de unión de la Tierra con el Cielo
#el hombre imagen de Dios y por la caridad, que es posible por la Gracia, semejante a Dios.
#El hombre fue hecho conforme al Pensamiento de Dios según el orden para el que había sido creado
#Como criatura natural gozaba en cuanto veía
#Considerad: Dios no prohibió coger los frutos del árbol de la Vida
#El medio: el árbol y la manzana.
#¿Aquel árbol tenía pues frutos buenos y frutos malos?
#Miedo, sí. Arrepentimiento, no
#Castigo justo. Privación de cuanto el hombre, espontáneamente, despreciara
#Por más que no anule la Gracia todas las consecuencias de la Culpa...
#Sólo por Jesús pudo el hombre penetrar más adelante
A los Romanos, cap. 7.º, vv. 14-25.
Dice el Dulce Huésped:
"Para comprender debidamente las palabras de Pablo es preciso considerar bien el pecado original.
El hombre, creación maravillosa
envidiosamente turbada por el enemigo de Dios.
Lección dada multitud de veces que nunca resultan excesivas porque la dolorosa realidad de aquel pecado y sus nefastas consecuencias son con frecuencia negadas o puestas en duda por muchos, por demasiados. Y entre éstos no faltan los que debieran, más que nadie, estar convencidos de la realidad del pecado original y de sus consecuencias, por los estudios realizados y, sobre todo, por sus experiencias en el ministerio que les pone de continuo ante sus ojos sagaces la decadencia del hombre que, de criatura perfecta, hase cambiado, por el pecado original, a criatura débil e impotente contra los asaltos de Satanás y de cuanto rodea y hay dentro del hombre, creación maravillosa envidiosamente turbada por el enemigo de Dios.
Dirá alguno: "Lección que se repite, por tanto, que resulta inútil". Mas es siempre útil, ya que nunca sabéis apreciar debidamente su necesidad, tanto para vosotros mismos como para los demás.
¡Qué poco le importa a Satanás que no lo sepáis! Por eso él produce en vosotros nieblas para ocultaros el debido conocimiento de este episodio que no tuvo término ni límite en el día que se produjo ni en los seres que lo protagonizaron sino que, como por semilla y por la sangre, todos los hombres han heredado la vida (la existencia) de Adán y de Eva -y en el último hombre que nazca sobre la Tierra aparecerá todavía manifiesta la descendencia de los dos Primero Hombres- y así, por funesta herencia, se propaga del primer generante, Adán, de generación en generación, a todos los hijos del hombre hasta el último engendrado.
Para comprender bien la confesión de Pablo
es preciso contemplar
el fruto de la Culpa primera y esa misma Culpa
a fin de no encontrar injusta
la condena ni sus consecuencias.
Para comprender bien la confesión de Pablo, que viene a ser la voz desolada de todos los hombres que, deseosos de obrar el bien con perfección se sienten impotentes de realizarlo con la perfección deseada, es preciso contemplar el fruto de la Culpa primera y, consecuentemente, esa misma Culpa a fin de no encontrar injusta la condena ni sus consecuencias.
Confiesa Pablo: "Yo soy carnal, vendido y sujeto al pecado". Y prosigue: "No sé lo que me hago: no hago el bien que quiero sino el mal que aborrezco. Porque, si bien hago lo que no quiero, reconozco asimismo que la ley es buena (al prohibir o mandar lo que prohíbe y manda), mas (cuando hago el mal que aborrezco con mi parte mejor mientras que no hago el bien que desearía hacer) no soy yo en estos momentos el que obro sino el pecado que habita en mí... En mi carne no habita el bien... tengo voluntad de hacerlo, mas no hallo la manera de realizarlo... Para cuando quiero hacer el bien, ya tengo el mal a mi lado... Me complazco en la ley de Dios según el hombre interior, pero veo en mis miembros otra ley que se opone a la ley de mi mente y me hace esclavo de la ley del pecado que está en mis miembros..."
"Yo soy carnal".
También Adán hallábase formado de carne además de espíritu. Mas no era carnal, ya que el espíritu y la razón ejercían su señorío sobre la materia. Y su espíritu inocente y lleno de Gracia tenía una semejanza admirable con su Creador en lo que tenía de inteligencia para comprender cuanto supera las cosas naturales. La elevación del hombre al orden sobrenatural, es decir, a la filiación divina por medio de la Gracia, había elevado la inteligencia humana, ya de sí vastísima por el don preternatural de la ciencia infusa, capaz, por ello, de entender todas las cosas naturales, a inteligencia sobrenatural, susceptible de poder comprender lo que resulta incomprensible a quien no se halla predispuesto con un don sobrenatural, de poder comprender a Dios y, en grado menor, de poder ser fiel imagen suya por el orden y la justicia, por la caridad, la sabiduría y la liberación de toda restricción envilecedora.
¡Libertad espléndida la del hombre lleno de gracia! Libertad respetada por el mismo Dios, libertad no acechada por fuerzas exteriores o estímulos internos. Realeza sublime la del hombre deificado, hijo de Dios y heredero del Cielo; realeza dominadora de todas las criaturas y del que ahora os tiraniza frecuentemente: ese yo en el que fermentan sin tregua los tóxicos de la gran herida.
"el hombre, rey de la creación sensible,
fue creado
con poder de dominio sobre todas las criaturas"
Cuando se dice: "el hombre, rey de la creación sensible, fue creado con poder de dominio sobre todas las criaturas", hay que tener en cuenta que él, por la Gracia y por los demás dones recibidos desde el primer instante de su ser, había sido formado para ser rey, incluso, de sí mismo y de su parte inferior por el conocimiento de su fin último, por el amor que hacíale tender sobrenaturalmente a El y por el dominio sobre la materia y los sentidos latentes en ella. En unión con el Orden y amante del Amor, había sido formado para saber dar a Dios lo que le es debido y al yo lo que resulta lícito darle sin desórdenes en las pasiones o desenfreno de los instintos. Espíritu, entendimiento y materia constituían en él un todo armónico y esta armonía la alcanzó desde el primer momento de su ser y no por fase sucesivas como quieren algunos.
No hubo autogénesis ni evolución
sino Creación querida por el Creador
No hubo autogénesis ni evolución sino Creación querida por el Creador. Esa razón, de la que tan orgullosos estáis, os debería hacer ver que de la nada no se forma una cosa inicial y que de una cosa única e inicial no puede derivarse el todo.
Sólo Dios puede ordenar el caos y poblarlo con las innumerables criaturas que integran el Universo. Y este Creador potentísimo no tuvo límites en su crear, que fue múltiple, como tampoco lo tuvo en producir criaturas perfectas, cada una con la perfección adecuada al fin para el que fue creada. Es de necios pensar que Dios, al querer para Sí un Universo, hubiera creado cosas informes, habiendo de esperar a ser por ellas glorificado a cuando cada una de las criaturas y todas ellas alcanzasen, a través de sucesivas evoluciones, la perfección de su naturaleza, de modo que fuesen aptas para el fin natural o sobrenatural para el que fueron creadas.
Y si esta verdad es segura en las criaturas inferiores con un fin natural y limitado en el tiempo, es todavía más cierta con el hombre, creado para un fin sobrenatural y con un destino inmortal de gloria en el Cielo. ¿Cabe imaginar un Paraíso en el que las legiones de Santos, que entonan aleluyas en torno al trono de Dios, sean el resultado último de una larga evolución de fieras?
no es el resultado de una evolución
en sentido ascendente
sino el doloroso resultado de una evolución
descendente
en cuanto que la culpa de Adán
lesionó para siempre
la perfección físico-moral-espiritual
del hombre originario
El hombre actual no es el resultado de una evolución en sentido ascendente sino el doloroso resultado de una evolución descendente en cuanto que la culpa de Adán lesionó para siempre la perfección físico-moral-espiritual del hombre originario. Tanto la lesionó que ni la Pasión de Jesucristo, con restituir la vida de la Gracia a todos los bautizados, puede anular los residuos de la culpa, las cicatrices de la gran herida, es decir, esos estímulos que son la ruina de quienes no aman o aman poco a Dios y el tormento de los justos que querrían no tener ni el más fugaz pensamiento atraído por las llamadas de los estímulos y que libran, a lo largo de la vida, la batalla heroica de permanecer fieles al Señor.
