TÚ DEBERÍAS SER 

LA MADRE DEL MESÍAS

 


 

#María en el Templo   

#Aparece Anna de Fanuel y se detiene sorprendida   

#¿Estabas orando María? ¿Nunca te cansas de orar? La oración sería suficiente, pero yo hablo con Dios.  

#un cerco de fuego me aísla de vosotras. Dentro del cerco, Dios y yo. Os veo a través del Fuego de Dios y así os amo... pero no puedo amaros según los mortales suelen hacerlo, ni mortal alguno lo podrá hacer.  

#No tengo ya más padre ni madre... y sólo el Eterno sabe cómo en ese dolor se consume cuanto tenía yo de humano   

#Pienso que la ley está a punto de ser cambiada. No es el movimiento del sol, sino el de la luna en que sirve de medida para el tiempo señalado en la profecía   

#Tú deberías ser la Madre del Mesías. Tú que lo amas de tal forma   

#¿Tienes otra cosa que enseñarme, María?   

 

#10060

 

#Volví a ver cuanto su espíritu había visto en Dios   

#El espíritu de María estaba en el cielo. Su personalidad y su cuerpo en la tierra, y debían pisotear la carne y respetos humanos para llegar al espíritu y unirlo al Espíritu en un abrazo fecundo."

 


 

MARÍA EN EL TEMPLO

 

Veo a una hermosa jovencilla que es María. Una María de unos doce años a los más. Su carita no es ya redonda como cuando era pequeña; ya presenta el perfil de la mujer con su perfil ovalado. No trae ya los cabellos sueltos sobre su nuca con sus ligeros pendientes, sino que los trae recogidos en dos gruesas trenzas de color muy pálido -como si estuviesen mezclados con plata, por lo blanco que parecen- sobre su espalda, y le bajan a los lados. Su rostro es más serio, más maduro, aun cuando no deje de ser el rostro de una jovencilla, de una hermosa y cándida jovencilla vestida de blanco y que está cosiendo en una pequeña habitación que también es blanca del todo; por la ventana abierta se ve el edificio imponente del templo que está en el centro y luego toda la bajada de los peldaños de los patios, de los portales y, más allá de los muros, la ciudad con sus calles y casas y jardines, y en el fondo la cima abultada y verde en forma de joroba del monte de los Olivos.

Cose y canta en voz baja. No sé si sea un cantar sagrado. Dice:

"Como una estrella dentro de transparente agua,

así una luz en lo profundo de mi corazón brilla.

Desde mi infancia siempre conmigo ha estado

y suavemente con amor me guía.

 

En lo más hondo del corazón hay un cantar.

¿De dónde venga acaso?

Mortal, no lo sabes.

De donde el Santo se mansión tiene.

 

Yo miro mi brillante estrella

y no quiero otra cosa que no sea ella,

aunque sea lo más dulce, lo más querido,

porque esa luz es toda mía.

 

¡Oh Estrella! de lo profundo de los cielos,

al seno de una mujer me enviaste.

Ahora dentro de mí vives, pero más allá de los velos

contemplo tu rostro ¡Oh Padre grandioso!

 

¿Cuándo a tu sierva honra darás

de que del Salvador humilde sierva sea?

Manda, del cielo manda a tu Mesías.

Acepta, Padre santo, la ofrenda mía."

 

Calla y sonríe y suspira. Luego se inclina profundamente en oración. Su rostro está bañado en luz. Levantado hacia un terso cielo azul de otoño, parece como si concentrase en sí toda su luminosidad y la irradiase. O mejor dicho, parece que de su interior un oculto sol irradia sus luces y enciende la nieve apenas de color rosa de la piel de María, y se derrama en las cosas y en el sol que brilla sobre la tierra, bendiciendo y prometiendo toda clase de bienes.

 

APARECE ANNA DE FANUEL Y SE DETIENE 

SORPRENDIDA

 

Cuando María está por levantarse después de su amorosa plegaria, y en su rostro todavía quedan rastros de un éxtasis, entra la vieja Anna de Fanuel y se detiene sorprendida, o por lo menos admirada de la actitud y aspecto de María. Le dice: "María" y la Jovencita se voltea con una sonrisa diversa, pero que no deja de ser hermosa, y responde: "Anna, sea contigo la paz."

