MARÍA ES PRESENTADA EN EL TEMPLO
#María camina en medio de sus padres por las calles de Jerusalén.
#Los dos tratan de ocultar su llanto
#Se encuentran con su prima Isabel y Zacarías
#Se dirigen al Templo. María pide la bendición de sus padres
#El Sumo Sacerdote recibe a María
#La eterna Virgen tuvo sólo un pensamiento: Dirigir su corazón a Dios
MARÍA CON SUS PADRES EN JERUSALÉN
Veo a María caminar en medio de sus padres por las calles de Jerusalén.
Los transeúntes se detienen a mirar a la hermosa Niña vestida de blanco y con un velo ligerísimo que por su dibujo de ramas y flores, más por el tenue fondo, me parece que sea el mismo que Anna llevó el día de su Purificación. Solo que si no pasaba más allá de la cintura de Anna, a Maria llega casi hasta la tierra y la envuelve en una nubecilla ligera y resplandeciente de una rara vagueza.
Lo rubio de sus cabellos sueltos sobre la espalda, mejor dicho, sobre su fina nuca, resplandecen donde no hay bordadura en el velo, sino un fondo ligerísimo. El velo está detenido en la frente con una cinta de azul pálido en el que, y debe haberlo hecho su madre, hay recamos de plata en los pequeños lirios.
El vestido, como digo, es blanquísimo, baja casi hasta la tierra y sus piececitos apenas si se ven al caminar con sus blancas sandalias. Las manitas parecen dos pétalos de magnolia que salen de la larga manga. Quitando el color azul de la cinta, no se ve otro color. Todo es blanco. María parece como si la hubieran vestido de nieve.
Joaquín trae el mismo vestido que en la Purificación y Anna un vestido de color violeta oscuro, lo mismo que el manto. Anna lo trae muy abajo sobre los ojos, que están rojos del llanto, que no quisieran llorar, y sobre todo que no se les vea llorar, pero que no pueden menos de llorar protegidos bajo el velo Esos ojos siempre serenos, hoy están enrojecidos y opacos con lágrimas que han brotado y todavía brotan. Camina inclinada bajo el velo que le sirve de turbante, con los lados que le caen sobre la cara. Joaquín parece un viejo ya. Quien lo vea, pensará que es el abuelo o tal vez el bisabuelo de la pequeña que lleva de la mano. La pena de perderla hace que el padre camine con un paso de angustia, un decaimiento que lo avejenta 20 años. Su cara parece la de un enfermo, además de viejo. Tan cansado y triste está. Su boca se mueve ligeramente entre dos arrugas que se le han marcado hoy, al lado de la nariz.
LOS DOS TRATAN DE OCULTAR SU LLANTO
Los dos tratan de ocultar su llanto, pero si lo logran con muchos, no con María, que por su estatura los ve de abajo en alto, y levantando su cabecita mira ahora a su padre, ahora a su madre. Estos se esfuerzan en sonreír con la boca temblorosa y le aprietan más su manita cada vez que los mira y sonríe. Deben pensar: "Bien, una vez más y no volveremos a ver esta sonrisa."
Caminan despacio, muy despacio, parece como si quisieran alargar lo más posible su camino. Cualquier cosa es motivo para detenerse... Por una calle de todos modos tiene que terminar, y esta lo está ya. He ahí, que al terminar este tramo de calle que sube, se ven los muros del templo. Anna da un gemido, y estrecha más fuertemente la manita de María.
SE ENCUENTRAN CON SU PRIMA ISABEL Y ZACARÍAS
"Anna querida, estoy contigo" dice una voz que sale de la sombra de un arco bajo que cruza la calle. Isabel, que la estaba esperando, se le acerca y la estrecha contra su pecho. Y como Anna llora, le dice: "Ven, ven a esta casa de amigos por un rato. Luego iremos juntos. También está Zacarías."
Entran todos en una habitación baja y oscura en que de lámpara sirve una hoguera. La dueña, amiga de Isabel, pero que no conoce a Anna, se retira cortésmente dejando en libertad a los huéspedes.
"No pienses que esté arrepentida, o que de mala gana entregue al Señor mi tesoro" dice Anna entre lágrimas... "sino es que el corazón... ¡oh! cómo me duele, ¡mi viejo corazón regresa a su soledad sin hijos! Si sintieses..."
"Lo comprendo, querida Anna... Tú eres buena y Dios te consolará en tu soledad. María rogará por la tranquilidad de su mamita. ¿No es verdad?"
María acaricia las manos maternas y las besa, se las pone sobre su carita para sentir la caricia, y Anna toma entre las suyas esa carita y la besa, la besa. No se cansa de besarla.
Entra Zacarías. Saluda: "A los justos la paz del Señor."
"Sí" dice Joaquín, "obtennos paz, porque nuestras entrañas tiemblan al hacer la ofrenda, como las de nuestro padre Abraham mientras subía el monte y nosotros no encontraremos otra oferta para rescatar a esta. Ni lo haríamos, porque somos fieles a Dios. Pero sufrimos, Zacarías, sacerdote de Dios. Compréndenos y no te escandalices de nosotros."