El hombre no es el resultado de una evolución,
como tampoco el Universo
es el producto de una autogénesis.
El hombre no es el resultado de una evolución, como tampoco el Universo es el producto de una autogénesis. Para que haya una evolución es siempre necesaria la existencia de una primera fuente creativa. Y pensar que de la autogénesis de una única célula se hayan derivado las infinitas especies, es un absurdo imposible.
La célula, para vivir, necesita de un campo vital en el que se den los elementos que permitan la vida y la mantengan. Si la célula se autoformó de la nada, ¿dónde encontró los elementos para formarse, vivir y reproducirse? Si ella no era todavía cuando comenzó a ser, ¿cómo encontró los elementos vitales: el aire, la luz, el calor y el agua? Lo que aún no es no puede crear. Y ¿cómo entonces ella, la célula, encontró al formarse, los cuatro elementos? Y ¿quién le sugirió, a modo de manantial, el germen "vida"? Y aún cuando, por un suponer, este ser inexistente hubiese podido formarse de la nada, ¿cómo de su sola unidad y especie habrían podido derivarse tantas especies diversas cuantas son las que se encuentran en el Universo sensible?
Astros, planetas, tierras, rocas y minerales; las varias numerosísimas calidades del reino vegetal; las aún más variadas y numerosas especies y familias del reino animal: de los vertebrados a los invertebrados, de los mamíferos a los ovíparos, de los cuadrúpedos a los cuadrumanos, de los anfibios y reptiles a los peces, de los carnívoros feroces a los mansos ovinos, de los armados y revestidos de duras armas ofensivas y defensivas a los insectos a los que una nadería es bastante a destruir, de los gigantescos moradores de las selvas vírgenes, cuyo asalto no resisten sino otros colosos iguales a ellos, a toda la variedad de artrópodos llegando hasta los protozoos y bacilos; ¿todos vienen de una única célula? ¿Todo de una espontánea generación?
la célula sería más grande que el Infinito
Si así fuese, la célula sería más grande que el Infinito. ¿Por qué el Infinito, el Sin Medida en todos sus atributos realizó sus obras por espacio de seis días, seis épocas, haciendo el Universo sensible, subdividiendo su labor creadora en seis órdenes de creaciones ascendentes, evolucionadas, eso sí, hacia una perfección siempre mayor? No porque El fuese aprendiendo a crear sino por el orden que regula todas sus divinas operaciones. Orden que hubiera sido violado -y así habría resultado imposible la supervivencia del último ser creado: el hombre- si éste hubiese sido hecho en primer lugar y antes de ser creada la Tierra en todas sus partes y hecha habitable por el orden puesto en sus aguas y continentes y confortable por la creación del firmamento; hecha luminosa, bella, fecunda por el sol benéfico, por la luciente luna, por las innumerables estrellas; hecha morada, despensa y jardín para el hombre por todas las criaturas vegetales y animales de que está cubierta y poblada.
En el sexto día fue hecho el hombre en el que, en síntesis, se encuentran representados los tres reinos del Mundo sensible y, en maravillosa realidad, la creación por Dios del alma espiritual infundida por El en la materia del hombre.
verdadero aro de unión de la Tierra con el Cielo
El hombre: verdadero aro de unión de la Tierra con el Cielo; verdadero punto de enlace entre el mundo espiritual y el material; ser en el que la materia es tabernáculo para el espíritu; ser en el que el espíritu anima la materia, no sólo para la vida limitada mortal sino para la vida inmortal tras la resurrección final.
El hombre: la criatura en la que esplende y mora el Espíritu Creador.
El hombre: la maravilla del poder de Dios que infunde su soplo, parte de su Ser Infinito, en el polvo elevándolo a la categoría de hombre y donándole la Gracia que eleva la categoría del hombre animal a la de la vida y condición de criatura sobrenatural, de hijo de Dios por participación de naturaleza, haciéndola capaz de ponerse en relación directa con Dios, disponiéndola para comprender al Incomprensible y haciéndole posible y lícito amar a Aquél que en tal medida sobrepasa a todo otro ser que, sin un don suyo divino, el hombre, por su capacidad y reverente consideración, no podría ni aún desear amar.
y por la caridad, que es posible por la Gracia,
semejante a Dios.
El hombre: triángulo creado que apoya su base -la materia- sobre la Tierra de la que fue extraído; que con sus facultades intelectuales tiende a subir al conocimiento de Aquél a quien se asemeja; y con su vértice -el espíritu del espíritu, la parte escogida del alma- toca el Cielo, perdiéndose en la contemplación de Dios-Caridad, mientras la Gracia, recibida gratuitamente, únele a Dios, y la caridad, inflamada por su unión con Dios, le deifica. Porque: "el que ama nació de Dios" y es privilegio de los hijos participar de la similitud de naturaleza. Por su alma deificada por la Gracia es, pues, el hombre imagen de Dios y por la caridad, que es posible por la Gracia, semejante a Dios.
El hombre fue hecho conforme al Pensamiento de Dios
según el orden para el que había sido creado
aquél de quien debía proceder toda la Humanidad y,
antes de nada,
la Mujer compañera del Hombre y para el Hombre,
con el cual habría de poblar la Tierra
reinando sobre todas las demás criaturas inferiores.
En el sexto día, pues, fue creado el hombre, completo, perfecto en su parte material y espiritual , hecho conforme al Pensamiento de Dios según el orden (el fin) para el que había sido creado: amar y servir a su Señor durante la vida humana, conocerlo en su Verdad y, de aquí, gozar de El para siempre en la otra.
Fue creado el único Hombre, aquél de quien debía proceder toda la Humanidad y, antes de nada, la Mujer compañera del Hombre y para el Hombre, con el cual habría de poblar la Tierra reinando sobre todas las demás criaturas inferiores. Fue creado el único Hombre, aquél que, como padre, habría de transmitir a sus descendientes todo cuanto había recibido: vida, sentidos, facultades, así como inmunidad de todo sufrimiento, razón, entendimiento, ciencia, integridad, inmortalidad y, por último, el don por excelencia: la Gracia.
La tesis del origen del hombre
conforme a la teoría evolucionista...
no es tesis que contradice la verdad del origen del hombre
-ser creado por Dios-,
antes la favorece
La tesis del origen del hombre conforme a la teoría evolucionista que, para sostener su equivocado aserto, se apoya en la conformación del esqueleto y en la diversidad de colores de la piel y del semblante, no es tesis que contradice la verdad del origen del hombre -ser creado por Dios-, antes la favorece. Porque lo que revela la existencia de un Creador es precisamente la diversidad de colores, de estructuras y de especies en las criaturas queridas por El, el Potentísimo.
debido a circunstancias de clima, de vida
y también de corrupciones...
muestre diverso semblante y color de una raza a otra.
Y si es válido con las criaturas inferiores, mucho más lo es con la criatura-hombre que es hombre criado por Dios por más que, debido a circunstancias de clima, de vida y también de corrupciones -por las que vino el diluvio y después, mucho después, se dictaron tan severos mandatos y castigos en las prescripciones del Sinaí y en los anatemas mosaicos (Levítico, cap. XVIII, v. 23 y Deuteronomio, cap. XXVII, v. 21)- muestre diverso semblante y color de una raza a otra.
