Norma para la práctica de la caridad
y para los que por los bienes terrenos
renuncian a los celestiales
#origen y carácter moral de Pablo
#Aquel pecado de deicidio es el dolor que oprime y colma el corazón de Pablo
#la voluntad libre del hombre es la que decide su suerte futura y eterna
#hijos de la carne, son los rebeldes a toda ley, incluso moral
1.º del mes del S. Corazón
A los Romanos, cap. 9.º, vv. 1-13.
"Punto es éste muy profundo, tanto por la norma que establece para la práctica de la caridad como por la lección que da a quienes, por los bienes terrenos, renuncian a los celestiales.
"Tengo una gran tristeza, un dolor continuo en el corazón :
querría ser separado yo mismo de Cristo por mis hermanos ...
Invocando al Espíritu Santo que habita en los corazones y en los cuerpos de los justos, Voz que habla a la conciencia que en Ella pone su enseñanza, su guía y su ley, dice Pablo: "Tengo una gran tristeza, un dolor continuo en el corazón: querría ser separado yo mismo de Cristo por mis hermanos (por el bien de mis hermanos), que son de mi sangre según la carne: Los israelitas, a los que pertenecen la adopción de hijos (de Dios), la gloria, la alianza, la ley, el culto, las promesas, los patriarcas, de los que (vino) Cristo según la carne...".
origen y carácter moral de Pablo
Pablo era hebreo e israelita, descendiente de Abraham, y lo declara como testimonio y gloriándose de la nobleza de la sangre heredada de sus mayores y esto aún después que un rayo, en el camino de Damasco, le arrancara de la Sinagoga árida para sumergirle en el río de gracias de siete brazos que fluye del seno de la Iglesia, de la Piedra puesta por el Pontífice eterno: Cristo, contra la que, en vano, habíase lanzado Saulo, no habiendo quedado destrozado en el choque por sólo un querer divino que había dispuesto grandes cosas para él.
Aunque apartado, a la sazón de la Sinagoga, aún se sentía unido por lazos de afecto con sus hermanos de sangre en Abraham. Ni es reprobable tal afecto porque, si ha de considerarse como prójimo, al que se ha de amar, a todo hombre habitante de la Tierra, mucho más prójimo es aquél con quien nos une una descendencia, una patria y una ley comunes.
Era Pablo de Tarso de Cilicia, ciudadano romano por tanto ya que la Cilicia dependía de Roma; mas judío de la tribu de Benjamín por su nacimiento y por la Ley, y así había muy pocos como él entre los prosélitos, entre los habitantes de la Diáspora y aún entre los mismos fariseos de Palestina que fuesen tan ardientes como Saulo en las prácticas mosaicas y farisaicas, con un ardor rayano en el fanatismo y en la injusticia.
El apego a sus hermanos de sangre y de anterior fe permanecía, pues, aún en él tras haber abrazado la nueva fe y haberse hecho apóstol de Cristo, el más ardiente de sus apóstoles, es más, habiéndose traspasado a sí mismo al tiempo nuevo tal como era, con toda su intransigencia y con todo su fanatismo del tiempo pasado, cualidades congénitas de su naturaleza humana.
Mas al haberse realizado su paso por obra extraordinaria de Dios -el Verbo encarnado-, su amor a los hermanos de un tiempo, al igual de toda otra cosa, habíase transformado, pasando de afecto terreno a caridad sobrenatural. Y aun su propia intransigencia y su fanatismo, por más que seguía teniéndolos, habíanse transformado también. Y así Saulo, el ardiente, el intransigente, el fariseo fanático, el lapidador de Esteban si no con las piedras sí con las palabras, el perseguidor de los cristianos, vino a transformase en el Pablo ardiente, no de odio sino de amor, intransigente con cuanto hiciese relación al honor de Dios y al bien de los demás, primero consigo mismo y después con todos, desde Pedro, el Pontífice, hasta el último fiel.
Y he aquí cómo el afecto terreno a sus hermanos de un tiempo se eleva, se sublima y resulta en él martirio de caridad sobrenatural, porque querría verlos también en el Reino, convertidos, arrepentidos, renovados por, para y en Cristo, al que, cuando estaba entre ellos, habían rechazado y perseguido hasta la muerte, pidiendo cayera su Sangre sobre ellos, no con un fin santo de redención sino por odio y por escarnio.
