MUERTE DE JOAQUÍN Y ANA

 


 

#La Sabiduría da vida a sus hijos, toma bajo su protección a los que la buscan... Quien la ama, ama la vida   

#El temor santo de Dios es el fundamento del árbol de la sabiduría   

#los hijos son de Dios antes que de los padres  

  #"La recta conciencia da una muerte serena y las oraciones de los santos alcanzan tal muerte"   

#Joaquín y Anna siempre conservaron una conciencia recta, la que se erguía cual tranquilo panorama y los guiaba al cielo, y tenían a la Santa que oraba ante el Tabernáculo de Dios por sus padres lejanos, a quienes pospuso para tener a Dios, Bien Supremo, pero a los que siempre amó, como la Ley y su corazón se lo pedían, con un amor sobrenaturalmente perfecto."

 


 

Dice Jesús:

"Cual rápido crepúsculo invernal en que un viento helado amontona nubes en el cielo, la vida de mis abuelos tuvo ante sus ojos rápida la noche, después que su Sol se había quedado a brillar ante el sagrado Velo del Templo.

 

LA SABIDURÍA DA VIDA A SUS HIJOS...

 

"Pero no acaso está dicho: "La Sabiduría da vida a sus hijos, toma bajo su protección a los que la buscan... Quien la ama, ama la vida y quien está atenta a ella, gozará de su paz. Quien la posea, tendrá por herencia la vida... Quien la sirva, obedecerá al Santo y quien la ame, será muy amado de Dios... Si creyere en ella, la tendrá por herencia, que se transmitirá a sus descendientes porque lo acompaña en la prueba. Ante todo lo escoge, luego enviará sobre él temores, miedos, y pruebas, lo hará sufrir con el látigo de su disciplina, hasta que lo haya probado en sus pensamientos y pueda fiarse de él. Pero después le dará tranquilidad volverá a él por camino derecho y lo hará feliz. Le descubrirá sus arcanos, pondrá en él tesoros de ciencia, y de inteligencia en la justicia"

Así es. Todo esto se ha dicho. Los libros sapienciales se aplican a todos los hombres que en ellos pueden encontrar un espejo para su conducta y guía. Felices los que pueden ser reconocidos entre los amantes espirituales de la Sabiduría.

Yo me rodeé de sabios entre mis familiares. ¿Anna, Joaquín, José, Zacarías, Isabel y el Bautista no son acaso de los verdaderos sabios? No hablo de mi Madre, en quien habita la Sabiduría.

 

EL TEMOR SANTO DE DIOS ES EL FUNDAMENTO 

DEL ÁRBOL DE LA SABIDURÍA

 

La Sabiduría había inspirado a mis abuelos desde su juventud hasta la tumba la manera de vivir de un modo grato a Dios, y cual tienda de campaña que protege contra la furia de los elementos, los había protegido del peligro de pecar. El temor santo de Dios es el fundamento del árbol de la sabiduría, que apoyada en él se lanza con todas sus ramas hacia lo alto para llegar con su copa hasta el amor tranquilo en su paz, al amor pacífico en su seguridad; al amor seguro en su fidelidad; al amor fiel en su intensidad, al amor total, generoso, activo de los santos.

"Quien ama a ella, ama la vida y tendrá la Vida por herencia" dice el Eclesiástico. Esto se ajusta a lo que Yo dije: "El que pierda su vida por amor mí, la salvará". Porque no se refiere a la pobre vida de esta tierra, sino a la eterna, no a la alegría de una hora, sino a la de los inmortales.

Joaquín y Anna la amaron de este modo. Y ella estuvo con ellos en las pruebas. Vosotros aunque no seáis del todo malos, no os gustaría tener tantas pruebas para no llorar y sufrir. Cuántas tuvieron estos justos que merecieron tener por hija a María.