Es cosa probada, ratificada y confirmada por continuas pruebas, que una fuerte impresión puede influir sobre una madre gestante de modo que la haga dar a luz un pequeño monstruo que reproduzca en sus formas el objeto que turbó a la madre. Es cosa también probada que una larga convivencia con gentes de raza distinta a la aria produce, por mimetismo natural, una transformación más o menos acentuada de los rasgos de un rostro ario en los de los pueblos que no son arios. Y resulta probado asimismo que especiales condiciones de ambiente y de clima influyen en el desarrollo de los miembros y en el color de la piel.
Por eso, las elucubraciones sobre las que los evolucionistas querrían cimentar el edificio de su presunción, no lo afianzan, antes favorecen su derrumbamiento.
las ramas dañadas de la humanidad...
destruidos los monstruos, fue conservada la Humanidad y
multiplicada de nuevo partiendo de la estirpe de Noé...
En el diluvio perecieron las ramas dañadas de la humanidad que andaba a tientas por entre las tinieblas subsiguientes a la caída, en las que, y sólo mediante los pocos justos como a través de cerradas nubes, llegaba aún algún rayo de la perdida estrella: el recuerdo de Dios y de su promesa.
Y así, destruidos los monstruos, fue conservada la Humanidad y multiplicada de nuevo partiendo de la estirpe de Noé, que fue juzgada justa por Dios. Se volvió, por tanto, a la naturaleza primera del primer hombre, hecha siempre de materia y de espíritu y continuando tal aún después de que la culpa despojara al espíritu de la Gracia divina y de su inocencia.
¿Cuándo y cómo habría el hombre de recibir el alma si fuese el producto último de una evolución de seres brutos? ¿Es imaginable siquiera que los brutos hayan recibido, junto con su vida animal, el alma espiritual, el alma inmortal, el alma inteligente, el alma libre? Sólo el pensarlo es una blasfemia. ¿Cómo entonces podían transmitir lo que no tenían? Y ¿podía Dios ofenderse a Sí mismo infundiendo el alma espiritual, su soplo divino en un animal, todo lo evolucionado que se quiera pensar, pero siempre procedente de una dilatada procreación de brutos? Pensar esto es también ofender al Señor.
Dios, queriendo crearse un pueblo de hijos
con los que expandir el amor del que sobreabundaba
y recibir el del que se hallaba sediento,
creó al hombre directamente con un querer suyo perfecto,
con una única operación realizada el sexto día de la Creación
Dios, queriendo crearse un pueblo de hijos con los que expandir el amor del que sobreabundaba y recibir el del que se hallaba sediento, creó al hombre directamente con un querer suyo perfecto, con una única operación realizada el sexto día de la Creación mediante la cual hizo del polvo una carne viva y perfecta a la que después animó, dada su especial condición de hombre, hijo adoptivo de Dios y heredero del Cielo, no ya sólo con esa alma "que también los animales tienen en las narices" y que termina con la muerte del animal, sino con el alma espiritual que es inmortal, que sobrevive a la muerte del cuerpo al que reanimará, tras la muerte, al sonar las trompetas del Juicio final y del triunfo del Verbo Encarnado, Jesucristo, y así las dos naturalezas, que vivieron juntas también gozando o sufriendo, según como juntas lo merecieron, por toda la eternidad.
Esta es la verdad, ya la aceptéis o rechacéis. Y por más que muchos os empeñéis en rechazarla obstinadamente, día vendrá en que conoceréis perfectamente y se os esculpirá en vuestro espíritu convenciéndoos de haber perdido el Bien para siempre por ir tras de la soberbia y la mentira.
quien no admite la creación del hombre
por obra de Dios del modo expuesto...
no puede entender con exactitud qué es lo que
cabalmente constituya la Culpa,
el porqué de la condena
y las consecuencias de ambas
Resulta inconcuso que quien no admite la creación del hombre por obra de Dios -y del modo expuesto, esto es, de tal forma que, al pronto y de continuo, hacerle capaz, si quiere, de guiar todos sus actos en orden a conseguir el fin para el que el fue creado; fin inmediato: amar y servir a Dios durante la vida terrena; y el fin último: gozar de El en el Cielo- no puede entender con exactitud qué es lo que cabalmente constituya la Culpa, el porqué de la condena y las consecuencias de ambas.
Mas seguidme. Mi palabra es luminosa y sencilla, pues soy Dios. Y Dios, Sabiduría Infinita, sabe acomodarse a la ignorancia y relatividad de sus pequeños y por más que sean humildes, les digo: "El que sea pequeño, que venga a Mí y Yo le enseñaré la Sabiduría".
La prueba
La prueba: Cuando el hombre despertó de su primer sueño y encontró la compañera a su lado, advirtió cómo Dios había completado su felicidad.
¡Lo era ya tan grande también en un principio...! Todo en Adán y en torno suyo había sido hecho para que gozara de una felicidad completa, sana y santa, y la delicia, esto es, el Edén, no estaba sólo en derredor suyo sino también dentro de El. Rodeábale el jardín lleno de bellezas espirituales con virtudes de todo género prontas a madurar en frutos de santidad perfecta; y allí estaba el árbol de la ciencia adaptada a su estado y el de la vida sobrenatural: la Gracia; ni faltaban allí las aguas preciosas de la fuente divina que se partía en cuatro brazos y regaba de continuo con renovadas ondas las virtudes del hombre y así y así creciesen gigantescas haciéndole espejo cada vez más fiel de Dios.
Como criatura natural gozaba en cuanto veía
Como criatura natural gozaba en cuanto veía: la belleza de un mundo virgen recién salido del querer de Dios; gozaba con su poder: comprobando su señoría sobre las criaturas inferiores. Todo habíalo puesto Dios al servicio del hombre: desde el sol al insecto y así todo le proporcionase placer.
Como criatura sobrenatural, gozaba
-mediante éxtasis racional y suavísimo-
de la comprensión de la Esencia de Dios
Como criatura sobrenatural, gozaba -mediante éxtasis racional y suavísimo- de la comprensión de la Esencia de Dios: el Amor; de las relaciones amorosas entre el Inmenso que se entregaba y la criatura que le amaba adorándole. El Génesis da una idea de esta facultad del hombre y de este comunicarse de Dios a él, con la frase: "habiendo oído la voz de Dios que se paseaba por el Edén con el frescor de la tarde".
Por más que el Padre diera a sus hijos adoptivos una ciencia proporcionada a su estado, con todo, les amaestraba. Y es que el amor de Dios es Infinito y, después de haber dado, anhela dar nuevamente y, tanto más da, cuanto la criatura es más hija suya. Dios se da siempre a quien con generosidad se da a El.
Así pues, cuando el hombre se despertó y vio a la mujer semejante a sí, comprobó que su felicidad de criatura era completa al poseer el todo humano y tener el Todo sobrehumano por haberse dado el Amor al amor del hombre.
La única limitación puesta por Dios al poseer inmenso del hombre era la prohibición de coger los frutos del Árbol de la Ciencia del bien y del mal. Recolección inútil e injustificada habría sido ésta teniendo el hombre, como tenía, aquella ciencia que le era necesaria, y una medida que rebasara la establecida por Dios no podía sino causar daño.
Dios no prohibió coger los frutos del árbol de la Vida
que se encuentra al comienzo
del Libro de la Gran Revelación
es figura del Verbo Encarnado
Considerad: Dios no prohibió coger los frutos del árbol de la Vida, ya que de ellos tenía el hombre necesidad natural para vivir una existencia sana y longeva hasta que un más vivo deseo divino de descubrirse totalmente a su hijo de adopción, no le hiciese a Dios pronunciar el: "Hijo, sube a mi morada y abísmate en tu Dios", la llamada, sin sufrimiento de muerte, al Paraíso celestial.