 

"¿Estabas orando? ¿Nunca te cansas de orar?"

 

La oración sería suficiente, 

pero yo hablo con Dios.

 

"¿Estabas orando? ¿Nunca te cansas de orar?"

"La oración sería suficiente, pero yo hablo con Dios. Anna, no puedes comprender cómo lo siento cerca de mí. Más bien: dentro de mí. Dios me perdone este orgullo, pero no me siento sola. ¿Lo ves? En aquella casa de oro y de nieve, dentro de la doble cortina, está el Santo de los Santos. Jamás ojo humano, fuera del Sumo Sacerdote, puede clavarse sobre el Propiciatorio en que descansa la gloria del Señor. Pero no tengo necesidad de mirar con todo el alma reverente ese doble Velo, que se mueve al sentirse tocado por los cantos de las vírgenes, y de los levitas y que huele a preciosos inciensos, para traspasar sus punturas y ver resplandecer el Pacto. ¡Lo miro! No tengas miedo de que no lo mire con ojos reverentes como lo hace cualquier israelita. No temas que el orgullo me ciegue y que me haga pensar lo que te estoy diciendo. Miro allá y no hay humilde siervo en el pueblo de Dios que mire con mayor humildad la casa de su Señor como yo la miro, pues convencida estoy de ser la más vil de todos. ¿Pero qué veo? Un velo. ¿En qué pienso más allá del Velo? En un Tabernáculo. ¿Qué hay en él? Y si me veo en el corazón, entonces, veo que Dios brilla con su gloria amorosa y que me dice: "Te amo" y yo le contesto: "Te amo" y me deshago y me deleito a cada palpitar de mi corazón con este beso recíproco.

 

un cerco de fuego me aísla de vosotras. 

Dentro del cerco, Dios y yo. 

Os veo a través del Fuego de Dios y así os amo... 

pero no puedo amaros según los mortales suelen 

hacerlo, ni mortal alguno lo podrá hacer.

 

Estoy con vosotras, maestras y compañera, pero un cerco de fuego me aísla de vosotras. Dentro del cerco, Dios y yo. Os veo a través del Fuego de Dios y así os amo... pero no puedo amaros según los mortales suelen hacerlo, ni mortal alguno lo podrá hacer. Sino solo Este que me ama, y según el espíritu. Comprendo mi suerte. La ley secular de Israel exige de cada joven que sea una esposa, y de cada una de estas una madre. Pero yo, pese a que obedezco a la Ley, obedezco a la Voz que me dice: "Yo te amo", y soy virgen y lo seré. ¿Cómo podré conseguirlo? Esa dulce, invisible presencia que está conmigo, me ayudará, porque tal es su voluntad. No tengo miedo.

 

No tengo ya más padre ni madre... y sólo el Eterno 

sabe cómo en ese dolor se consume cuanto 

tenía yo de humano

 

No tengo ya más padre ni madre... y sólo el Eterno sabe cómo en ese dolor se consume cuanto tenía yo de humano. Se consume con cruel dolor. Ahora no tengo más que a Dios. A Él pues, obedezco ciegamente... Lo mismo habría hecho aun contra mi padre y madre, porque la Voz me dice que quien quiera seguirla debe pasar más allá de su padre y madre, que son cual guardias amorosos junto a los muros del corazón filial, que desean llevar a uno a la alegría según piensan... y no comprender que hay otros caminos cuya alegría es infinita... Les habría dejado vestidos y manto, con tal de seguir la voz que me dice: "Ven, amada mía, esposa mía". Todo les habría dejado; y las perlas de las lágrimas, porque habría llorado por haber desobedecido, y los rubíes de mi sangre, que aun muerta habría desafiado a todo con la condición de seguir la Voz que me llama. Les habría dicho que hay algo más grande que el amor por su propio padre y algo más dulce que por la propia madre, y es la Voz de Dios. Pero ahora su voluntad me ha dejado libre aun de este lazo de piedad filial. ¡Bueno! no hubiera sido un impedimento. Eran ambos justos y Dios, no cabe duda, les hablaba como me habla a mí. Habrán seguido por el camino de la justicia y verdad. Cuando pienso en ellos, pienso que están esperando como lo hacen los mismos Patriarcas, y trato de apresurar con mi sacrificio la llegada del Mesías para que les abra las puertas del cielo. En la tierra me encuentro y yo misma me gobierno, esto es, Dios es quien gobierna a su pobre sierva dándole sus órdenes. Las cumplo porque cumplirlas es mi gozo. Cuando llegue la hora, dirá a mi esposo mi secreto... y él lo aceptará."

