MARÍA REVELA EL NOMBRE A ISABEL
#María dice como se llamará su hijo: JESÚS
#Mi hijo precederá al tuyo y lo amará. Se lo dijo el ángel a Zacarías. El me lo escribió...
#Quiero que se llame "Juan". ¿No es acaso una gracia, mi hijo? ¿Y no es Dios quien me la concedió?"
#María saca a Isabel por el jardín para distraerla
María está cosiendo, sentada en la sala
de la planta baja. Isabel va y viene con los
quehaceres de la casa.
Parece ser de mañana. Veo que María está cosiendo, sentada en la sala de la planta baja. Isabel va y viene con los quehaceres de la casa. Cuando entra no deja de acariciar la cabeza rubia de María, que resalta todavía más cuanto que hace contraste con las paredes más bien sombrías y bajo los rayos del sol que entran por la puerta que da al jardín.
Isabel se inclina a mirar la labor de María -es el recamo que tenía en Nazaret- y alaba su primor.
"Tengo también hilo para tejer" dice María.
"¿Para tu Niño?"
"No. Lo tenía todavía cuando no pensaba..." María no añade más. Pero comprendo: "... cuando no pensaba que sería Madre de Dios."
"Pero ahora lo emplearás en Él. ¡Es hermoso! ¡Fino! A los niños, sabes, hay que ponerles telas muy delicadas."
"Lo sé."
"Yo comencé... tarde, porque quería estar segura de que no se trataba de algún engaño del Maligno, aun cuando... experimentaba en mí una tal alegría que no, que no podía proceder de Satanás. Luego... he sufrido tanto. Estoy vieja, María, para encontrarme en este estado. He sufrido mucho. Tú no sufres..."
"No. Nunca había estado mejor que ahora."
"¡Oh, lo comprendo! Tú... en ti no hay mancha, si Dios te escogió para ser su Madre, y por esto no estás sujeta a los sufrimientos de Eva. Lo que llevas en tu seno es Santo."
"Me parece como si tuviera un ala en el corazón
y no un peso."¡Bendita! También yo,
desde que te vi, no siento más el peso
"Me parece como si tuviera un ala en el corazón y no un peso. Me parece como si tuviera todas las flores, y todos los pajaritos que cantan en primavera, y toda la miel y todo el sol... ¡Oh soy feliz!"
"¡Bendita! También yo, desde que te vi, no siento más el peso, ni cansancio, ni dolor, sino que parece que fuese yo algo nuevo, joven, sin las miserias de mi cuerpo femenino. Mi niño, después de que se movió al oír tu voz, está quieto con su alegría. Me parece como si lo tuviera dentro de una cuna viva y que lo viese dormir satisfecho y feliz, respirar como un pajarito bajo el ala de su madre... voy a trabajar. No me molestará más. Veo poco, pero..."
"No te preocupes, Isabel, yo tejeré para ti y para tu niño. Soy rápida y veo muy bien."
"Pero tú debes pensar en el tuyo..."
María dice como se llamará su hijo: JESÚS
"¡Oh, tengo tiempo!... Primero me preocupo por ti que estás próxima a tener tu pequeñín, y luego pensaré en mi Jesús."
Cuando María dice este nombre, cuán dulce es su voz, cuán expresivo su rostro, cómo se le asoma una lágrima de felicidad en sus pupilas, y cómo la sonrisa parece al mirar el cielo luminoso y azul. En verdad que es algo imposible de describir. Parece que el éxtasis le arrebate con solo decir: "Jesús."
Isabel dice: "¡Qué hermoso nombre! El Nombre del Hijo de Dios, nuestro Salvador!"
¿qué tendrá que hacer mi Hijo
para salvar al mundo? Los Profetas...
¿recuerdas a Isaías?
¿De qué levantamiento habla?
"¡Oh, Isabel!" María se pone triste. Toma las manos de su prima que las tenía sobre su vientre. "Dime, tú que, cuando vine, fuiste llena del Espíritu del Señor y profetizaste lo que el mundo ignora. Dime: ¿qué tendrá que hacer mi Hijo para salvar al mundo? Los Profetas... ¡Oh, los profetas que hablan del Salvador! Isaías... ¿recuerdas a Isaías? "El es el hombre de los dolores. Con sus llagas fuimos curados. Fue cubierto de heridas y golpes por nuestros crímenes... El Señor quiso agotar sobre Él todos los padecimientos... Después de su sentencia fue puesto en alto..." ¿De qué levantamiento habla? Lo llamamos Cordero y pienso... en el cordero pascual, en el cordero de Moisés, y lo relaciono con la serpiente que Moisés levantó sobre una cruz. ¡Isabel... Isabel!... ¿Qué harán de mi Hijo? ¿Qué cosa deberá padecer para salvar al mundo?" María llora.