El Árbol de la Vida que se encuentra al comienzo del Libro de la Gran Revelación (Génesis, cap. II, v.9 y cap. III, v. 22) y que de nuevo vuelve a encontrarse al final del Libro de la Gran Revelación: la Biblia (Apocalipsis de Juan, cap. XXII, vv. 2 y 14), es figura del Verbo Encarnado - cuyo fruto, la Redención, pende del leño de la cruz- de aquel Jesucristo que es Pan de Vida, Fuente de Agua Viva, Gracia, que os devolvió la Vida con su Muerte y del que siempre podéis comer y beber para vivir la vida de los justos y alcanzar la Vida eterna.
le prohibió coger aquellos, inútiles,
del Árbol de la Ciencia,
ya que un exceso de saber
habría despertado la soberbia en el hombre
Dios no prohibió a Adán coger los frutos del Árbol de la Vida sino que le prohibió coger aquellos, inútiles, del Árbol de la Ciencia, ya que un exceso de saber habría despertado la soberbia en el hombre que se creería igual a Dios por la nueva ciencia adquirida, creyéndose neciamente capaz de poseerla sin peligro con el consiguiente urgir de un abusivo derecho al auto-juicio de las propias acciones, y de obrar, en consecuencia, conculcando los deberes de filial obediencia a su Creador -dado que nunca érale semejante en ciencia- a su Creador que, directamente o por gracia y ciencia infusa, habíale amorosamente indicado lo lícito y lo ilícito.
La medida puesta por Dios es siempre justa.
Quien quiere más de lo que Dios le dio,
es concupiscente, imprudente e irreverente
La medida puesta por Dios es siempre justa. Quien quiere más de lo que Dios le dio, es concupiscente, imprudente e irreverente. Ofende al amor. Quien lo toma abusivamente es un ladrón y un violento. Ofende al amor. Quien quiere obrar independientemente de toda sumisión a la Ley sobrenatural y natural es un rebelde. Ofende al amor.
Ante el mandato divino, los Primeros Padres debían obedecer sin importarles los porqués que son siempre el naufragio del amor, de la fe y de la esperanza. Cuando Dios manda o hace algo, se debe obedecer y hacer su voluntad sin preguntar por qué ordena u obra de aquél modo. Todas sus acciones son buenas por más que así no le parezcan a la criatura, tan limitada en su saber.
¿Por qué no habían de ir a aquel árbol, coger aquellos frutos y comer de ellos? Inútil saberlo. Lo útil es obedecer, no otra cosa, y contentarse con lo mucho que se tiene. La obediencia es amor y respeto y, a la vez, medida del amor y del respeto. Tanto más se ama y venera a una persona cuanto más se la obedece.
Ahora bien, en este caso, al ser Dios el que ordenaba -Dios infinitamente Grande, infinitamente Bueno, Benefactor munífico del hombre- éste, tanto por respeto como por reconocimiento, debía dar a Dios, no "mucho" amor, sino "todo" el amor adorante de que era capaz y, por ende, toda la obediencia, sin analizar las razones de la prohibición divina.
Toda discusión presupone un autojuicio y crítica de una orden o acción ajenas. Juzgar es cosa difícil y raramente el juicio es justo; pero jamás lo es cuando juzga inútil, errada o injusta una orden divina.
El hombre debía obedecer. La prueba de ésta su capacidad, que es medida de amor y de respeto, estribaba en el modo con que habría o no habría sabido obedecer.
el árbol y la manzana.
El medio: el árbol y la manzana. Dos cosas pequeñas, insignificantes, si se las compara con las riquezas que Dios había otorgado al hombre.
¿Cómo, habíase dado El: Dios, y prohibía mirar a un fruto? ¿Cómo proporcionado al polvo la vida natural y la sobrenatural, había infundido en el hombre su aliento y prohibía coger una fruta? ¿Cómo, había hecho al hombre rey de todas las criaturas, le consideraba, no como súbdito sino como hijo, y le prohibía comer una fruta?
Al que no sabe meditar con sabiduría, puede parecerle este episodio un pique inexplicable, semejante al capricho de un benefactor que, tras haber cubierto de riquezas a un mendigo, le prohibiese recoger una piedrezuela caída en el polvo. Mas no es así. La manzana no era únicamente la realidad de una fruta. Era asimismo un símbolo. El símbolo del derecho divino y del deber humano.
Aun cuando Dios llama y beneficia extraordinariamente, los beneficiados han de tener siempre en cuenta que El es Dios y que el hombre jamás debe prevaricar por más que se sienta extraordinariamente amado. Con todo, ésta es la prueba que pocos elegidos saben superar. Quieren más de lo que ya recibieron y tienden la mano para coger el don que no se les dio. Y así se encuentran con la Serpiente y sus frutos venenosos.
¡Alerta, elegidos de Dios! Recordad siempre que en vuestro jardín, tan repleto de los dones de Dios siempre está el árbol de la prueba en torno al cual trata siempre de enroscarse el Adversario de Dios y vuestro para arrebatarle a Dios un instrumento y seduciros arrastrándoos a la soberbia, a la codicia y a la rebelión. No violéis el derecho de Dios. No conculquéis la ley de vuestro deber. Jamás.
Parecen ser muchos, demasiados, a juicio de algunos, los instrumentos de Dios, las "voces". Pues bien, Yo os digo a todos vosotros, teólogos y fieles, que serían cientos de veces más, si todos aquellos a quienes Dios llama a un ministerio especial, acertasen a no tomar lo que Dios no les dio para tener más aún.
Todos los fieles tienen en el Decálogo, árbol de la ciencia del Bien y del Mal, su prueba de fe, de amor y de obediencia. Para las "voces" y los instrumentos extraordinarios resulta, más que nada, atrayente ese árbol, objeto de las insidias de Satanás. Porque cuanto mayor es lo que se da, tanto más fácil surge la soberbia, la codicia y la presunción de tener asegurada de cualquier forma la salvación. Yo os digo, por el contrario, que quien más tuvo, más en el deber está de ser perfecto si quiere librarse de grave condena, cosa que no ocurrirá con quien, habiendo tenido poco, le alcanza la atenuante de haber sabido poco.
¿Aquel árbol tenía pues frutos buenos y frutos malos?
Me adelanto a una pregunta: ¿Aquel árbol tenía pues frutos buenos y frutos malos?
Tenía frutos en nada diferentes de los demás árboles. Pero era árbol de bien y de mal, resultando uno u otro según fuera el comportamiento del hombre, no en relación con el árbol sino en relación con la orden divina. Obedecer es un bien. Desobedecer es un mal.
Sabía Dios que a aquel árbol acudiría Satanás para tentar. Dios lo sabe todo. El fruto malvado era la palabra de Satanás gustada por Eva. El peligro de acercarse al árbol radica en la desobediencia. A la ciencia pura proporcionada por Dios inoculó Satanás su malicia impura que pronto llegó a fermentar en la carne. Mas Satanás primero corrompió el espíritu haciéndolo rebelde y después el entendimiento haciéndolo astuto
¡Oh, qué bien conocieron después la ciencia del Bien y del Mal! Porque todo, hasta esa nueva vista que les hizo conocer que se encontraban desnudos, les advirtió de la pérdida de la Gracia que habíales hecho felices en su inteligente inocencia hasta entonces y de la pérdida asimismo de la vida sobrenatural.
¡Desnudos", no tanto de vestidos cuanto de dones de Dios. ¡Pobres!, por haber querido ser como Dios. ¡Muertos!, por haber temido morir con su especie si no hubiesen obrado por su cuenta.
Cometieron el primer acto contra el amor con la soberbia, la desobediencia, la desconfianza, la duda, la rebeldía, la concupiscencia espiritual y, por último, con la concupiscencia carnal. Digo: por último. Creen algunos que el primer acto fue, por el contrario, la concupiscencia carnal. No. Dios es ordenado en todas las cosas.
Aun en las ofensas a la ley divina, el hombre pecó primero contra Dios, queriendo ser semejante a Dios: "dios" en el conocimiento del Bien y del Mal y en la absoluta y, por tanto, ilícita libertad de obrar a su antojo y querer contra todo consejo y prohibición de Dios; después contra el amor, amándose desordenadamente, negando a Dios el amor reverencial que le es debido, poniendo al yo en el puesto de Dios, odiando a su futuro prójimo: su misma prole a la que proporcionó la herencia de la culpa y de la condena; y, en último término, contra su dignidad de criatura regia que había tenido el don del perfecto domino sobre sus sentidos.