"Pero, María... ¿qué palabras le dirás para persuadirlo? En cambio del amor de un hombre, tendrás en contra la Ley y la vida."

 

PIENSO QUE LA LEY ESTÁ A PUNTO DE SER CAMBIADA

 

NO ES EL MOVIMIENTO DEL SOL, SINO EL DE LA LUNA 

EL QUE SIRVE DE MEDIDA PARA EL 

TIEMPO SEÑALADO EN LA PROFECÍA

 

"Tendré conmigo a Dios... Dios iluminará el corazón de mi esposo... la vida perderá sus estímulos del sentido, y se convertirá en una flor pura que tendrá como perfume la caridad. La Ley... Anna, no digas que blasfemo. Yo pienso que la Ley está a punto de ser cambiada. ¿Quién lo hará? piensas, pues es divina. Tan sólo el que la puede cambiar, Dios. El tiempo está más cercano de lo que os imagináis, os lo aseguro. Al leer a Daniel, he recibido una gran luz que me salía del centro del corazón, y m inteligencia comprendió el sentido de las palabras arcanas. Las setenta semanas serán acortadas por las oraciones de los justos. ¿Cambiado el número de los años? No. Una profecía no miente. No es el movimiento del sol, sino el de la luna el que sirve de medida para el tiempo señalado en la profecía, de lo que deduzco: "La hora que oirá llorar al Nacido de una Virgen está muy cerca" ¡Oh, yo quisiera que esta Luz que me ama me dijese, pues muchas cosas me dice, dónde está la mujer que dará a luz al Hijo de Dios, y el Mesías a su pueblo. Descalza caminaría por la tierra. ni frío, ni hielo, ni polvo ni canícula, ni fieras ni hambre me impedirían llegar hasta Ella y decirle: "Permite a tu sierva, y a la sierva del Mesías que viva bajo tu techo. Daré vueltas a la piedra de molino, a la de la prensa. Tómame como esclava que trabaje en la piedra de molino, como pastora de tus ganados, como la que limpie los pañales de tu Hijo, ponme en tu cocina, en tus hornos... donde quieras, pero acógeme. ¡Que lo vea yo! Que oiga su voz. Que su mirada me llegue". Y si no aceptase, pordiosera junto a su puerta viviría de limosnas y afrentas, junto al aprisco y a las incomodidades con tal de oír la voz del Mesías niño y el eco de su risa, y luego poder verlo pasar... Y tal vez llegaría un día en que me regalase un pedazo de pan... ¡Oh! si el hambre me destrozase las entrañas y si me sintiera morir por el largo ayuno, no me comería aquel pan. Lo estrecharía como un joyel de perlas contra mi corazón y lo besaría para percibir el perfume de la mano del Mesías, y no tendría ya más hambre, ni frío, porque su contacto me daría éxtasis y calor, éxtasis, y alimento..."

 

TÚ DEBERÍAS SER LA MADRE DEL MESÍAS, 

TU QUE LO AMAS EN TAL FORMA

 