"Nunca. Vuestro dolor que no os hace traspasar lo lícito y haceros infieles, es para mí una enseñanza de cómo amar al Altísimo. Pero tened valor. Anna, la profetisa, tendrá cuidado de esta flor de David y Aarón... En estos días es el único lirio que David tenga de su estirpe santa en el templo, y se le cuidará como una perla de reyes. Aun cuando el tiempo ya se acerca y las madres de la estirpe deberían tener cuidado de consagrar sus hijas al templo, porque de una virgen de la estirpe de David nacerá el Mesías, con todo, por un debilitamiento de fe, los lugares de las vírgenes están vacíos. Hay muy pocas en el templo, y de la estirpe real, ninguna, después de que salió para casarse, hace unos tres años, Sara de Eliseo. Es verdad que faltan seis lustros para el término, pero... Bueno, esperemos que María sea la primera de las muchas vírgenes de la estirpe de David ante el Velo sagrado. Y luego... quién sabe..." Zacarías no añade más, pero mira compasivo a María. Luego prosigue: "Yo también cuidaré de Ella. Soy sacerdote y tengo poder allá dentro. Lo emplearé en favor de este ángel. Isabel vendrá frecuentemente a visitarla."
"¡Oh, claro! Tengo mucha necesidad de Dios y vendré a decírselo a esta Niña, para que se lo comunique al Eterno."
Anna se siente mejor. Isabel, para consolarla un poco más, le pregunta: "¿No es tu velo de esposa este? ¿O tejiste otro con nuevo lino?"
"Es así. Lo consagro con Ella al Señor. No tengo ya más la vista... Y también las riquezas han disminuido mucho por los impuestos y desgracias... No podía hacer gastos mayores. Le conseguí un rico ajuar para el tiempo en que esté en la casa de Dios y para después... porque pienso que no viviré para vestirla cuando sean sus nupcias... y quiero que la mano de su mamá sea siempre, aunque fría e inmóvil, la que la prepare para las nupcias y la que le tejió sus vestidos de esposa."
¡Oh! ¿por qué piensas así?"
"Ya estoy vieja, prima. Nunca lo había sentido como ahora bajo el peso de este dolor. He dado las últimas fuerzas de mi vida a esta flor, para llevarla en el seno, alimentarla, y ahora... y ahora... en estos momentos, me consume el dolor de perderla, y acaba con mis fuerzas."
"No hables así, por Joaquín."
"Tienes razón. Trataré de vivir para mi marido."
Joaquín ha fingido no estar oyendo, atento a escuchar a Zacarías, pero lo ha oído y lanza un suspiro con sus ojos preñados en lágrimas.
MARÍA PIDE LA BENDICIÓN DE SUS PADRES
"Son como las diez. Creo que sería bueno que fuésemos" dice Zacarías.
Todos se levantan. Se ponen sus mantos para salir; pero antes María se arrodilla en el dintel con los brazos abiertos: un querubín suplicante: "¡Padre! ¡Madre! ¡Vuestra bendición!"
No llora esta pequeñita fuerte, pero sus labios tiemblan y su voz, entrecortada con un sollozo interno, se parece más que nunca al tembloroso gemido de la tortolita. Su carita está mucho más pálida y sus ojos tienen esa mirada de resignada angustia que será mucho mayor, cuando la veré en el Calvario y en el Sepulcro.
Sus padres la bendicen y la besan una, dos, diez veces. No se sacian. Isabel llora en silencio y Zacarías, aunque aparente no sentir nada, es presa de la emoción.
Salen. María camina entres sus padres como antes. Delante van Zacarías y su mujer. Están dentro de los muros del templo.
"Voy a ver al Sumo Sacerdote. Vosotros subid hasta la terraza grande."
Atraviesan tres patios y tres atrios. Han llegado a los pies del ancho cubo de mármol coronado con oro. Cada cúpula, como una media naranja al revés, brilla al sol que ahora, ya en su zenit, cae perpendicularmente en el amplio patio que rodea el gran edificio y llena la ancha plaza y la menos ancha escalinata que lleva al templo. Sólo el portal que está en frente de la escalinata, a lo largo de la fachada, tiene sombra, y la puerta altísima de bronce y oro se ve mucho más oscura y majestuosa en medio de tanta luz.
María parece estar hecha de nieve entre los rayos del sol. Ha llegado a los pies de la escalinata entre sus padres. ¡Cómo debe palpitar el corazón de los tres! Isabel está al lado de Anna, pero un poco detrás, un medio paso.
EL SUMO SACERDOTE RECIBE A MARÍA
Un sonido de trompetas de plata y la puerta gira sobre sus goznes, que parece que produzcan un sonido de cítara al girar sobre las bolas de bronce. Se ve el interior con sus lámparas en el fondo, y un cortejo viene de allá dentro hacia afuera. Un cortejo pomposo entre sonido de trompetas de plata, nubes de incienso y luces.