El pecado sensual no podía producirse mientras duraran el estado de Gracia y los demás estados consiguientes al mismo. Podían darse tentaciones, mas no consumación de la culpa sensual mientras duraba la inocencia y, con ella, el dominio de la razón sobre el sentido.
Castigo. No desproporcionado sino justo.
Para entenderlo hase de tener en cuenta la perfección de Adán y de Eva. Con la mira puesta en ese hito, se puede medir la magnitud de la caída en aquel abismo.
Si Dios tomara a algunos de vosotros y os pusiera en un nuevo Edén dejándoos tal como sois pero dándoos los mismos mandatos que a Adán y vosotros desobedecieseis como El, ¿creéis que Dios os condenaría con el mismo rigor que a Adán? No. Dios es justo y sabe qué herencia tan tremenda arrastráis vosotros.
la santidad es la lucha y la victoria continuas
que el alma y la razón del justo
sostienen y consiguen contra y sobre
los estímulos para permanecer fieles al Amor.
Las consecuencias del pecado de origen fueron reparadas por Cristo en cuanto atañe a la Gracia. Mas perdura la debilidad de la lesión inferida a la perfección originaria. Y esta debilidad la constituyen los estímulos, semejantes a gérmenes infecciosos que quedaron latentes en el hombre, prontos a entrar en acción para vencer a la criatura. Hasta en los santos más santos se encuentran éstos. Y otra cosa no es en el fondo la santidad que la lucha y la victoria continuas que el alma y la razón del justo sostienen y consiguen contra y sobre los estímulos para permanecer fieles al Amor.
Dios, que es infinitamente justo, no sería ahora inexorable contra ninguno de vosotros como lo fue con Adán, ya que tendría en cuenta vuestra debilidad.
Con Adán lo fue por estar él dotado de todo lo que podía hacerle vencedor, y fácil vencedor, de la tentación. De ahí que fuera castigado con aquel castigo en el que se ve que si el hombre prevaricador no respetó las limitaciones puestas por Dios, Este, en cambio, respetó las que, en relación con el hombre, habíase impuesto a Sí mismo.
Dios no violentó el libre albedrío del hombre, mientras que, por su parte, el hombre violentó los derechos de Dios. Ni antes ni después de la culpa violentó Dios la libertad de acción del hombre. Simplemente le sometió a una prueba. Mas era justo que le sometiese a ella a fin de confirmarle en gracia, lo mismo que, con idéntico fin, sometiera a los ángeles a prueba, confirmando en gracia a cuantos, de entre ellos, la superaron. Y así, una vez sometido a prueba, dejole en libertad de obrar con respecto a ella.
Si Dios hubiese querido violentar la libre voluntad del hombre en escogerse su destino, no le habría propuesto la prueba o habríale sujetado de tal modo las potencias del querer que se vería imposibilitado de obrar mal. Así bien, de haberle querido premiar a pesar de todo, le habría perdonado todo por anticipado o, a fin de tener un motivo de otorgarle su perdón, habríale suscitado la contrición perfecta en el corazón o, cuando menos, una atrición por los bienes que había perdido, ayudándole con un rayo suyo de amor a volver su imperfecto dolor de atrición por la pérdida de los bienes presentes de aquel instante y de los futuros, en un perfecto dolor de contrición por la ofensa inferida a Dios y por la pérdida de su Gracia y Caridad.
Mas todos estos supuestos hubieran resultado injustos en relación con los ángeles que fueron sometidos a prueba. No tuvieron sujetas las potencias del querer, no fueron perdonados por anticipado ni Dios suscitó en su ser movimiento alguno de contrición o atrición apto para suscitar el perdón divino.
Cierto que los ángeles habían sido más favorecidos que los hombres al no pecar por los dones de gracia y de naturaleza (espíritus privados de cuerpo y, por tanto, de sentidos) y estar exentos, por ello, de las presiones internas del sentido y de las externas (la Serpiente) y, sobre todo, por el conocimiento de Dios. Y, no obstante, pecaron sin atenuantes de ignorancia ni de estímulo de sentido, por pura malicia y querer sacrílego. Mas nada de cuanto antes se ha dicho se dio, ni de parte de Dios ni de parte del hombre.
Dios respetó la voluntad humana. El hombre perseveró en su estado de rebeldía para con su Benefactor divino. Salió del Edén lleno de soberbia tras haber mentido -porque nunca en él habíase dado el maridaje con la Mentira- y haber aducido pobres excusas de su pecado, mientras que el haberse hecho ceñidores de hojas atestiguaba que se avergonzaban, no de que estaban desnudos y no querían aparecer así ante Aquél que habíales creado vestidos únicamente de gracia y de inocencia, sino que tenían miedo de comparecer ante Dios por ser culpables.
Arrepentimiento, no
Miedo, sí. Arrepentimiento, no. Por lo que Dios, después de haberlos echado del Edén, "puso dos querubines en los umbrales del mismo" para que los dos prevaricadores no volviesen a entrar en él fraudulentamente y se apoderasen de los frutos del árbol de la Vida anulando con ello una parte del justo castigo defraudando una vez más a Dios de su derecho de dar y quitar la vida tras haberla conservado sana, gozosa y longeva con los frutos saludables del árbol de la vida.
Privación de cuanto el hombre,
espontáneamente, despreciara
Castigo justo, por tanto. Privación de cuanto el hombre, espontáneamente, despreciara: la Gracia, la integridad, la inmortalidad, la inmunidad y la ciencia. Y, en consecuencia, la pérdida de la paternal caridad de Dios y de su poderoso auxilio; y, de ahí, la debilidad del alma herida, la fiebre avivada de la carne y el delirio y excesos de la razón; de ahí el miedo a Dios, la pérdida del Edén en el que sin fatiga ni dolor discurría la vida; de ahí el cansancio, la muerte, la sujeción de la mujer al hombre, la enemistad entre los hombre y entre los hijos de un mismo seno, el abuso, todos los males que torturan a la humanidad, el miedo a la muerte y al juicio, el tormento de haber provocado el dolor y haberlo transmitido a una con la vida a aquellos que más se ama.
Consecuencias. Aparte la condena inmediata y personal y sus próximas consecuencias personales, el pecado de Adán, con su inherente condena, tuvo efectos que han de durar hasta el fin de los tiempos pesando sobre la Humanidad. Adán, como iniciador de la familia humana, transmitió la enfermedad por él contraída a sus descendientes.
Otro tanto ocurre cuando un hombre tarado procrea hijos. Con más o menos virulencia, los gérmenes de la enfermedad pasan a la prole y de ésta a las siguientes de unas a otras. Y si bien es posible con medicamentos adecuados reducir a forma más benigna lo maligno de la enfermedad hereditaria portadora, incluso, de la muerte; pero nunca aquellos hijos ni los hijos de sus hijos serán sanos como los procedentes de una sangre incontaminada.
"Por obra de un solo hombre entró el pecado en el mundo" está escrito; y es verdad.
Este dolor, antes que Pablo, lo expresaron: la Sabiduría, el Verbo docente, el Salmista y, en fin de cuentas, Dios, ya que siempre es Dios el que habla por boca de sus inspirados.
Este dolor inunda el mundo, se transmite de generación en generación y no acabará sino con el mundo. Con sus lamentos hizo resonar la gleba de la que Adán, fatigosamente y regándola con su sudor, extraía el pan. Derramose por la Tierra y los confines, los desfiladeros, las selvas y los animales lo sintieron horrorizados transmitiéndoselo unos a otros. Y, cual luz cegadora hizo ver a Adán y a Eva la inmensidad de su pecado, cometido, no sólo contra Dios sino también contra su propia carne y su propia sangre.
