MARÍA LLEGA A LA CASA DE ZACARÍAS
#María sube con su borrico por un camino bastante bueno que lleva a Hebrón
#María toca una campanilla desde el cancel de la casa de Isabel
#"Soy María hija de Joaquín y de Anna de Nazaret. Prima de vuestros patrones."
#María va al encuentro de Zacarías
#Isabel dice a Zacarías: "María también es Madre. Alégrate de su felicidad."
Me encuentro en un lugar montañoso. Los montes no son altos, pero tampoco son colinas. Tienen más bien la apariencia de montañas, como se ven en nuestros Apeninos de la Toscana y de la Umbría. La vegetación es espesa y buena. Hay mucha agua fresca, con que se alimentan verdes pastizales y huertos llenos de fruta en que hay manzanos, higueras y vides. Debe ser la estación de primavera porque los racimos están un poco crecidos; los manzanos que han acabado de florecer han hecho brotar sus frutitas, que son unas bolitas verdes, y encima de las ramas de las higueras se ven los primeros frutos en miniatura, pero ya bien delineados. Los prados son un verdadero tapete suave y de muchos colores. Por ellos pastan las ovejas o descansan y parecen manchas blancas en el color esmeralda de la hierba.
María sube con su borrico por un camino bastante
bueno que lleva a Hebrón
María sube con su borrico por un camino bastante bueno. Será el camino principal. Sube, porque el poblado, bien trazado, está más en alto. El que habla dentro de mí me dice: "Aquí es Hebrón" Ud. me había dicho que se trataba de lugares montañosos. Yo no sé qué decir. A mí me dijeron este nombre. No sé si sea "Hebrón" toda la zona o el poblado. Oigo que así le llaman.
María entra en el poblado. Mujeres de pie en el umbral de sus puertas -es tarde ya- ven la llegada de la forastera y conversan entre sí. La siguen con los ojos y no quedan en paz sino hasta que ven que se detiene ante una de las mejores casas, situada en medio del poblado con un huerto-jardín que tiene por delante y con un huerto muy bien cultivado por detrás, y que luego se alarga en un extenso campo que sube y baja según las quebraduras del monte y termina en un bosque de altos árboles, más allá de los cuales no sé qué cosa haya. Todo está rodeado de una hilera de moras selváticas. No distingo bien, porque como Ud. sabe muy bien, la flor y la hoja de estos arbustos espinosos son muy semejantes, y hasta que no se ven los frutos es fácil engañarse. Por delante de la casa, por el lado que da al poblado, el lugar está rodeado de una pequeña valla blanca con rosales, pero que por ahora no tienen flores sino muchos botones. En el centro se ve un cancel cerrado de hierro. Se comprende que la casa sea de un principal del pueblo o de personas acomodadas, porque todo en ella dice que si no son realmente ricas, pasan la vida con holgura.
María toca una campanilla desde el cancel
de la casa de Isabel
María baja de su asno y se acerca al cancel. Mira por entre las barras. No ve a nadie. Trata de hacerse oír. Una mujer que ha sido la más curiosa de todas y que vino detrás de ella, le señala algo que sirve de campanilla. Son dos pedazos de hierro colocados en una especie de yugo y, al sacudir el yugo con un cordón, ellos chocan entre sí y producen el sonido de una campana o de un gong.
María tira del cordón, pero con tanta suavidad que el sonido es un leve retintín, y nadie lo oye. Entonces la mujer, que es una viejecilla toda nariz y de estatura pequeña con una lengua que vale por diez, toma el cordón y tira, y tira y tira de él. Es un ruido que puede despertar a un muerto. "Así se hace, mujer. De otro modo cómo nos iban a oír. Ten en cuenta que Isabel ya está vieja y viejo Zacarías. Y este ahora, además de mudo está sordo. ¿Sabes? Los siervos también ya son viejos. ¿Nunca habías venido? ¿Conoces a Zacarías? ¿Has...?
Un siervo viejo a toda prisa viene a salvar a María del diluvio de noticias y preguntas. Tal vez es el jardinero o el agricultor porque trae en la mano un escardillo y en la cintura colgando una podadera. Abre. María entra dando las gracias a la viejecilla, y dejándola sin respuesta. ¡Qué desilusión para su curiosidad!
"Soy María hija de Joaquín y de Anna de Nazaret.
Prima de vuestros patrones."
Apenas adentro, María dice: "Soy María hija de Joaquín y de Anna de Nazaret. Prima de vuestros patrones."
El viejecillo se inclina y saluda. Luego con voz alta grita: "¡Sara, Sara!" Vuelve a abrir el cancel para que entre el asno, porque María para librarse de la preguntona mujer, se ha entrado rápida y el jardinero, rápido como ella, cerró el cancel en las narices de la comadre. Y mientras hace pasar el asno, dice: "¡Gran felicidad y suma desgracia hay en este hogar! El cielo ha concedido un hijo a la estéril y ¡el Altísimo sea alabado! Pero Zacarías volvió mudo hace unos seis o siete meses de Jerusalén. Se hace entender por señas o escribiendo. ¿Lo sabías? ¡La patrona tanto que te ha deseado en esta alegría y en este dolor! Siempre habla de ti con Sara y dice: "¡Si estuviese aquí mi María! Si hubiera estado todavía en el Templo. Hubiera dicho a Zacarías que la trajese. Pero el Señor quiso que se casase con José de Nazaret. Solo Ella puede darme consuelo en esta aflicción y ayuda para pedir a Dios, porque Ella es muy buena. En el Templo todos la extrañan. La fiesta pasada, cuando fui con Zacarías por última vez a Jerusalén a dar gracias a Dios porque me concedió un hijo, sus maestras me dijeron: 'El Templo parece como si no tuviera los querubines de la Gloria desde que la voz de María no resuena entre estos sus muros' " ¡Sara! ¡Sara! Mi mujer está un poco sorda. Pero ven, ven, que yo te conduzco."