Aquel pecado de deicidio es el dolor que oprime
y colma el corazón de Pablo
Aquel pecado de deicidio es el dolor que oprime y colma el corazón de Pablo. Su obstinada permanencia en este pecado que le acompañara mientras perseguía a Cristo al perseguir a los cristianos, era lo que constituía la tristeza de Pablo hasta el punto de llegar a desear y casi pedir ser separado de Cristo, el amor de sus amores, para que ellos lleguen a arrepentirse y a amarlo, mereciendo con ello ser vivos hijos adoptivos de Dios y hermanos de Cristo, no sólo por la carne -asumida por El de la descendencia de Adán por línea materna, y de Abraham, Isaac, Jacob y después, a través de sucesivas generaciones, de Jesé, y, por último, de María de la estirpe de David, por la cual Jesús de Nazaret es israelita procedente del tronco más puro del Pueblo elegido- mas también por ser coheredero del Reino del Padre celestial.
Aquellos que quieran ser verdaderos cristianos
han de tener sentimientos idénticos a los de Pablo
para con los hermanos separados
Aquellos que quieran ser verdaderos cristianos han de tener sentimientos idénticos a los de Pablo para con los hermanos separados, hijos pródigos de clases distintas a la de los que son cristianos, pues si bien creen en Cristo, no son miembros del Cuerpo místico porque no están unidos al tronco de la mística Vid, esto es, a la Iglesia Romana, y habiendo tenido el bautismo y otros sacramentos de la Iglesia verdadera, más tarde, bien por mala voluntad de quien les hizo caer en diversas herejías y en formas de vida pecaminosas o por haber caído en herejías de diferentes especies, incurrieron en las sanciones eclesiásticas (por supersticiones, idolatrías incluso para con el hombre, comercio con el demonio, pertenencia a sectas anticristianas, espiritismo, magia y otras y otras cosas por el estilo).
la norma es ésta: amar, no sólo a quienes son semejantes
a vosotros en religión y en justicia
y a los que os aman, sino también, y sobre todo,
a los que son diferentes a vosotros y enemigos
Sacrificarse por estos tales a fin de que tornen a la Vida y alcancen la Salvación eterna es obra perfecta de caridad con el prójimo. Y la norma es ésta: amar, no sólo a quienes son semejantes a vosotros en religión y en justicia y a los que os aman, sino también, y sobre todo, a los que son diferentes a vosotros y enemigos, no sólo porque tienen mayor necesidad de ellos sino también porque amar a quien nos persigue o también os odia por nuestra fe y por nuestra manera de obrar, es dar testimonio de nuestra perfecta formación en Cristo que perdonó hasta a quienes le crucificaron y escarnecieron y es, a la vez, moneda de infinito valor por vuestro tesoro en el Cielo.
La segunda lección, hace referencia a las distintas
valoraciones de los bienes terrenos y celestiales
los hijos de la carne no son hijos de Dios sino que son
contados como descendientes los hijos de la promesa
La segunda lección, aquélla que hace referencia a las distintas valoraciones de los bienes terrenos y celestiales
"No todos los que descienden de Israel son israelitas, ni los nacidos de la estirpe de Abraham son todo hijos suyos sino que su descendencia será de Isaac. Por tanto, los hijos de la carne no son hijos de Dios sino que son contados como descendientes los hijos de la promesa".
la voluntad libre del hombre es la que decide
su suerte futura y eterna
hijos de la carne, son los rebeldes a toda ley,
incluso moral
He aquí, pues, cómo la voluntad libre del hombre es la que decide su suerte futura y eterna. Cómo en Adán fue su voluntad la que le hizo caer; cómo a Caín fue su voluntad la que hízole fratricida y errabundo dando origen a los hijos de la carne, esto es, a los rebeldes a toda ley, incluso moral, como fue también su mala voluntad la que motivó que Ismael fuera echado de la tribu de Abraham y viniera a ser engendrador de hijos de la carne, y no de Dios, al unirse a una mujer de Egipto, esto es, idólatra.
Al paso de los siglos repetirá Israel ese yerro contrayendo
su rey nupcias con mujeres extranjeras e idólatras
Al paso de los siglos repetirá Israel ese yerro contrayendo su rey nupcias con mujeres extranjeras e idólatras, instaurando el culto de los ídolos junto al Templo del Señor y preparando así el terreno para el cisma político y religioso que dividió durante siglos a Israel en el Reino de Judá y en el de Israel y enfrentó a los habitantes de Palestina -judíos y galileos- con los samaritanos hasta después de la muerte de Cristo.