Hasta aquel momento el veredicto de Dios no había aún quebrantado la rebeldía del hombre, el cual, con la facilidad de adaptación del animal -pues el hombre privado de la Gracia no es sino el más perfecto de los animales- habíase adaptado prontamente a su nuevo destino, no tan suave y gozoso como el primero, mas tampoco desprovisto de satisfacciones personales que venían a compensar los dolores humanos.
La pasión del sentido saciábase con la carne compañera a la que se unía, no santamente como Dios quería y del modo que el hombre inocente y lleno de ciencia había entendido en el Edén que debía formarse una sola carne; la alegría de crear por sí solos -¡oh altanería pertinaz!- nuevas criaturas ilusionándose con ello de ser semejantes a Dios Creador; el dominio sobre los animales, la satisfacción de las cosechas y de bastarse a sí mismos sin tener que agradecérselo a nadie, eran gozos sensuales; pero, gozos al fin.
¡Oh, en qué cantidad y con qué obstinación perduraron en los dos protervos el humo del orgullo y la calígine de las concupiscencias desenfrenadas!
La maternidad alcanzábase con dolor, mas el gozo de los hijos compensaba aquel dolor.
El alimento se conseguía con fatiga, mas el vientre llenábase igualmente y la gula quedaba satisfecha pues la Tierra se hallaba colmada de cosas buenas.
La enfermedad y la muerte hallábanse lejos, gozando sus cuerpos, que fueron creados perfectos, de una salud y virilidad que hacían pensar a los dos protervos en una vida longeva, cuando no eterna.
Y la soberbia que fermentaba en ellos suscitábales este pensamiento mofador: "¿Dónde está el castigo de Dios? Sin El somos también felices".
un día el verde de los campos ... enrojeciose
con la primera sangre humana vertida sobre la Tierra,
y ululó la madre volcada sobre el cuerpo
del dulce Abel extinto,
y el padre comprendió cómo no había sido vana
aquella amenaza que pronosticaba
Pero un día el verde de los campos sobre el que se abrían las flores multicolores creadas por Dios, enrojeciose con la primera sangre humana vertida sobre la Tierra, y ululó la madre volcada sobre el cuerpo del dulce Abel extinto, y el padre comprendió cómo no había sido vana aquella amenaza que pronosticaba: "Retornarás a la tierra de la que fuiste sacado, porque polvo eres y polvo volverás a ser", y Adán murió dos veces: por sí y por su hijo, pues un padre muere la muerte de sus hijos viéndolos extintos, y Eva alumbró con desgarro dando a la Tierra el cuerpo exánime de su hijo querido y comprendió lo que es dar a luz en pecado.
Mas igualmente, al tiempo en que aún fulguraba -y era asimismo señalada misericordia- el castigo de Dios, murió el orgullo y vino a nacer el arrepentimiento, la nueva vida con la que los dos Culpables iniciaron la subida por el sendero de la Justicia y merecieron, tras larga expiación y espera, el perdón divino por los méritos de Cristo.
Y de María. ¡Oh!, dejadme que celebre aquí esta verdad de la Inmaculada que fue y que es mía, la cual, por nuestro amor conjunto, dio al mundo el Verbo hecho Carne: el Emmanuel.
Por la infidelidad de la mujer conoció el género humano el pecado, el dolor y la muerte. Y por la fidelidad de la Mujer obtuvo el género humano su regeneración a la Gracia y, en consecuencia, el perdón, la alegría pura y la Vida.
Por la concupiscencia, la muerte, todas las muertes. Y por la pureza de una triple virginidad -de cuerpo, de mente y de espíritu- la Vida, la verdadera Vida, la de la carne resucitada de los justos para vivir eternamente, la de la mente abierta a la Verdad y la del espíritu renacido a la Gracia.
Por el maridaje con Satanás, el odio fratricida y deicida. Por el connubio con Dios, el amor fraterno y el espiritual que abarcan a la Divinidad y a la Humanidad derramándose sobre ambas, operando a la vez por ellas el Amor Encarnado y el Amor virginal, ofreciéndose voluntariamente, totalmente, hasta consumarse para consolar a Dios y salvar al hombre.
La muerte de Abel quebrantó el orgullo de Adán e hizo experimentar a Eva lo más atroz del alumbramiento destinado a las Tinieblas. La muerte de Cristo quebrantó el Pecado e hizo ver a la Humanidad lo mucho que cuesta el alumbramiento a la Gracia. El ululato de Eva tiene su correspondencia en el clamor de María a la muerte de su Hijo Santísimo.
Dígoles a quienes creen a María ajena al dolor por estar llena de Gracia, que, en modo alguno sufrió Eva, en su desolación merecida, lo que sufrió María inocente. Porque si el ulular de Eva indicaba el nacimiento del Arrepentimiento, el clamor de María fue la señal del nacimiento de una nueva era. Y si en aquella hora, marcada con la primera sangre humana derramada por criminal violencia, por la que fue la Tierra maldecida por segunda vez, se inició la subida hacia la Justicia, en la hora de nona, marcada con la última gota de la Sangre divina, bajó de los Cielos la Redención, saliendo, cual río de salud, de dos corazones inocentes y lacerados: el del Hijo y el de la Madre.
Verdaderamente, no sólo por los méritos de Jesús, sí que también por los de María, estáis vosotros en posesión de la Vida; y Ella, Madre de la Vida, Madre Virgen, pura inocente, que no conoció los dolores del parto -según la ley de la carne decaída- al dar a luz a Jesús, conoció, en cambio, y bien conocidos los del más doloroso parto, al daros a luz a vosotros, Humanidad pecadora, a la nueva Vida de la Gracia.
Por un solo hombre conoció el hombre la muerte. Por un solo Hombre conoció el hombre la Vida. Por Adán heredó la Humanidad la Culpa y sus consecuencias. Por Jesús, Hijo de Dios y de María, la Humanidad heredó de nuevo la Gracia y sus consecuencias.
Y esa Gracia, por más que no anule todas las consecuencias terrenas de la culpa original -como son el dolor, la muerte y los estímulos que os quedaron para daros pena, temor y combate-, os ayuda fuertemente a soportar el dolor presente con la esperanza del Cielo, os ayuda a afrontar el miedo de morir con el conocimiento de la Misericordia divina, os ayuda a hacer frente a los estímulos o fomes y domarlos con los auxilios sobrenaturales proporcionados por los méritos de Cristo y los Sacramentos por El instituidos.
"Por más que no anule la Gracia
todas las consecuencias de la Culpa..."
He dicho: "Por más que no anule la Gracia todas las consecuencias de la Culpa...".Es éste un punto contra el que se rebelan muchos diciendo: "¿Es justo esto? ¿No podía el Redentor devolver toda la perfección?".
Es justo. Todo en Dios es justo.
El hombre no resultó herido en choque alguno con Dios, a resultas del cual debiera Dios sentirse obligado a reparar los daños causados voluntaria o involuntariamente. El hombre hiriose a sí mismo voluntaria y conscientemente. De ahí que, cuando un hombre se infiere de este modo heridas verdaderamente graves, queda para toda la vida mutilado, tarado o marcado con hondas cicatrices, no habiendo médico que pueda anular con su intervención la totalidad del daño y, menos, reponer las partes perdidas.
Adán se mutiló la Gracia, la vida sobrenatural, la inocencia, la integridad, la inmunidad, la inmortalidad y la ciencia. Y, como miembro fundador de la familia humana, transmitió su penosa herencia a todos sus descendientes.
Mas la Humanidad, con más fortuna que el hombre singular, obtuvo su curación por medio de Jesús-Salvador-Redentor. Más aún: su "recreación" en la Gracia que es vida del alma. Y mediante los Sacramentos por El instituidos, mediante las virtudes que los mismos infunden y mis dones, obtuvo también los medios par ir creciendo cada vez más en la perfección hasta alcanzar la cumbre con la "supercreación" que es la santidad.