"¡Oh, no! Soy miseria. Soy polvo. No me atrevo a levantar mi mirada hacia el lugar de la Gloria. Por esto, porque más allá del doble Velo, más allá de donde sé que está la invisible presencia de Yeová, me gusta mirar dentro de mi corazón. Allí está el Dios terrible del Sinaí. Aquí, dentro de mí, veo a nuestro Padre, una amoroso rostro que me sonríe y me bendice, porque  soy pequeñita como un pajarito que el viento levanta sin sentir su peso, y débil como tallo del musgo selvático que no sabe hacer otra cosa que florecer y dar perfume, y no opone al viento otra fuerza que la de su perfumada y suave dulzura. Dios, ¡mi viento de amor! No por esto. Sino porque al Hijo de Dios y de una Virgen, al Santísimo no puede agradar sino lo que en el cielo eligió para Madre y lo que sobre la tierra le habla del Padre celestial: la Pureza. Si la Ley reflexionase en esto, si los rabinos que la han multiplicado con tantas sutilezas de su doctrina, encaminando su inteligencia a horizontes más altos, se sumergiesen en lo sobrenatural dejando lo humano y las conveniencias que buscan anhelosos, olvidados del fin supremo, deberían encaminar sus enseñanzas a la Pureza, para que el Rey de Israel la encuentre cuando llegue. Con los ramos de oliva para el que viene cual Pacificador, con las palmas del Triunfador esparcid lirios y más lirios. ¡Cuánta sangre deberá derramar para redimirnos el Salvador! ¡Cuánta sangre! He ahí que de los miles y miles de heridas que Isaías vio en el Hombre de dolores, cae como rocío de un vaso poroso, una lluvia de Sangre. Que no caiga donde hay profanación y blasfemia esta Sangre divina, sino que caiga en cálices de fragante pureza que la acojan, que la recojan, para esparcirla sobre los enfermos de espíritu, sobre los leprosos del alma, sobre los muertos para con Dios. ¡Dad lirios, lirios dad para rociar con sus pétalos puros, los sudores y lágrimas del Mesías! ¡Dad lirios, dadlos para calmar el ardor de su fiebre de Mártir! ¡Oh! ¿dónde estará ese Lirio que te lleva? ¿Dónde el que te quitará la fiebre de tu sed? ¿Dónde el que tomará el color rojo de tu Sangre y morirá por el dolor que sienta al verte morir? ¿Dónde el que llorará sobre tu Cuerpo exangüe? ¡Oh, Mesías! Mesías. ansia mía..."

María se calla. Las lágrimas la envuelven.

 

¿TIENES OTRA COSA QUE ENSEÑARME, MARIA?

 

Anna por unos momentos no dice palabra alguna, después con su voz de anciana conmovida: "¿Tienes otra cosa que enseñarme, María?"

María se sorprende. Tal vez ha creído a causa de su humildad, que su maestra la reprende y dice: "¡Oh, perdóname! Tú eres maestra, yo no soy nada. Pero estas voces me salen del corazón. Bien que las cuido para no permitir que salgan. Como río que bajo la fuerza de las ondas rompe los diques, así me toma y así me veo sacar fuera de cauce. No tangas en cuenta mis palabras, y castiga mi presunción. Las palabras arcanas deberían estar en el arca secreta del corazón, que Dios favorece en su bondad. Lo sé, pero es tan dulce esta invisible Presencia que me siento ebria de ella... ¡Anna, perdona a tu pequeña sierva!"

Anna la estrecha contra sí. Su cara arrugada tiembla y una lágrima se asoma a sus ojos, que se resbala por sus arrugas como el agua por un terreno quebrado. La vieja maestra no provoca a risa. Su llanto provoca al más grande respeto.

María está entre sus brazos. Su carita contra el pecho de la vieja maestra. Y todo termina de este modo.

 

VOLVÍA A VER CUANTO SU ESPÍRITU 

HABÍA VISTO EN DIOS

 

Dice Jesús:

"María se acordaba de Dios. Soñaba a Dios. Creía soñar. No hacía otra cosa que volver a ver cuanto su espíritu había visto en el fulgor del cielo de Dios, en el instante fulmíneo en que fue creada para unirse a la carne concebida en la tierra. Participaba con Dios, si bien en un nivel muy inferior, como es razón, de una de las propiedades de Dios: la de recordar, ver y prever por el atributo de la inteligencia poderosa y perfecta porque la Culpa no la había dañado.

El hombre es creado a imagen y semejanza de Dios. Una de estas semejanzas consiste en la posibilidad de que el espíritu puede recordar, ver y prever. Esto explica la posibilidad de leer el futuro. Posibilidad que Dios da muchas veces y directamente, otras como recuerdo que se levanta como sol matinal, iluminando un determinado punto del horizonte de los siglos ya visto desde el seno de Dios. Son misterios demasiado profundos para que los podáis comprender.