Mas, antes también, otro, por su desprecio de las cosas verdaderamente preciosas e imperecederas y su apego a las cosas terrenas, perderá la primogenitura de la estirpe elegida y después la bendición paterna, semejante a la bendición transmitida del Padre Creador al padre natural para investir al primogénito de poderes extraordinarios y, por fin, perderá su pertenencia al Pueblo de la Promesa, dando origen a la estirpe de los edomitas o idumeos, pueblo desdeñado por el Señor (Malaquías I, 4) por no ser ya Israel sino raza de esclavos y no de libres, como la de Ismael, signo de la diferencia futura entre los hijos de la Ley de la Sinagoga y los de la Ley de la Iglesia de Cristo que hace de los hombres que la observan hijos de Dios, hermanos de Cristo y coherederos del Cielo.
no es cambio alguno en la eterna y perfecta Voluntad
el que lleva a unos más que a otros a la perfecta libertad
y a la vida en el Reino,
sino la libre voluntad del hombre que puede elegir
lo que más le place:
la carne o el espíritu, el mundo o el Cielo, Satanás o Dios.
Así pues, no es cambio alguno en la eterna y perfecta Voluntad el que lleva a unos más que a otros a la perfecta libertad y a la vida en el Reino, como quieren decir las iglesias reformadas y heréticas, sino la libre voluntad del hombre que puede elegir lo que más le place: la carne o el espíritu, el mundo o el Cielo, Satanás o Dios.
Pero aquéllos únicamente que permanecen fieles a Dios, creen firmemente en Cristo su Hijo y practican su Ley y su Doctrina -que es complemento de la Ley del Sinaí despojada de las ligaduras de la Sinagoga y hecha de nuevo libre con la libertad de Dios, buena con la bondad de Dios y simple con la simplicidad de Dios-, éstos sólo logran ser o permanecen hijos de Dios.
Y aquéllos que, creyéndose los "primogénitos" del pueblo de Dios por haber venido antes, perseguirán a los tenidos como inferiores por haber venido después, más tarde que el "Hijo del carpintero de Nazaret" al que escarnecieron, y sólo por haberlo despreciado -y haber despreciado, a la vez que a El, la predilección que tuvo Dios con Israel haciendo nacer en Israel a su Verbo encarnado-, hará con ellos lo que con Ismael y Esaú que, de primogénitos de la descendencia elegida, quedaron reducidos a esclavos de su pecado y a ser de aquellos que estarán detrás, agobiados por sus culpas y, más que nada, por la gran culpa del deicidio, a ser los separados del Pueblo de los hijos y los odiados por el Amor eterno al no haber sabido acoger y amar al Amor hecho Carne por amor.
aquéllos que no eran Pueblo de Dios
(los gentiles de todo tiempo y lugar)
llegaron a serlo, formando parte del Reino de Cristo
en la Tierra, al pertenecer a su Esposa real, la Iglesia
Por el contrario, aquéllos que no eran Pueblo de Dios (los gentiles de todo tiempo y lugar) llegaron a serlo, formando parte del Reino de Cristo en la Tierra, al pertenecer a su Esposa real, la Iglesia y, en el Cielo, al alcanzar su posesión tal como la inmutable Palabra de Dios lo prometió desde el Edén y después, a través de los Patriarcas y de los Profetas, hasta Cristo por boca de Este y, posteriormente, a través del magisterio de la Iglesia por el tiempo que Esta dure.
La antigua promesa del Redentor queda sustituida
con la nueva promesa;
lo mismo que sucedió con la Sinagoga
y el Antiguo Testamento
que fueron sucedidos por la Iglesia de Cristo
y el Nuevo respectivamente.
La antigua promesa del Redentor, habiéndose, a la sazón, cumplido con su venida y con el cumplimiento de su misión en el mundo, queda sustituida con la nueva promesa: "Todo el que crea en Cristo, le acepte a El y su doctrina, hácese hijo de Dios y tiene la vida eterna"; lo mismo que sucedió en la antigua Sinagoga que fue sustituida para siempre, hasta el fin de los siglos, por la Iglesia de Cristo; y como el Nuevo Testamento que sucedió al Antiguo.
Sólo los hijos de la promesa, esto es, los que creen en Cristo
y viven en su Cuerpo místico
"son contados como descendientes"
Sólo los hijos de la promesa, esto es, los que creen en Cristo y viven en su Cuerpo místico del que El es su Cabeza santísima y miembros suyos la asamblea de los fieles, "son contados como descendientes" y, por ello, coherederos del Reino de la Jerusalén eterna"."
2-6-50
A. M. D. G.