Con todo, ni aún el Sacrificio del Hombre-Dios, capaz y suficiente para restituiros los dones perdidos y para volver a elevaros al orden sobrenatural -es decir, a la capacidad de amar, conocer y servir a Dios en esta vida para poseerlo con gozo eterno en la otra-, borró las cicatrices de las graves heridas que el hombre infiriose voluntariamente y, en especial, las de la triple concupiscencia, pronta siempre a reproducir la llaga de no estar el espíritu vigilante para tener a raya las malas pasiones.
os obtuvo también el conocimiento de la infinita caridad,
sabiduría y poder divinos.
"El conocimiento de la Misericordia divina".
He dicho también: "El conocimiento de la Misericordia divina". Sí. Aparte la herencia de la Culpa, tal como os la obtuvo el Redentor, Este os obtuvo también el conocimiento de la infinita caridad, sabiduría y poder divinos.
El hombre, hijo de Dios, regenerado por medio de Jesús, conoce lo que Adán no conocía. Conoce el grado de inmensidad al que llega el amor del Padre que entrega a su Unigénito para cancelar con su Sangre el decreto condenatorio de la Humanidad decaída en su Cabeza primera.
Adán, por su ciencia infusa y, más aún, por la Gracia que, elevándole al orden sobrenatural, habíales capacitado para conocer a Dios, tenía un gran conocimiento de lo mucho que Dios le amaba, pues todo cuanto rodeaba y estaba dentro de Adán hablábale del amor divino. Y Adán, por su elección al orden sobrenatural, sabia amar en gran medida. Sabía amar con aquella justa medida que Dios había entendido suficiente durante la vida para preparar al hombre a la visión y goce de Dios después del tránsito de la Tierra al Cielo. Mas nunca, ni aún en los transportes del más subido amor, pudo Adán inocente alcanzar a subir con su deseo de conocer y amar, hasta el centro de la Verdad, nunca pudo abismarse en este horno ardiente del Amor, que a la vez es Verdad, nunca pudo poseer el conocimiento total de aquella verdad que tiene por nombre Amor Infinito.
El hombre que vive sobre la Tierra no puede ver a Dios tal cual es, como tampoco lo pudo el Hombre-Adán recién creado y rico en dones. En todo resonaba la voz de Dios. Todo le hablaba de Dios. Todo le atraía a Dios. Era el hombre el grandemente amado y recubierto de dones que le ayudasen a amar. Mas entre el hombre y Dios media siempre un abismo. Son dos abismos que se contemplan y de los que el Mayor atrae al menor, destella ante su espíritu, le inviste con sus fuegos y le enriquece con sus luces que lanzan sus dardos sobre el espíritu del hombre como en una continua infusión de sabiduría.
El Amor Divino se presenta al hombre en el ademán de invitación de dos brazos y un seno que se abren y se ofrecen al abrazo que beatifica, y el amor humano presta alas al hombre para que pueda olvidar la Tierra y lanzarse hacia el Cielo, hacia Dios que le llama. Mas una ley de justicia tiene establecido que el encuentro total, la fusión, se realice únicamente después de la prueba que confirma en la gracia.
Por esto, cuanto más sube el hombre en su tentativa y deseo de unirse a Dios, más Este huye y se retira a su abismo sin término. Y esto no lo hace por crueldad sino por tener activas las fuerzas y la voluntad del hombre para alcanzarlo y aumentar así la capacidad humana de recibir con fruto y hacerse colmar de la Gracia, esto es, hasta del mismo Dios. Porque, verdaderamente, el hombre es tanto más apto para recibir y poseer a Dios y su Gracia santísima, cuanto más activa, incansable e intensamente se mueve hacia Dios.
He hablado refiriéndome al tiempo presente porque tal es la condición actual del hombre en relación con la Divinidad inmensa, incomprensible a toda inteligencia creada. Ni aún los más grandes contemplativos -y pongo entre éstos los nombres de Juan y de Pablo para indicaros dos redimidos ya por Cristo a los que abriose el Cielo hasta el tercer y séptimo grado, y también a Moisés, Ezequiel y Daniel que vieron respectivamente: "la espalda de Dios", la "luz dejada por la Luz Infinita", "el Ser con aspecto de hombre" por más que era "fuego de ámbar" y "voz que dejábase oír desde más arriba del firmamento", "el Anciano de días cuyo rostro aparecía velado por el río de fuego que discurría con rapidez por delante de su faz" dejando visibles únicamente sus cabellos y vestidos- pudieron conocer al Incognoscible mientras estuvieron entre los mortales los dos primeres, y en el Cielo, tras la Redención, los restantes.
Mas tal era, particularmente, la condición de Adán, elevado al orden sobrenatural y, por ello, dotado, lo mismo que vosotros, una vez restituidos a la Gracia y fieles a Ella, de una inteligencia espiritual capaz de acercarse mucho a la Vedad, pero no de conocer el Misterio de Dios.
Sólo por Jesús pudo el hombre penetrar más adelante
Sólo por Jesús pudo el hombre penetrar más adelante -¡oh, mucho más adelante!-, atravesar distancias, alzar velos, arrimarse al calor del Hogar Uno y Trino y conocer la inmensidad del Amor con una profundidad desconocida para Adán.
Desconocida por medida de prudencia. Porque Adán en el supuesto de que Dios hubiérale presentado al Cristo futuro exigiéndole adorar al Verbo, Encarnado por amor y por obra del Amor, y se hubiese negado a adorar al verdadero Compendio del Amor Trino haciéndose con ello culpable del mismo pecado de Lucifer, habría venido a ser Satanás por haber rehusado adorar al Amor hecho carne pretendiendo soberbiamente ser capaz por sí mismo de redimir al hombre siendo semejante a Dios en esencia, potencia, sabiduría, belleza, aparte serle asimismo semejante por participación de naturaleza, ofendiendo de este modo particularmente al Espíritu Santo, Dador de las luces, sabiduría y verdades contenidas en Dios. Y los pecados contra el Espíritu Santo, de los que Lucifer y sus compañeros de rebelión hiciéronse culpables al igual de muchos hombres, no son perdonados.
Dios propuso la prueba de la obediencia,
más le evitó la de adorar al Verbo hecho Hombre
a fin de que Adán no pecara de modo imperdonable.
Dios quería perdonar al hombre y así le propuso la prueba de la obediencia; mas le evitó la de adorar al Verbo hecho Hombre a fin de que Adán no pecara de modo imperdonable codiciando el poder de Cristo, presumiendo poder salvarse y salvar sin necesidad de Cristo, negando como imposible la verdad que se le daba a conocer de que el Increado pudiera hacerse "creado" naciendo de mujer y que el Espíritu Purísimo, que Dios, pudiera hacerse hombre asumiendo carne humana.
Vosotros, no. Vosotros, redimidos por Cristo; vosotros, llegados después de la venida de Cristo y, sobre todo, después del sacrificio de Cristo, tenéis conocimiento de todo el amor de Dios. Cristo, El mismo, con su palabra, con su ejemplo y con sus actos, os reveló este amor infinito.
Mirando a Cristo niño gimiendo en una gruta no tenéis miedo de El, antes aquella debilidad humana atrae la vuestra espiritual que no se siente abatida ni temerosa ante el Niño Dios, ese Dios que se anonadó, El, el Inmenso, con miembros diminutos; El, el Poderoso, con miembros necesitados de todo auxilio en tanto ellos no fuesen capaces de proveer a las necesidades del organismo.
el camino seguro para llegar a la Casa del Padre:
"Ocuparse de lo que Dios quiere, de lo que Dios tiene dispuesto"
Al mirar a Cristo niño no le teméis. Su sabiduría es dulce. Con pocas palabras os indica el camino seguro para llegar a la Casa del Padre: "Ocuparse de lo que Dios quiere, de lo que Dios tiene dispuesto". Toda la Ley se halla contenida en esta respuesta breve y sapiente. El os dice, al hablar a aquéllos que representan a la humanidad elegida y querida por el Señor "¿No sabéis que ha de hacerse esto, esto sólo, esto por encima de cualquier otra ocupación, tener este amor por encima de cualquier otro amor para tener un puesto en el Cielo?"