En vez de Sara se asoma sobre la escalera que está al lado de la casa, una mujer ya muy entrada en años, toda rugosa y completamente cana, aunque sus pestañas y cejas todavía están negras. El color de su cara es moreno. Contraste extraño con su edad avanzada, lo forma su estado manifiesto de que va a ser madre, no obstante el amplio vestido que trae suelto. Mira llevándose la palma a los ojos como para ver mejor, reconoce a María. Levanta sus brazos al cielo con un "¡Oh! " lleno de admiración y de gozo, baja lo más rápido que puede, a encontrarse con María, y ésta que en el caminar siempre es lenta, ahora corre, ligera como un cervatillo, llega a los pies de la escalera al mismo tiempo que Isabel, y María recibe sobre su corazón con una viva alegría a su prima que llora de gozo al verla.
Por unos instantes continúan abrazadas. Después Isabel se separa con un "¡Ah!" mezcla de dolor, mezcla de alegría, y se pone las manos sobre su seno abultado. Baja la vista. Palidece y se sonroja alternativamente. María y el siervo extienden sus manos para sostenerla, porque vacila como si se sintiese mal.
"¡Bendita tú, entre todas las mujeres! ¡Bendito el
Fruto de tu seno! (dice estas frases bien separadas)
¿Cómo es posible que haya sido digna tu sierva,
de que vinieras a mí, tú la Madre de mi Señor? Mira:
al oír tu voz el niño se movió en mi seno
como señal de alegría y cuando te abracé
el Espíritu del Señor reveló cosas altísimas
a mi corazón.
Pero Isabel, después de haber estado como un minuto recogida en sí, levanta una cara llena de luz, que parece haber rejuvenecido, mira a María con una sonrisa de veneración, como si viese a un ángel, luego se inclina profundamente: "¡Bendita tú, entre todas las mujeres! ¡Bendito el Fruto de tu seno! (dice estas frases bien separadas) ¿Cómo es posible que haya sido digna tu sierva, de que vinieras a mí, tú la Madre de mi Señor? Mira: al oír tu voz el niño se movió en mi seno como señal de alegría y cuando te abracé el Espíritu del Señor reveló cosas altísimas a mi corazón. Eres bienaventurada porque creíste que Dios puede hacer lo que la inteligencia humana cree que no es posible. Bienaventurada tú, que por tu fe harás que el Señor cumpla las cosas que te prometió y las que predijo a los Profetas para estos tiempos. Bienaventurada tú, porque trajiste la Santidad a mi hijo que siento cómo se mueve, como un cabrillo alegre, de júbilo en mi seno, porque se siente libre del peso de la culpa, y llamado a ser el que vaya delante, santificado antes por la Redención del Santo que en ti crece."
María, con dos lágrimas que le bajan como perlas de sus ojos que ríen a Isabel que está llena de Júbilo, con el rostro y brazos levantados al cielo, en la misma actitud que tomará su Hijo Jesús exclama: "Mi alma engrandece a su Señor" y continúa el cántico como lo conocemos. Al final, en el verso: "Ha socorrido a Israel su siervo, etc. " junta sus manos sobre su pecho, y se inclina profundamente hacia la tierra, adorando a Dios.
El siervo que prudentemente se había alejado cuando vio que Isabel no se sentía mal, pero no obstante hablaba con María, regresa del huerto con un imponente anciano todo blanco en su barba y cabellos, que con grandes gestos y sonidos guturales saluda desde lejos a María.
"Viene Zacarías" dice Isabel, tocando por la espalda a la Virgen absorta en su plegaria. "Mi Zacarías está mudo. Dios lo castigó por no haber creído. Luego te lo contaré. Ahora espero que Dios lo perdone porque viniste, Tú, la llena de gracia."
María va al encuentro de Zacarías
María se yergue y va al encuentro de Zacarías, se inclina ante él profundamente hasta la tierra, besándole la orla de su blanca vestidura que roza el suelo. Es un vestido amplio. En la cintura lo sostiene una faja ancha, recamada.
Zacarías con gestos da la bienvenida, y juntos se van con Isabel. Entran en una habitación amplia y adornada. Dicen a María que se siente. Le hacen servir una taza de leche apenas ordeñada -todavía se ve la espuma- y unos panecillos.
Isabel da órdenes a la sierva que se presenta con las manos todavía llenas de harina y con los cabellos todavía más blancos de cuanto no lo sean, por la harina que tiene en ellos. Tal vez estaba haciendo el pan. Da órdenes también a su siervo, que oigo lo llama Samuel, de que lleve el cofre de María a una habitación que le indica. Todas las obligaciones de la dueña de casa para con su huésped.
"María también es Madre.
Alégrate de su felicidad."
María entre tanto responde a las preguntas de Zacarías que escribe sobre una tableta encerada con un estilo. Por las respuestas comprendo que le pregunta por José y cómo se siente con él ahora que está casada. Comprendo igualmente que a Zacarías no se le conceden luces sobrenaturales acerca del estado de María y de su condición de Madre del Mesías. Es Isabel la que acercándose a su marido y poniéndole con cariño una mano sobre la espalda, le dice: "María también es Madre. Alégrate de su felicidad." No añade más. Mira a María y María también a ella pero no le invita a que diga más. Ella guarda silencio.
I. 109-113
A. M. D. G.