La persecución política que los desterró de la tierra de David, y los hizo muy pobres. La tristeza de ver caer en la nada los años sin que bajase una flor a decirles: "Yo vengo después de vosotros". Y luego, la ansiedad por haberla tenido en una edad en que estaban seguros que no la verían florecer. Luego el que tuvieron que arrancársela para ponerla ante el altar de Dios. Y luego, el vivir en un silencio mucho más pesado, ahora que se habían acostumbrado al cantar de su tortolita, al ruido de sus pasitos, a la sonrisa y besos de su hijita, y esperar en los recuerdos, la hora de Dios. Y todavía más. Enfermedades, cambios del tiempo, arrogancia de los poderosos... tantos golpes de ariete contra el débil castillo de su modesta prosperidad. Y no fue suficiente: la pena que tenían al saber que su hijita estaba lejos, que se quedaba sola y pobre, y que no obstante todas sus providencias tomadas y sacrificios, no tendría sino una poca cosa de los bienes paternos. Y ¿cómo los encontraría si por muchos años se quedaban incultos, cerrados, en espera de Ella? Temores, miedos, pruebas y tentaciones. Fidelidad, fidelidad, fidelidad siempre para con Dios. La tentación más fuerte: no privarse del consuelo de tener a su hija cuando su vida y declinaba.

 

LOS HIJOS SON DE DIOS ANTES QUE DE LOS PADRES

 

Pero los hijos son de Dios antes que de los padres. Cada hijo puede decir lo que dije a mi Madre: "¿No sabes que debo preocuparme de los intereses del Padre de los cielos?". Cada madre, cada padre debe aprender esta actitud, mirando a María y a José en el templo, a Anna y a Joaquín en su casa de Nazaret que cada vez más se ve solitaria, triste, pero en la que una cosa no disminuye nunca, antes bien siempre crece: la santidad de dos corazones, la santidad de un matrimonio.

¿Qué queda a Joaquín enfermo y qué a su esposa de luz en las largas y silenciosas noches de su vejez, en las que se sienten morir? Los vestiditos, las primeras sandalias, sus juguetes, los recuerdos, recuerdos de Ella. Y con estos, una paz que viene al decir: "Sufro, pero he cumplido con mi deber para con Dios".

Entonces se encuentra una alegría sobrehumana que brilla con luz celestial, desconocida a los hijos del mundo, que no se oscurece sobre los párpados de ojos que mueren, sino que en el último momento brilla más, ilumina las verdades que había estado dentro por toda su vida, encerradas como mariposas en su capullo, y daban señal de existir por los movimientos suaves de leves resplandores, mientras ahora abren sus alas al sol y muestran las palabras que las embellecen. La vida se apaga en el conocimiento de un futuro feliz para ellos y para su estirpe, y con una bendición en sus labios para Dios.

Así fue la muerte de mis abuelos. Era justo, pues su vida había sido santa. Por su santidad merecieron ser los primeros guardianes de la Amada de Dios, y solo cuando un Sol más grande se mostró en su crepúsculo mortal, intuyeron la gracia que Dios les había concedido. Por su santidad, Anna no sufrió los dolores de una parturienta, sino que gozó de un éxtasis por ser la que dio a luz a la Inmaculada. Ambos tuvieron no la angustia de la agonía, sino la languidez que se apaga, como se apaga suavemente una estrella cuando el sol se levanta en el oriente. Y si no tuvieron el consuelo de verme encarnado, como lo tuvo José, Yo, con mi invisible presencia, les decía palabras sublimes, inclinado sobre su almohada para cerrar sus ojos en la paz, en la esperanza del triunfo.

 

LA RECTA CONCIENCIA DA UNA MUERTE SERENA Y LAS 

ORACIONES DE LOS SANTOS ALCANZAN TAL MUERTE

 

Habrá alguien que diga: "¿Por qué no sufrieron, ella al dar a luz, y ambos al morir, pues eran hijos de Adán?" Respondo a lo primero: "Si por haberse encontrado cerca de Mí en el seno de su madre, el Bautista fue santificado de antemano, que era hijo de Adán y concebido con la culpa de origen, ¿ninguna gracia habría tenido la madre santa de la Santa en quien no hubo Mancha, a la que Dios preservó y la que llevó a Dios en su espíritu casi divino, la que jamás se separó de este espíritu desde que el Padre la pensó, que fue concebida en un vientre, y tornó a poseer a Dios plenamente en el cielo por una eternidad gloriosa?". A lo segundo respondo: "La recta conciencia da una muerte serena y las oraciones de los santos alcanzan tal muerte".

Joaquín y Anna siempre conservaron una conciencia recta, la que se erguía cual tranquilo panorama y los guiaba al cielo, y tenían a la Santa que oraba ante el Tabernáculo de Dios por sus padres lejanos, a quienes pospuso para tener a Dios, Bien Supremo, pero a los que siempre amó, como la Ley y su corazón se lo pedían, con un amor sobrenaturalmente perfecto."

I. 52-55

A. M. D. G.