Y ese Cristo docente total se descubre en estas breves palabras que dice a Marta: "Te ocupas de excesivas cosas; una sola es necesaria". El Cristo que dice al discípulo demasiado apegado aún a las cosas del mundo: "Deja que los muertos entierren a sus muertos", también: "Quien, después de haber puesto la mano en el arado, vuelve la vista atrás, no es apto para el Reino de Dios".
Ese Cristo que, aun amando con perfección a su Madre, no la antepone a su misión, antes dice claramente que "es su consanguíneo el que hace la voluntad de Dios", y El es el primero en hacerla, ya que el amor a Dios es siempre, en el ámbito de los deberes, el más grande respecto de cualquier otro amor, incluido, incluso, el debido a su Madre Santísima.
Ese Cristo que reprochaba a Pedro llamándole "Satanás" porque le tentaba a no hacer la voluntad de su Padre. El Cristo del Sermón de la Montaña. El Cristo que proclama la última bienaventuranza: "Bienaventurados los que ponen en práctica la palabra de Dios", es decir, una vez más, la Ley.
Ese Cristo que le enseña a Nicodemus cómo un hombre ya viejo, heredero del Adán decaído, pueda conseguir la regeneración y ver el Reino de Dios "renaciendo por el agua", y esta agua de vida os la da El, Cristo, y "por el Espíritu Santo", o sea, por el amor, y amor es hacer la voluntad de Dios en la obediencia a su Ley por cada uno de vosotros en todos y cada uno de sus preceptos.
Ese Cristo que enseña la religión que es juzgada verdadera y merecedora de premio por parte de la Justicia Divina: "No busco mi querer sino el de Aquel que me envió".
Ese Cristo que os da ese Dios al que se le puede amar sensiblemente: "Hasta ahora nunca habéis escuchado vosotros la voz de Dios ni visto su rostro. Mas, heme aquí. Yo soy Aquél sobre el que Dios imprimió su sello. Quien me ve a Mí ve a Aquél que me envió. Quien me escucha a Mí escucha al Padre, porque de nada mío he hablado Yo sino que he dicho cuanto el Padre me encargó decir". Y os descubre el amor del Padre que de la culpa de Adán saca el medio de estimularos a un amor más grande, a un más exacto conocimiento y a una más estrecha unión: "Es la Voluntad de mi Padre que me conozcáis por lo que soy: Dios".
Ese Cristo que proclama: "Nada hago Yo por mi cuenta sino que digo y hago lo que quiere mi Padre. Siempre hago lo que a El le place".
Ese Cristo, Pastor bueno, que confiesa la más verdadera razón del grande amor del Padre hacia El: "Por esto me ama el Padre: porque doy mi vida voluntariamente, porque éste es el deseo de mi Padre: que vosotros seáis salvos".
Ese Cristo que, en los umbrales de su Pasión, dice: "Mi Padre me ha mandado y me ha prescrito lo que debo decir y hacer. Y sé que su mandato es vida eterna".
Y Aquél que le entrega en las manos de la autoridad,
en una divina locura de amor por el hombre,
es su Padre, el Dios infinito
ante el cual pronuncia el Hijo su oración perfecta:
"Que no se haga mi Voluntad sino la Tuya."
Ese Cristo que, por Sí mismo, absuelve a Pilatos diciéndole: "No tendrías sobre Mí poder alguno si no se te hubiera dado de lo Alto. Por esto, Aquél que me ha entregado en tus manos es más culpable que tú de mi muerte". Y Aquél que le entrega en las manos de la autoridad, en una divina locura de amor por el hombre, es su Padre, el Dios infinito ante el cual pronuncia el Hijo su oración perfecta: "Que no se haga mi Voluntad sino la Tuya. Hágase Tu Voluntad así en la Tierra como en el Cielo. Y es Dios Padre el que permite a las autoridades humanas ser tales mientras El lo quiere sin que se valga de la fuerza de las armas ni de otra fuerza alguna para mantenerlas en su puesto de mando.
¡Oh! Ese Cristo obediente, desde su nacimiento a su muerte; ese Cristo que dice "Sí" con su primer vagido dice "Sí" con su postrer palabra en el Gólgota, el Verbo del "Sí" os muestra con el ejemplo cómo es posible su cumplimiento por parte del hombre porque El -Hombre- la vivió primero antes de enseñárosla; este Dios-Hombre que se entrega a la muerte, a sus enemigos, a los desprecios, a la fatiga, a la pobreza, a la carne- y he puesto la muerte en primer lugar y la carne en el último, no por error sino porque al Salvador fuele más dulce morir que no al Verbo-Dios limitarse en una carne- y a vosotros, hombres, os da el conocimiento de lo que es Dios-Amor.
que inmola a su Divinísimo,
os da la medida del amor de Dios hacia vosotros.
Y ese Padre Divinísimo, que inmola a su Divinísimo, os da la medida del amor de Dios hacia vosotros.
Está dicho: "No hay amor más grande que el de aquél que da la vida por sus amigos". Mas hase de decir también que: "El amor de un Padre que sacrifica a su legítimo y único Hijo por salvar la vida de los hijos adoptivos que, como verdaderos hijos pródigos, se alejaron voluntariamente de la casa paterna y se hicieron desgraciados llenando de dolor al Padre, es un amor todavía mayor".
Y con este amor es con el que os ha amado Dios. Sacrificó a su Unigénito por salvar a la Humanidad culpable, esa Humanidad que, si no le fue agradecida, obediente ni amorosa al comienzo de los tiempos cuando gozaba de lo mucho recibido gratuitamente de Dios, tampoco le es agradecida, obediente ni amorosa ahora cuando ya, desde hace veinte siglos, recibió de Dios, no el mucho sino el Todo, el Inmenso, al darse Dios a Sí mismo en su Segunda Persona.
Después de haber meditado todo esto, es dulce concluir que si fue grande el castigo que, por otra parte, no fue injusto, mayor, infinitamente mayor que el castigo fue la Misericordia. Esa Misericordia que no se contenta con restituiros, al precio de su Dolor, de su Sangre y de su Muerte de cruz, los dones que os defraudara Adán sino que os da a Sí mismo en la Sagrada Eucaristía, os da las aguas de la Vida de las que es fuente que asciende al Cielo, os da su dulce Ley de amor, su ejemplo, su Humanidad para que a la vuestra séale fácil amarle, su Divinidad para que vuestras plegarias sean escuchadas por el Padre cual si fuesen la propia voz de su Hijo amantísimo que vive en vosotros, os da el Espíritu Santo con todos sus dones mediante los cuales las virtudes infundidas con el Bautismo son poderosamente ayudadas a desarrollarse y perfeccionarse, esos dones que ayudan grandemente al cristiano a vivir su vida cristiana, esto es, la vida divinizada de hijos de Dios y que, sin anular los estímulos, os dan la fuerza para reprimirlos, cambiándolos de "mal" que son en "bien", es decir, en heroísmo, en medio de victoria y en corona y vestidura de gloria.
Igual que para Pablo, la vida de cada uno de vosotros es una lucha interior que sostienen la carne con el espíritu, la aspiración al Bien con las acciones no siempre del todo buenas, lucha en la que Dios os conforta y ayuda. Por eso, nadie se escandalice si un prójimo suyo confiesa de palabra y con actos ser como Pablo "carnal y sometido". Y ninguno se desanime si comprende serlo, antes sea el ejemplo de Pablo el que le guíe y le sostenga".
21 al 28-5-48
A. M. D. G.