DÉJAME, QUE YO TE JUSTIFICARÉ
ANTE TU ESPOSO.
#Y ahora ¿cómo iba a decirle que era yo Madre?
#El primer dolor de mi suerte de Corredentora.
Dice María:
"Querida hija, cuando cesó el éxtasis que me llenaba de inefable alegría y volví a la tierra, el primer pensamiento, que me punzó como espina de rosa, que me punzó el corazón todavía envuelto en las rosas del Amor divino, fue el pensar en José.
Yo lo amaba. Era mi santo y providente custodio. Desde que quiso Dios, por medio de la palabra de su sacerdote, que me hubieses prometido a José, pude conocer y apreciar la santidad de este Justo. Junto a él había sentido que mi soledad de huérfana desaparecía. No extrañaba más mi permanencia en el Templo. Era tan bueno como mi padre a quien había yo perdido. Cerca de José me sentía segura, como si fuese el sacerdote. Toda duda había desaparecido. Y tanto era que había comprendido que no tenía qué temer de José. Más segura que un niño en los brazos de su mamá, así estaba mi virginidad confiada a José.
Y ahora ¿cómo iba a decirle que era yo Madre? Buscaba las palabras para darle la noticia, cosa difícil. No quería enorgullecerme del don de Dios y no podía de ninguna manera justificar mi maternidad sin decir: "El Señor me ha amado entre todas las mujeres y a mí su sierva me ha hecho Madre". No podía engañarlo, ocultándole mi estado.
Yo oraba al Señor y el Espíritu de quien estaba llena me dijo: "Cálmate. Déjame, que Yo te justificaré ante tu esposo". ¿Cuándo? ¿Cómo? No se lo pregunté. Me confié a Él como una flor se confía a la onda que la lleva. Jamás el Eterno me había dejado sin su ayuda. Su mano me había sostenido, protegido, guiado hasta aquí. Lo haría una vez más.
Hija mía, ¡cuán hermosa y consoladora es la fe en nuestro eterno y buen Dios! Nos pone en sus brazos como en una cuna. Nos conduce como una barca al luminoso puerto del bien, nos conforta el corazón, nos consuela, nos nutre, nos da descanso y alegría, nos da luz y guía. Todo se encuentra al confiar en Dios y Dios da todo a quien confía en Él: se da a Sí mismo.
Aquella noche mi confianza humana llegó a la perfección. Podía hacerlo porque Dios estaba en mí. Antes había tenido la confianza de una pobre creatura como lo era, siempre un nada, aun cuando era tan Amada hasta ser la mujer que no conocía pecado, pero ahora tenía la confianza divina porque Dios era mío: mi Hijo ¡Oh qué alegría! Ser una sola cosa con Dios. No por gloria mía, sino para amarlo con una total unión, y así poder decirle: "Tú, Tú que estás en mí, ayúdame a hacer todas las cosas con tu divina perfección".
Si Él no me hubiera dicho: "Cálmate" me habría atrevido, poniendo mi rostro en el suelo a decir a José: "El Espíritu ha venido a mí, y en mí está el Germen de Dios"; y me habría creído, porque me quería y porque como todos los que no mienten jamás, no hubiera imaginado que yo mintiese. Sí, con tal de no causarle ningún dolor en lo futuro, habría vencido mi renuncia a alabarme. Pero obedecí al divino mandamiento, y por largos meses, a partir de aquel momento, sentí la primera herida que me sangraba el corazón.
El primer dolor de mi suerte de Corredentora. Lo ofrecí y lo sufrí para reparar y para daros una norma de vida en momentos análogos de sufrimiento cuando se impone el silencio, cuando os sucede algo que os pone en mala estima del que os ama.
Confiad en Dios completamente vuestros cuidados, vuestros intereses. Haceos merecedores con una vida santa de la protección de Dios y seguid seguros adelante. Aun cuando todo el mundo se os opusiese, Él os defenderá ante quien os ama y hará resplandecer la verdad.
Descansa, ahora, hija, y procura ser siempre más mi hija."
I. 103-105
A. M. D. G.