Isabel la consuela. "No llores, María. Es tu Hijo,
pero también es Hijo de Dios. Dios pensará en Él,
y en ti que eres su Madre.
Isabel la consuela. "No llores, María. Es tu Hijo, pero también es Hijo de Dios. Dios pensará en Él, y en ti que eres su Madre. Y si muchos serán crueles con Él, otros muchos lo amarán. Muchos... Por los siglos de los siglos. El mundo contemplará a tu Hijo y te bendecirá con Él. A ti: fuente de quien brota la redención. ¡La suerte de tu Hijo! Levantado como Rey de todo lo creado, y como tal, será Rey universal. Y también en la tierra, en el tiempo, será amado. Mi hijo precederá al tuyo y lo amará. Se lo dijo el ángel a Zacarías. El me lo escribió... ¡Ah! ¡qué dolor ver mudo a mi Zacarías! Pero espero que cuando el niño nazca, su padre se vea libre del castigo. Ruega por él tú que eres la sede de la Potencia de Dios y la causa de la alegría del mundo. Para obtener esta gracia, ofrezco al Señor como puedo mi creatura, porque es suya, pues la prestó a su sierva para darle la alegría de que la llamen "madre" y es el testimonio de cuanto Dios ha hecho en mí. Quiero que se llame "Juan". ¿No es acaso una gracia, mi hijo? ¿Y no es Dios quien me la concedió?"
"Y Dios te hará ese favor, estoy segura. Yo rogaré... contigo."
"¡Sufro tanto con verlo mudo!... Isabel llora. "Cuando escribe, porque no puede hablarme, me parece que entre yo y él haya de por medio montes y mares. Después de tantos años en que me decía palabras dulces, ahora no hay más que silencio en su boca. Sobre todo ahora en que sería tan bonito hablar de lo que va a suceder. Me abstengo hasta de hablar para no ver que él se esfuerza con gestos en responderme. ¡Lo que he llorado! ¡Cuánto deseé que hubieras venido! Los del poblado miran, chismean, critican. El mundo es así. Cuando se tiene un dolor o una alegría, se tiene necesidad de quien lo comprenda a uno, no de quien critique. Ahora me parece que la vida sea mejor. Siento la alegría en mí desde que estás conmigo. Siento que mi pruebe está por superarse y que pronto seré feliz del todo. Será así ¿no es verdad? A todo me he resignado. ¡Si Dios perdonase a mi esposo! ¡Poderlo oír nuevamente, orar!"
María saca a Isabel por el jardín para distraerla
María la acaricia y la consuela. La invita, para distraerla a ir un poco al jardín bañado en sol.
Se van a un buen emparrado, cerca de una torrecita rústica, en la que hay palomos que hacen sus nidos.
María echa a los palomos de comer, porque estos se precipitan con gran ruido y revoloteos y forman a su alrededor círculos iridiscentes. Se posan sobre la cabeza, espalda, brazos, manos. Alargan sus picos rojizos para tomar la comida de las manos, picoteando graciosamente los rosados labios de la Virgen y sus dientes que le brillan al sol. María saca de una bolsita el dorado trigo y ríe de buena gana ante este apetito.
"¡Cómo te quieren!" dice Isabel. "Pocos días hace que estás con nosotros y te quieren más que a mí, que siempre los he cuidado."
El paseo continúa hasta un cercado, en el fondo del huerto, donde hay una veintena de cabras con sus cabritos.
"¿Has regresado del pastizal?" pregunta María a un pastorcillo a quien acaricia.
"Sí, porque mi padre me dijo: "Vete a casa, porque dentro de poco va a llover, y hay algunas ovejas próximas a parir. Procura que tengan hierba seca y paja pronta".Es el que viene allá." Y señala más allá del bosque de donde se oye venir un trémulo balar.
María acaricia un cabrito rubio... "No es pan" dice
María sonriente. "Mañana te traeré un pedazo.
Ahora pórtate bien, bien."
María acaricia un cabrito rubio como un niño, que se le restriega. Junto con Isabel bebe de la leche apenas ordeñada que el pastorcillo les ofreció.
Llegan las ovejas guiadas por un pastor hirsuto como un oso. Debe ser bueno porque trae sobre sus espaldas una oveja que bala de dolor. La pone en el suelo con cuidado. Dice: "Está por tener su corderito. No podía caminar sino fatigosamente. Me la he echado encima. Tuve que correr para llegar a tiempo." El pastorcillo lleva la oveja, que renguea por los dolores, al redil.
María se ha sentado sobre una piedra y juguetea con los cabritos y corderitos, ofreciendo flores de trébol a sus trompitas sonrosadas. Un cabrito blanco y negro le pone las pezuñas sobre la espalda y le huele los cabellos. "No es pan" dice María sonriente. "Mañana te traeré un pedazo. Ahora pórtate bien, bien."
Isabel ya tranquilizada, se ríe.
I. 113-116
A. M. D. G.