Han llegado al dintel, delante del cual está a no dudarlo el Sumo Sacerdote. Un viejo de aspecto majestuosos, vestido con lino finísimo y sobre él una túnica más corta también de lino, y sobre esta una especie de dalmática multicolor, algo semejante a la dalmática y a la vestidura de los diáconos; los colores púrpura y oro, violado y blanco se mezclan entre sí y brillan como joyas al sol; dos joyas verdaderas brillan mucho más sobre la espalda. Tal vez sean hebillas con sus engastes preciosos. En el pecho una placa larga que brilla al resplandor de piedras preciosas pendiente de una cadena de oro. Pendientes y adornos brillan en la parte inferior de la túnica corta. Oro resplandece sobre la frente, sobre el gorro que me recuerda al de los sacerdotes ortodoxos, su mitra hecha en forma de media naranja, y mas bien en forma de punta como la de los católicos.
El majestuoso personaje avanza solo hasta donde empieza la escalinata en medio del resplandor del oro que hace brillar el sol, y que lo hace más imponente. Los demás esperan en forma de círculo fuera de la puerta, bajo el portal sombrío. A la siniestra hay un grupo de niñas vestidas de blanco con Anna la profetisa y otras mujeres de edad, sin duda, maestras.
El Sumo Sacerdote mira a la Pequeñita y sonríe. La debe ver muy pequeñita a los pies de la escalinata digna de un templo egipcio. Levanta los brazos al cielo en forma de plegaria. Todos inclinan la cabeza como anonadados ante la majestad sacerdotal en comunión con la Majestad eterna. Después, una señal a María.
Se separa de sus padres y sube. Sube como extasiada. Sonríe. Sonríe a la vista de la parte menos clara del templo, donde baja el Velo santo... Está ya sobre la escalinata, a los pies del Sumo Sacerdote que le pone sus manos sobre su cabeza. La víctima es aceptada. ¿Había tenido el templo alguna vez hostia más pura?
Luego se voltea, con la mano sobre su espalda como para conducir al ara a la Corderita sin mancha. La lleva cerca de la puerta del templo. Antes de hacerla entrar, pregunta: "María de la estirpe de David, ¿conoces tu promesa?"
Al "sí" argentino con que le responde, en voz alta le contesta: "Entra, pues. Camina en mi presencia y sé perfecta."
Y María entra. La penumbra la absorbe, el grupo de las vírgenes, de las maestras, después el de los levitas la ocultan más, la separan...
No se ve más... Ahora también la puerta gira sobre sus goznes armoniosos. Una portilla de luz que se estrecha cada vez más deja ver el cortejo que se interna hacia el Santo lugar. Ahora es algo como un hilo. Ahora ya no es nada. Está cerrada.
En medio de los sonoros ruidos de los goznes se oye un sollozo de dos ancianos y un grito único: "¡María! ¡Hija!" y luego dos gemidos que dicen: "¡Anna!", "¡Joaquín!"; y concluyen: "Demos gloria al Señor que la recibe en su casa y la conduce por su camino."
Todo termina de este modo.
UN PENSAMIENTO:
DIRIGIR SU CORAZÓN A DIOS
Dice Jesús:
"El Sumo Sacerdote dijo: "Camina en mi presencia y sé perfecta". El Sumo Sacerdote no sabía que hablaba a mi Madre sólo inferior a Dios en perfección. Pero hablaba en nombre de Él y por esto su recomendación era sagrada. Siempre digna de tenerse en cuenta, y sobre todo a la Llena de gracia.
María había merecido que la "Sabiduría la preparase de antemano y se le mostrase", porque "desde el principio de su vida Ella había estado a su puerta; y deseando instruirse, por amor, quiso ser pura para alcanzar el amor perfecto y merecer tenerla por maestra".
Como era muy humilde no sabía que la poseía desde antes de nacer, y que la unión con la Sabiduría no era sino continuar las divinas palpitaciones del Paraíso. No podía imaginar esto. Y cuando en el silencio de su corazón Dios le decía palabras sublimes, Ella humildemente pensaba que podían ser pensamientos de orgullo y levantando a Dios un corazón inocente suplicaba: "¡Piedad de tu sierva, Señor!"
¡Oh! la verdadera Sabia, la eterna Virgen en realidad tuvo desde el principio de su vida un solo pensamiento: "Dirigir a Dios su corazón desde el amanecer y estar atenta a lo que quisiera el Señor, orando ante el Altísimo" pidiendo perdón por la debilidad de su corazón, como su humildad le sugería creer, y no sabía que anticipaba sus peticiones de perdón por los pecadores, que haría más tarde a los pies de la Cruz junto con su hijo agonizante.
"Cuando el gran Señor la querrá, Ella será llena del Espíritu de Inteligencia" y comprenderá entonces su sublime misión. Por ahora no es más que una pequeñina, que en la tranquilidad sagrada del templo une, estrecha cada vez más sus conversaciones, sus afectos, sus recuerdos con Dios."
I. 45-51
A. M. D. G.