Pero pensad. Esa Inteligencia suprema. Ese Pensamiento que sabe todo, esa Vista que todo lo ve, que os crea por un movimiento de su volunta y con un hálito de su amor infinito, haciéndoos sus hijos por el origen y sus hijos por que a Él debéis tender, ¿puede acaso daros algo distinto de Sí? Os la da en parte infinitesimal, porque la creatura no podría contener al Creador. Pero esa parte infinitesimal es perfecta y completa.

¡Que tesoro de inteligencia no dio Dios al hombre, a Adán! La culpa la ha disminuido, pero el Sacrificio lo vuelve a completar, y os abre los fulgores de la Inteligencia, sus ríos, su ciencia. ¡Oh sublimidad de la mente humana unida a Dios por la gracia, que se hace participante de la capacidad de Dios de conocer!... De la mente humana unida a Dios por la gracia.

No hay otro modo. Téngalo presente los que curiosamente quieren conocer los secretos que están más allá del alcance humano. Cualquier conocimiento que no viene de un alma en gracia -y no está en gracia quien se opone a la Ley de Dios que es muy clara- no puede proceder sino de Satanás y difícilmente corresponde a la verdad, aun cuando se refiera a cosas humanas, jamás está de acuerdo con la verdad, aun cuando se refiera a cosas que están más allá del alcance humano, porque el Demonio es padre de la mentira y arrastra por el sendero de la mentira. No hay ningún otro método para conocer la verdad, que el que viene de Dios. Que habla y dice o hace que se recuerde, así como un padre hace que su hijo se recuerde de la casa paterna con: "¿Recuerdas cuando hacías esto conmigo? o bien ¿que veías esto, y oías aquello? ¿Recuerdas cuando te di el beso de despedida? ¿Recuerdas cuando me viste por primera vez, mi radiante rostro que se reflejaba en tu alma virgen, testigo creado y todavía limpia, porque apenas había salido de Mi, y de la tara que después te menguó? ¿Recuerdas cuando comprendiste en un palpitar de amor qué cosa es el Amor? ¿Cuál es el misterio de nuestro Ser y Proceder?" Y a donde la capacidad limitada del hombre en gracia no llega, allí el Espíritu de ciencia habla y enseña.

Pero para poseer el Espíritu es menester la gracia. Para poseer la Verdad y la Ciencia es necesaria la gracia. Para tener consigo al Padre es necesaria la gracia, Tabernáculo en qué las Tres Personas habitan, Propiciatorio sobre el que se posa el Eterno y habla no de dentro de la nube, sino descubriendo su Rostro al hijo fiel.

Los santos se acuerdan de Dios, de las palabras que oyeron en la Mente Creadora y que la Bondad suscita de nuevo en sus corazones para levantarlo como águilas a la contemplación de la Verdad, al conocimiento del tiempo. 

María fue la Llena de gracia. Toda la gracia Una y Trina estuvo en Ella. Toda la Gracia Una y Trina la preparó como a Esposa para las nupcias, como Tálamo para la Prole, como Divina para su Maternidad y misión. Ella es la que cierra el ciclo de las profetisas del Antiguo Testamento y abre e de los "portavoces de Dios" en el Nuevo Testamento.

Verdadera Arca de la Palabra de Dios, que al guardar en su seno, siempre intacto, descubría trazadas con el dedo de Dios sobre su corazón inmaculado las palabras de Ciencia eterna, y se acordaba, como todos los santos, de haberlas antes oído cuando Dios la creó con su espíritu inmortal, Dios creador de todo cuanto tiene vida. Y si no se acordaba de todo, de su futura misión, se debía a que en cualquier perfección humana Dios deja lagunas, por ley de una divina prudencia que es bondad y en favor de la creatura humana, y mérito para ella. María, la segunda Eva, se vio obligada a adquirir su parte de mérito para ser la Madre del Mesías con una voluntad fiel y buena, que Dios quiso también en su Mesías para hacerlo Redentor.

El espíritu de María estaba en el cielo. Su personalidad y su cuerpo en la tierra, y debían pisotear la carne y respetos humanos para llegar al espíritu y unirlo al Espíritu en un abrazo fecundo."

I. 55-63

A. M. D. G.